El juego de la vida y la muerte.
El evangelio de hoy nos invita a tomar conciencia
de cómo estamos gestionando esta dinámica:
vivir para nosotr@s o entregar la vida.
En aquellos tiempos…, se acercaba la celebración de la Pascua.
Y, como en las fiestas de nuestros pueblos y ciudades, la gente llena las calles. Quienes vienen de fuera aprovechan la ocasión para tener experiencias novedosas que puedan contar a la familia y vecindario, en las tertulias que hacen al caer la tarde.
Un grupo de griegos tiene la posibilidad de conocer a Jesús personalmente, al famoso rabí que acaba de armar un gran revuelo al entrar en Jerusalén rodeado de gente que le aclama con palmas y ramos. ¡No pueden perderse la ocasión!
Creen que necesitan un enchufe para acercarse a él, como pasa con la gente famosa o poderosa; y piden ayuda a Felipe y Andrés para que sean intermediarios.
Y, a partir de este momento, el evangelio de Juan nos sorprende porque corta el hilo de la “historia”. Los griegos no vuelven a aparecer en escena y Jesús nos ofrece una extraña catequesis. La gente le hace una pregunta a Jesús y él se marcha, escondiéndose. Extraña manera de comunicarse.
Comprenderemos mejor el evangelio de hoy si lo situamos en el contexto del último viaje de Jesús a Jerusalén; en este viaje se entrelazan la vida y la muerte con mucha fuerza.
Parece que la muerte le ha ganado la partida a Lázaro, pero Jesús revoca el resultado final, y se presenta como “la resurrección y la vida”.
Triunfa la vida por poco tiempo, porque a raíz de esta intervención de Jesús, Caifás, los pontífices y los fariseos deciden matarlo, por eso se va a una zona desértica con sus discípulos. En Betania se deja ungir por María, con una unción que recuerda la que se hace a los cadáveres; Jesús está anunciando el horizonte al que se dirige.
Y al entrar en Jerusalén proclama de nuevo el triunfo de la vida. Juan nos ofrece sus palabras. Hoy, cada un@ de nosotr@s y en comunidad, las traducimos. Por ejemplo: aunque parezca que se descompone el grano de trigo, en realidad se está produciendo la eclosión de su fecundidad. Aunque parezca que amar a los demás y entregar la vida, día tras día, es una pérdida, en realidad es la mayor ganancia porque se nos está transformando en una vida plena, intensa, con sentido (eterna). Aunque parezca que ponerse al servicio de Jesús es perder la libertad o una forma de esclavitud, en realidad es trabajar codo con codo con él y en su Reino. Aunque estemos tan turbados como Jesús, y aunque deseemos que nos libre de cualquier proceso que conduzca al sufrimiento y la cruz, hay un horizonte de glorificación y plenitud. ¿Dónde estamos en este juego entre la vida y la muerte?
Marifé Ramos
Fuente Fe Adulta
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