El don de la maternidad.
“Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia” Jn 10, 10.
20 de diciembre, domingo IV de Adviento
Lc 1, 39-45
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre
El don de la maternidad no tiene sexo y es consustancial a todas las criaturas en todo espacio y tiempo.
Cuando Dios se encarna ser humano -y se ha encarnado siempre en todos los seres-, la encarnación es alma que lo anima todo. Es, como dice Arregi: “la dinamys que late en la realidad. Es la presencia operativa, creadora, transformadora, que habita todo cuanto es, desde las partículas hasta las galaxias”.
Jesús lo remarcó en Jn 10, 10: ”Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. Para compartir gozo y alegría, como compartieron María e Isabel, embarazadas ambas. Dar a luz es dar luz; es inspirar e iluminar: “La religiones mueren cuando fallan sus luces”, escribió el gran teólogo alemán W. Pannenberg (1928-2014).
Uno de los grandes poetas sufíes de la tradición mística musulmana, Rûmî (1207-1273), escribió con enorme hondura mística y apertura ecuménica esta frase:
Nuestro país debe ser la tierra de oportunidad ilimitada para todos. “Nuestro cuerpo es semejante a María: cada uno tiene un Jesús en su interior, pero éste no puede nacer hasta que los dolores de parto no se manifiesten en nosotros”.
Célibe o casado, embarazada o virgen, todos han concebido en un “hágase en mí” gozoso. Un “fiat” que es un peregrinar al templo de nuestro propio ser, a nuestro centro. Y es una invitación a salir luego de nuestro vientre personal, a implicarse en los problemas de los otros y ayudarles a que también ellos puedan acudir cuanto antes al paritorio.
Toda maternidad es don y donación. No se puede engendrar sin parir luego. La Naturaleza, al menos, lo consideraría una traición. Es como impedir que la vida personal siga cumpliendo su mandato espiritual. La decisión de tener un hijo, decía Elizabet Stone, nadadora paralímpica, es trascendental. Se trata de decidir que tu corazón caminará siempre fuera de tu cuerpo”.
El hijo al que canta Gabriela Mistral en su Canción de madre, le reclama ese derecho:
“Los ojitos que me diste / me los tengo de gastar / en seguirte por los valles / por el cielo y por el mar…”
Únicamente de este modo podremos cambiar el mundo y hacerlo más habitable. En la película Los mejores años de nuestra vida (Usa 1946), decía el director, señor Milton al Consejo de Administración: “Nuestro país debe ser la tierra de oportunidad ilimitada para todos”. ¿Lo decía pensando en la maternidad donante y generosa de la Madre Tierra?
Y para cambiarnos a nosotros, el doctor japonés Hiromi Shinya, ha descubierto unas enzimas-madre multifuncionales que permiten al organismo corporal autocurarse. En su reciente obra La enzima prodigiosa expone la revolucionaria forma en que nuestra Madre Cuerpo Humano nos ayuda a mantenernos fisiológicamente también sanos.
LA MADREPERLA
Concebiste en tu seno nacarado
las doce puertas que eran doce perlas
según San Juan en el Apocalipsis.
Y el Evangelio de Jesús compara
el Reino de los Cielos
a un mercader que busca perlas finas.
Al descubrir una de gran valor
va, vende cuanto tiene y la compra.
¡Es un sueño de amor el que tuviste!
Yo deseo también ser concebido
en tu iriscente seno nacarado,
y llegar a ser perla de tus sueños.
(NATURALIA.
El Sueño de las Criaturas. Ediciones Feadulta)
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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