El encuentro con Dios ni se compra ni se vende.
La acción simbólica que Jesús realiza en el recinto del Templo es narrada por los cuatro Evangelios, aunque con acentos y perspectivas diferentes. El hecho de que todos la recuerden muestra su historicidad y nos sitúa ante un hecho de la vida de Jesús que, sin duda, nos desconcierta porque expresa una indignación que no estamos acostumbrados/as a ver en Jesús.
Al contrario de los evangelios sinópticos (que sitúan esta escena al final de la vida de Jesús) el texto de Juan narra esta historia al comienzo de la vida itinerante de Jesús por Palestina. De este modo la acción que el Maestro realiza se muestra como un acto que revela el horizonte de su misión y su propuesta salvadora.
El templo de Jerusalén
El Templo de Jerusalén era el referente central en la experiencia religiosa de Israel. A su sombra se fue fraguando su identidad como pueblo. Las normas, ritos y festividades que han ido conformando su vida cultual orientaban el camino de encuentro con Dios, pero también delimitaban el modo en que hombres y mujeres judías debían comprender y relacionarse con él. El recinto se dividía en diferentes espacios que se iban desplegando desde los más profanos a los más sagrados a través de los cuales se visibilizaban las fronteras sociales y religiosas que determinaban lo que era puro o impuro en relación con Dios[1].
El relato comienza con la llegada de Jesús a Jerusalén en un momento próximo a la celebración de la fiesta de la Pascua. Se dirige al Templo, pero lo que allí ve no le gusta. Con frecuencia pensamos que Jesús se indignó porque se encuentra con gente que está haciendo negocios, no siempre lícitos en el lugar sagrado. Pero, en realidad las cosas eran un poco diferentes.
Con motivo de la fiesta Jerusalén se llenaba de creyentes judíos que venían de todos los lugares del Imperio para vivir uno de los momentos más significativos del calendario religioso. Al templo se accedía a través de un patio, denominado “atrio de los gentiles”, al que podían entrar cualquier persona y en él se situaban los/as vendedores/as de animales y de objetos que cumplían los requisitos legales y rituales que los hacían aptos para los sacrificios y ofrendas. Además, como se consideraba impura cualquier moneda que no fuese acuñada en el recinto sagrado había también puestos que, a modo de banco, cambiaba ese dinero por dinero no contaminado. Todo esto era necesario para que se pudiese llevar a cabo de forma adecuada el culto sacrificial que se consideraba era digno de Dios. Nadie por tanto consideraba esto sacrílego o pecaminoso, aunque sin duda, existiesen abusos o prácticas fraudulentas.
La casa de mi Padre/Madre
En este contexto tenemos que preguntarnos por qué Jesús se indignó tanto al ver en el patio la actividad habitual en medio de las celebraciones religiosas. El problema no era lo que se hacía sino cómo se entendía lo que se hacía. Jesús actúa de ese modo porque entiende que el modo en que se pretende dar culto a Dios no es el adecuado. Al estilo profético, Jesús denuncia que ese no es el culto que Dios, su abba, desea[2]. Y no lo es porque el culto se sostenía en fronteras rituales que separaban lo sagrado y lo profano, los buenos de los malos, los puros de los impuros, y Dios quería un encuentro sin fronteras con cualquier ser humano que lo buscase, lo necesitase o sencillamente lo invocase.
L@s discípul@s vieron, escucharon y recordaron
El autor del evangelio de Juan, después de narrar el hecho, intenta explicarlo y lo hace introduciendo dos textos de la Escritura: Zac 14, 20-21 y el Salmo 69, 10. Ambos textos visibilizan la tradición mesiánica, la narrativa que sostenía la esperanza de Israel en alguien, que, en nombre de Dios, les trajese liberación y reconstruyese al pueblo amenazado por tantas crisis y oprimido una y otra vez.
El texto del profeta Zacarias se pone en boca de Jesús de forma bastante libre cuando dice: “no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado”. La alusión hace referencia a unas palabras del profeta que busca hacer entender a Israel que la autentica salvación no llega por sacralizar espacios personas u objetos, sino que llegará cuando se deje habitar a Dios en cualquier espacio, persona u objeto porque toda la realidad es casa de Dios, es lugar de su presencia[3].
Las palabras del salmo 69 que l@s discipul@s recuerdan “el celo por tu casa me cuesta la vida”, evocan el camino que las primeras comunidades hicieron para entender la muerte de Jesús y la relación que ésta tiene con su actitud hacia el templo. En la vida de Jesús y en su final se revelaba un modo diferente de entender a Dios y su relación con los seres humanos. Un modo que lo enfrentó a las autoridades religiosas y civiles de su tiempo y que se expresaba con claridad en su indignación al tirar las mesas del mercado en el Templo. Jesús cuestiona y rechaza ese lugar sagrado de Israel porque no sirve como mediación para un culto basado en la misericordia, la inclusión y el perdón que Dios quiere regalar a los seres humanos.
Para el evangelista y su comunidad queda claro que con Jesús se ha inaugurado un tiempo nuevo, se ha ampliado la tienda en la que Dios nos encuentra, se han roto las barreras que nos separan, porque ahora es Jesús en su historia concreta (su cuerpo), en su palabra y en su actuación quien señala el camino auténtico hacia Dios y quien revela su autentico rostro.
Escuchando el relato joánico quizá podamos preguntarnos si hoy en nuestra Iglesia estamos siguiendo el modelo cultual del templo o el que nos ofreció Jesús. Si seguimos poniendo un mercado sagrado para preservar nuestros ritos o caminamos descalz@s por los caminos polvorientos de la vida refrescando nuestro corazón con una espiritualidad despojada de fardos ajenos y sostenida en la confianza en un Dios que es siempre compañero y amigo.
Carme Soto Varela
[1] Cfr. Junkal Guevara, “Templo y templos. Arquitectura sagrada en la Biblia”, Reseña Bíblica, 106 (2020), 11-21.
[2] José Ramón Busto Saiz, Cristología para empezar, Sal Terrae 1991, 75-76.
[3] Ib, 80-83.
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