Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
- No es lo mismo poder que autoridad.
A veces confundimos y nos parece que es lo mismo poder y autoridad. Y no es así.
Poder tiene la persona porque así se lo ha conferido quien puede hacerlo. Un obispo en su diócesis tiene poder-potestas, porque ha sido instituido en tal cargo por quien puede hacerlo, Roma (dejémoslo ahí). Un político tiene poder porque, se supone, que el pueblo le ha conferido tantos millones de votos (que se lo pregunten a Biden, más bien a Trump). Lo mismo se puede decir de un superior, de un cargo político, eclesiástico, cultural, etc.
Ahora bien, que se tenga poder no significa que se posea autoridad.
Autoridad (que viene de autor) tiene quien hace bien en la vida, en una comunidad, autoridad es quien por su bondad, por sus sanos criterios, por su competencia, por su bien estar en la vida, hace bien.
No todo el que tiene poder, tiene autoridad. Estamos cansados de ver y padecer personas de poder político, económico, eclesiástico que no tienen la más mínima autoridad sobre el pueblo, sobre su diócesis.
Jesús no tuvo poder: nunca se le vio en los ámbitos de poder y, cuando se le vio, fue para volcar las mesas y las “cuentas corrientes·” del Templo, de la banca. Sin embargo Jesús tenía autoridad: no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Es decir Jesús no era como los papanatas o paparazzis del partido o de la corriente eclesiástica de turno, sino que Jesús tenía un modo e enseñar nuevo: Este enseñar con autoridad es nuevo.
El uso y abuso de poder es una autoafirmación despótica. Probablemente el poder es un sedante de la falta de afecto y amor en la vida. El poder y despotismo es un “autoerotismo”: la “erótica del poder”! ¡Cuántos celibatos se han “mal solucionado” con una dosis de poder”, con un cargo, una presidencia, etc.! Cuidado con el poder religioso, es muy sutil y ladino: hurga, trata de controlar y dominar la conciencia y la libertad humana.
Jesús tenía autoridad y por eso no imponía, sino que sanaba, curaba, amaba. El modo nuevo de enseñar con autoridad de Jesús, era la misericordia y el amor. Jesús, -como Dios Padre-, perdona y así infunde respeto, (Salmo 129, 4). Jesús no fue a trompetazos ni baculazos por la vida, sino que fue sanando, expulsando “espíritus inmundos”.
Los príncipes de la tierra tiranizan y oprimen a los suyos: que no sea así entre vosotros, (Mt 20,25). ¡Qué mal suena y qué poco evangélico es que a los cardenales les denominen príncipes de la iglesia! ¡Qué poco evangélica es la actitud de obispos y sacerdotes que viven -o vivimos- con el poder como bandera de nuestra actuación pastoral!
La 1ª carta de Pedro recomienda a los que tienen alguna tarea en la iglesia:
Cuidad de las ovejas de Dios que os han sido confiadas;hacedlo de buena voluntad, como Dios quiere, y no como a la fuerza o por ambición de dinero. Realizad vuestro trabajo de buena gana, no comportándoos como si fuerais dueños de quienes están a vuestro cuidado, sino procurando ser un ejemplo para ellos. (1Ped 5,2-3)
- ¿Y los demonios y diablos, malos espíritus?
Jesús le increpó al espíritu inmundo: “Cállate y sal de él”.
En las culturas primitivas, en la historia de la filosofía y de la teología, en la misma historia de la Iglesia se han empleado muchas expresiones para describir el mal, el pecado hablando de espíritus inmundos, azufres, fuegos, convulsiones, etc.
En la Biblia, los evangelios llaman endemoniados o espíritus inmundos, más bien a enfermedades de tipo psiquiátrico: epilepsias, depresiones, etc.
La ilustración, la razón, las ciencias y la psiquiatría pusieron coto y razón a estas fantasías y supersticiones.
El mal, el pecado serio existe. Por desgracia es evidente que el mal existe: lo hacemos, está en nosotros mismos y en nuestra sociedad, en la Iglesia.
San Marcos sitúa al endemoniado -y no casual o ingenuamente- en Cafarnaúm (centro de la actividad de Jesús), en la sinagoga (la iglesia) y en sábado (día de culto y oración).
No es que sea el “criterio absoluto” de la sabiduría, pero S. Freud decía que los espíritus malignos son deseos reprimidos que se originan en la vida interior, en lo profundo de la persona.
Diablo es una palabra griega, precisamente la contraria de símbolo:
- o Los símbolos son los que unen, encauzan sentidos. Una bandera, la cruz, darnos la mano, son gestos que concentran significados.
- o Lo diabólico: Hay realidades humanas que, por su enorme fuerza y porque somos libres, nos pueden descentrar, despistar al ser humano: el poder en cualquier orden de la vida, el dinero, el placer, son pasiones y pulsiones que nos pueden hacer daño y podemos hacer daño.
- Por defecto el ordenador siempre saca la misma plantilla.
Todo el que trabaja con ordenador sabe que –“por defecto”– el ordenador siempre te ofrece la misma plantilla: tal tipo y tamaño de letra, márgenes de la página, espacios, etc.
Algo de esto podría ser lo que los clásicos denominaban “segunda naturaleza”. Todos nacemos con una plantilla buena, querida por Dios, sana. Vio Dios lo que había creado y era bueno. Todos nacemos inocentes, pero nos dura poco tiempo. La vida, la libertad, los deseos reprimidos (Freud), etc., crean en nosotros otra plantilla, “otro modo de ser” que nos lleva a unas actuaciones quizás negativas. Al pobre alcohólico, drogadicto o adicto, su “segunda plantilla-naturaleza”, le llevan a ese defecto.
Tal es el diablo de su o de nuestra vida. Los diablos y malos espíritus están en nuestro interior, en nuestras tendencias, en “nuestra plantilla” y se nos han instalado quién sabe por qué mecanismos, condicionamientos psíquicos, sufrimientos, costumbres, etc. El diablo no es un señor que anda por ahí paseando con un tridente y oliendo a azufre por nuestras calles y de cuando en cuando trata de “pillar” a este o aquel para llevárselo a la “caldera de pedro botero”.
- El centro del mensaje no es el demonio, sino Dios, la salvación de Dios.
En la vida hay encuentros positivos, amables y hay -o puede haber- encuentros negativos. Un encuentro con un buen médicos es sanante, ese médico tiene autoridad para con nosotros; un buen profesor es un encuentro luminoso en la vida y ese maestro tiene autoridad.
El encuentro con Cristo es salvífico, hace que el espíritu inmundo salga, desaparezca de nuestras vidas.
Jesús lo que hace no es predicar la condenación, el infierno, sino que libera a aquel hombre, como a tantos otros, incluidos nosotros de tantos espíritus interiores. Jesús nos libera: cállate y sal de él.
Jesús se enfrenta al mal, no condenando al pecador, sino liberándonos del mal.
Es curioso cómo en muchas de las predicaciones eclesiásticas el centro es el pecado y la condenación con toda la parafernalia de angustia y condenación. Si Cristo se enfrenta al mal es para el bien. El centro de Cristo es la salvación. El tratamiento que Jesús hace del ser humano adueñado de las malas pulsiones, es la salvación.
- Formatear el disco duro (o blando).
El mal, los malos espíritus, los demonios se vencen con el bien.
Lo “negativo”, lo diabólico, lo que nos despista tiene su sede en los sótanos de nuestra personalidad (inconsciente – subconsciente) o en la terraza de nuestras neuronas.
Eso no se arregla a cataclismos apocalípticos de angustia, moralina y fogonazos. Posiblemente con tales bravatas voluntaristas no hagamos sino aumentar las obsesiones.
Las buenas ideas, los buenos sentimientos, las aperturas a los demás, a la cultura a Dios irán ocupando y venciendo lo diabólico. Sólo Dios puede vencer lo sucio de nuestra vida, pero probablemente no con los exorcismos de películas de terror, sino con la suave brisa y presencia del Reino de Dios: de ese universo de positividad de la vida.
Quien destruye el reino del mal es el Reino de Dios: un nuevo modo de hablar y de vivir. Un nuevo modo de enseñar
Posiblemente nosotros también tenemos nuestros malos espíritus:
Cállate y sal de él.
Biblia, Espiritualidad
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