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3 Enero 2021. Dom 2 después de Navidad. “El Principio es la Palabra, Luz de futuro sobre la cueva de la nada”

Domingo, 3 de enero de 2021

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Del blog de Xabier Pikaza:

El 3 de enero 2021 (donde no se celebra la Fiesta de Reyes o Epifanía), la liturgia católica retoma y reelabora el motivo central de la Navidad, y lo hace con el Evangelio de Juan 1, 1-18, que no repito aquí por bien conocida.

Cada nacimiento es ya una “resurrección”, despliegue y presencia de Dios en forma humana. En un plano somos para “morir”, pero en otro nacemos para “resucitar”, empezando a recorrer el camino de Dios que es la Vida en cada uno y en todos. Somos Palabra encarnada,  Llamada de eternidad, Luz de futuro sobre el vacío de la cueva de Nada, y así nos elevamos, para Ser en Plenitud, es decir, en Dios, siendo así nosotros mismos, en Amor.

En este contexto quiero ofrecer  unas páginas finales de la Teología de la Biblia, donde he vinculado la Navidad con la Resurrección,  según el evangelio. Son páginas algo técnicas, pero pueden ayudarnos a entender el contenido y meta de la novedad cristiana de la Vida.

| X. Pikaza

Primera y segunda humanización

La primera se dio cuando el proceso biológico, propio del despliegue de la vida, se abrió por dentro a fin de que surgieran seres conscientes de sí mismos, es decir, personas capaces de escuchar, responder y dialogar, acogiendo y dando vida. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, pero el genoma se estabilizó de un modo distinto, fuerte,y selectivo. Quedaron marginadas en la rueda de la historia otras formas de humanidad, quizá destruidas por nuestros antepasados. Triunfó el sapiens sapiens que nosotros somos: un animal abierto al pensamiento, enfermizo y genial, violento y capaz de abrirse en formas de comunicación gratuita, un ser cuya evolución no es ya genética sino cultural, pues se realiza a través de la Palabra.

La misma constitución biológica nos impulsó a vivir en un nivel de libertad y palabra personal, de manera que sin ella seríamos inviables como humanos. De aquella ruptura y de aquel nacimiento a la Palabra provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y persona-libertad, biología y palabra, un haz de deseos violentos y una palabra abierta a la comunicación universal y a la vida compartida. De aquella ruptura provienen las sociedades de la historia, que ahora (año 2021) están en crisis, de manera que el ser humano corre el riesgo de expirar, a no ser que “resucitamos” de un modo distinto, en la Palabra, renaciendo a través del mensaje y camino personal de Dios, como se expresa en el bautismo de Jesús (de los cristianos).

Esta segunda hominización está fundada en la primera y debe conducirnos del plano biológico‒legal en que hemos vivido, superando los riesgos del sistema actual (bajo dominio de Mammón), para pasar a un nivel más alto de comunicación y libertad (en la línea de la pascua y nacimiento de Jesús, Hijo de Dios), a través de la palabra recibida, compartida, regalada[2]. En esa línea, los cristianos afirman que los hombres nuevos han comenzado a realizarse ya en la Pascua de Jesús, actualizada en el bautismo, que hace a los hombre hijos de Dios, presencia suya, portadores de su Gracia, capaces de poner los instrumentos y medios del sistema al servicio del amor personal, es decir, de la Palabra de comunicación en gratuidad, como resucitados.

B6B1E668-6361-421A-AB20-83F7B7D4A3E8La humanización mesiánica de Jesús podrá tener momentos traumáticos, como los tuvo la primera, pero el mismo Dios de Cristo la impulsa y sostiene. Ciertamente, la podemos y debemos preparar, pero no planificar técnicamente, pues ella sólo puede avanzar (expresarse, revelarse) por caminos de libertad gratuita, que no están dispuestos de antemano, en la línea de la resurrección de Cristo. Sin duda, esta segunda humanización, centrada en el «gen mesiánico» (que es Cristo), corre el riesgo de quedar aplastada por la opresión de un sistema de violencia económica, social y personal. Pero estamos convencidos de que ella avanzará y será más creadora que la anterior, bajo el impulso de unos hombres y mujeres que se descubren hijos de Dios, portadores de su vida, en Cristo[3].

La primera humanización se dio en forma de paso de la pura biología a la conciencia y pensamiento y de ella emergió lo que hemos sido y todavía somos. La segunda, que se apoya en la primera, pero que la desborda, nos ha de elevar sobre el nivel del pensamiento racional y del sistema económico‒social de violencia, que hemos ido creando en el tiempo, para así recuperar (acoger) el don de la Palabra gratuita de vida que se ofrece y comparte. Sin duda, los poderes culturales que el hombre ha desarrollado (en la línea de Belcebú y Mammón) son importantes. Pero si avanza sólo en esa línea de dominio y esclavitud del sistema económico‒social, el hombre acabará destruyéndose a sí mismo.El modo de vida actual ofrece al hombre grandes posibilidades, pero cerrado en sí, en un plano de ley de poder económico‒social (en línea Mammón), nos acabaría destruyendo[4].

Nuevo nacimiento, es decir: resurrección. 

La misión cristiana, centrada en el Nacimiento y Resurrección de Jesús, no quiere convertir simplemente a los no cristianos en cristianos en su forma actual, ni imponer su credo (pues si lo impusiera dejaría de ser credo), sino abrir caminos de comunicación gratuita y donación de vida, en la línea de los hebreos del Éxodo y de los primeros cristianos, renacidos por la resurrección de Jesús. Ese modelo ofrece una propuesta de humanización pascual, fundada en el Cristo, que resucita y vive en los creyentes (formando con ellos un “cuerpo”).

Resurrección y encarnación cristiana. En un sentido, la muerte ha sido un momento esencial del proceso biológico, pues sólo a través del tanteo-error, vinculado a la destrucción de los individuos, ha podido avanzar la humanidad como especie. Ese aspecto de muerte a favor de la especie ha sido recogido en la experiencia sacrificial de muchas religiones en las que el grupo sacrifica y ofrece a Dios la vida de algunos de sus miembros (o unos animales sustitutivos) para expresar y fomentar el bien del conjunto (un tipo de paz dentro del grupo). En esa perspectiva, pero en un nivel más alto, podemos entender la muerte de Jesús, que ha entregado su vida al servicio del Reino, pero no como sacrificio fundado en la violencia de Dios, sino, al contrario, como expresión de la gracia de Dios, que libera a los hombres de la fatalidad del destino y de la muerte, haciéndoles capaces de vivir en amor, dando así vida a los otros.

Esta experiencia nos sitúa ante el Sermón de la Montaña, que interpretamos como mensaje para resucitados mesiánicos. Ciertamente, hay otros rasgos valiosos del evangelio, pero pueden quedar en un segundo plano. En el principio se encuentra la experiencia del amor gratuito que los cristianos han de ofrecer y compartir con todo los hombres y mujeres del mundo, antes de preguntarles por su religión, pues la Biblia no es un libro de imposición eclesial, sino de diálogo y comunicación para los cristianos, en apertura de gracia a todos los hombres y a todos los pueblos[6].

Sólo allí donde la vida se regala (muriendo por los otros) puede surgir una experiencia superior de resurrección, esto es, de nueva y más alta humanidad. Dentro del proceso biológico, las plantas y animales que mueren por la evolución desaparecen y no existen más, pues no tienen individualidad, sólo perduran en sus descendientes. De un modo distinto, en la línea del mensaje y pascua de Jesús, los hombres que entregan o regalan la vida por los otros no mueren (de forma que se acaba lo que han sido), sino que resucitan, porque tienen individualidad, son personas concretas, en Cristo, y de esa forma viven precisamente en aquellos a quienes dan la vida, viviendo en el Dios que les acoge, porque él es, por Jesús, Presencia de Vida, resurrección de los muertos.

Entendida así, la resurrección no es algo del fin de los tiempos, cuando se ratifique la justicia escatológica (como pretendían muchos apocalípticos), sino que empieza en esta misma historia, en gesto de comunicación personal. Desde ese fondo se ilumina un elemento clave del mensaje de Jesús, conforme al cual la ofrenda de la vida a los demás (morir por ellos) significa renacer en Dios, en un nivel más alto, para una forma de vida compartida, resucitando al mismo tiempo en los hombres por quienes y para quienes se ha vivido (cf Mt 16, 25; Jn 12, 25).

En este contexto venimos hablando de una nueva humanización, en la que culmina la primera, para añadir que, invirtiendo el modelo de imposición del sistema dominante (que destruye y mata a los excluidos), el evangelio de Jesús sitúa a los hombres (empezando por los pobres y excluidos), en el comienzo de una nueva humanidad, de forma que la vida de los que mueren renace en la de aquellos que siguen viviendo (y en la de todos los resucitados en Cristo). Teniendo esto en cuenta, los cristianos han podido celebrar el Nacimiento de Jesús (Navidad) como fiesta de la Encarnación de Dios, que se introduce en la trama de la historia humana, pero no para seguir estando arriba, como han supuesto algunos, sino para formar parte del mismo despliegue humano, de manera que todo nacimiento personal es Nacimiento-Presencia de Dios (Navidad, encarnación) y toda muerte en unión con los demás es Pascua de Dios (Resurrección, en Cristo y como Cristo).

Muerte y nuevo nacimiento se vinculan, de tal forma que el proceso de evolución de las especies (que podía interpretarse como voluntad de poder) se traduce como despliegue gratuito y creador de vida, como resurrección en medio de la historia. Frente al sistema que se impone por presión, marginando de manera intolerable a los menos afortunados, el camino de encuentro o comunión en gratuidad se abre a todos los hombres y, de un modo especial, a los pequeños y expulsados.

En la evolución de las especies, la correlación entre vivientes está marcada por la ley selección y victoria de los más fuertes o adaptados, en línea de azar y necesidad. Por el contrario, en este contexto de resurrección, la relación entre los hombres y mujeres se define en términos de comunicación gratuita, con el “triunfo” y resurrección de los marginados, las víctimas del sistema (pero no para imponerse por venganza sobre los dominadores, sino para ofrecer a todos vida). Cada uno existe en la medida en que acoge a los demás y se entrega a ellos, en comunión de vida[7].

Una conclusión abierta. Como vengo diciendo, hemos surgido por evolución biológica. En ese nivel vivimos y en ese seguimos naciendo y muriendo, como seres personales, llamados por Dios a ser en y como él, en un mundo del que no podemos salir, pues somos mundo y como individuos nos hallamos inmersos dentro de un breve proceso vital, que empieza con el nacimiento y termina con la muerte. Pero tampoco nos podemos salvar únicamente en este mundo, en su forma actual, si rompemos de raíz nuestra relación con Dios, que es la Vida total de la Realidad, ni tampoco si empleamos métodos de manipulación y dominio, sin abrirnos a la gratuidad originaria de la Vida de Dios (que es raíz de toda vida). Los proyectos de organización puramente eu-genética y técnica que quieren definir al hombre solamente con métodos de ciencia, acaban siendo destructores, pues borran la Presencia del misterio y se oponen la libertad dialogal y creadora de los hombres[8].

Sin duda, las ciencias genéticas pueden y deben ayudar en un plano exterior, de condicionamientos biológicos, pero ellas resultan incapaces de «crear», pues el hombre no es un artificio que se pueda construir y programar técnicamente(como un PC o computadora), sino un viviente que surge en un proceso de engendramiento personal, por la palabra de otras personas que le llaman a la vida, en gesto de comunicación y afecto donde viene a desvelarse la Palabra‒Presencia suprema, pues de la Palabra de Dios nacemos, y en ella nos movemos y existimos.

Hemos nacido así por la Palabra, como seres racionales, capaces de comunicarnos en un plano simbólico, creando redes objetivas de relación familiar y social, económica y administrativa, que pueden precisarse y culminar en forma de sistema. Significativamente, la organización técnica del sistema (con sus planificaciones económicas y administrativas) se ha olvidado o ha dejado muchas veces en un segundo plano este «mundo de la vida», fundado en la Palabra personal y en la libertad de amor, convirtiendo al hombre en pura máquina.

Pues bien, allí donde los hombres nos cerramos en ese nivel de sistema, como piezas de un gran todo, organizado desde fuera, destruimos nuestro ser más hondo, poniendo nuestra esencia (libertad personal) en manos de algo que nosotros mismos fabricamos, para acabar así muriendo. Aquí no es posible la neutralidad: o nos abrimos a un nivel de gracia superior (de comunicación personal, en libertad) o nos destruimos a nosotros mismos. Quizá pudiéramos formularlo de otra manera: o nos dejamos transformar por la Palabra de Dios que es Cristo, revelación de su Presencia, o acabamos en manos de la Bestia o Diablo que nosotros mismos vamos segregando, como parásito que al fin nos devora.

1.- Debemos renacer en gracia, por amor de (y a) los demás. Por eso, si queremos vivir en plenitud debemos retornar en gesto de fe (reconocimiento agradecido) al lugar del nacimiento, esto es decir, al tiempo y lugar en que surgimos como seres personales. Ésta es nuestra tarea, éste el reto de la antropología bíblica: retornar humildemente con nuestro inmenso saber técnico, con las potencialidades del sistema, al lugar del surgimiento y despliegue humano, al mundo de la vida de Dios, que se expresa en cada uno de los seres personales que nacen y crecen en el mundo. Si el sistema triunfara del todo, logrando imponerse desde arriba y fabricar a los hombres como artefactos, el hombre se destruiría, en la línea de condena a muerte anunciada en Gen 2‒3: “El día en que comáis del fruto del árbol de conocimiento del bien y del mal moriréis…”. No es que nos mate o destruya un Dios, sino que nos destruimos nosotros mismos, a pesar y en contra de Dios[9].

2.- Muerte y nacimiento aparecen así vinculadas, como dos momentos esenciales del mismo proceso humano, desbordando el nivel del puro engendramiento biológico, superando el plano de un sistema de pura fabricación. En sentido estricto, los restantes vivientes y animales no nacen ni mueren, pues carecen de autonomía personal, de forma que no son más que partes o momentos de un único proceso genético. Sólo los hombres nacen de verdad, como Presencia personal de Dios, brotando de su Vida a través de la vida y amor de unos padres (de un entorno social, de una iglesia). Por eso, sólo ellos, los hombres pueden morir realmente, pues de verdad han nacido, y en esa línea debemos añadir que la muerte de aquellos que van dando la vida por los otros es muerte pascual, principio de nuevo nacimiento (morimos dando vida a otros y resucitando en ellos, como Jesús, culminando así como personas en la “memoria” de Dios)[10].

Notas

[1] Las propuesta de Jesús pertenecían a la historia del judaísmo, pero, llevadas hasta el límite e interpretadas de un modo universal, como lo hizo la Iglesia, al menos desde Pablo, ellas rompieron los límites y seguridades del judaísmo nacional, de manera que su antropología (su forma de entender al hombre) terminó apareciendo como peligrosa y contraria al imperio de Roma que respondió crucificándole. En esa línea, el Dios de Jesús no es simplemente aquel que crea y resucita a los hombres al fin de los tiempos (conforme a la experiencia de Abraham), sino aquel que ha resucitado ya a Jesús (cf Rom 4, 17.24), iniciando en la misma historia un camino de Reino.

[2] F. Nietzsche (1844‒1900) quiso anunciar la llegada de un hombre nuevo, que no fuera Jesús, un hombre que sería producto de la gran Naturaleza, en una línea de Voluntad de Poder. Un tipo de sistema económico y científico de la actualidad quiere fabricar esa humanidad con la ayuda de su propaganda, en línea de mercado. La genética intenta suscitarlo con sus poderes técnicos…

[3] Sólo así, desarrollando de un modo gratuito su libertad creadora, como resucitados, los hombres podrán superar el riesgo de encerrarse en una cárcel o jaula de hierro que les esclaviza (M. Weber), sin volverse animales de un parque genético donde un club de nuevos sabios decida lo que han de ser y hacer todos. Los hombres no somos esclavos de cárcel, ni animales de parque, sino vivientes libres, por don de Dios, buscando caminos que conducen al jardín de la vida verdadera, en gratuidad y comunicación universal, como resucitados, en Jesús (cf Gen 2-3; Ap 21-22).

[4] En sí mismo, el sistema se extiende por planificación objetiva, en una línea de poder. En contra de eso, la vida personal sólo se expande y logra mantenerse (resucita) en claves de gratuidad, de donación generosa y vida compartida, que se expresa, desde una perspectiva cristiana, en el nacimiento y pascua de Cristo.

[5] Muchos objetan que la oportunidad de los cristianos ha terminado: ellos han tenido XX siglos para expresar su aportación evangélica, configurando la sociedad al modo de Jesús. ¿Por qué no lo han hecho? ¿Por qué han terminado muchas veces defendiendo con su nueva violencia un sistema sacral de violencia? Ciertamente, han existido fallos, y todo parece indicar que un ciclo del cristianismo ha terminado. Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el despliegue cristiano de los siglos precedentes ha sido fructuoso, aunque no ha logrado expresar plenamente el evangelio, pues ha preparado el terreno, ha creado condiciones para que ahora (en el tercer milenio) pueda expresarse la más honda humanización cristiana.

[6] Si empezamos por un tipo de dogmas o estructuras posteriores no podremos dialogar en fraternidad. En esa línea, las religiones monoteístas, podemos volver a nuestro principio (Éxodo judío, Hégira musulmana, Pascua de Jesús), pero sabiendo que cada religión ha de superar todo privilegio propio, buscando el bien de los demás más que el suyo. En esa línea, los cristianos podrían hablar de una “ventaja” cristiana, pero no como ventaja de superioridad, sino de renuncia creadora, pues ellos han de buscar el bien de los demás (como personas y/o grupos) antes que el propio.

[7] El cristianismo celebra ciertamente esta vida en común y lo hace en sus sacramentos (bautismo, eucaristía), pero sabiendo que no está la vida al servicio de los sacramentos, en cuanto separados, sino al contrario: están los sacramentos al servicio de la vida, que aparece así como experiencia de comunicación que supera las fronteras de la muerte, de manera tolerante y creadora. Me he tomado la libertad de desarrollar algunos pensamiento de G. Theissen, La fe bíblica.Una perspectiva evolucionista Verbo Divino, Estella 2002.

[8] Retomo la lectura bíblica de F. Rosenzweig, La Estrella de la redención, Sígueme, Salamanca 1987, y de mi libro Dios o el dinero. La economía bíblica, Sal Terrae, Santander 2018.

[9] En ese aspecto venimos suponiendo que cada nacimiento humano es una Creación, un momento de la Generación divina. Llegados aquí, debemos reformular la declaración básica del Credo de Constantinopla (año 381 d.C.), diciendo que somos “engendrados, no creados desde fuera”; no somos fabricados como una cosa más, sino que nacemos de Dios como don o regalo único de vida de otros hombres, igual que Jesucristo, es decir, por él.

[10] De esa forma se vinculan nacimiento y muerte, pero de tal forma que la muerte no es un simple retorno al nacimiento, sino resultado de un proceso de generación creadora por el que nos hemos introducido, de un modo personal, en la Vida que es Dios. No volvemos pues al principio, como si nada hubiera sucedido; no podemos olvidar lo que hemos hecho, ni abandonar las experiencias del camino, ni perder nuestra identidad personal, es decir, cristiana. La muerte del creyente no es un simple (vuelve el polvo al polvo, sube el alma al cielo…), sino plenitud del camino realizado en Dios, es decir, resurrección, de forma que por ella llegamos a ser lo que somos: Personas que vienen de Dios y en Dios pueden culminar, alcanzando forma su existencia verdadera, en relación con los demás.

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