Llegaron los Reyes Magos.
“Si encontramos nuestra alma, encontramos el centro del universo” (Joan Mascaró, Lámparas de fuego)
6 de enero. EPIFANÍA
Mt 2, 1-12
Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
La Epifanía, como manifestación de la presencia de Dios en el mundo, desborda toda frontera de mapas y calendarios anegando de luz, de verdad y de vida cuanto existe en todo tiempo y espacio.
Relatos religiosos como el de los Magos, profundamente inscritos en la consciencia mítica de diversas culturas, no dejan de ser símbolos en los que lo más importante es lo significado. Un Dios eternamente desplegado en cada una de sus criaturas, de cuya presencia el hombre necesita ser consciente para poder alcanzar su desarrollo y plenitud. A la conmemoración puntual de todo esto, llamamos Fiesta de la Epifanía.
Nadie lo han entendido mejor que los místicos, los artistas y los poetas. Todos han abordado estos hechos más por vía de la intuición –corazón– que por la razón –cabeza– propio de los eruditos. Aunque más ajustado sería considerarlos complementarios. No olvidemos que lo SENTImental engloba ambas dimensiones.
Esta fiesta nos invita a descubrir la epifanía, no solo en nosotros sino en todo y en todos los demás. A ofrecer, como hicieron los Magos, el oro de la aceptación de sus cualidades y defectos, el incienso de la tolerancia y aprecio de sus creencias, su cultura y su color. E igualmente -¿cómo no?- la mirra del respeto amoroso a nuestras raíces y ancestros, los reinos animal, vegetal y mineral.
Una vez sucedido esto, llegaron los pastores, y unos ángeles del cielo para cantarle al recién nacido el ¡Gloria in excelsis Deo!
Cuando los Reyes Magos regresaron a Mesopotamia pudieron escuchar el eco de este hermoso villancico que los ángeles cantaban en los campos de Belén:
Noche de paz, noche de amor, / Todo duerme en derredor / entre sus astros que esparcen su luz, bella / anunciando al niñito Jesús / brilla la estrella de paz, noche de paz, noche de amor.
Todo duerme en derredor / solo velan en la oscuridad / los pastores que en el campo están; y la estrella de Belén.
A todos un cordial y regio abrazo cargado de regalos, epifanía incluida. Termino con un poema de Góngora:
Al tramontar del sol la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.
Ondeábale, el viento que corría,
el oro fino con error galano,
cual verde hoja de álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;
mas luego que ciñó sus sienes bellas
de los varios despojos de su falda
(término puesto al oro y a la nieve),
juraré que lució más su guirnalda,
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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