Pueblo de Dios… ¿Estirpe elegida?
No parece una cosa tan evidente que los cristianos sean una «estirpe elegida». Pendencieros, vanos, egoístas, petulantes, ingratos, tenaces en el resentimiento, los miembros de esta raza elegida a duras penas se distinguen en el marco de la universal miseria humana. Nada de lo nuestro puede haber motivado, ni de lejos, la elección divina. El único valor que hay en nosotros es precisamente esta elección, que lleva a cabo y explica cuanto de santo, de puro, de generoso, de sabio, de bueno… germina en un terreno tan sórdido y duro. La existencia de una «estirpe elegida» no significa que haya «estirpes excluidas». La estirpe elegida está compuesta por todos los que no se defienden del asalto del amor que está en el origen de todas las cosas que existen. Los «predestinados» son -allí donde se encuentren los que se dejan amar. La Iglesia es la asamblea de los convocados por el amor del Padre.
Somos un pueblo, unificado por la común dignidad y por la esperanza común. Somos un pueblo con la única ley del amor. Con nuestro comportamiento podemos desmentir mil veces esta realidad nuestra, pero no por ello deja de estar arraigada y de ser urgente dentro de nosotros. Somos un pueblo y parecemos una manada de litigiosos sumarios. Ahora bien, nadie debe ironizar ni escandalizarse. Nadie que sea capaz de registrar despiadadamente sus propias derrotas se maravillará de los ideales aparentemente inertes y traicionados por todos, con tal de que cada día se renueve el compromiso. Estoy tan asombrado y soy tan feliz de que me haya alcanzado la misericordia, que no llego a descubrir justamente motivos de indignación y de denuncia.
Somos un pueblo de gente que intenta amar en un mundo donde todo nos invita a atrincherarnos en nosotros mismos; que intenta contemplar la realidad verdadera y eterna, mientras que todos nos exhortan a disiparnos; que intenta orar, esto es, abrirse al diálogo con el Padre, cuando todos están persuadidos de que el cielo es un vacío y el mundo un orfanato. Todos estos repetidos intentos, realizados juntos para que nuestro escaso ánimo se multiplique y nuestros abatimientos no se sumen, eso es el pueblo de Dios .
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G. Biffi,
Meditazioni sulla vita ecclesiale,
Milán 1972, pp. 129-132, passim
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