Comentarios desactivados en Éste es el Cordero de Dios.
Todo comenzó con un encuentro fortuito
un día cualquiera
a eso de las cuatro de la tarde,
una hora sin programaciones.
Tú pasaste cerca
y alguien les dijo quién eras;
ellos te siguieron sin decir nada,
e, intrigado, les preguntaste:
¿Qué buscáis?;
y te respondieron al estilo gallego:
¿Dónde vives, Rabbí?
Tú seguiste el diálogo diciéndoles:
Venid y lo veréis.
Y en un solo día se enamoraron de ti.
Así comenzó a tejerse el tapiz de tus sueños,
y el de ellos,
y el nuestro,
y el de otros que no sabemos…
Los primeros hilos fueron dos amigos y vecinos
que compartían inquietudes y maestro,
Andrés y Juan Zebedeo;
después, el hermano de uno de ellos, Simón Pedro;
y a continuación, Felipe,
un vecino de todos conocido e inquieto,
que se lo contó a su amigo de siempre,
Natanael, que era recto y bueno
y un poco escéptico,
al cual tú ya le habías echado el ojo
viéndolo ocioso.
Así, con muchos hilos finos y gruesos,
y de colores muy diversos…
hasta llegar a nosotros.
Y gracias a este tejer, en red y gratis,
tu nombre y buena noticia resuenan todavía
en nuestro mundo e historia
como algo que merece la pena y da alegría.
Y nosotros
vamos aprendiendo a ser discípulos tuyos
en esta tierra, día a día, Señor.
*
Florentino Ulibarri
Fuente Fe Adulta
***
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
-“Éste es el Cordero de Dios.”
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
–“¿Qué buscáis?”
Ellos le contestaron:
-“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”
Él les dijo:
-“Venid y lo veréis.“
Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
-“Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).”
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
–“Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).”
*
Juan 1,35-42
***
Señor Jesús, te miro, y mis ojos están fijos en tus ojos. Tus ojos penetran el misterio eterno de lo divino y ven la gloria de Dios. Y son los mismos ojos que vieron Simón, Andrés, Natanael y Leví […]. Tus ojos, Señor, ven con una sola mirada el inagotable amor de Dios y la angustia, aparentemente sin fin, de los que han perdido la fe en este amor y son «como ovejas sin pastor».
Cuando miro en tus ojos me espantan, porque penetran como lenguas de fuego en lo más íntimo de mi ser, aunque también me consuelan, porque esas llamas son purificadoras y sanadoras. Tus ojos son muy severos, pero también muy amorosos; desenmascaran, pero protegen; penetran, pero acarician; son muy profundos, pero también muy íntimos; muy distantes, pero también invitadores.
Me voy dando cuenta poco a poco de que, más que «ver», deseo «ser visto»: ser visto por ti. Deseo permanecer solícito bajo tu morada y crecer fuerte y suave a tu vista. Señor, hazme ver lo que tú ves -el amor de Dios y el sufrimiento de la gente-, a fin de que mis ojos se vuelvan cada vez más como los tuyos, ojos que puedan sanar los corazones heridos.
*
H. J. M. Nouwen,
In cammino verso l’alba di un giorno nuovo,
Brescia 1997, pp. 88ss.
Comentarios desactivados en “Hacernos más cristianos”. 2 Tiempo ordinario – B (Juan 1,35-42)
¿Esto que vivo yo es fe?, ¿cómo se hace uno más creyente?, ¿qué pasos hay que dar? Son preguntas que escucho con frecuencia a personas que desean hacer un recorrido interior hacia Jesucristo, pero no saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar su propia llamada, pero a todos nos puede hacer bien recordar cosas esenciales.
Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él. Me han hablado muchas veces de él; tal vez he leído algo sobre su vida; me atrae su personalidad; tengo una idea de su mensaje. No basta. Si quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo, tengo que movilizar todo mi mundo interior.
Es muy importante no pensar en Cristo como alguien ausente y lejano. No quedarnos en el «Niño de Belén», el «Maestro de Galilea» o el «Crucificado del Calvario». No reducirlo tampoco a una idea o un concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien que está en nuestra vida y con quien podemos comunicarnos en la aventura de cada día.
No pretendas imitarle rápidamente. Antes es mejor penetrar en una comprensión más íntima de su persona. Dejarnos seducir por su misterio. Captar el Espíritu que le hace vivir de una manera tan humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano, su pasión por la vida, su ternura hacia el débil, su confianza total en la salvación de Dios.
Un paso decisivo puede ser leer los evangelios para buscar personalmente la verdad de Jesús. No hace falta saber mucho para entender su mensaje. No es necesario dominar las técnicas más modernas de interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida desde mi propia experiencia. Guardar sus palabras dentro del corazón. Alimentar el gusto de la vida con su fuego.
Leer el evangelio no es exactamente encontrar «recetas» para vivir. Es otra cosa. Es experimentar que, viviendo como él, se puede vivir de manera diferente, con libertad y alegría interiores. Los primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «revestirse de Cristo», reproducir en nosotros su vida. Esto es lo esencial. Por eso, cuando dos discípulos preguntan a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?», ¿qué es para ti vivir? Él les responde: «Venid y lo veréis».
Comentarios desactivados en “Vieron dónde vivía y se quedaron con él”. Domingo 17 de enero de 2021. 2º domingo de tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
1Samuel 3,3b-10.19: Habla Señor, que tu siervo escucha. Salmo responsorial: 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. 1Corintios 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo. Juan 1,35-42: Vieron dónde vivía y se quedaron con él
La primera y la tercera lecturas se complementan presentándonos el tema de «la vocación»: la vocación del pequeño Samuel en la primera, y la vocación o el llamado de Jesús a sus primeros discípulos.
El libro de Samuel nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es la voz de su maestro Elí, con ingenua obediencia se levanta el niño tres veces en la noche acudiendo a su llamado. Samuel no conoce aún a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, y sabe acudir al llamado, una vez más, aun cuando en las primeras ocasiones le parecía haberse despertado en vano. Elí comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó entonces a crear la actitud de escucha: “Habla señor, que tu siervo escucha”.
La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen, mensajes que se cruzan y con frecuencia los seres humanos perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos, creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón, para escuchar contemplativamente.
Este texto sobre Samuel niño se ha aplicado muchas veces al tema de la “vocación”, palabra que, obviamente, significa “llamado”. Toda persona, en el proceso de su maduración, llega un día –una noche- a percibir la seducción de unos valores que le llaman, que con una voz imprecisa al principio, le invitan a salir de sí y a consagrar su vida a una gran Causa. Esas voces vagas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen con frecuencia de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don en la vida que haber encontrado la vocación, que es tanto como haberse encontrado a sí mismo, haber encontrado la razón de la propia vida, el amor de la vida. No hay mayor infortunio que no encontrar la razón de la vida, no encontrar la Causa con la que uno vibra, la Causa por la que vivir (que siempre es, a la vez, una causa por la que incluso merece la pena morir).
Pablo, en su carta a los corintios, nos recuerda que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que es necesario discernir en todo momento, qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios. Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad… En todo momento en cualquier situación debemos preguntarnos si estamos actuando en unidad con Dios y en fidelidad a su plan de amor para con todo el mundo.
En el evangelio de hoy, Juan nos relata en encuentro de Jesús con los primeros discípulos que elige. Es un texto del evangelio, obviamente simbólico, no un relato periodístico o una “crónica” de aquellos encuentros. Todavía, algunos de los símbolos que contiene no sabemos interpretarlos: ¿qué quiso Juan aludir, al especificarnos que… “serían las cuatro de la tarde”? Hemos perdido el rastro de lo que pudo tener de especial aquella hora concreta como para que Juan la detalle.
Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas ni vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, «siguen» a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. El diálogo que se entabla entre ellos y Jesús es corto pero lleno de significado: “¿Qué buscan?”, “¿Maestro donde vives?”, ”Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de su grupo de vida. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge sin trabas y los invita nada menos que a venir a su morada y quedarse con él.
Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras, son precisos también los hechos; no sólo teorías, sino también vivencias; no «hablar de» la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo, en su propia carne estremecida de gozo. O sea: una evangelización completa debe incluir una visión teórica, pero sobre todo tiene que ser un testimonio. El evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal. El impacto del testimonio de vida del maestro, conmueve, transforma, convence a los discípulos, que se convierten en testigos mensajeros.
Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia de encuentro con él. Las teorías habladas –incluidas las teologías–, por sí solas, no sirven. Nuestro corazón –y el de los demás– sólo se conmueve ante las teorías vividas, por la vivencia y el testimonio personal.
En la vida real el tema de la vocación no es tan fácil ni tan claro como lo solemos plantear. La mayor parte de las personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden «elegir su vida», sino que han de aceptar lo que la vida les presenta, y no pocas tienen que esforzarse mucho para sobrevivir apenas. El llamado de Dios es, ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por la sobrevivencia y por conseguirla del modo más humano posible. Este llamado, la «vocación» vivida en estas difíciles circunstancias de la vida, son también un verdadero llamado de Dios, que debemos valorar en toda su dignidad. Leer más…
Comentarios desactivados en 17.01.21. Dom 2 tiempo ordinario ciclo B Jesús fue Bautista antes que Cristo (Jn 1, 35-51), un tema aún abierto
Del blog de Xabier Pikaza:
Antes que cristo, Jesús fue bautista, discípulo y compañero de Juan, con quien compartió misión y discípulos comunes. El cambio de Jesús, dejando a Juan para hacerse testigo y portador del Reino, fue mayor que todos los cambios posteriores de la Iglesia (incluso el que ahora, 2021, debe realizarse).
Según Marcos, Jesús se bautizó con Juan, pero no fue discípulo suyo, sino que inició otro camino junto al “mar”de Galilea,no a la vera del Jordán, con cuatro pescadores (Simón y Andrés, Juan y Santiago: Mc 1, 16-20) a quienes llamó, como si antes no les hubiera conocido.
A diferencia de eso, y querido corregir (resituar) a Marcos, el Evangelio de Juan declara que Jesús fue discípulo de Juan Bautista, cuyo camino “reformó” y algunos de cuyos discípulos tomó como suyos.
Eso significa que Jesús no fue a buscar unos simples “pescadores” junto al lago, para iniciar con ellos su camino, sino que ese camino lo había iniciado con unos “especialistas” religiosos, discípulos de Juan Bautista (Andrés y Simón, Felipe y Natanael y probablemente el Discípulo amado).
Ese “detalle” resulta fundamental para planear y asumir hoy (año 2021) los cambios necesarios en la vida y ministerios de la Iglesia.
| X Pikaza
Evangelio del domingo: Jn 1, 31-51
En aquel tiempo, estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: “Éste es el Cordero de Dios.” Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Él les dijo: “Venid y lo veréis.” Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).” Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).
Al día siguiente, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Es Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». 48Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». esús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Jesús Bautista
El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue no sólo discípulo de Juan Bautista, sino “colega” suyo, compartiendo su misión bautismal como discípulo suyo, creando de esa forma un grupo propio grupo, de manera que puro haber incluso “competencia” entre unos discípulos y otros (los de Juan y los de Jesús)
Después de esto, se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; y allí permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación… (Jn 3, 22-25).
Este pasaje supone que Jesús creó su propia escuela de “bautistas” junto a la de Juan o, quizá, como una parte de ella, después de haber sido bautizado, quizá para ampliar y universalizar la experiencia de conversión del Bautista, para anunciar y adelantar de esa manera el juicio. En esa línea, de un modo consecuente, el Cuarto Evangelio supone que los primeros discípulos de Jesús fueron (habían sido) antes discípulos del Bautista, de forma que compartieron con Jesús el camino que llevaba del bautismo de Juan al anuncio del Reino con Jesús (cf. Jn 1, 19-51)
Frente a la visión más teológica de Mc 1, 16-20, donde Jesús llama directamente a unos discípulos ajenos al Bautista, para iniciar con él la gran tarea de la pesca del Reino, el Cuarto Evangelio (Jn 1, 19-51) afirma que algunos discípulos de Jesús (Andrés y un desconocido que debe ser el “discípulo amado”, con Pedro, Felipe, Natanael (cinco entre todos), habían sido antes discípulos de Juan, lo mismo que Jesús, de manera que compartieron con él una misma experiencia bautismal, vinculada a la confesión de los pecados y a la esperanza del juicio.
Eso supone que Jesús buscó sus primeros compañeros entre los discípulos de Juan, de manera que su “escuela” (lo que después será su movimiento de Reino) empezó siendo una “escisión” de la de Juan, con quien él había colaborado por un tiempo, después de haber sido bautizado.
– El evangelio habla en este contexto de una discusión entre los discípulos de Juan (en la línea de su maestro) y un “judío”, que parece ser el mismo Jesús, como destacan algunos manuscritos (cf. Novum Testamentum Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Según eso, el mismo Jesús debió “enfrentarse” (=discutir) con algunos discípulos de Juan sobre el sentido del bautismo. Se trataba, sin duda, de disensiones necesarias y lógicas. Si Jesús no hubiera disentido del Bautista no habría creado su propio movimiento.
Quizá por ocultar esa relación (con la dependencia de Jesús respecto a Juan) y el posible enfrentamiento entre discípulos de Juan y de Jesús, Marcos supone que Jesús no estuvo ningún tiempo con Juan Bautista, sino que vino junto a él (al terreno del río), se bautizó y se marchó (Mc 1, 9-11), para ser tentado por el Diablo y comenzar su actividad tras la prisión del Bautista (cf. Mc 1, 14), indicando así que Jesús fue su sucesor (nunca su colaborador).
Pues bien, en contra de eso, el cuarto evangelio (cf. Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma categóricamente que la misión de Jesús (y sus discípulos) estuvo vinculada por un tiempo a la misión de Juan, de forma que tuvieron discípulos “comunes”, de forma que el movimiento de Jesús fue una escisión de Juan, de manera que se aprovechó incluso de algunos de sus discípulos, para iniciar con ellos un camino compartido de Reino.
Enfrentamiento entre Juan y Jesús (o entre sus discípulos)
Cuando Jesús conoció que los fariseos habían oído que él (Jesús) hacía más discípulos que Juan y que bautizaba – aunque no era Jesús quien bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos – dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).
Un texto anterior (Jn 3, 22-25) decía que Juan y Jesús bautizaban en lugares no muy distantes: Juan en Ainón, cerca de Salim, que ser de la Decápolis (de donde pasó a Perea, territorio de Antipas, en cuyas manos le entregaron: Mc 1, 14); Jesús en una zona de Judea, es decir, ya al otro lado del Jordán.
En ese contexto, el Cuarto Evangelio supone que en un momento dado la misión bautismal de Jesús llegó a tener más importancia que la de Juan bautista (cf. también Jn 3, 30), aunque después añade un inciso (paréntesis) justificativo, afirmando que realmente Jesús no bautizaba, que lo hacían los discípulos (4, 2).
Ese “inciso” (aunque Jesús no bautizaba) parece probar todo lo contrario, puede debe tomar como una “excusa o justificación” , propia de un cristiana posterior, que no quiere aceptar que Jesús hubiera sido “bautista” y discípulo de Juan. Todo nos lleva a pensar que esa “justificación” no tiene fondo histórico y que Jesús de hecho bautizaba, como Juan, aunque podía ser con unos rasgos o matices diferentes, como muestra el texto anterior de la disputa entre (discípulos de) Juan y Jesús (Jn 3, 22-25). De todas formas, aunque Jesús no se hubiera dedicado a bautizar directamente, sino que lo hicieran sus discípulos, el problema seguía siendo el mismo. Jesús ha creado una “escuela” de bautistas, imitadores de la “escuela” de Juan.
A partir de aquí se deducen algunas consecuencias históricas que son muy importantes para conocer el desarrollo de la conciencia o, mejor dicho, de la identidad y misión de Jesús, que no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su escuela, recibió su bautismo y empezó realizando una tarea semejante: Mantenerse junto al agua del río, proclamando un bautismo de penitencia para perdón de los pecados.
Antes de “separarse” de Juan e iniciar su misión propia, Jesús era ya “alguien”: Descubrió y “maduró” su doctrina al lado de Juan y después como “competidor” suyo, en un camino en el que, desde la perspectiva cristiana, el discípulo acabó siendo mayor que el maestro, como Jn 3, 26-36 se ha esforzado por mostrar.
Jesús fue un tiempo discípulo de Juan, de tal forma que no sólo ha recibido su bautismo (ha entrado en su comunidad), sino que se ha sentido llamado a cooperar con él, aunque con variantes, buscando sus discípulos entre los de Juan, y bautizando con ellos. Eso significa que, en ese momento, a los ojos de Jesús, el movimiento de Juan no estaba vinculado de una forma exclusivista a su persona, sino que podía ser asumido, compartido y expandido por otros, que proclamaran también la llegada del juicio, oreciendo un bautismo de “liberación” een el trance del juicio.
Entre Jesús Juan pudo (y debió) haber diferencias de matiz y de lugar, pues se dice que Jesús y sus discípulos estaban en Judea (Jn 3, 22), en la parte occidental del Jordán, que es ya tierra prometida, suponiendo así que habían “cruzado” el río de las promesas, bautizando ya “desde el otro lado”. Por el contrario, parece que Juan y sus discípulos seguían al otro lado, “en Ainón, cerca de Salim” (3, 23), entre Perea y Decápolis, sin entrar en la tierra prometida.
Disputa. En ese contexto, mientras ambos bautizaban en lugares no lejanos, surgió una disputa entre los “discípulos de Juan” y un “judío (o los judíos, o Jesús: según las variantes del texto: Jn 3, 22-25) sobre las purificaciones,es decir, los bautismos. Este pasaje puede recoger una disputa posterior entre judíos sin más (quizá fariseos), discípulos de Juan y discípulos de Jesús (cristianos)…, pero todo nos hace pensar que en el fondo está el recuerdo de una discusión entre (discípulos de) Jesús y (de) Juan. Ese tema (sobre el signo e importancia del bautismo) se hallaba entonces en el centro de las discusiones proféticas y apocalípticas del judaísmo.
En un momento dado, Jesús y sus discípulos dejan de bautizar.Parece que, en aquel momento, el “ministerio de Juan” resultaba públicamente más visible que el de Jesús (y el otros bautista), de forma que Herodes Antipas sólo le condenó a él, y no a Jesús (aunque eso pueda deberse al hecho de que Juan bautiza en territorio de Antipas, mientras Jesús estaría por entonces en un territorio controlado por Pilato, procurador romano). Sea como fuere, Jesús y sus discípulos dejaron de bautizar, como supone no sólo Mc 1, 14-15, sino también Jn 4,3, cuando dice que Jesús dejó el Jordán y vino (volvió) a Galilea. Ese abandono del bautismo tuvo que deberse a un tipo de experiencia fuerte relacionada con Juan (que fue encarcelado) y de Jesús (que empezó a descubrir la novedad de su camino de Reino.
De la escuela bautista de Jesús a su mensaje de Reino:Como vengo diciendo, Jesús fue discípulo y colaborador de Juan, a quien vio como mediador del “juicio escatológico” de Dios, pregonero de su justicia. Sólo partiendo de su origen bautista, en la línea de otros movimientos de purificación y juicio de Israel podremos entender su mensaje y camino posterior de Reino de Dios, en las aldeas de Galilea.
Jesús parece haber empezado “reformando” el bautismo de Juan, pero acabó separándose de él, a partir de una experiencia nueva de Dios, que está en el fondo de Mc 1, 9-11 (tú eres mi Hijo…). Hubo, como es lógico, otros discípulos de Juan que no aceptaron la “reforma” de Jesús y que siguieron actuando con los mismos rasgos de Juan cuando él estaba encarcelado y después, tras su muerte (cf. Mt 11, 2; Mc 2, 18 etc.).
Jesús puso en marcha un movimiento propio, que ya no se centra en el bautismo para perdón de los pecados, sino en el anuncio y presencia del Reino de Dios. Desde ese fondo se entiende la palabra de Mc 1, 14, donde dice que Jesús dejó el Jordán (tierra del bautismo), después que Juan fue “entregado” (quizá traicionado: paradothênai), cayendo en manos de Antipas. Marcos supone así que el mensaje propio de Jesús comenzó sólo después que Juan hubiera culminado el suyo, siendo aprisionado
Jesús debió pensar que el juicio de Dios, anunciado por Juan como hacha-fuego-huracán, se había cumplido de otra forma, de manera que podía y debía proclamarse ya el perdón de Dios (¡llega el Reino!), precisamente allí donde Juan había sido ajusticiado. Jesús nunca rechazó al Bautista, sino que siguió vinculándose a él (cf. Mt 11, 2-18; Mc 1,30-32), pero pensó que su tiempo había terminado y su mensaje se había cumplido (cf. Lc 16, 16).
Ésta novedad de Jesús es comprensible: Cuando se llega al final de un proyecto suele descubrirse un nuevo comienzo, no por fracaso de lo anterior, sino por cumplimiento distinto. Jesús no “abandonó” a Juan porque lo que Juan hacía o decía fuera falso, sino todo lo contrario: porque se había cumplido. En la línea de Juan se llegaba hasta el límite del juicio de Dios. Pues bien, precisamente en ese límite (donde tenía que llegar el juicio y la muerte) se descubre un nuevo nacimiento.
«Uno de los mayores enigmas del evangelio de Jesús es cómo pudo darse esta inversión desde el mensaje del Bautista al de Jesús. Quizá puede explicarse de esta forma: aquel que espera que en cualquier momento llegue el juicio de aniquilación como consecuencia inexorable de la conducta humana equivocada, puede interpretar cada instante de la existencia del hombre y del mundo como una gracia inesperada. Más aún, en ese contexto, el simple hecho de que el sol salga y se ponga y que la tierra esté firme todavía pueden mostrarse como signos de la bondad de Dios, que hace brillar el sol de igual manera sobre malos y buenos y que ofrece a todos la posibilidad de convertirse. El hecho de que el fin del mundo, que se esperaba como algo inminente, no haya sucedido podría confirmar, a mi juicio, la certeza de que Dios es Totalmente-distinto: no es una amenaza para la vida, como el hacha que se eleva contra el árbol. Dios deja que la vida sea y la posibilita de nuevo, a pesar de que todos los vivientes hubieran merecido la muerte. Esta es la experiencia fundamental de Jesús: la vida tiene una posibilidad. Dios es bueno. Por eso, este es un tiempo de alegría (Mc 2, 19). Por eso, esta generación experimenta aquello que habían deseado ver profetas y reyes (Lc 10, 23 ss). Por eso, empieza ya el Reino de Dios ‘en medio de nosotros’ (Lc 17, 20). Por eso está ya escondido en el momento actual, como semilla en la tierra (Mc 4, 26 ss)» (G. Theissen, La fe bíblica, Verbo Divino, Estella 2002, 152-153).
Visión de conjunto
(1) Jesús profeta marginal, una historia verdadera.Reformando el camino de Juan Bautista, Jesús quiso proclamar la llegada del reino de Dios en Galilea. No siguió en el desierto, junto al río (como Juan), pero tampoco en las grandes ciudades de Galilea, ni en Jerusalén, sino en las aldeas de Galilea, a pesar de que en un entorno había dos capitales de cierta importancia (Séforis y Tiberíades), con un entorno de ciudades helenistas muy significativas (Cesárea Marítima, Damasco, Tiro, Hippos, Gadara)… Leer más…
El domingo pasado, después de Epifanía, leímos el relato del bautismo. Si hubiéramos seguido con el evangelio de Marcos, lo siguiente serían las tentaciones de Jesús. Pero, en un prodigio de zapeo litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos el próximo domingo un texto de Juan. El cuarto evangelio no cuenta el bautismo de Jesús ni su estancia de cuarenta días en el desierto. Pero sí dice que fue a donde estaba Juan bautizando, y allí entró en contacto con quienes serían sus primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.
La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19)
Samuel no es el primer profeta. Antes de él se atribuye el título a Abrahán, y a dos mujeres: María, la hermana de Moisés, y Débora. Pero el primer gran profeta, con fuerte influjo en la vida religiosa y política del pueblo, es Samuel. Por eso, se ha concedido especial interés a contar su vocación, para darnos a conocer qué es un profeta y cómo se comporta Dios con él.
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel. Este respondió:
̶ Aquí estoy.
Corrió adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel:
̶ Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como las veces anteriores:
̶ ¡Samuel, Samuel!
Respondió Samuel:
̶ Habla, que tu siervo escucha.
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.
Literariamente, el pasaje utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que este sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»).
Quien solo lea este episodio conocerá muy poco de Samuel: que es un niño, está al servicio del sumo sacerdote Elí, duerme en la habitación de al lado, y todavía no se le había revelado la palabra del Señor. No sabe que su madre lo consagró al templo de Siló desde pequeño, y que, más tarde, en virtud de su vocación profética, jugará un papel capital en la introducción de la monarquía en Israel y en la elección de los dos primeros reyes: Saúl y David.
De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra.
[Este episodio es fundamental para comprender el de Jesús en el templo con doce años. Esa edad tenía Samuel, según Flavio Josefo, cuando «todavía no conocía al Señor». Jesús, en cambio, sabe perfectamente que Dios es su Padre y que él debe entregarse por completo a cumplir sus planes.]
Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad.
Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca.
En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios.
Contacto de Jesús con los primeros discípulos (Juan 1,35-51)
En el cuarto evangelio, Juan no bautiza a Jesús, pero dirige unas palabras a sus discípulos cuando lo ve venir. Lo que les dice se resume en tres puntos: 1) Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 2) Bautiza con Espíritu Santo. 3) Es el Hijo de Dios. El autor no explica ninguna de estas afirmaciones ni cuenta la reacción del auditorio. Pero, en los días siguientes, Jesús entra en contacto con Andrés y un discípulo anónimo (generalmente se piensa en Juan); Andrés le llevará a su hermano Simón Pedro; Jesús encuentra a Felipe y le ordena: «Sígueme»; y este anima a Natanael a unirse al grupo (Jn 1,35-51). Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros discípulos, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación.
Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39)
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
̶ Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
̶ ¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
̶ Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
̶ Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima [las cuatro de la tarde].
En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él lo mismo que había dicho en su discurso anterior: «Ese es el cordero de Dios». Entonces fue más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (vv.6-7). Así lo entendió también Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Cuando el eunuco etíope va leyendo este texto de Isaías y le pregunta al diácono Felipe de quién habla el profeta, este aprovecha la ocasión para hablarle de Jesús. Y la primera carta de Pedro recuerda que nos han redimido «con la preciosa sangre de Cristo, Cordero sin mancha ni tacha» (1 Pe 1,19).
Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir» (Jn 3,28.30).
Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia, no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante.
Andrés y Simón Pedro (1,40-42)
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
̶ Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
̶ Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).
De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro.
La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús.
Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario.
Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre.
Simón Pedro, a remolque de su hermano Andrés, acude a Jesús pensando encontrar en él al Mesías. Y este, en vez de entusiasmarlo con un discurso o un milagro, lo mira fijamente y le cambia el nombre, que es lo más personal que tenemos. Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así.
La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje.
Dos relatos parecidos y diversos
El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos.
En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «el Señor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre.
La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto.
La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús.
«Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39)
El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio.
Comentarios desactivados en 16 Enero. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús.”
¡Abróchense los cinturones! Este Tiempo Ordinario arranca con fuerza. Estamos despegando, es un momento delicado y conviene estar muy atentos.
El texto de Juan nos sumerge de lleno en el tema del seguimiento de Jesús, de la vocación. Y en unos pocos versículos hay de todo. Hay material suficiente para varios tratados: mediaciones humanas, iniciativa de Dios, respuesta a la llamada…
Es simpático ver cómo Juan y Andrés convierten su propia vocación en vocación para otros. Hacen de su vida una señal que anuncia el camino.
Juan Bautista, ya en la madurez de su vocación, ha aprendido a descubrir la presencia de Dios. Por eso puede decir a sus discípulos: “-Este es el Cordero de Dios.” El afán de su misión es mostrar a Dios. No está preocupado por su realización personal, ni por conseguir muchos seguidores que sigan haciendo vida su carisma, ¡qué va! Sabe que la llamada que ha recibido es mucho más grande y orienta a quienes le rodean en dirección a esa llamada.
Es hermoso encontrarse con personas que tras años y años de compromiso viven felices su vocación. Monjas que, desgastadas por los años y el trabajo, sonríen trasparentando a Dios. Matrimonios que se miran con los ojos llenos de comprensión, de respeto y de admiración. Presbíteros que palpitan celebrando, que ves que creen en aquello que celebran.
Andrés también es muy interesante. Hace lo mismo. Dice el texto: “Y lo llevó a Jesús”. Pero lo hace desde otro momento vital. Él, que acaba de descubrir su propia vocación, su llamada, ¡no se puede callar! Tiene que ir a buscar a su hermano y compartir con él lo que acaba de encontrar. Es la fuerza de los inicios.
Es la cara que se le queda a una persona cuando se ha enamorado. ¡Se nota! Tiene otra luz, otra mirada, otra sonrisa y todo junto despierta una cierta curiosidad. Cuando alguien descubre el tesoro de su llamada y responde se convierte él mismo en llamada, en reclamo.
Y todo esto, ¿qué puede decirnos a nosotros hoy? Pues que estemos en el punto de nuestra vida en el que estemos, tanto si nos acabamos de encontrar con Jesús, como si somos viejos conocidos, tenemos exactamente la misma responsabilidad, la misma tarea. Tenemos que llevar a Jesús a quienes se encuentren con nosotros.
Oración
Envíanos, Trinidad Santa, grandes cantidades de humildad para que en todo momento sepamos mostrarTE a Ti, que llevemos a todas las personas con las que nos encontremos a Ti. Amén.
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Jn 1, 35-42
Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen y no vamos a leer, se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Por fin, el mismo Jesús habla del ‘Hijo de Hombre’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio, para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de una comunidad de finales del s. I. Nada que ver con el llamamiento de los primeros discípulos en los sinópticos.
No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron “Andrés y otro” que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas que nos cuentan con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas en su totalidad. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús más o menos de cerca.
Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia, la esclavitud. No viene a impedir que se cometan, sino a evitar que el que la sufra, sea anulado como persona. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas.
La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba… Nos está indicando que le adelanta, que pasa por delante de él. “El que viene detrás de mí…”
Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro siguiendo a su dueño. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo, que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir.
¿Qué buscáis? Una relación más profunda solo puede comenzar cuando Jesús se da la vuelta y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son las adecuadas. La pregunta “¿dónde vives?” aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino.
No le preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a la experiencia. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una perspectiva única e irrepetible, la mía. La respuesta dependerá de lo que yo busque en Jesús.
Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron dónde (cómo) vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él” (como él). No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.
Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo pueblo de Dios que permite la realización cabal del hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo de Jesús.
Lo que vieron es tan importante para ellos, que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del Mesías (Ungido) hace referencia a la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores.
Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona. Manifiesta mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza.
En la Biblia se describen distintas vocaciones llamativas de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no cómo actúa Dios sino cómo respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran.
Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi verdadero ser exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos.
El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es un reduccionismo inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca y nunca existirá. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un tanto por ciento mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona.
Meditación
El primer paso en la vida espiritual será la búsqueda.
Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar,
tienes que tener bien clara la dirección en la que debes ir.
Debes conocer cómo se desplegó en Jesús lo humano y lo divino,
cómo se identificó plenamente con Dios y con el hombre.
Lo que es Jesús solo lo descubrirás viviendo lo que él vivió.
El éxito es concretar de manera progresiva una meta o ideal digno (Earl Nightingale)
14 de enero. Domingo II del TO
Jn 1, 35-42
Vieron dónde vivía y se quedaron con él
Era una tarde plácida en las riberas del Mar de Tiberíades. Los pescadores recogían sus redes. También los hermanos Andrés y Simón, pensando en descansar de las duras tareas de la pesca. Pero a una insinuación del Bautista, oyeron hablar a Jesús y le siguieron. “Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dijo: “¿Qué buscáis?” Respondieron: «Rabbí – que significa, “Maestro”- ¿dónde vives?». Les dijo: «Venid y ved.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era las cuatro de la tarde” (Jn 1, 38-39).
¡Qué suerte habéis tenido pudiendo quedaros aquel atardecer con el Maestro! ¡Santa envidia me dais, hermanos! Supongo que la velada transcurrió en plenitud de músicas celestiales. Cuando escucho hoy las notas de su palabra, me viene a la memoria su figura sentada frente al teclado de un órgano barroco de cualquier iglesia –o en el del Covent Garden londinense-, en cuyo teclado interpreta sus mejores composiciones evangélicas. Seguro que os siguen sonando a gloria y alivio todavía, aquellos versos del Oratorio El Mesías -a quien vosotros esperabais- de George Frederic Handel: “Acercaos a Él todos los que estáis abrumados. Él os dará reposo. Cargad con su yugo y aprended de Él, pues es sencillo y humilde y encontraréis paz para vuestras almas” (Mateo 11:28-29).
Estoy plenamente convencido de que aquel día se os abrieron los ojos a una nueva luz para, como viene a decir el monje alemán Anselm Grün en el subtítulo de su última obra Atrévete a ser tú mismo, “No ser otros: ser vosotros mismos transformados”. Escribe el ilustrado benedictino: “No hay nada en la vida que no tenga sentido, que no pueda ser transformado por Dios en belleza y gloria. La imagen de la zarza ardiendo nos regala unos ojos nuevos: los ojos de la fe, que descubren la luz de Dios justamente lo vacío y árido que hay en mí. Si me contemplo con esos ojos de la fe, experimento mi vida de otra manera. Todo tiene sentido. Todo ha sido bueno; también el fracaso, las crisis, la represión Todo puede ser transformado por Dios; también lo reprimido, lo enfermo”. Esto les ocurre a quienes, como Samuel, mantienen la actitud y el oído afinados y responden a la voz de quien desea parlamentar con ellos: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sm 3, 10). Y dejando que la voz nos afecte procurando imprimir lo que dice, en nuestros corazones.
Así que, desde ahora, a prestar todos la máxima atención a lo que el Rabbí nos diga, y a sumergirnos hasta lo más recóndito de las palabras, ahondando en lo profundo hasta descubrir lo caudaloso de sus mensajes; y, por supuesto, siguiendo el consejo de Lady Goodman que, en la novela El fuego invisible de Javier Sierra, motivaba a su equipo a que buscaran citas con las que defender sus argumentos: “Y cuando lo encontréis, dejad que vuestra alma vuele con ellas”, les repetía en cada clase como si fuera un mantra. De este modo los invitaba a trascender lo textual, a ir más allá de la física de las palabras para descubrir el tesoro oculto en cada libro”.
Un entrañable quehacer que Ágata recomienda a la Bestia en la película de fantasía The Beauty and The Beast (2017), dirigida por el estadounidense Bill Condon, porque: “El amor puede transformar cosas sin valor en cosas bellas.El amor no mira con los ojos sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido”.
Andrés y Simón “vieron dónde vivía y se quedaron con él”, y seguro que también hicieron luego como Felipe el de Betsaida, que compartió con Natanael el encuentro para que viera donde vivía Jesús y se quedara con él. Certero hecho que nos insta a hacer nosotros otro tanto y así, como sugiere el autor y locutor de radio norteamericano Earl Nightingale (1921-1989) podamos llevar a la práctica su consejo: “El éxito es concretar de manera progresiva una meta o ideal digno”. Seguir a Jesús supone, como apunta Fray Marcos en su homilía de este domingo, significa el seguimiento de un discípulo que va tras las huellas de su Maestro, quiere vivir como él vive. Un ineludible propósito de todos sus seguidores, que debe llevarnos a escuchar su palabra, ponerla en práctica y compartirla generosamente con otros.
La súplica que Patxi Loidi nos invita en su libro Creer como adultos, a estar con Jesús y a cambiar todo entero.
PLEGARIA
¡Te busco, Jesús! ¡Quiero ver tu rostro! ¡Quiero ver tu rostro!
Saliste a mi encuentro una mañana de primavera. Me tomaste de la mano y estuvimos un rato juntos.
Te vi un poco, te sentí. Quiero conocerte más y tenerte más cerca. No me cierres la puerta. Abre y déjame entrar. Te estoy llamando.
Ábreme para que te vea y esté contigo y cambie todo entero: mis entrañas y mi corazón, mis manos y mi cabeza.
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Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a parte de la población “con el bautismo de Juan”; el de Jesús ni se conocía.
Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?
El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo; él no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne. No nombró el bautismo de Jesús, ni quiso resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio, al contrario, Jesús debía crecer, y él debía menguar (Juan 3, 28-30).
El evangelio de este domingo nos presenta un ejemplo de cómo Juan daba testimonio. Cuando ve pasar a Jesús dice: “Este es el Cordero de Dios”. ¿No se saludan? ¿No se produjo un encuentro entre los dos? Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el papel de Juan “introduciendo” o presentando la figura de Jesús.
Pero ¿cómo pudo decir esta frase que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del Covid 19 hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una expresión (confesión de fe) que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.
El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, un relato de vocación sobre el seguimiento de Jesús.
En este contexto, tiene sentido el texto: los discípulos de Juan le abandonan para buscar algo nuevo junto a Jesús. No importa que le siguieran en ese mismo momento, o no. Esas decisiones repentinas que encontramos varias veces en el Evangelio nos indican (al estilo judío) que es una decisión importante, no necesariamente inmediata.
Es decir, la búsqueda conduce a dos discípulos de Juan hacia Jesús, para convivir con él. Y el “lugar” en el que habita Jesús expresa cómo vive su escala de valores. El evangelio nos recuerda en diferentes pasajes ese “lugar existencial”: era itinerante, no tenía dónde reclinar su cabeza, algunas mujeres le sostenían con sus bienes y estaba rodeado de personas marginadas y pecadoras. Una vergüenza en su tiempo. ¿Merecía la pena seguir a un Rabí, a un Maestro que vivía de ese modo? Los dos discípulos dan testimonio de que merece la pena seguirle y animar a otras personas a hacerlo.
En otros relatos de vocación, Jesús es el que llama. En este nos muestra la importancia de buscar y experimentar. Nos invita a aguzar el oído y mirar atentamente. A tomar en serio nuestras búsquedas, fuera de nosotr@s y en nuestro interior. A leer los signos de los tiempos, como brújulas que nos orientan. A buscar como zahoríes los manantiales de agua viva que brotan en nuestras entrañas.
Nos habla de la hora undécima, quizá se refiere a las cuatro de la tarde, cuando el día ya declinaba y era hora de recogerse y volver al hogar. No olvidemos que el día empezaba al amanecer, con la salida del sol. Los dos discípulos reconocen que ese día ha merecido la pena ¡porque han encontrado a Cristo, al Mesías! La experiencia les ha dejado una huella tan honda que no quieren olvidar esa hora, ese Kairós.
¿Qué horas recordamos? ¿Las de los partos? ¿Las de algunos encuentros inolvidables? ¿La de la muerte de algún ser querido? Cada encuentro con Jesús “deja una huella en nuestro tiempo”, nos marca un antes y un después… A menos que pasemos superficialmente por esos encuentros o a carrera limpia. Y cada encuentro con Jesús hace más denso y comprometido el encuentro con cada hermano y hermana.
Era habitual en las primeras comunidades que el bautismo llevara aparejado un cambio de nombre, sobre todo cuando dejaban a un lado un nombre pagano y asumían el de alguien que había muerto como mártir de la fe. El evangelista nos dice que el encuentro entre Jesús y Pedro fue tan hondo que le cambió la identidad, fue como un segundo nacimiento. Aunque ese cambio lo fuera experimentando a lo largo de los años. Algo similar ocurre en las experiencias de enamoramiento, cuando alguien dice: “Desde que conocí a…, mi vida cambió totalmente”.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Con qué nombre o título presentamos o anunciamos a Jesús? ¿Cómo experimentamos su mirada? ¿La sostenemos o la rechazamos? ¿Cómo miramos al mundo, con la mirada de Jesús? ¿Qué nombre nuevo recibimos? ¿Cómo expresa ese nombre nuestra misión, en un mundo injusto y desigual? ¿Cómo y con quién compartimos lo que encontramos, la perla preciosa?
Los sabios no imponen creencias ni exigen sumisión. Exigencias de ese tipo provienen de personas que, de un modo u otro, necesitan sentirse reconocidas, por lo que van en busca de aplauso, admiración o, simplemente, de “seguidores”.
La persona sabia es consciente de que cada cual tiene su camino, su tiempo y su ritmo. Vive un respeto profundo y ha aprendido a confiar en la vida y a fluir con la realidad. En lugar de exigir adhesiones, invita a cada persona a indagar por sí misma y a encontrar su propio camino.
Lo que suele provocarse, al encuentro con alguna persona que vive con sabiduría, es un cuestionamiento y una atracción profunda. Nos sentimos, de pronto, ante alguien cuya presencia despierta en nosotros “algo” que nos remueve y que nos lleva a preguntarle, como en el texto del evangelio: “¿Dónde vives?”, es decir, ¿cuál es el secreto de tu vida? Pero el camino habremos de hacerlo cada uno porque, queramos o no, no podemos dejar de buscar.
De entrada, nos percibimos a nosotros mismos como “buscadores”. En un nivel superficial, nos percibimos como seres absolutamente carenciados, lo cual dispara nuestra búsqueda ansiando encontrar “fuera” algo que nos complete, nos alivie o incluso nos sacie. Sin embargo, no tardamos mucho en descubrir que la búsqueda no va a dar los frutos anhelados y empezamos a sospechar que es necesario modificar el rumbo, de acuerdo con el dicho según el cual “la salida es hacia dentro”.
Pero no es solo nuestra necesidad la que nos impulsa a buscar. En un nivel más profundo, podemos experimentar, no el deseo que busca saciarse, sino el Anhelo que nos dinamiza desde dentro. Al hacernos consciente de ello, la búsqueda se modifica por completo, adquiriendo dos rasgos característicos.
En primer lugar, pierde su componente ansioso y se convierte en un consentir al propio Anhelo que nos mueve y a lo que la vida nos va presentando. Sencillamente, nos vamos haciendo dóciles al impulso interior, para permitir que la dinámica del crecimiento haga su camino en nosotros. Hemos descubierto que, en este camino, todo empieza a conjugarse en pasiva: no nos hacemos, somos hechos.
En segundo lugar, se abre paso en nosotros la certeza de que, visto en profundidad, la búsqueda carece de sentido. No hay nada que buscar porque somos ya todo aquello que buscamos.
Y aquí es donde se hace patente nuestra naturaleza paradójica. En el plano profundo somos plenitud; en el plano de las formas, nos percibimos como un yo que busca “construirse”. La paradoja se resuelve cuando acogemos nuestra persona, con todas sus características, desde la comprensión de lo que somos en profundidad. A partir de ahí, entendemos la vida como un “juego” o representación, en el sentido más limpio y profundo de las palabras.
Comentarios desactivados en No es lo mismo la llamada de los eclesiásticos que la llamada del Señor
Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:
Llamadas (vocaciones) en la vida.
Dios le llama al pequeño Samuel. Jesús les pregunta a los que serán sus primeros compañeros-discípulos: ¿Qué buscáis?
¿Qué busco y pretendo yo en la vida?
Es curiosa la primera lectura que hemos escuchado hoy: la llamada a Samuel. El pequeño Samuel, siendo niño, vivía en el Templo con el sumo sacerdote Elí. Cuando Samuel escucha la llamada, cree que le llama Elí, el sacerdote mayor. Elí se da cuenta de que quien llama a Samuel es el Señor y honrada y elegantemente le dice a Samuel que él, Elí, no le ha llamado, y que quien le llama es el Señor. El sacerdote Elí le dice al pequeño Samuel: Si oyes una llamada responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha.
Esto tiene mucha retranca para los eclesiásticos, que creen que poseen la palabra y la llamada de Dios. Lo que dicen y exigen los curas y obispos, aunque ellos piensen que sí, no es la llamada de Dios.
La existencia nos llama de diversos modos y hacia diversas metas o realidades. Calderón de la Barca en su auto.sacramental: El gran teatro del mundo escenifica algunas de las posibilidades o llamadas en la vida: la llamada del poder, del dinero, la llamada del placer, la envidia, la venganza,,,
También podemos tener llamadas positivas: llamadas del amor, de la amistad, llamadas al trabajo, a la cultura, a construir -siquiera un poco- una sociedad más justa, solidaria, más igual…
También podemos percibir la llamada desde lo que habitualmente hemos entendido por vocación: hay una vocación al matrimonio, a la vida religiosa, al ministerio en la Iglesia, a la misión.
Hay vocaciones (y profesiones), que dependen de las cualidades personales y sociológicas: llamada o vocación para la enseñanza, para la medicina, para la asistencia social, para escoger unos estudios u otros, etc. (Hay profesiones que no son un mero puesto de trabajo, sino que requieren un plus de vocación. Así, la medicina, El magisterio, la docencia, el ministerio eclesial, la vida religiosa…).
También hay una llamada de la vida, de nuestras propias cualidades y limitaciones: cuando sentimos nostalgia y quizás nos rebelamos ante las guerras, ante la muerte de tantas personas, ante la pandemia, cuando vemos la injusticia para con los más débiles, estamos escuchando la voz de la conciencia, que clama ante Dios.
También cuando contemplamos la creación, obra de Dios, o cuando nos adentramos en la cultura, obra de los seres humanos, estamos escuchando la llamada de Dios. En ocasiones la llamada de Dios surgirá de nuestro propio interior, de nuestra conciencia y reflexión, de nuestras búsquedas en la vida.
En la profundidad de la vida, todos tenemos una pregunta de fondo: ¿qué buscamos en la vida? ¿Qué pedimos, qué pretendemos en la vida?
Hemos soñado en la vida.
No hay sueño sin sueños. Hemos escuchado la preciosa llamada de Samuel.
El sueño es una situación un poco extraña, pero necesaria. A veces soñamos dormidos y otras veces soñamos despiertos. Las culturas han tratado de interpretar siempre los sueños, que tienen muchas explicaciones, (S. Freud), pero podríamos decir que soñamos, al menos despiertos, con un mundo mejor, con una familia, una sociedad, una iglesia casi perfectas. Esos sueños son también como una llamada.
En la Biblia hay infinidad de alusiones a los sueños: la mujer nace del costado de Adán, estando éste en sueños. José recibe en sueños la noticia del nacimiento de Jesús. Abraham, el rey David, Daniel, reciben noticias (revelación) en sueños, ¿dormidos o despiertos?
Búsquedas – Fijarse en la vida – Venid y lo veréis.
Podríamos decir que en el fragmento evangélico de hoy hay como un escalonamiento: buscar en la vida, fijarse en algo o en alguien y seguir esa llamada: venid y lo veréis. Hasta que finalmente llegan a la fe en el Mesías.
Búsqueda
En principio, todos buscamos algo en la vida. La búsqueda está incrustada en la condición humana.
Vivir atentos y en búsqueda es sano. Lo malo es el estancamiento, la instalación, la seguridad. Cuando una persona o institución “han arrojado la toalla”, es síntoma de esclerosis, de obstrucción. Las aguas estancadas no son buenas…
Fijarse en la vida.
Juan Bta se fijó en JesuCristo. Ante las muchas llamadas hay que fijarse en las que valen la pena y en lo que vale la pena definitivamente. San Pablo dirá: probadlo todo y quedaos con lo mejor (Flp 1,10).
A la hora de emprender y seguir un camino es razonable pensar hacia dónde me lleva. Cuando elegimos una carrera, una profesión, un estilo de vida, conviene no equivocarse de criterios y saber hacia dónde nos lleva.
Nos podemos preguntar cuáles son los criterios y valores en los que me fijo para tomar una decisión, para educar a las nuevas generaciones. ¿Qué tomo en consideración para organizar mi vida?
Juan Bta se fija en que Xto es el que quita los pecados del mundo. El sacerdote Leví se da cuenta de quien llama a Samuel no es él, Elí, sino que dice a Samuel que es el Señor quien le llama. Esto nos ha de hace pensar a todos, pero la alusión a los más jóvenes es más urgente: ¿Qué criterios ofrecemos, qué discernimiento hacemos y hacen los más jóvenes a la hora de escoger una carrera universitaria, un estilo de vida? ¿En qué nos fijamos en la vida? Muchas veces nos quedamos en la opción que nos garantice un puñado de euros, un puesto político o eclesiástico, una vida cómoda, etc. Lo estamos viendo en la vida política o en el carrerismo que le trae a mal traer al papa Francisco.
Jesús caminaba
En la Biblia -y en la vida- se camina siempre. Abraham, Éxodo, los Magos, Emaús, Jesús no tenía dónde reposar la cabeza.
Cuando las aguas se estancan, se corrompen. También el papa Francisco, viene a decir que prefiere una iglesia que pueda sufrir un accidente a una iglesia estancada
Hemos encontrado al Mesías.
El que camina, termina por encontrar
A la pregunta ¿Dónde vives? Jesús les responde: “Venid y lo veréis” No se trata de pedirle a Jesús el domicilio, dónde vives. La casa del ser humano no es un redil o una guarida donde se refugia, sino que le están preguntando a Jesús: ¿Tú quién eres? Aquellos primeros seguidores e Jesús terminan por llegar al acto de fe: Hemos encontrado al Mesías
Todo encuentro supone una relación personal. Seguir la llamada de Cristo es haberse encontrado con Él y ser conscientes de que solamente Él es el Mesías. Samuel -en la primera lectura-, tras escuchar al Señor responde: Aquí estoy.
Los ministros y maestros del cristianismo) no os llamamos al cristianismo, sino más bien al Nuevo Ser (JesuCristo), del cual el cristianismo debe ser testigo y nada más, sin confundirse jamás con ese Nuevo Ser (JesuCristo). Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias voluntades y vuestras dudas particulares. Si alguna vez Le seguís, olvidad toda la moral cristiana, vuestros logros y vuestras dudas particulares. Nada se os pide –ninguna idea de Dios, ninguna bondad especial propia, ni que seáis religiosos, ni que seáis cristianos, ni siquiera que seáis sabios, ni que os atengáis a una moral. Lo que se os pide es tan sólo que os abráis a lo que se os da y que queráis aceptarlo: el Nuevo Ser, el ser de amor, de justicia y de verdad que se manifiesta en Aquel cuyo yugo es llevadero y cuya carga es ligera. (Tillich)
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