Dolores Aleixandre: Jesús, 33 nombres nuevos.
Pertenezco a la generación que estudió gramática en la escuela. La asignatura no se llamaba entonces “lengua” y no sabíamos nada de lexemas, morfemas o sintagmas, sino de sujeto, verbo y predicado. Aprendíamos a diferenciar la voz activa de la pasiva y estábamos familiarizados con las oraciones de relativo y con los participios: quien hacía la acción de caminar era un caminante, el que madrugaba un madrugador y el que disentía, un disidente. Y cuando el sujeto no realizaba la acción sino que la padecía, acudíamos al participio pasivo: aquel a quien se hacían las preguntas se convertía en un interrogado y el que padecía la acción de rechazar, un rechazado.
De estos saberes tan modestos ha nacido este libro con el atrevimiento de adjudicar a Jesús 33 nombres nuevos, buscados más allá de sus grandes títulos cristológicos (Señor, Hijo, Siervo, Maestro…) y “hallados por ventura” al pasear tranquilamente por las páginas del Evangelio. Es ahí donde he ido encontrando al cantor, al admirador, al durmiente, al cuestionador, al radiante, al desmedido, al perturbador, al fugitivo, al comensal…
En ese recorrido he prescindido bastante de la intención teológica de cada evangelista porque buscaba más bien el aroma que podía respirar en cada nombre, el sabor que me dejaba, el roce que me hacía recordar que ya lo había tocado en otro lugar. Algo parecido a lo que expresa con tanta belleza el poema de J. A. González Iglesias:
“He oído en una conferencia
que hay uno
que asume todo nuestro desconsuelo.
Y he leído, en un libro
de un poeta, que hay uno
que puede verlo todo sin odiar.
Tienen que ser el mismo”.
“Tiene que ser el mismo”: esa experiencia de semejanza y familiaridad iba creciendo mientras daba hospitalidad en mi corazón a algunas de esas palabras que llamamos verbos, participios o adjetivos y que, a veces, tenían a bien descubrirme algo sobre Jesús, algún rasgo suyo nuevo aunque él fuera el mismo, con el que nombrarle al orar.
En estas páginas se comparten descubrimientos, asombros y sorpresas: cómo habrá ido a parar esta palabra a otro texto tan distante; qué distinta luz irradia desde otra diferente; qué maravilla respirar el mismo aroma en un descampado de Belén, en las afueras de Jericó o junto a un pozo en Samaria.
Ha sido una experiencia casi idéntica a la vivida hace muchos años en una estancia larga en Palestina: las palabras por las que ahora transitaba eran como los campos recién segados que olían igual en Judea que en Galilea; como la sombra de las higueras que ofrecían el mismo frescor en Betania o en Cafarnaún; o como las flores que nacen en primavera en las laderas del lago, ajenas también a delimitaciones o fronteras.
La convicción de que además de los Salmos, otros muchos textos patrísticos y poéticos conservan huellas de estos Nombres, me ha llevado a invitar a dos grandes amigos, Fernando Rivas y Víctor Herrero, a buscar, según la inspiración de cada uno, MARCAS DE PRESENCIA en dos campos en los que son expertos y algunas INVITACIONES o sugerencias de apropiación personal o de grupo de cada uno de los Nombres, para así hacer del libro un escrito polifónico.
Dolores Aleixandre
Fuente Fe Adulta
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