Domingo de Ramos (B)
Mc 11,1-10 (Entrada en Jerusalén).
Al atardecer se juntaron a cenar. Alguien les devolvió la dignidad perdida, robada. El silencio se tornó Luz, Vida, Presencia. Ayer. Hoy.
Se ha ido corriendo la voz. Viene Jesús, el galileo, el Maestro. Le acompaña mucha gente, bueno, no tanta, pero lo importante es que está presente. Viene a celebrar la fiesta de la Pascua con sus amigos, con las mujeres que iban con él desde el principio, con su familia. Y ahí entramos todos los que le seguimos desde hace tiempo. La entrada en Jerusalén resulta chocante, viene montado en un borriquillo rodeado por toda la gente que le quiere; él parece feliz. ¡Hosanna! ¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Buen Dios! El burro lo encontraron en el pueblo atado a una puerta. El dueño, de lejos, nos hizo señas para que nos lo lleváramos; estaba preparado para que lo montara. ¡Hosanna! ¡Viva!
– ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
– El dueño os enseñará una sala grande en el piso de arriba.
– Al atardecer se juntaron a cenar. Tomad. Esto es mi cuerpo. Luego, cogió una copa y todos bebieron.
Era la última de muchas comidas/cenas. Jesús intuye lo que va a pasar. En ningún momento se escondió ni dio marcha atrás en su denuncia ante los sacerdotes corruptos del templo, ni ante las trampas de la Ley que siempre recaían sobre los mismos, los más débiles, ni ante los jerarcas del poderoso Imperio romano. Mas en esa noche especial, cargada de tensión, de temor, quería recordarles una sola cosa: debéis ser pan y haceros pan para los demás, como yo os he enseñado.
Así pues, en la vida cotidiana y en cualquier circunstancia, ser pan, buscar el bien, ser pacientes, pacificar conflictos, desencuentros, malentendidos, ponerse en lugar del otro, dejar a un lado la hipocresía y el egoísmo disfrazado y justificado tantas veces, rechazar todo aquello que provoque violencia, injusticia, opresión, cerrazón.
Otros cumplían condena por haber cometido delito. Pero algún día saldrían. Vosotros plantearos la vida de otra forma: traficantes, falsificadores, mujeres prostituidas, ladrones, acusados de violencia machista, asesinos… malas compañías, familias rotas, o quizá, todo lo tuvieron en contra desde que nacieron hasta llegar allí. También ellos encontraron un trocito de pan donde agarrarse: talleres, ayuda psicológica, educación a distancia, “proyecto hombre”, alcohólicos anónimos o el reencuentro casi olvidado de la “misa” del sábado. Algunos decidieron pedir perdón y en cuanto se lo permitieran, regresarían a su casa para comenzar una nueva etapa de sus vidas. Ese día, comieron algo especial. Alguien, aún sin conocerle, les había devuelto su dignidad, la certeza y la consciencia de que era posible empezar de nuevo, pasar página y adaptarse a nuevas oportunidades…
Familias, gente en paro, madres solteras, personas excluidas por ser diferentes, extranjeros, personas sin hogar, enfermos, comunidades cristianas, hermanos y hermanas de familias religiosas, alejados, minorías étnicas, jóvenes, mayores, niños, comparten el pan partido, la vida entregada, que rescata a los crucificados de la sociedad.
Jesús Nazareno, de familia humilde, descubrió que era Hijo amado de Dios, al que llamó Abba; recorrió pueblos y aldeas anunciando una buena noticia para todos los que malvivían, viudas, niños, pobres y oprimidos, comió con todos, se saltó las normas de la ley y los ritos poniendo por encima a las personas, hablaba con autoridad, desde su experiencia de Dios, no de oídas, denunció el abuso de impuestos que llevaba a las personas a perder su tierra, convirtiéndose en esclavos, malhechores o prostitutas. Se granjeó la antipatía y la enemistad de los sacerdotes del templo y de los romanos porque el Reino de Dios que predicaba chocaba frontalmente con ellos.
Su vida y sus obras fueron el detonante que hizo estallar la hipocresía y la opresión de unos y otros. Su condena a muerte fue la consecuencia de su vida. Él no la buscó pero tampoco la evitó. La fidelidad y la confianza en su Abba revelaron su plena humanidad. Jesús, Dios hecho hombre, se nos desvela como la Palabra y la revelación más plena de Dios. El Espíritu estaba en Él.
No sabemos explicar la raíz última de tanta maldad. El odio, las guerras, el sufrimiento de los inocentes, la explotación infantil, el hambre, la persecución y la tortura, la violencia, la injusticia, la pandemia del Covid, el maltrato a la tierra, los océanos, los ríos, la contaminación, el cambio climático, el peligro nuclear.
Nosotros también hemos levantado esas cruces y hemos crucificado a muchos inocentes como Jesús Nazareno. Él desenmascara nuestras mentiras y cobardías. En la soledad de la cruz, nos cuestiona nuestra fe, nuestra complicidad e indiferencia ante las víctimas. Celebrar la semana santa es contemplar al Crucificado en el Misterio de su muerte y acercarse a los crucificados de todos los tiempos.
Llama la atención en ese largo proceso del juicio y posterior condena, el silencio de Jesús. Excepto unas pocas palabras, él calla. Ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Han visto sus obras y a la gente que le seguía. No necesita convencer a nadie. No hay marcha atrás. Sólo le queda un último paso: la aceptación final hasta sus últimas consecuencias. Un estado de consciencia lúcida en la que se abre un vacío lleno de Luz aun en la noche más oscura, en el dolor más insoportable, en el total abandono, en la desolación más absoluta.
Quizá, cada uno/a lo experimenta de forma distinta o se prepara para ese encuentro definitivo de diversas maneras, si es que es posible… Luego, será/es la Vida, la Luz, el Amor, la Presencia, el abrazo, el beso, la plenitud, la gloria, la resurrección, el reencuentro…
¡Shalom!
Mª Luisa Paret
Fuente Fe Adulta
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