Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
- A continuación, el Espíritu empujó a Jesús al desierto…
No pensemos que las tentaciones de Jesús se produjeron materialmente en el desierto y de la noche a la mañana. Tampoco pensemos que, una vez vencidas las tentaciones, Jesús quedó libre de todo peligro. Por tanto hemos de pensar que Jesús fue tentado, como todos nosotros, a lo largo de toda su existencia.
La película “La última tentación de Cristo”, (Martín Scorsese), refleja cómo Jesús tuvo tentaciones hasta el Calvario.
La escena del evangelio de hoy se sitúa “a continuación” del bautismo de Jesús en el Jordán, donde el Espíritu desciende sobre Jesús: este es mi Hijo.
“Cuarenta días” son los cuarenta años de camino de los israelitas por el desierto de la vida hacia la libertad y tierra de promisión. Por otra parte, “cuarenta años” significaba toda la vida. Jesús atravesó el desierto de la vida, y durante toda su vida tuvo sus tentaciones, como todos.
Marcos no especifica las tentaciones que sufrió Jesús. Pero hemos de pensar que sufrió las mismas tentaciones que padecemos todos en la vida, pues Jesús se hizo hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado.
- ¿La gran tentación (intento) no será el deseo de absoluto?
En lo más hondo de nuestro ser, todos tenemos una nostalgia infinita de vida y bienestar, de plenitud. Somos un eterno deseo incumplido, hoy por hoy. Nuestra esperanza es como un deseo absoluto, pero con el conocimiento de que nosotros no nos podemos dar a nosotros mismos la plenitud, la felicidad completa. Somos una pasión infinita.
Todo ser humano es una búsqueda infinita. Esta eterna búsqueda no es una cuestión religiosa. La llamada de la felicidad no depende de que uno sea creyente o no. Todos, creyentes y no creyentes, tenemos “hambre y sed de todo y del Todo. “El gozo quiere ser eterno; todo placer y felicidad reclaman eternidad”, decía ya Nietzsche, que fue irreligioso terminal.
Somos siempre para nosotros mismos una asignatura pendiente. Somos una diferencia entre lo que somos y lo que quisiéramos ser y vivir.
Seamos creyentes o ateos, ninguna realidad humana llena nuestro corazón. Nunca el placer es bastante, nunca el dinero colma el corazón de ser humano. El hombre se supera a sí mismo infinitamente porque siempre está en camino hacia la plenitud infinita.
Intentamos sobrepasamos el mundo de la naturaleza, pero nuestro corazón no se aquieta con la simple satisfacción de nuestras pulsiones e instintos.
San Agustín escribía aquello de: Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto, pues solamente descansará cuando te encuentre.
Un salmo expresa muy bien estas cosas:
Mi alma tiene sed de ti, mi vida ti ansia de Ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua, (Salmo 63,2)
- ¿tentaciones, intentos, pecado, equivocaciones o desequilibrios?
No creo que las tentaciones provengan del diablo, de un señor al que Dios le da permiso para zascandilear al personal, de modo que la gente “caiga”, y así tiene un cliente más en el infierno. Seamos cristianos adultos.[1]
Eso como lenguaje mítico, puede servir si se entiende y se explica bien, pero las cosas no son tan simples. Podíamos pensar que las tentaciones más bien son intentos de ser felices en la vida.
La misma expresión: “tentación”, viene de “intentar”. Intentamos hacernos con la plenitud, “ser como dioses”. La tentación es la continua tentativa de “tocar”, de llegar al absoluto. Las tentaciones son expresiones de ese deseo “irremediable” de felicidad que todos llevamos dentro.
Lo que pasa es que en ocasiones nos equivocamos.
Por eso, muchas opciones en la vida más que pecado, son desequilibrios, errores, viejos problemas psíquicos, adicciones, costumbres inveteradas que tienen que ver más con la psicología, cuando no con la patología. Un drogadicto, un ludópata, un alcohólico no tienen tentaciones.
Probablemente las adicciones son salidas (compulsivas) a grandes sufrimientos y ansiedades. Es un intentar aliviar esos sufrimientos profundos con una “huida definitiva”
La libertad humana, -¡débil y pobre libertad humana!- se las tiene que haber con esos intentos-tentaciones, que tienen que afrontar las diversas crisis con las que nos debatimos en la vida: la desesperación, la desconfianza, las amarguras, la angustia, el miedo, que pueden terminar por llevarnos a una pérdida de la fe, de la esperanza, del amor.
Hay casos límite como puede ser el suicidio, las adicciones a la droga, al erotismo, cleptomanías, ludopatías, etc. En el fondo se busca calmar y salir de un gran dolor existencial: el dolor del rechazo, de la soledad, el dolor del desafecto, de los fracasos, de la ansiedad, del mal trato de la infancia, de las culpabilidades morales, el dolor de “muchas asignaturas pendientes en la vida” o cualquier otro tipo de dolor.
Eso no son tentaciones, ni pecado y no sería cristiano culpabilizar (nunca es cristiano culpabilizar). En estas cosas de tentaciones y tendencias del ser humano, se entremezclan y funcionan mecanismos psicológicos, subconscientes e inconscientes, “viejas historias”, etc., que pueden requerir atención médica, psiquiátrica, también espiritual.
- Voluntarismo.
(Viene de voluntad, fuerza de voluntad), que a su vez, deriva del latín: querer.
Pero no siempre las tentaciones, los desequilibrios, adicciones, etc., se resuelven desde la voluntad. No siempre es cierto el refrán castellano: querer es poder. Todos tenemos conciencia de que muchas veces, querer no es poder.
Hay búsquedas y tentaciones que han de ser tratadas desde la medicina, psicología, logoterapia, desde la apertura a la misión, a los demás.
Los voluntarismos pueden terminar siendo patológicos.
Quizás la tentación humana, nuestra tentación, nuestro intento de ser feliz es descansar en el Señor, en la gracia, en la gratuidad.
Cuando una persona dice en su interior: no puedo con mi alma, está ya descansando en el Señor y -en lenguaje demasiado voluntarista-: está venciendo la tentación. (La tentación no es cuestión de guerra, vencer, derrotar al enemigo, etc., sino que es cuestión de paz interior. Nuestra plenitud, nuestro ser están en Dios: Sólo en Dios descansa mi vida, Salmo 61).
- La Cuaresma y la vida son tiempo de gracia y evangelio
La cuaresma y la vida son siempre desierto y dureza y no es fácil caminar a trompicones, con hambre y con sed.
Pero, sobre todo, la cuaresma (y la vida) no es tiempo de culpabilidades y de fanáticas penitencias y castigos. La cuaresma es tiempo de gracia, de caminar sereno y de evangelio.
Que el espíritu, la fuerza de Dios nos atraiga y nos impulse en la vida, de modo que no nos cansemos de caminar, que, tal vez sea la gran tentación
Tentaciones no nos van a faltar, probablemente el pecado estará presente en nuestra vida, pero con toda seguridad quien estará siempre con nosotros es Dios, como la nube que cubría al pueblo por el desierto.
La conversión no equivale a evocar culpabilidades y remordimientos, a repetir y repetir confesiones y más confesiones, sino que convertirse es poner nuestra mirada en Dios. No significa mirar atrás con amargura, sino mirar hacia adelante con esperanza.
Los cristianos vivimos aquello que dice el salmo 31,1.
Dichoso aquel a quien Dios no le tiene en cuenta su culpa,
a quien le han sepultado su culpa.
Con este espíritu vivamos la cuaresma desde el Evangelio: confiad en el evangelio.
[1] Es hora ya de acoger e interpretar los simbolismos de un cristianismo pre-moderno.
Biblia, Espiritualidad
1º Domingo de Cuaresma, Ciclo B, Cuaresma, Desierto, Dios, Evangelio, Jesús, Satanás
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