21 Marzo Domingo V de Cuaresma. Ciclo B
“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”.
Jesús llega a Jerusalén después del recorrido de una vida, en donde se ha ido conociendo y haciéndose consciente de la misión que su Padre le encomienda.
Poco a poco, en un desgranar la vida, va “comprendiendo” que la vida es una entrega continuada. Un descentramiento del mi, me, conmigo para dejar todo su espacio y tiempo a la escucha de Su Padre y al anuncio del Reino de los Cielos.
“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Y la glorificación en el Evangelio de Juan tiene lugar en la Cruz.
La Cruz, el vaciamiento de las voluntades, es el lugar de la entrega definitiva. Pero la gloria, la resurrección, la comprensión pasa por una muerte. La muerte de las pasiones, del no entender, del soltar todas las seguridades, los controles, los afectos.
Jesús se queda desnudo, se vacía, y ahí surge la novedad, el espacio totalmente libre de sí. Pero esto duele, desgarra, hace sentir el miedo, la angustia. Pero todo ello es el precio de una transformación en Vida Nueva. Vivir ya definitivamente para el Padre.
La Cruz es la entrega definitiva, la entrega plena, que conduce a la vida plena.
“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera”.
Jesús podía haber sido el hombre que vivía para los demás. En un desalojo continuado de su ego, pero si no hubiera existido una entrega definitiva, su vida no se hubiera plenificado siendo camino de Vida para los demás.
Solo quien es capaz de morir a sí mismo, en oscuridad y soledad, en la tierra de la entrega, es capaz de hacer brotar la esencia.
Jesús nos ofrece el mejor regalo: correr la misma suerte que Él. La entrega definitiva de la seguridad para vivir en la plenitud de ser.
Oración
Ayúdanos a desalojarnos de lo que no somos, a entrar sin miedo en la sombras para llegar a esa plenitud que es vivir en TI.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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