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Dom 14.3.21. Lázaro (iglesia) ponte en pie. La cinco resurrecciones (Jn 11)

Domingo, 14 de marzo de 2021

DFE19748-D552-48A3-B028-50C4ACED4AD7Del blog de Xabier Pikaza:

La liturgia del 4º domingo de cuaresma ofrece la Cuarta Catequesis pascual. La 1ª ha sido la de la tentación de Jesús. La 2ª la transfiguración. La 3ª la de la “purificación” del templo. Como 4ª catequesis quiero escoger hoy (en vez de la de Nicodemo) la de la Resurrección de Lázaro.

Esta “historia” de Lázaro es la más verdadera de las historias cristianas, pero no puede tomarse en sentido historicista: no se trata de un suceso externo, acontecido una vez, un día determinado, el “prodigio”de un muerto físico que resucitó a la vida anterior, sino de una catequesis honda, gratuita y exigente, de la resurrección, elaborada por la comunidad del Discípulo amado, con un fondo de recuerdos y tradiciones históricas (que aparecen sobre todo en Lucas en el Evangelio de Lucas (la casa Marta y María, la parábola Lázaro el mendigo).

En ese contexto ofreceré una reflexión sobre las cinco resurrecciones: 1. Resurrección final, todos los muertos. 2. Jesús resucitado. Yo soy la resurrección y la vida. 3 Lázaro: Tu eres un resucitado.4 La Iglesia, comunidad de resucitados.5 La vida humana, experiencia y camino de resurrección. Quiero insistir en la resurrección de la Iglesia.

Texto. Jn 11, 1-46

 En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo…

 [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: “El Maestro está ahí y te llama.” Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”] Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] sollozó y, muy conmovido, preguntó: “¿Donde lo habéis enterrado?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo.”

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?” Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar…

(1) Primera resurrección, aquella en la que creían los judíos (como Marta): Así dijo Marta: “Mi hermano resucitará en la resurrección del ultimo día”. Ésta es la fe de gran parte de Israel, en tiempos de Jesús, la fe de los fariseos y los apocalípticos. Al final de los tiempos, los muertos se alzarán de las tumbas, unos para la vida eterna, otros para la condena. Así es como creen, todavía, la mayor parte de los cristianos. No está mal esta fe, pero no es la esencia de la vida cristiana, que se centra en la resurrección de Jesús en la historia.

(b) Segunda resurrección: Jesús, la fe en Jesús. Cristiano es aquel que cree que Jesús ha resucitado, no por no morir, sino precisamente por haber muerto a favor de los demás.  La resurrección es la experiencia y gracia de la vida que tenemos (que somos) al regalarla y compartirla con los otros. Por eso dice Jesús: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”.  Esta resurrección está vinculada a la experiencia del encuentro con Jesús, que vence al pecado (el poder de la muerte), haciendo que se exprese en nosotros, aquí, en este mundo, el poder de la Vida. “El que cree en mí… aunque haya muerto”, es decir, aunque se encuentre dominado por el pecado (por el miedo, por la ira…), recibirá el perdón, obtendrá la gracia, podrá vivir, aquí, en este mundo.

(c) Tercera resurrección. Tú eres Lázaro.  La historia de Lázaro no es la de un hombre del pasado…sino la de cada uno de los creyentes. Lázaro eres tú mismo, somos todos y cada uno de los creyentes. Por eso dice Jesús “el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. El que “está vivo” es aquel que ha renacido en Jesús, que ha experimentado su vida (la presencia y gracia de Dios en su propia existencia).

              Por eso, que creen de verdad (los que están vivos en Cristo), los que acogen, comparten y regalan la vida  a los otros no pueden morir, no morirán nunca jamás (aunque externamente fallezcan). Nadie que vive en Cristo (es decir, en la Palabra de Dios, en el Seno de su Amor) puede morir. Cambia de vida, su vida se transforma, pero él no muere. Esta experiencia de vida (el que cree y vive en Jesús no muere) no es un engaño interior, sino la experiencia suprema de la Fuerza de la Vida, que es Dios en nosotros. De esta fe en la resurrección ya acontecida han vivido y viven los grandes creyentes, de oriente y occidente. De ella seguiremos hablando en días sucesivos, aunque ya aquí quiero, a modo de apéndice, ofrecer algunas reflexiones.

(d) Cuarta resurrección: Una iglesia al servicio de la vida, en comunión de amor, desde los más pobres.  La experiencia de la resurrección no es algo “privado”, de cada creyente, sino una experiencia comunitaria de vida que se comparte, en forma de comunión, de entrega mutua, de servicio a los últimos y pobres; por eso, la resurrección se expresa en la vida de los pobres y excluidos (que son ya presencia de Dios) y en el servicio de la Iglesia a favor de ellos.

Sólo hay un camino de resurrección: iniciar en este mundo una existencia verdadera, definida por la gratuidad y la entrega mutua entre persona, en forma de comunidad de resucitados, esto es, de Iglesia, como ha señalado  el Apocalipsis cristiano (Ap 20, 1-6) cuando habla del reino histórico de los Mil Años, definiéndolo como Resurrección Primera.

              Los verdaderos creyentes empiezan a resucitar dentro de la misma historia, creando un reino que se encuentre bien fundado en la experiencia de los expulsados, los marginados de la sociedad.

(e) Quinta resurrección, camino universal de vida. Los creyentes son unos “resucitados” porque viven vinculados en Dios, compartiendo la vida uno en otros y con otros.  La experiencia de la resurrección no es algo privado y particular para los cristianos, sino una experiencia de vida que ellos quieren y pueden transmitir a todos los hombres del mundo, de un modo gratuito, humilde, sin imposiciones.

No se trata de confundirlo todo, nada de es.  Dios deja no de ser divino, ni los humanos criaturas. Siguen siendo distintos: Dios trascendente, los humanos limitados. Pero uno y otros se vinculan de forma definitiva, en comunión de vida. Dios es Dios dando su vida a los hombres (resucitando en ellos). Los hombres dándose la vida unos a otros, y todos a Dios (en Dios) en que superan la muerte.

No es que lo divino vuelva a Dios (el polvo el polvo, el alma a su cielo) sino que el ser humano entero (como persona) pueda dar su vida a Dios, pueda entregársela en amor, y Dios se la reciba, para culminarla así en forma definitiva, en la medida en que los hombres comparten la vida unos con otros.

La salvación no consiste en dejar de ser humanos, en olvidar la historia, sino en culminarla y recrearla plenamente. En ese sentido, la resurrección implica cumplimiento de la historia, en diálogo con Dios y en diálogo de amor y de servicio mutuo, empezando por los más pobres. En sí mismo, el humano es mortal, la historia es cadena de muerte. Pero en diálogo con Dios, puede culminar su camino, siendo recibido en Dios, por Dios, en diálogo de amor que ya no termina.

Apéndice Reflexiones ulteriores sobre la resurrección

– Es resurrección de la carne, es decir, de la naturaleza y de la historia. El mundo no es por tanto una cárcel o pecado sino un camino de vida que puede culminar, por gracia de Dios, en una especie de inmortalidad gozosa. Esto que llamamos carne (mundo, historia) no es la expresión de un forzado eterno retorno angustioso. La historia se define aquí como camino abierto que puede ser culminado por Dios en forma de creación definitiva (para los cristianos, la historia está ya fecundada por Cristo, que ha sido “engendrado” en nosotros, de forma que los que creen en él ya no mueren).

– Es resurrección de la persona, en el sentido más estricto del término. El mundo en sí no puede resucitar, tampoco los organismos sociales, pues no se poseen a sí mismos (no tienen realidad autónoma). Sólo resucitan, culminan su camino de realización, las personas, en las que Dios habita, como dijo el mismo Jesús hablando de Abrahán, Isaac y Jacob, amigos de Dios… Si ellos vivían en Dios no podían morir. Lo mismo, en grado más explícito, se puede decir de los cristianos. Quienes creen en Jesús (viven en él) no pueden morir, porque Cristo es la resurrección y la vida. Mirada así, la resurrección pertenece al camino personal de la presencia de Dios (de su Cristo) en los hombres. Los humanos puede realizar y culminar la vida en gratuidad, la ponen en manos de Dios y Dios la acoge, es decir, les resucita.

– Resucitar, creer en el valor de la vida humana, en Cristo. Sólo esta fe en la resurrección confiere seriedad y sentido a la historia humana. En el fondo, creer en la resurrección significa creer en el valor definitivo de esta vida personal, en el valor de las acciones que conforman y definen aquello que nosotros somos. Frente a las religiones de la interioridad que parecen dar primacía al deshacernos (debemos perder nuestra identidad mundana para ser en lo divino) las religiones de la resurrección destacan la exigencia del hacernos: somos aquello que nosotros mismos vamos realizando, en camino abierto a la acción del Dios que nos resucita. La fe en la resurrección constituye un elemento importante de la tradición judía, que ha recibido un sentido nuevo en el cristianismo y ha sido asumida por el islam. Hay algo común en las tres perspectivas, pero ellas tampoco pueden identificarse.

Por eso, la resurrección empieza dentro de la misma historia. No es algo simplemente para después, vida tras la muerte, sino diálogo de amor que comienza en este mundo, en forma de recreación personal y, sobre todo, de entrega en favor de los demás. La vida “eterna” no consiste en negar (abandonar) el mundo, como suponían los creyentes de las religiones de la interioridad, sino en amar a los demás, en optar por la vida de los pobres, como ha destacado la tradición del Discípulo Amado (en Jn y 1 Jn). Aquellos que aman a sus hermanos “han pasado de la muerte a la vida”, participan del misterio del Cristo que es ya aquí resurrección y vida (cf. 1 Jn 3, 14; Jn 11, 25). La opción por los pobres constituye (como veremos al ocuparnos de Mt 25, 31-46) el signo y anticipo de la resurrección en este mundo [1]

Creer en la resurrección significa creer en el valor definitivo de esta vida, tanto en plano de despliegue personal (de realización del propio ser humano), como de opción por la vida de los otros (es decir, de amor activo, en favor de los demás). Frente a las religiones de la interioridad que dan primacía al deshacernos (debemos perder nuestra identidad mundana para ser en lo divino), las de la resurrección destacan la exigencia del hacernos y hacer a los demás: somos aquello que vamos realizando, en diálogo con Dios y amor activo hacia los otros.[2]

Resurrección en las “tres” religiones

* Judaísmo. En general, el antiguo Israel no creía en la vida de los individuos tras la muerte, sino en el futuro del Israel (o de la humanidad). Pervive el pueblo, los individuos en cuanto tales mueren. Pero en los últimos siglos antes de Cristo, muchos grupos judíos empezaron a creer en la resurrección de los muertos, al menos de los que han sido fieles al Dios de la alianza. Esa resurrección pertenece, ante todo, al pueblo en cuanto tal, es decir, a los justos del de Israel (y de un modo especial a los que han dado la vida por su fidelidad a Dios). Los antiguos patriarcas no han podido morir para siempre, ni mueren y/o terminan los mártires y aquellos que han sufrido por la alianza. Es normal que Dios los resucite al fin de los tiempos, formando con ellos (los muertos fieles) el pueblo definitivo de la vida que nunca termina.

Esa resurrección se vincula al fin de los tiempos, es decir, a la culminación de la obra de Dios. Dios no ha creado en vano a la humanidad, no ha dirigido a su pueblo en vano. Por eso es normal que, al final de los tiempos, los justos participen del triunfo del pueblo de Dios. De todas formas, no todos los judíos del tiempo de Jesús creían en la resurrección final, ni todos lo hacían de la misma forma. Había grandes discrepancias entre saduceos y fariseos, entre apocalípticos y esenios… Pero la mayor parte creían en la resurrección final de los muertos, con el triunfo y vida eterna de los buenos israelitas (y gentiles).

 * Islam. Los musulmanes no interpretan la resurrección como signo de la presencia de Dios en el pueblo perseguido (como en el judaísmo), ni como experiencia de vida que brota de la muerte de Jesús (como en los cristianos), sino como elemento básico de la fe en el juicio de Dios. [3] Ellos no discuten la resurrección, como no discuten los otros elementos de la revelación de Dios, manifestado por medio de Mahoma y expresada en el Corán. Como elemento del Coran eterno, es decir, de la eterna verdad de Dios, ellos confiesan la existencia de un juicio final, con la resurrección de los creyentes, que forma parte de la justicia de Dios, concebida de un modo muy concreto, como expresión de su poder final de transformación de la vida.

 * Cristianismo. Para los discípulos de Jesús, la fe en la resurrección está vinculada a la vida de Jesús. Ellos no creen en la resurrección general o final de los muertos (aunque esa fe pueda estar en el fondo de su confesión pascual), ni en el juicio de Dios (aunque esa fe puede influir en alguna de sus formulaciones), sino en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y en Jesús como el resucitado. Dios es, por tanto, aquel que ha resucitado a Jesús (es más que creador o juez) y Jesús es sentido y centro personal de la resurrección: ha entregado su vida en favor de los condenados y expulsados de Israel (los cojos, mancos, ciegos); pero Dios le ha resucitado, ratificando su Jesús en favor de la vida; por eso, su resurrección resulta inseparable de su causa, es decir, de su entrega en favor de los últimos del mundo.

            La fe en la resurrección se identifica así con la misma fe en Jesús (en su persona y en su obra). De esa forma, la fe y esperanza en la resurrección, que se ofrece por Cristo y en Cristo a los cristianos, resulta inseparable de la opción mesiánica en favor de los marginados.

Los cristianos vinculan la resurrección a la experiencia histórica de Jesús y la explicitan forma de amor mutuo y liberación dentro de este mundo. Resurrección no implica sólo una opción en favor de la vida sin más, sino una opción personal, creadora y definitiva, en favor de la vida amenazada, excluida, condenada. La fe pascual no es una confesión abstracta, de tipo general, sino gesto de toda la persona, que se pone al servicio de la gratuidad y de la acción salvadora por el reino. Desde ese fondo, podemos afirmar que son cristianos aquellos que creen que Jesús ha resucitado y que su resurrección se manifiesta, como veremos, en la nueva vida de los creyentes y de un modo especial en su entrega en favor de los expulsados de la vida.

Notas 

[1]Ciertamente, este mundo en cuanto tal no puede resucitar, pero la resurrección empieza a expresarse a través del amor interhumano, dentro de este mundo, como supone Ap 20, 1-6, cuando habla del reino histórico de los Mil Años, definiéndolo como Resurrección Primera. Los verdaderos creyentes empiezan a resucitar dentro de la historia, suscitando en este mundo un reino fundado en la entrega de los mártires, expulsados y marginados. Por eso, la resurrección final o Resurrección Segunda (Ap 21-22) no es negación sino culminación de la historia humana.

[2]Esta fe en la resurrección es un elemento importante de la tradición judía, asumida por el islam y recreada en el cristianismo a partir de la experiencia de Jesús. En principio, el judaísmo podría haber existido sin fe en la resurrección (que no aparecía en la experiencia israelita más antigua). La resurrección de los muertos es muy importante en el islam, pero tampoco constituye el núcleo de su fe (centrada en Dios y en su profeta). Por el contrario, ella es el centro de la fe cristiana: Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos (cf. Rom 4, 24).

[3]Los judíos han buscado por siglos el sentido del futuro (del pueblo y de sus fieles), hasta centrarlo en la la resurrección universal, vinculado a la esperanza mesiánica. Los cristianos confiesan que la pascua de Jesús es principio de toda resurrección. Por el contrario, los musulmanes han tomado la resurrección como punto de partida de una fe fundada en la revelación de Dios y en el juicio final de la historia.

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