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Kendra Jordany: cómo es ser trans en Honduras, de los países más peligrosos para personas LGBT+

Miércoles, 23 de diciembre de 2020

kendra-y-madre-3-1024x769Texto: Dunia Orellana, desde San Pedro Sula, Honduras. Fotos: D.O

Kendra Stephany Jordany, activista transfeminista de Honduras, aspiró a ser la primera candidata trans a diputada del Parlamento Centroamericano (PARLACEN). Aunque no salió electa, cambió la historia.

“Todo empezó a los 19 años”, cuenta Kendra Jordany Stephany, de 31 años, refiriéndose a su transformación en mujer trans en la ciudad de San Pedro Sula, en el norte de Honduras. Como muchas trans hondureñas, Kendra ha tenido que afrontar el rechazo en un ambiente en el que las iglesias y los políticos alientan el discurso machista.

Kendra vive con su madre y sus sobrinos en una pequeña casa en las faldas de la sierra de El Merendón. Para llegar allí hay que tomar empinadas calles de tierra entre la espesa vegetación de la zona, bajo la llovizna. Esa comunidad poco a poco ha ido aceptándola, aunque lxs vecinxs siguen llamándola usando “un diminutivo” de su nombre legal.

Desde la colonia de Kendra pueden verse los edificios de San Pedro Sula como pequeñas cajas de colores entre el smog y la lluvia. Sus sobrinos juegan pelota en la calle con lxs vecinitxs mientras cuenta que aunque le gusta estar en su casa, la pandemia del coronavirus “exageró” un poco las cosas y la ha obligado a permanecer confinada. “Espero que todo vuelva a la normalidad”, dice.

Normalidad, para ella, es regresar a su trabajo en la organización internacional Médicos sin Fronteras, en una ciudad cercana y desde donde aboga por los derechos de la población LGBTIQ+ de Honduras. También significa retomar sus estudios de Periodismo en la Universidad del Valle de Sula, amplia y fértil zona donde está situada la ciudad natal de Kendra.

Afrontar a las familias

La transición de Kendra empezó cuando “ya era mayor de edad: nadie me podía decir nada y tenía trabajo. Lo primero como mujer trans fue el crecimiento de mi cabello, la feminización de mi cuerpo. Cambiar toda la vestimenta que antes usaba. Afrontar a la familia por todos estos cambios”.

Afrontar a la familia es un aspecto crucial en la vida de la mayoría de las personas de los colectivos LGBTI+. En Honduras, los obstáculos y el rechazo hacia las mujeres trans como Kendra suelen empezar en el hogar.

Las ideas tradicionalistas de las familias hondureñas se vuelven más tercas debido al discurso machista que prima en el país y a las prédicas prejuiciosas que desde los púlpitos dirigen los “apóstoles” de las principales Iglesias. Un ejemplo del discurso religioso anti-LGBTIQ+ en Honduras es la famosa prédica reproducida por el programa Primer Impacto. Allí el pastor evangélico Evelio Reyes pidió a sus feligreses “no votar por candidatos homosexuales ni lesbianas. Reyes fue demandado por sus declaraciones contra los colectivos de la diversidad sexual.

Los políticos se unen a la cruzada discriminatoria de los predicadores, como el candidato presidencial y presentador de programas de concursos Salvador Nasralla, quien en una entrevista dijo que está en contra del matrimonio gay.

El primer paso de Kendra en su hogar “fue a los 15 años al decirle a mi mamá ‘soy gay’. Porque antes, dice, ser homosexual era para todxs, no había clasificación LGBTIQ+. El transodio, sabe, comienza en casa. La familia les dice a muchxs ‘te aceptamos con tal de que no vayas a andar vestido de mujer”.

En el transcurso de más de 15 años, lxs parientes de Kendra han ido aceptando su nueva identidad. “Me siento bien con mi hija”, dice su madre, abrazándola mientras están sentadas en el sillón floreado de la sala. “Me gusta todo lo que ella hace y la amo”. A sus sobrinos también les gusta salir a jugar con Kendra, abrazarla y platicar con ella.

Para Kendra, la transición ha sido riesgosa como para muchas otras feminidades trans en Honduras, donde se topan con la discriminación en cada esquina y no hay apoyo médico para ellas. Una de las necesidades para las mujeres trans consiste en aplicar las hormonas que las ayudan a feminizarse. Kendra pasó por un proceso de hormonización que afectó su salud, aunque ahora dice que se siente mejor que antes.

Comenzó a usar las hormonas a los 22 años de edad, después de “preguntarles a otras trans cómo hacían para verse tan bonitas. Fue fuerte para mi cuerpo porque se me ponían las uñas moradas, se me aceleraba el corazón y me daban unos escalofríos que me tiraba diez colchas encima y sentía aquel gran frío”.

Después de experimentar con varias hormonas, encontró al fin una que no le causaba tantos problemas de salud y le ayudaba a sentirse mejor con su cuerpo. Kendra y las demás mujeres trans hondureñas no encuentran consejería en las instituciones de salud a las que podrían acudir para que les indiquen qué procedimientos seguir en su transición, por lo que muchas prefieren arriesgarse autorrecetándose procedimientos que ponen en riesgo su vida o inyectándose aceites para acelerar el proceso de feminización. Muchas de ellas además sobreviven ejerciendo el trabajo sexual, expulsadas del mercado laboral. Y quieren tener cuerpos bonitos para llamar la atención de sus potenciales clientes.

“Me siento muy bien así. Plenamente bien”, dice Kendra. De la aceptación en su hogar, Kendra pasó a la aceptación en su colonia. “En mi colonia me respetan”, dice, “conocen a mis padres. Recuerdo una vez que iba en rapidito [microbús] y el chofer le dijo al ayudante ‘tratamela bien porque es defensora”.

Para muchas trans, solo se trata de un cambio corporal, pero en el de Kendra se trata también de un cambio de mentalidad que ella dice se llevó a cabo desde el momento en que comenzó a involucrarse con organizaciones de defensa de derechos humanos y derechos LGBTIQ+. Su visión cambió con las charlas, diplomados y talleres. “Comencé a deconstruirlo todo, a deconstruir hasta el uso de maquillaje. Recuerdo que un jefe me dijo que yo iba con resaca al trabajo, pero lo que pasaba es que ese día fui a trabajar sin maquillaje. También mucha gente me dice que afine un poquito más la voz, pero yo no finjo la voz”.

Hace pocos años, cuando empezó a ir a la universidad, se dejaba el pelo corto para llamar menos la atención. En esos días, cuando quería retomar su apariencia trans, se “empelucaba para disimular un poco”, pero ha dejado de hacerlo y hoy tiene una larga cabellera que suele tocarse cuando habla.

Activismo transfeminista

Dice que las organizaciones le han dado la oportunidad de desarrollarse como persona trans y como parte de colectivos y comunidades. A veces, en su trabajo en las instituciones, el temor al rechazo la ha hecho “retroceder”.

Kendra se dio cuenta de que era transfeminista cuando fue a un encuentro en Choloma, al norte de San Pedro Sula. “Allí me di cuenta de que, por todo lo que me pasaba, yo ya era feminista. Empecé a empoderarme. En ese entonces no se escuchaba hablar de estos temas. No había las categorías de feminismo que hay ahora. Acá en Honduras no conozco a muchas mujeres transfeministas”.

Con su candidatura al PARLACEN desde un partido de izquierda, hizo que todos hablaran del tema. Aunque cuestionaran la participación de la diversidad en la política por considerar que se trata de minorías.

“Mi amor propio ha cambiado”, agrega Kendra. Sigue soñando en grande. Hoy uno de sus mayores objetivos es construir un albergue donde las mujeres trans hondureñas tenga un espacio donde puedan ser ellas mismas.

Fuente Agencia Presentes

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