6. XII 2020. Dom 2º Adviento. Ciclo B: Ante el pasado Consistorio, volver a Juan Bautista (Mc 1, 1-8)
El tema central de este Dom 2º de Adviento es el comienzo del Evangelio de Marcos (1,1-8), que seguiremos leyendo a lo largo del año 2021 (Ciclo B).
La figura dominante es Juan Bautista, marcando el paso que va del Antiguo al Nuevo Testamento; él convocó el primer “consistorio” de la iglesia, al que acudió Jesús, con otros voluntarios.
Ese motivo nos sitúa ante el reciente consistorio del Papa con sus cardenales, al comienzo del Adviento (28.11.2020) con su dignidad y su historia, ha sido un hermoso y digno consistorio, y me alegro de ello.
Pero yo preferido otro algo distinto, más parecido al de Juan, entre el desierto y la tierra prometida, donde acudió Jesús (Mc 1, 9), con sus compañeros, desnudos de riquezas, abiertos de esperanzas, conforme al evangelio de este domingo.
| X. Pikaza
Composición de lugar
Como he dicho, el consistorio del pasado 28.11.20, ha sido un digno y gozoso consistorio. Ciertamente, hay algunas excepciones, pero el colegio cardenalicio es uno de los colectivos más dignos y sanos no sólo de la Iglesia, sino de la humanidad actual. Los católicos podemos sentirnos muy contentos, y dar a Dios gracias por ello. Y, sin embargo, algunas cosas podían y pueden cambiar, en la línea del evangelio del domingo (Mc 1, 1-8). El colegio de los Cardenales nació en el siglo XI para resolver fuertes problemas de Iglesia. Por eso, el papa de entonces creó un colegio de “príncipes de la iglesia”, electores del próximo papa (como los príncipes electores del Imperio Romano Germánico del siglo XI). Ese “invento” de los cardenales electores tuvo éxito, ha durado casi mil años… Pero quizá debería cambiar, siguiendo más el modelo de Juan Bautista y de su grupo, del que surgió Jesús.
Este colegio de cardenales ha cumplido una función, a lo largo de mil años, como signo de poder y prestigio de la Iglesia, pero quizá debe ir terminando (o cambiando mucho), con las reformas que ha introducido el Papa Francisco y con otras muchos mayores que deben introducirse. No parece normal ni bueno que sean solo varones y obispos. No hay razón ninguna para mujeres y no-obispos… No hay razón ninguna para que vistan de colorado…, no hay ninguna, ninguna razón, para que sigan siendo un residuo de la reforma feudal, imperial y “gregoriana” del siglo XI (cuando se crearon cardenales, consistorios y cónclaves, en torno al año 1059, como electores del papa).
Resulta significativo y, a mi juicio,prometedor el hecho de que esta iglesia “cardenalicia” celebre mañana (el 6.12.20) el segundo domingo de Adviento, con la figura de Juan, a quien hoy quiero presentar como profeta y bautista del “gran” consistorio mesiánico al que se apuntaron los voluntarios del Reino, con Jesús, que inició desde allí su camino mesiánico. Como es normal, los cardenales del consistorio Vaticano 2020 son distinto de los compañeros del Bautista, entre los que estuvo Jesús… Por eso me gustaría que los próximos “consistorios” de la iglesia romana fueran más parecidos a los grupos del Bautista…, empezando por sus vestidos y comida, por su origen y vocación de Reino.
De aquel “consistorio” de Juan surgió Jesús, el hijo de María, de la que tratará el evangelio del próximo martes (8.12.20). Ellos, muy distintos, muy unidos, han de ser los promotores de los próximos consistorios de la Iglesia, con hombres y mujeres, cristianos todos (casados o solteros, clérigos o laicos…). No sé la forme en que deberán elegirse los “compromisarios” de la próxima iglesia de Roma. Estos cardenales del año 2020 han cumplido una función y la seguirán cumpliendo algunos años (algunos decenios). Pero tiene que surgir pronto una iglesia distinta. En el primer milenio no hubo cardenales (ni los hay en las iglesia ortodoxas,protestantes etc…). En el tercer milenio tampoco habrá cardenales de este tipo.
Pienso que la reforma de la Curia Vaticana, en la que está empeñado el Papa Francisco, va (ha de ir) en esa línea. En un sentido, poniéndose a soñar, hubiera sido hermoso que Francisco hubiera abandonado el Vaticano, con sus “nobles” cardenales (re-vestidos, solemnes, sentados bajo una cúpula de poder), para retomar la andadura de Juan y de Cristo, en el “desierto” (fuera del poder establecido), a la vera del Jordán, sin más vestido que una túnica de pelo de camello, sin más seguridad ni comida que los “saltamontes” y la miel silvestre del ancho mundo hermano. En esa línea puede entenderse el evangelio y liturgia de este domingo 2 de Adviento.
Contrapunto: Juan Bautista y los “cardenales” de Jesús
Juan Bautista supo que este mundo (templo y vaticano incluidos) se encuentra condenado a muerte. Por eso abandonó el culto oficial, los poderes establecidos, para comenzar “a pelo” (desnudo de ropas y comidas de mercado) en el desierto del principio de la vida. Su camino y mensaje incluía tres certezas primordiales.
1) Según Juan Bautista, este mundo de riqueza, poder y exclusión (con el templo de Jerusalén y el Imperio romano) está condenado a muerte, se está destruyendo a sí mismo, porque es un mundo de injusticia. Por eso, Juan protesta contra la apariencias de las vestiduras que son signo de poder sacerdotal (social), volviendo a la naturaleza “desnuda”, igual para todos, con la túnica de pelo de camello, que no se compra ni vende en mercado. En esa misma línea protesta contra la injusticia de un mercado de comidas, que enriquece a unos, empobrece a otros, volviendo a la naturaleza y a sus dones, iguales para todos, saltamontes, miel silvestre…
(2) Sólo a quienes rompen así con el “mundo del poder” ofrece Juan un bautismo de esperanza, es decir, un nuevo comienzo,para escaparse «de la ira que se acerca» (cf. Mt 3, 7), caminando hacia la salvación, en la tierra prometida, tras el río Jordán que separa el mundo antiguo del desierto y la tierra del Reino de Dios. Evidentemente, Juan habría sacado a los cardenales del consistorio 2020, con el mismo Papa Francisco, para abandonar otros “negocios” y comenzar una andadura de transformación personal y social, social y eclesial, sin dinero alguno (todo lo que se construye con puro dinero es malo), a cuerpo, junto al río de la vida.
(3) Pero, al mismo tiempo, Juan sabe que hay algo (Alguien) mayor que él, que todos sus discípulos, incluidos los “cardenales”. Por eso les anuncia y promete la llegada de uno que es más fuerte, aquel que viene en nombre de Dios (o Dios mismo) para realizar las promesas antiguas y transformar en amor gratuito la vida de los hombres y mujeres, desde los más pobres (los considerados pecadores, los excluidos, sin casa fija en el mundo). De esa forma dice que él no tiene la última palabra, pero hay uno que la tiene, y ése es Dios, que quiere revelarse, expresar su Vida en la vida de los hombres.
(4) Juan sabe que la historia del hombre actual (del poder y la riqueza) ha fracasado, pero ha descubierto que queda un resquicio de esperanza y en ese resquicio quiere mantenerse, para abrir la puerta a los que vengan, en el borde del desierto, ante el río que evoca el paso de la vida y el nuevo nacimiento en la tierra de Dios, el paso de Dios entre los hombres, excluidos de la tierra, con publicanos y prostitutas que son sus cardenales (cf. Mt 21. 32), con Jesús que se une y siente bien con esa compañía (como seguirá diciendo Mc 1 9- 11).
(5) Juan se planta así, como profeta de Dios para los pobres, junto al río, vestido de piel de camello y comiendo alimentos silvestres (Mc 1, 6), para iniciar un camino de salvación con los expulsados de las pretendidas salvaciones de los poderosos. Sólo si somos capaces de volver al “desierto” de Juan, sin más vestido que una túnica de pelo de camello, sin más comida que los saltamontes (langostas peregrinas) de la tierra, podremos iniciar la andadura de aquel “consistorio” al que acudió de verdad Jesús. Quizá habría que haberse olvidado Consistorio Vaticano 2020 (¡con el Papa Francisco!), para apuntarnos este próximo domingo al Consistorio Universal de Juan, en el desierto del Jordán, como empieza contando el evangelio.
Texto: Mc 2, 1-8
(Título) 1. Principio del evangelio de Jesús Cristo, Hijo de Dios
(a. Habla Dios) 2 Según está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de ti, preparará tu camino, 3 voz que grita en el desierto: ¡Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos!
(b. presentación de Juan) 4 Vino Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre.
(c. Mensaje. Viene el más fuerte) 7 Y proclamaba diciendo: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. 8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo
(d, Vino Jesús) 9 Y sucedió en aquellos días que llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
El lector normal puede terminar aquí mi reflexión de este domingo, organizando a partir de aquí la suya. Para quien tenga más tiempo he querido recoger en esta postal mis reflexiones sobre el texto del evangelio de Marcos. El lector más interesa puede acudir a mi Comentario de Marcos y a mi Historia de Jesús, donde desarrollo el tema Aquí dejo a un lado el título del evangelio (Mc 1-1), con la cita del AT (Mc 1, 2-3) y la conclusión (venida de Jesús: Mc 1, 9), para centrarme en la presentación de Juan (1, 4-6) y en su mensaje (1, 7-8).
PIKAZA, COMENTARIO DE MARCOS (Mc 1, 1-8)
1, 4-6. Vino Juan Bautista
4 Vino Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre
1, 4a. Vino.La palabra griega (egeneto), que he traducido como“vino” en el sentido de venir,puede entenderse también como “fue, sucedió o aconteció”, como en las historias tradicionales: “érase una vez”. Pero el problema no es la traducción, sino la puntuación del texto, pues, como se sabe, los manuscritos antiguos no puntúan, de manera que el principio y final de cada frase la “deciden” los mismos lectores, como en el lenguaje oral, donde son los oyentes los que captan los cambios de frase, al oído). (a) Mc 1, 1-4 se puede entender como una única frase, en la que 1, 2-3 actúa como paréntesis: “El principio del evangelio de Jesús… (como está escrito en Isaías…) fue Juan el Bautista”. El mismo Juan aparece así como comienzo del Evangelio. (b) Pero podemos suponer también que Mc 1, 1-4 consta de dos frases. La primera abarca 1, 1-3, con un título nominal: “comienzo del evangelio…” (1, 1) y una larga frase subordinada: “como está escrito…” (1, 2-3). A partir de 1, 4, tras un punto, comenzaría una frase nueva, que empieza con egeneto (fue, vino) que debería traducirse como: “Vino (se mostró, hubo una vez) Juan Bautista…
En cualquiera de los dos casos, el comienzo del evangelio de Jesús está vinculado a la profecía de Isaías (cf. Mc 1, 1), que, de hecho, incluye un texto de Ex 23, 20 (y una referencia de Mal 3, 1ss), y supone que esa profecía se ha cumplido en la vida-mensaje de Juan Bautista, que arraiga a Jesús en el pasado de Israel y en el presente de la historia judía, marcada por la palabra y esperanza profética. Eso significa que, en su historia previa, antes de ser proclamado por Dios como Hijo, Jesús no es para Marcos un alma caída del cielo (en línea gnóstica), ni un solitario separado, sino que, a través de Juan, se entronca en la tradición profética y mesiánica de su pueblo, dentro de eso que pudiéramos llamar (según Marcos) el gran secreto de la revelación de Dios y de la historia de la humanidad. Así puede precisarse la relación de Jesús con Juan[1]:
— En el principio está la profecía (1, 2-3), es decir, la esperanza que Dios ha sembrado por su palabra en Israel. Sobre un mundo de opresión donde los israelitas padecían antaño cautiverio en tierra extraña (Babilonia) y ahora lo padecen en su misma tierra de Israel, se ha escuchado la voz del enviado (Ex 23; Is 40; Mal 3-4), anunciando salvación. Otros elementos de la identidad judía resultan menos apropiados. Marcos piensa que el camino de Jesús ha de entenderse desde esta palabra “profética” que el mismo Marcos (o su iglesia) ha construido, partiendo de Ex 23, 20 3 (con Mal 3, 1), que ha de tomarse así como palabra que Dios dirige a Jesús, hablándole de su precursor que es Juan), y partiendo también de Is 40, identificando así a Juan con el Ángel que prepara el camino de Jesús, con la Voz que clama en el desierto y con el mismo Elías
— La profecía se ha cumplido en Juan (ángel de Dios, voz en el desierto, presencia de Elías), cuando pide a los hombres que preparen la venida del Kyrios mesiánico que es ahora Jesús, y cuando les pide un bautismo de conversión para perdón de los pecados (1, 4-6). De esa forma se cumple la Escritura de Israel a través de Juan Bautista, que es para Marcos el auténtico origen (precursor, antecedente humano) del evangelio mesiánico. La vida y tarea de Jesús no se define ya a partir de sus parientes (cf. 3, 20.31-35 y 6, 1-6b), sino a partir de Juan Bautista, que aparece así como su familia de origen[2].
Juan el Bautista[3].
Su figura se puede interpretar de dos maneras, según se introduzca o no un artículo después de su nombre. Los manuscritos están muy divididos, de manera que no es fácil optar por una solución. (a) En un caso, introduciendo el artículo (ho), el texto debería leerse así: “El comienzo del evangelio… fue Juan el Bautista (hobaptidsôn) [estando] en el desierto y proclamando un bautismo de conversión…”. (b) En el otro caso (que me parece más probable), el texto ha de leerse: “El comienzo… fue Juan, bautizando (baptidsôn, sin artículo) en el desierto y proclamando un bautismo de conversión…”.
En la primera lectura Baptidsôn aparece como título (es participio sustantivado) y así acentúa la identidad de Juan, a quien se define como “el Bautista”. De esa forma, igual que a Jesús se le llama el Cristo (el Ungido), a Juan se le llamará el Bautista (el que bautiza), destacando de esa forma su función, convertida de algún modo en nombre propio. En la otra lectura, el hecho de que Juan bautice no define su figura (aunque es un hecho importante). Sea como fuere, en ambos casos, en el pasado de Jesús (que viene de la palabra de Dios que le habla en 1, 2) se encuentra Juan, profeta escatológico de conversión que pide a los israelitas que confiesen su pecado y se bauticen en el agua, en rito de purificación que es anuncio y contraste de aquello que ha de venir después (y que Marcos piensa que ha venido ya por Jesús).
Como veremos, Marcos sabe que Juan ha reunidos a muchas gentes, que vienen de Judea y Jerusalén, para convertirse y bautizarse (1, 4-5). Sabe también que ha tenido unos discípulos, que han heredado su estilo de abstinencia/penitencia, marcado por las comidas silvestres y el ayuno (1, 6; 2, 18), y que, tras ser ajusticiado, sus discípulos han recogido y enterrado su cuerpo, manteniendo de esa forma su memoria (6, 29). Es muy posible, además, que Marcos conozca otros detalles de la vida y mensaje de Juan, en la línea de los textos paralelos de Mt 3, 1-12; Lc 3, 1-9; Jn 1, 19-28 (cf. Jn 3, 23-27; 5, 33.37; Hech 18, 25; 19, 3-4). Pero él sólo se ocupa de Juan en la medida en que es arkhê o comienzo del camino de Jesús, con su mensaje y su bautismo[4].
1, 4b. En el desierto (1,4). El signo no es Juan sin más, sino Juan bautizando “en el desierto”. Ese término alude, por un lado, a los cuarenta años del primer nacimiento israelita, conforme a las tradiciones recogidas entre Ex y Dt (en la línea de Ex 23, 20). En esa línea, el desierto es un lugar de ruptura fuerte, espacio de prueba o tentación intensa, y evoca, además, el camino del retorno del exilio, conforme a las palabras de 1s 40, 3, que hemos venido comentando. Finalmente, puede aludir al camino de ida y retorno de Elías, vestido como “hombre de desierto” (cf. 2 Rey 1, 8), para realizar la obra que Dios le ha encomendado (cf. 1 Rey 19, 4.15).
Proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados (1, 4b). De manera sorprendente, Marcos no presenta a Juan “bautizando” (como si ello fuera algo ya conocido), sino “proclamando un bautismo de conversión” … De esa manera le vincula con (y le distingue de) Jesús, que vendrá a Galilea “proclamando (con la misma palabra: kerydson) el evangelio” (1, 14). Eso significa que el bautismo (de conversión) de Juan no es un simple rito, sino un acontecimiento de salvación que él ha venido a proclamar. Ese bautismo es el centro y tema del kerigma (kêrissôn) de Juan, un rito que en ese momento constituye, dentro de Israel, algo conocido y, al mismo tiempo, una gran novedad, dentro del orden sagrado (sacerdotal) de Israel.
(1) El rito en cuanto tal resultaba conocido, pues los “bautismos” de purificación constituían un rasgo importante de la religiosidad del tiempo (como atestigua incluso un libro cristiano: cf. Heb 6, 2). Una parte considerable del judaísmo se hallaba preocupada por los bautismos, como puede verse en Qumrán y en otros grupos de bautistas y en los bautismos/purificaciones de los judíos piadosos y ricos, que instalan en sus casas las “mikvas” o piscinas ceremoniales, para limpiarse todos los días, o siempre que hubieran contraído alguna mancha ritual, ampliando unos ritos de purificación que en principio estaban prescritos para los sacerdotes.
La misma Ley prescribía el uso lavatorios y bautismos, para que la purificación de los sacerdotes, al empezar y terminar sus ritos en el templo. Moisés lavó y purificó a Aarón y a sus hijos (Lev 8, 6). De un modo especial tenían que lavarse y bautizarse los celebrantes antes y después de los sacrificios (Lev 16, 4.24), y también aquellos que hubieran participado en los ritos (Lev 16, 26-28). La vida de los sacerdotes aparecía así como un despliegue de purificaciones bautismales, que les permitían estar siempre puros (ritualmente) para realizar bien su oficio. Pero en tiempos de Jesús “se bautizaban” no sólo los sacerdotes, sino también otros judíos piadosos. De esa manera, los que hubieren padecido enfermedades de la piel debían lavarse para quedar puros (Lev 14, 8-9); igualmente han de bañarse los que han tenido flujo de sangre o semen, y los que han entrado en contacto con ellos, pues flujo de sangre y semen hacen impuro al hombre y a la mujer (cf. Lev 15, 1-33).
No hay sólo un bautismo de personas, sino también de cosas e instrumentos que se han puesto en contacto con algo impuro (Lev 11, 32-38; cf. 2 Cron 4, 2-6). Los bautismos son también un instrumento de purificación para aquellos que han contraído alguna mancha ritual, que les separa de la comunidad: así deben bautizarse los leprosos curados (Lev 14, 8-9; cf. 2 Rey 5, 14) y aquellos que han tenido relaciones sexuales, poluciones o menstruaciones… (cf. Lev 14, 16-24)[5].
Juan Bautista, un caso aparte.
Él representaba una línea especial, pues no hablaba de “bautismos”, sino que proclamaba un único bautismo, y porque no decía a los hombres y mujeres que se bautizaran ellos (por sí mismos, en sus piscinas rituales), sino que les bautizaba él mismo, en un río muy especial (el Jordán, río de entrada en la tierra prometida), como enviado escatológico de Dios. Su gesto de “bautizar a otros” impresionó de tal forma a la gente que aquellos que le conocieron le llamaban “el Bautista” (es decir, el que bautiza). Por otra parte, su bautismo era un signo profético de carácter único pues anunciaba la irrupción del “más fuerte” (que ofrecerá el bautismo en el Espíritu Santo, como interpreta Mc 1, 8).
Por eso, Mc 1, 4 afirma que Juan vino (estaba) proclamando un (el) bautismo, y que él mismo lo impartía como bautizador (Bautista), enviado por Dios. Sin duda, él se ha sentido llamado a bautizar a los demás, como profeta del fin de los tiempos. Su rito no podía repetirse, como otros sacrificios purificatorios, sino que situaba a los hombres y mujeres, de una vez por todas, de un modo definitivo, ante el juicio de la historia (en ese sentido, la tradición cristiana hablará del ephapax, una única vez, cf. Rom 6, 10; Heb7, 27; 9, 12). Lo que vuelve una y otra vez, como los ciclos de la vida, debe reiterarse (cf. Qoh 3, 1-8); pero lo que vale para siempre, superando ese nivel, inutiliza (declara ya pasadas y deja en suspenso) las instituciones existentes. De esa forma actúa el bautismo de Juan como señal del fin del mundo y retorno a las aguas primeras (Gen 1,2), antes que existieran sacrificios rituales según Ley.
Conforme a la tradición del Q, recogida por Mateo y Lucas, el rito de Juan se vincula con imágenes de dura destrucción, que expresan el fin de este mundo, la vuelta al principio del caos, antes que el tiempo existiera (cf. hacha, huracán, fuego: Lc 3, 17; Mt 3, 11-13). Pero Marcos deja a un lado esos signos y relaciona el bautismo de Juan (con agua, para conversión) con la llegada del Más fuerte (=iskhyroteros), que bautizará en Espíritu Santo y Fuego (Mc 1, 8). Sólo ese Más Fuerte “que viene”, realizará la obra de Dios
Al centrar su mensaje/kerigma en el bautismo de conversión (metanoia) para perdón de los pecados, según Marcos, Juan estaba asumiendo una función de tipo más “sacerdotal”, es decir, más vinculada a unas normas sagradas de la purificación, de manera que su gesto le relacionaba y le separaba de los sacerdotes de Jerusalén, interesados por las purificaciones (aunque más en la línea de los sacrificios, que de los bautismos). Así podemos situarle más cerca de los esenios de Qumrán, muy preocupados por los temas sacerdotales (y por los bautismos), aunque contrarios a los sacrificios de Jerusalén. Pero, en contra de los qumramitas, Juan proclama (en su kerigma) un “bautismo de conversión” (metanoia) única, es decir, de transformación personal y social para siempre. De esa forma, él establece un “movimiento de conversión definitiva, ante el fin inminente, más que de penitencia repetida.
Esta metanoia o conversión de Juan (cf. 1, 4.8), responde a la exigencia que la Biblia hebrea y la tradición israelita han condensado en la raíz “shub”, que implica un movimiento de “retorno”, esto es, de vuelta a Yahvé, como vemos en muchos testimonios del judaísmo de aquel tiempo, desde los textos Qumrán y de las Diez y ocho bendiciones (Shmone Esre) hasta la Oración de Manasés. Quizá la novedad de Juan está en que pone a sus oyentes ante “la última conversión” (después no hay otra) y la vincula con un único bautismo en el Jordán, que él mismo imparte, para entrada en la tierra prometida. Este bautismo es para perdón de los pecados…, en la línea de los ritos de perdón del templo (centrados en el Yom Kippur anual); pero el bautismo de Juan, impartido una sola vez, proclama y suscita de un perdón único y universal, sin machos cabríos ni sacrificios ni templo[6].
1, 5a. Y venía a él toda la gente de la región de Judea y todos los jerosolimitanos (1, 5)… Esta frase supone que Juan ha tenido un éxito muy grande. Ciertamente, ella puede ser una exageración, pero nos sitúa sobre una buena pista para entender su mensaje y el alcance de su propuesta. A diferencia de Jesús (que desarrolla su misión en Galilea), Juan actúa como profeta de (para) Judea y Jerusalén, en un área que parece controlada por los sacerdotes. En ese sentido podemos afirmar incluso que él aparece como alternativa frente al templo, en la línea de los monjes de Qumrán, como un profeta básicamente judío.
Desde aquí podemos entender mejor los elementos fundamentales de su mensaje y de su propuesta, dirigida, desde el otro lado del río, a los habitantes de Judea y de Jerusalén (no se dice que vengan a escucharle de Galilea, a no ser Jesús: 1, 9). Eso significa que Juan está directamente vinculado con Jerusalén. Sin duda, su gesto implica una protesta contra el templo y de esa forma su tarea puede y debe entenderse como alternativa sacral (escatológica) al templo.
Por eso, cuando Marcos dice que venían “todos los de Judea y Jerusalén”, está suponiendo que había crecido la protesta contra sus instituciones sagradas. Juan no anuncia la caída de Roma, ni promueve una guerra santa contra los ejércitos invasores (que dependen directamente de Roma o de Herodes, en cuyo territorio se ha instalado, en Perea), sino que eleva su crítica frente al ritual del Templo de Jerusalén, no con el fin de purificarlo y para poner allí a otros sacerdotes (como querrán los de Qumrán o, más tarde, los celotas de la guerra del 67-70), sino para cambiar el mismo orden sacral del judaísmo de su tiempo.
El texto añade que “todos” venían y eran bautizados, confesando sus pecados”, en una especie de gran liturgia penitencial pública, que no estaba guiada por el sumo sacerdote (como en el Yom Kippur), sino por el mismo Juan, ante el río abierto a todos (en las aguas públicas), no en los patios interior del templo, reservado únicamente a los israelitas puros. De esa manera, Juan se eleva en la frontera del desierto del Jordán, como un personaje del fin de los tiempos, asumiendo de algún modo los atributos de Sumo Sacerdote de una liturgia sagrada de tipo escatológico (del fin de los tiempos), oponiéndose así a los sacrificios y a los sacerdotes del templo de Jerusalén.
Juan ofrecía así un mensaje y una liturgia personal, dirigida a cada uno de los que venían y confesaban sus pecados, por opción (no por simple pertenencia al pueblo elegido), dirigiéndose a todos los habitantes de Jerusalén y de Judea, a los que quiso sin duda reunir y preparar, ante la llegada del fin de los tiempos. Este kerigma del bautismo “de conversión”, para perdón de los pecados, se elevaba, según eso, como alternativa al templo, de manera que podemos afirmar que Juan había ido al desierto (al Jordán) para enfrentarse con las instituciones sacrales de Jerusalén, ofreciendo un mensaje y un rito alternativo. Debemos añadir, además, que su propuesta ha tenido éxito, al menos relativamente, pues venían a él “todos” los de Judea y Jerusalén, según el texto.
1, 5b. Y eran bautizados por él en el río Jordán… El verbo está en pasiva (ebaptidsonto), como suponiendo que, a través del bautismo de Juan, bautizaba el mismo Dios. De esa forma, el gesto activo de Juan vinculaba la “purificación” (perdón de los pecados, no de faltas rituales), con la entrada final en la tierra prometida (paso del Jordán; cf. 1, 5). Estrictamente hablando, el río Jordán no se adentra en el desierto, pero discurre por zonas casi desérticas, separando la tierra de Judá, donde está Jerusalén (ribera occidental), de la tierra de Perea (es decir, “Del Otro Lado”, la ribera oriental) que, estrictamente hablando, no formaba parte de la tierra prometida.
Según eso, Juan vinculaba su bautismo con el perdón de los pecados y con el paso hacia la tierra prometida, desde el borde del desierto. En ese contexto debemos recordar que el éxodo de los israelitas culminó, según Jos 3, en el paso del río: los que venían de Egipto, cruzando el gran desierto, atravesaron milagrosamente el cauce del Jordán para entrar en la tierra prometida. También ahora los convertido del Bautista debían penetrar en el agua, confesando los pecados y esperando la liberación final. Este dato es suficiente para Marcos, quien supone (teológicamente) que en el mismo centro del desierto (prueba) hay un río que no es signo de fertilidad (como en Ez 47), sino de bautismo y conversión, un río que se sitúa en la frontera del desierto, y cuyas aguas no sirven para dar vida, sino para confesar los pecados y esperar el perdón.
1, 6.Vestidos y comida. Marcos sigue diciendo que Juan «iba cubierto con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre». Estos signos definen y delimitan su vida, frente a los sacerdotes de Jerusalén y frente a todos los que viven “instalados” en este mundo viejo, al que se ajustan a través de sus comidas y bebidas.Su mismo estilo de vida constituye un signo de condena para los sacerdotes de Jerusalén y para los ricos de la tierra. Por eso ha decidido situarse en el principio de la historia israelita (como los que venían de Egipto con Josué), reuniendo a unos discípulos en el desierto y preparando allí (junto al río) la llegada del juicio (destructor y salvador) de Dios, que les permitirá entrar de un modo nuevo en la tierra prometida. Desde ese fondo pueden valorarse algunos de sus signos.
Allí donde acaba el desierto discurre el Jordán, y quien lo pueda cruzar como lo hicieron antaño Josué y los suyos (cf. Jos 1-4) recibirá la herencia prometida. Pues bien, a la vera del río habita Juan, preparándose para pasar a la tierra y recibir el don de Dios (Mc 1, 5) y en su entorno se forma una “comunidad” de entusiastas escatológicos, atentos al primer “movimiento” de Dios (podríamos citar en ese contexto a Jn 5, 3-4) para cruzar el río y entrar en la tierra prometida. A Juan le matarán antes de que llegue su hora de cruzar el río. Jesús lo cruzará para iniciar la tarea del Reino en Galilea (de donde había venido), diciendo que el tiempo se ha cumplido (1, 15).
− Ropa como Elías. Juan y sus discípulos se cubren con pelo de camello y cinturón de cuero (Mc 1, 6). Así recuerdan a Elías (2 Rey 1, 8), profeta ejemplar (a quien seguirá recordando Jesús, tras separarse de Juan, aunque en otra línea), anunciador del juicio de Dios sobre el Carmelo (cf. 1 Rey 18). Estas vestiduras son signo de austeridad profética y de vida de desierto (antes de entrar en la tierra cultivada). Pero el camello no es sólo señal de austeridad sino de impureza (cf. Lev 11, 4). Al vestirse de esa forma, Juan protesta contra las normas de los “miembros puros” de Qumrán o del farisaísmo. Por su parte, Jesús seguirá en esa línea de protesta contra un tipo de leyes de pureza, pero no volviendo al desierto como Juan, sino amando y ayudando de un modo especial a los impuros (en comida, curaciones etc.).
− Comida: saltamontes y miel silvestre. Parece evocar un ideal de vuelta a la naturaleza,es decir, al tiempo del desierto, antes que los hebreos entraran en la tierra prometida(alimentos sin preparar, no sujetos a las leyes del mercado). Juan y sus discípulos forman, por su comida y vestido, una comunidad contra-cultural y anti-cultual (no compran en el mercado, con su ley injusta; no acuden al templo de Jerusalén, ni acatan las normas de pureza de fariseos y qumramitas). Ellos son unos “transgresores”, pues para los judíos observantes la miel silvestre era impura, por contener restos de mosquitos e insectos. En esa línea avanzará Jesús, pero no comiendo comida de desierto, sino compartiendo la comida con los impuros y expulsados de Galilea.
Marcos supone que la profecía se ha cumplido en Juan, voz que clama en el desierto, pidiendo a los hombres que preparen la venida del Señor mesiánico (cf. Is 40, 3), y ofreciéndoles un bautismo de conversión para perdón de los pecados (Mc 1, 4-6), es decir, para superar la etapa del desierto y de la espera, pasando el Jordán e iniciando en la tierra de Israel una vida ya purificada. He dicho también que, a diferencia de los esenios de Qumrán, que citan el mismo texto de Isaías, Marcos supone que la Escritura se ha empezado a cumplir a través de Juan Bautista, mediador (precursor, antecedente) profético y mesiánico de Jesús y de su mensaje de Reino.
Marcos sabe que muchos de Judea y Jerusalén iban donde Juan, para bautizarse confesando sus pecados (Mc 1, 4-5), y sabe también que ha tenido unos que han recogido y enterrado su cuerpo decapitado por Herodes (6, 29) y que siguen haciendo lo que hacía (cf. Mc 2, 18). Es muy posible que conozca otros detalles de la doctrina y la vida de Juan (cf. Mt 3, 1-12; Lc 3, 1-9; Jn 1, 19-28 etc.) y no sólo su mensaje de bautismo y su, muerte, pero él sólo ha querido destacar su relación Jesús. De todas formas, en este contexto podemos evocar el testimonio de F. Josefo, cuando dice que, después de haber compartido las “filosofías” o caminos del judaísmo de su tiempo (fariseos, saduceos y esenios), pocos años después de la muerte de Jesús, se hizo por un tiempo discípulo de Bano, con quien podemos comparar a Juan Bautista:
Bano: (cf. Josefo, Aut II, 11)
- vivía en el desierto
- llevaba un vestido hecho de hojas
- se lavaba (=bautizaba) a sí mismo, diariamente, con agua fría para purificarse
- comía alimentos silvestres
Juan: (cf. Mc 1, 4-6)
- – apareció (vivía) en el desierto
- –vestido de pelo de camello y cinturón de cuero
- – bautizaba a otros, para conversión y
- perdón de los pecados.
- – comía saltamontes y miel silvestre
De esa forma elevan una alternativa fuerte a la cultura dominante (estructura social y alimentos), no para negar la identidad israelita, sino para recuperarla desde su origen, antes de la existencia de este templo, antes de las comidas rituales con alimentos elaborados de un modo social. Éstos son sus rasgos distintivos, en parte ya evocados:
Ambos eran hombres desierto, lugar que evoca una vuelta a la naturaleza (un rechazo a la cultura de poder, de las ciudades y tierras cultivadas), pero también un retorno al principio de la historia bíblica, cuando los hebreos caminaban buscando la tierra prometida, donde aún no habían entrado (tema de Éx, Núm, Dt y Jos). También Jesús vivió como (o con) Juan una experiencia del desierto, pero la tradición de Marcos lo interpreta como tiempo de prueba o tentación mesiánica, sin vincularlo al mensaje del bautismo (Mc 1, 12-13; cf. Mt 4, 1; Lc 4, 1).
- Ambos visten de un modo especial, que les distingue de los habitantes de las tierras habitadas. El vestido de Bano remite al principio de la humanidad: está hecho de hojas (como el de Gen 3, 7-8). El cinturón de cuero de Juan está relacionado con Elías (cf. 2 Rey 1, 8: “un hombre velludo, con un cinturón de cuero”). Más difícil de entender es su túnica de pelo de camello, un animal relacionado a las historias de los patriarcas nómadas (Gen 12, 16; 24, 10-63; 30, 43; 31, 17), aunque impuro, según la Ley sacerdotal, propia de limpios sedentarios (Lev 11, 4; Dt 14, 7). Pues bien, parece que con ese vestido de pelo de camello Juan protesta contra las normas de pureza de la ley sacerdotal, enfrentándose a los grupos de esenios y proto-fariseos[7].
- Juan y Bano se definen por el bautismo. Pero Bano se bautiza o se limpia cada día, para así volver a la limpieza del paraíso, en una línea más cercana a los esenios de Qumrán, que se limpian (bautizan) cada día para comer en la mesa limpia de los elegidos. Juan, en cambio, ofrece el bautismo a los demás, una sola vez, como profeta y liturgo (sacerdote) del juicio de Dios, iniciando así un gesto (introducir a unos hombres y mujeres en el agua, para limpieza, perdón y muerte) que culminará el mismo Dios (el Más fuerte), bautizando a todos en el Espíritu Santo (Mc 1, 8). Juan no aparece así como alguien que simplemente “dice” (¡va a venir el juicio!), sino como aquel que hace ya (¡con su bautismo está anticipando y provocando la llegada del Más Fuerte!).
- Ambos toman alimentos especiales, para señalar de esa manera una exigencia de retorno al desierto, protestando en contra de esta mala cultura urbana. La referencia más clara la ofrece Bano “que comía alimentos silvestres”, es decir, naturales, no cultivados, ni elaborados a través de un proceso cultural, como las yerbas que brotan de forma espontánea en el paraíso (cf. Gen 1-3). En una línea semejante, Marcos dice que Juan se alimentaba de “saltamontes y miel silvestre” (agrion; 1, 6). Posiblemente, no quiere decir que sólo comía eso, sino que esos alimentos constituían un ejemplo significativo del resto de comidas “naturales” (no cultivadas en huertos o colmenas propias)[8].
Estos cuatro elementos (desierto, vestido, bautismo y comida) describen a Juan como portador de una forma de vida “alternativa”, que retorna de algún modo a los rasgos básicos de la creación (comidas y vestidos naturales) y de la historia (paso por el desierto), superando un tipo de leyes de pureza sacerdotal judía y, sobre todo, un tipo de cultura que se expresa en el dominio de unos sobre otros.
1, 7-8. Mensaje. Viene el Más Fuerte
7 Y proclamaba diciendo: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. 8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo
En este contexto debemos distinguir ya lo que pudo haber sido Juan, como profeta escatológico importante (valioso por sí mismo), y la visión de Marcos, que le entiende casi exclusivamente como precursor de Jesús. Para situar el tema debemos recordar la primera parte del texto que Flavio Josefo dedica a su figura, presentándole como un predicador moralista:
Juan, de sobrenombre Bautista… era un hombre bueno que recomendaba incluso a los judíos que practicaran las virtudes y se comportaran justamente en las relaciones entre ellos y piadosamente con Dios y que, cumplidas esas condicione, acudieran a bautizarse…, dando por sentado que su alma estaba ya purificada de antemano con la práctica de la justicia. Y como el resto de las gentes se unieran a él (pues sentían un placer exultante al escuchar sus palabras), Herodes, por temor a que esa enorme capacidad de persuasión que el Bautista tenía sobre las personas le ocasionara algún levantamiento popular (puesto que las gentes daban la impresión de que harían cualquier cosa si él se lo pedía), optó por matarlo, anticipándose así a la posibilidad de que se produjera una rebelión…»[9].
Josefo ha querido presentar a Juan como un profeta moralista, totalmente independiente de Jesús, parecido a los estoicos y cínicos de su entorno, un predicador de la virtud (cumplir la ley, contentarse con lo suyo), como supone de manera convergente Lc 3, 13-14. Pero si fue sólo un moralista al uso de los filósofos del mundo griego se explica mal su muerte (de la que trataremos al comentar 6, 17-29); es difícil que Herodes le hubiera ajusticiado. En ese contexto, vinculando los datos de Marcos y Josefo, con el resto de los testimonios antiguos, podemos presentar así la figura de Juan:
(1) Históricamente, Juan ha sido un profeta de Dios y no un simple precursor de Jesús, como lo muestra el tenor original de su mensaje y el hecho de que sus discípulos no se hayan hecho cristianos (cf. 2, 18; 6, 29). En ese contexto ha de entenderse la palabra que le atribuye Marcos: «Viene tras de mí Aquel que es Más Fuerte (iskhyroteros) que yo…» (1, 7-8). A los ojos de Juan, ese Más Fuerte que él anuncia podría ser el mismo Dios de quien él se cree mensajero (en la línea de Mal 3-4), pero esa identificación es problemática, como veremos. Para Marcos, en cambio, es ya Jesús.
(2) Marcos ha entendido y aplicado la profecía de Juan en perspectiva cristiana. Allí donde el Bautista habla de Dios pone Marcos a Jesús, reinterpretando así no sólo el mensaje de Juan sino la misma profecía del Antiguo Testamento. Por eso, el camino de Dios del que he tratado al ocuparme de 1, 2 se entiende ahora como “camino de Jesús que bautizará a los hombres con Espíritu Santo” (1, 8), introduciéndoles en Dios y no en agua de pura penitencia.
(3) Jesús. Más difícil de saber es cuándo y cómo se ha interpretado el mensajo teológico de Juan de una manera cristológica (aplicándolo a Jesús? ¿Ha creído Jesús que él mismo era el Más Fuerte que el Bautista prometía? ¿Ha sido sólo la iglesia la que ha identificado al Más Fuerte de Juan con Jesús, tras la pascua? ¿Cómo ha llegado a esa conclusión? Marcos no responde, pero ofrece una indicación muy significativa al describir la forma en que Juan anuncia la llegada del Más Fuerte (1, 7-8), y al exponer después la experiencia de Jesús después de haber sido bautizado por Juan, cuando escucha la voz de Dios que le dice ¡Tú eres mi Hijo! (1, 11)[10].
1, 7. Mensaje: Viene detrás de mí aquel que es Más Fuerte que yo. Significativamente, estamos ante un cambio de contenido en el mensaje de Juan. (a) Antes (1, 4), él proclamaba (con el participio kerydsôn, que indica una acción repetida), de un modo general, el “bautismo de conversión”, como si todo su mensaje se centrara en ello y se redujera a ello. (b) Pues bien, ahora (1, 7), sin mediar aparentemente ningún cambio, Marcos afirma, empleando el mismo verbo, que Juan “proclamó” (ekêrissen), como si fuera una vez, la llegada Aquel que es Más fuerte (Iskhyroteros). Pasamos así del plano penitencial (proclamaba un bautismo…) al plano mesiánico (proclamó la llegada del más fuerte, como si con esa proclamación hubiera terminado su tarea)
En principio ese Más Fuerte (con artículo de definido: ho Iskhyroteros) tendría que ser Dios. Pero en la formulación actual, en donde se le llama “Más Fuerte que yo” (mou), no puede referirse a Dios, porque para los judíos Dios resulta “incomparable”. Un buen judío nunca puede afirmar “Dios es más fuerte que yo”, porque Dios es el Fuerte (Iskhyros en absoluto), sin comparación posible. Por eso, aunque Juan hubiera anunciado históricamente la llegada del Más fuerte (Dios), Marcos supone que ese más fuerte no es Dios, sino que le identifica de hecho con Jesús, de quien Juan aparece como precursor, anunciando su llegada.
Viene detrás de mí… No está, sino que viene (erkhetai) como se confirmará después, cuando se diga que “vino” (êlthen) Jesús. La expresión detrás de mi (opisô mou) puede tener dos sentidos: (a) La del puro venir “después”, en sentido temporal o espacial: así habría venido Jesús “después” de Juan, sin que ello implique ningún tipo de “seguimiento” o discipulado. (b) La de un “seguir en el camino”, como discípulo. Así utiliza Marcos esa expresión en todos los restantes casos, al hablar de los discípulos/seguidores de Jesús, que van tras él (opisô mou, autou: 1, 17. 20); en ese sentido se aplica a Roca (8, 33) o a los que quieren ser discípulos de Jesús (8, 34).
Conforme a la segunda acepción, Juan estaría presentando a Jesús como discípulo) suyo, aunque afirmando que se trataba de un discípulo “más fuerte” que su maestro. Sin embargo, parece preferible entender ese término (detrás) en un sentido puramente temporal, pues Marcos no ha querido definir a Jesús como “discípulo” de Juan, sino al contrario: él ha destacado la “prioridad” de Jesús, que bautizará con Espíritu Santo, frente a Juan que sólo ha podido bautizar (ebapsisa, en pasado: 1, 8) en agua, para conversión[11]. Sea como fuere, es posible que en el fondo de esa expresión (Jesús como el que viene tras Juan) se esconda el recuerdo de que el Cristo fue discípulo del Bautista.
Y no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. Las palabras de Juan (Jesús “viene” tras él) han podido insinuar que Jesús ha sido su discípulo. Pues bien, para rechazar esa posibilidad y para destacar la diferencia abismal que hay entre ambos, este Juan de Marcos afirma que él no es ni siquiera digno de formar parte de los discípulos de Jesús “desatando sus sandalias”, pues el gesto de atar y desatar las sandalias del maestro era una de las tareas de los discipulos. Marcos indica así, veladamente, que Juan no ha sido discípulo de Jesús, pero que Jesús tendrá discípulos, personas que estén dispuestas a atar/desatar las correas de su calzado, cosa que él no es digno de hacer. Esta misma idea se encuentra en el fondo de la tradición del Q (Lc 7, 28; cf. Mt 11, 11), donde se dice que Juan, siendo el mayor de los “nacidos de mujer”, es el más pequeño en el Reino de Dios (en el camino de Jesús).
Queda así claro, según Marcos, que Juan no ha sido maestro de Jesús, ni es digno de ser discípulo suyo, a pesar de que ha sido su “ángel”, mensajero de Dios, Voz que ha proclamado y preparado su venida (como nuevo Elías). En ese sentido podemos añadir que Juan ha llegado hasta el límite, hasta el mismo lugar donde se hallaban los judíos y los jerosolimitanos que venían a encontrarle, dominados por la propia culpa. Ha llegado a la frontera y en ella ha querido situarse, como vigilante de Dios, preparando un camino que le desborda, escuchando la confesión de los pecadores e introduciéndoles en el agua del Jordán; por eso no puede llegar al otro lado, cruzar el río y entrar en la tierra, porque él sólo tiene que un bautismo de conversión[12].
1, 8. Acción: «Yo os he bautizado en agua, pero él…» 1, 8). El mensaje de conversión de Juan culmina y se expresa en el bautismo que él ofrece a sus discípulos en el río Jordán, abriendo un camino supremo de esperanza en este mundo: los bautizados podrán entrar, de manera liberada, a la tierra prometida.
Ese mensaje acentúa la grandeza de la función de Juan (¡yo os bautizo…!: Mc 1, 8). Por otra parte, todo el contexto de este pasaje destaca la fuerte personalidad de Juan, suponiendo que ha convocado un grupo de seguidores, llevándoles al desierto y bautizándoles en el río de las promesas antiguas, con la certeza de que viene el Más Fuerte. Pero, al mismo tiempo, el texto recuerda que Juan es el “profeta que no ha cruzado el río”, sino que ha quedado al otro lado: llega hasta el agua e introduce a los creyentes (convertidos) en la corriente del Jordán, en gesto de trasformación (juicio y esperanza), sabiendo que sólo Dios puede “abrir de verdad el río”, para que los liberados pasen al otro lado, donde podrá bautizarles Más Fuerte, pero ya no en agua (en un río), sino en Espíritu Santo (es decir, con la fuerza y presencia del mismo Dios)[13]:
— Yo [Juan] os he bautizado… Juan representa el pasado, un gesto ya cumplido y terminado: ebaptisa, yo os he bautizado con agua, es decir, con el símbolo de conversión, purificación y perdón de los pecados, realizando de esa forma un gesto que ya se ha realizado. Juan se sitúa en ese nivel (de agua y conversión-preparación), como profeta final, dirigido a los que sienten la necesidad de convertirse y de “confesar” los pecados, para que Dios le limpie. Todo el camino de Israel culmina, según Marcos, en esta experiencia del agua de las purificaciones: no sirve ya el templo, parecen inútiles los sacrificios, pero, en su lugar, resulta necesaria el agua del rito, de los bautismos incesantes de purificación (en la línea general de los fariseos), o el único bautismo de Juan, que es el signo de la llegada del tiempo final (hasta que llegue el Más Fuerte).
— Él [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo, siendo como él es el “iskhyroteros”, el “más fuerte (signo de Dios), y Juan no es digno ni siquiera de inclinarse para desatarle las sandalias como un esclavo o como un discípulo. Él ha bautizado ya, ha cumplido su misión. Ahora, con la llegada del Más Fuerte, cesa el agua, termina el tiempo de purificación, viene la gracia, entendida como experiencia de Espíritu, presencia transformadora de Dios. Al anunciar de esta manera la llegada de Jesús, el Juan de Marcos aparece y actúa como profeta de la pascua: está anunciando aquello que Jesús dará a los suyos en el tiempo de la iglesia (el bautismo del Espíritu Santo)
Los otros evangelios interpretan el cumplimiento de esta “profecía” (os bautizará en Espíritu Santo) en clave de pascua (Jn 20, 22), de envío misionero (Mt 28, 16-20) o de pentecostés eclesial (Hech 2). Marcos no ha sentido la necesidad de precisar su cumplimiento, no dice la forma ni el momento en que el Más Fuerte (Jesús) “os bautizará” (¡Juan está hablando a sus discípulos!) con el Espíritu Santo, suponiendo así que ellos tendrán que hacerse un día discípulos de Jesús, recibiendo su Espíritu.
Marcos no ha precisado la forma que Jesús ofrecerá ese bautismo en el Espíritu Santo en el contexto de su vida y en la “historia” de su Iglesia, de manera que nosotros, sus lectores, podemos preguntarnos: ¿Ese nuevo bautismo en el Espíritu se realizará también con agua, de manera que será con agua y Espíritu (como dice Jn 3, 5 y el conjunto del Nuevo Testamento), o será más bien un bautismo puramente espiritual, sin necesidad de agua? ¿Habrá un rito cristiano específico de bautismo, como supone ya Hech 2-3, o al principio los cristianos no se bautizaban con agua, sino sólo con una experiencia interior de Espíritu Santo? ¿Cómo se vinculará ese bautismo en el Espíritu con la vida y acción de Jesús?
Marcos no responde a esas preguntas, pero, a través de Juan Bautista, dice (¿pide?) a sus discípulos (a sus oyentes) que vayan a Jesús, pues él les bautizará con Espíritu Santo, elaborando así una buena definición cristológica: «Jesús, el Cristo, Hijo de Dios (cf. 1, 1), es aquel que os bautizará con el Espíritu Santo». Según eso, desde la perspectiva de Marcos (desde sólo Marcos, no desde el resto del Nuevo Testamento) queda bien clara la “necesidad mesiánica” de bautizarse en el Espíritu Santo (de recibir la presencia de Dios, de morar en ella), pero no queda clara (a no ser en el excursus canónico posterior de Mc 16, 16) la necesidad de que ese bautismo en Espíritu vaya vinculado al “sacramento” del bautismo en agua, en la línea de Juan Bautista.
Nos gustaría conocer mejor lo que implica bautizar en el Espíritu Santo, descubrir el tipo de experiencia social y sacral que está en su fondo. Recordemos que Marcos no alude al bautismo con Espíritu Santo y fuego (en contra del Q: Lc 3, 16 y Mt 3, 11), que sitúan este motivo bautismal en perspectiva apocalíptica (de juicio); tampoco habla de Espíritu Santo y agua, como hará Jn 3, 5, interpretando así la tradición de Juan Bautista en la línea del bautismo cristiano, celebrado ya con agua (y Espíritu). Pero, entonces ¿qué significa bautizar con Espíritu Santo?
Es muy posible que Marcos no quiera fijar una respuesta, sino que la deja en manos de su comunidad. Sea como fuere, este Juan de Marcos (que dice que no es digno de ser discípulo de Jesús) aparece como profeta que anuncia el nacimiento de la iglesia (es decir, de los bautizados por el Espíritu Santo), distinguiendo así tres niveles. (a) El nivel en que se sitúan los escribas y sacerdotes (comunidad de purificaciones, grupo de ritos penitenciales). (b) El nivel de su propia misión (con el bautismo para conversión y perdón de los pecados). (c) Y la misión e iglesia de Jesús, que suscita una comunidad fundada en personas a las que él mismo bautiza (bautizará) en el Espíritu Santo.
A partir de aquí, todo lo que Marcos diga de Jesús ha de entenderse en esta línea, como una preparación para su gesto final, que será el de bautizar a sus creyentes “en Espíritu Santo”. Jesús no necesitará ya río, ni le hará falta el agua de los ritos, porque él ofrecerá el mismo Espíritu Santo, es decir, la plenitud de la obra de Dios. Eso significa que Juan se encuentra en medio, en el paso entre las purificaciones judías (que culminan en el bautismo de Juan, que todavía forma parte del judaísmo antiguo) y el nacimiento mesiánico de aquel que bautizará con Espíritu Santo, es decir, con la plenitud de la vida de Dios que es perdón, mesa común, fraternidad y reino, algo que sólo es posible (que sólo culmina) a través de la vida y entrega de Jesús, que nos lleva así del río de la penitencia y agua (bautismo de Juan) al misterio del Dios que nos bautiza en su Espíritu Santo.
Notas
[1] He distinguido ya, en la introducción, partiendo de Mc 1, 8, los dos bautismos: (a) El de Juan, para perdón y preparación mesiánica, con agua. (b) El de Jesús como “plenitud pascual”, con el Espíritu Santo. Pues bien, conservando esa distinción, quiero añadir otro matiz. Como Jesús se bautizó en otro tiempo en las aguas del Jordán (en la historia y profecía israelita), su iglesia debe “bautizarse” en el camino de justicia y esperanza de los pueblos. Eso significa que la relación con Juan sigue siendo necesaria no sólo para el evangelio antiguo (cf. 11, 27-33), sino para su encarnación posterior dentro de la historia de “justos y santos” del mundo entero, como Juan Bautista (cf. 6, 20).
[2] Sobre el bautismo de Juan cf. G. Barth, El Bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo (BEB 60), Sígueme, Salamanca 1986, 25-40.
[3] Sobre Juan Bautista hay una intense bibliografía, y un interés creciente entre los exegetas, que le comparan de diversas formas con Jesús. Cf J. D. G. Dunn, Baptism in the Holy Spirit, SCM, London 1970; Jesús y el Espíritu, Secretariado Trinitario Salamanca 1981; J. Ernst, Johannes der Täufer. Interpretation – Geschichte – Wirkungsgeschichte, BZNW 53, Berlin 1989; L. Guyénot, Jésus et Jean Baptiste. Enquête historique sur une rencontre légendaire, Imago-Exergue, Chambéry 1999; J. A. Kelhoffer, The Diet of John the Baptist: “Locusts and Wild Honey” in Synoptic and Patristic Interpretation, WUNT, Mohr, Tübingen 2005; E. Lupieri, Giovanni Battista nelle tradizioni sinottiche (SB 82), Brescia 1988; Giovanni Battista fra Storia e Leggenda (BCR 53), Brescia 1988; Giovanni e Gesù (UR 60), Milano 1991; W. B. Tatum, John the Baptist and Jesus. A report of the Jesus Seminar, Polebridge, Sonoma 1994; J. Taylor, The Immerser: John the Baptist within Second Temple Judaism, Eerdmans, Grand Rapids 1997; W. Wink, John the Baptist in the Gospel Tradition, Cambridge UP 1968. Sobre el comienzo del evangelio: M. E. Boring, Mark 1:1-15 and the Beginning of the Gospel, Semeia52 (1990) 43-81; H.-J. Klauck, Vorspiel im Himmel? Erzähltechnik und Theologie im Markusprolog, Neukirchener V., Neukirchen-Vluyn 1997; Marxsen, Marcos 27-48; F. J. Matera, The Prologue as the Interpretative Key to Mark’s Gospel en Telford (ed.), Interpretation 289-306 [=JSNT 34 (1988) 3-20]; R. Trevijano, Comienzo.
[4]Siguiendo una tradición cristiana anterior, que Pablo no ha recogido, aunque aparece atestiguada en el Q (cf. Lc 3, 7-17) y en Hech (1, 5; 11, 16, 19, 4), Marcos ha interpretado a Jesús en la línea de Juan Bautista, o, mejor dicho: ha interpretado a Juan en la línea de Jesús. A Marcos no le interesa la figura de Juan en sí, sino en la medida en que sirve para introducir a Jesús; las posibles tradiciones autónomas sobre Juan que él pueda conocer no le importan, pues no forman parte del evangelio de Jesús.
[5] En tiempo de Jesús, los fariseos estaban empezando a cumplir los ritos de purificaciones y bautismos que, en principio, el Levítico había propuesto sólo para los sacerdotes. Algunos grupos especialmente interesados por la pureza, como los de Qumrán se bautizan al menos una vez al día, para la comida ritual (cf. 1Q 5, 11-14). Había también hemero-bautistas, como Bano (de quien hablaremos), que se purificaban a diario (incluso varias veces), para hallarse limpios ante Dios, participando así en la pureza de la creación. Por todo eso, la casa de un judío observante de cierta riqueza tenía que estar provista de una mikwá o piscina para las purificaciones y abluciones, como muestran las excavaciones arqueológicas. En esa línea dirá más adelante Marcos «Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si no se lavan muchas veces las manos, no comen. Y si no se lavan cuando vuelven de la plaza no comen. Y ellos han tomado para observar muchas otras cosas, como los lavamientos (bautismo) de los vasos de beber y de los jarros, y de los utensilios de metal y de las camas» (Mc 7, 2-4)
[6] He tratado del tema en Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1997, al comentar las Dieciocho Bendiciones y la Oración de Manasés. Traducción de la Oración de Manasés en L. Vegas Montaner, en A. Díez Macho, Apócrifos del AT III, Cristiandad, Madrid 1982, 101-117. Texto griego en The Apocrypha Greek and English, Harper, New York 1901, 247-248. Sobre las Dieciocho Bendiciones, cf. E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús II, Cristiandad, Madrid 1985, 590-599. También ofrecen traducción del texto J. Leipold y W. Grundmann, El mundo del NT II, Cristiandad, Madrid 1973, 244 y R. Penna, Ambiente histórico cultural de los orígenes delcristianismo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994, 41-44. El mejor estudio que conozco sobre Dios y los pecadores sigue siendo el de E. Sjoberg, Gott und die Sünder in palästinischenJudentum nach dem Zeugnis der Tannaiten und der apokryphisch-pseudoepigrophischenLiteratur, BWANT 4, 27, Suttgart 1938.
[7] Ni Bano ni Juan son hombres “de banquete”, vestidos ritualmente, para comer en el palacio (cf. Mt 11, 8) o para tomar los alimentos puros de los esenios (cf. 1QS 6, 18; 7, 21-22), quienes, según Flavio Josefo (Bell II, 8, 3, 123; 8, 5, 129), celebran la fiesta diaria del pan y el vino, con una túnica blanca de lino, bien purificados. Juan, en cambio, se vestía como Elías (tejido de piel de camello, cinturón de cuero…).. Es posible que Juan no exigiera que sus seguidores vistieran como él. Pero es evidente que Jesús pudo aprender y aprendió a su lado la necesidad de superar un tipo de leyes “esenciales” de lo puro y de lo impuro, expresadas por ejemplo en el camello. Jesús no marginará ya nunca a los “hombres del camello”.
[8] En sí mismas, tales comidas no se encuentran prohibidas por la ley, pues saltamontes y miel parecen alimentos puros (cf. Lev 11, 22). De todas formas, y a pesar de su carácter simbólico, vinculado a la dulzura y bendición de la tierra prometida (¡que mana leche y miel!), los judíos más observantes han mantenido una actitud de gran reserva ante la miel, pues ella puede estar contaminada por larvas de animales muertos (de abejas). También las langostas, si no se purifican, manchan a quienes las comen: «Que nadie profane su alma con ningún ser viviente o que repta, comiendo de ellos, desde las larvas de las abejas hasta todo ser viviente que repta en el agua… Y todas las langostas, según sus especies, serán metidas en fuego o en agua, cuando aún están vivas, pues ésta es la norma de sus especies» (Documento de Damasco 12, 12-15).
Todo nos permite supone que Juan criticaba la halaká (norma) de purezas de otros grupos de su tiempo. Ha rechazado el pan y vino (alimentos cultivados y comercializados) y, casi con seguridad, la carne de animales sacrificados (¡según ley!), para retornar a un estilo de vida natural, de relación directa con el campo no cultivado, antes de llegar a la tierra prometida, donde los verdaderos israelitas no han entrado todavía, porque ella sigue siendo tierra manchada e injusta. Sólo el juicio de Dios puede purificarla. Juan no ha podido aún dar gracias a Dios por el pan y el vino compartido, como hará Jesús, bendiciendo así el amor y gozo de la comunión interhumana, sino que ha querido volver a una naturaleza pre-cultural, representada por el desierto (en contra de la ciudad), y por los saltamontes y miel silvestre (en contra el pan y vino de los agricultores). Así lo ha puesto de relieve E. Lupieri, Giovanni Battista nelle tradizioni sinottiche (SB 82), Brescia 1988.
[9] Antigüedades, XVIII, 116-119; Trad. J. Vara, Akal, Madrid 2002.
[10] Este “paso” incluye una dosis de ironía o, quizá mejor, de paradoja. Como profeta escatológico, Juan ha preparado el camino de Dios, pero de hecho quien viene y cumple su promesa es Jesús, sin que Juan mismo lo sepa (cf. 1, 1-8). Juan realiza sobre Jesús su gesto bautismal, pero quien le bautiza de verdad, dándole nombre y tarea mesiánica y filial, es Dios Padre (1, 9-11). Jesús iniciará su obra una vez que han entregado a Juan (1, 14); pero la muerte del Bautista seguirá siendo importante (cf. 6, 14-29) como anuncio y testimonio de la muerte de Jesús. Sobre la posible ironía del texto cf. Camery-Hoggatt, Irony 92-98. Visión de conjunto del prólogo de Marcos en Trevijano, Comienzo; Marxsen, Marcos 27-48. Análisis literario en F. J. Matera, The Prologue as the Interpretative Key to Mark’s Gospel en Telford (ed.), Interpretation 289-306 [=JSNT 34 (1988) 3-20].
[11] La misma dificultad que ha sentido Marcos al saber que Jesús ha sido de hecho discípulo de Juan (ha ido tras él), siendo en embargo “más fuerte”, la ha planteado y resuelto el evangelio de Juan con su terminología, al afirmar que, habiendo venido después de Juan, Jesús es de hecho anterior (Jn 1, 15. 27. 30).
[12] Según Marcos, Juan no puede atravesar el límite, pero puede preparar y anunciar al que ya viene (erkhetai: 1, 7), situándose así en las puertas de la nueva tierra prometida, como precursor del Más Fuerte “que os bautizará con el Espíritu Santo”. Al situar a Juan en ese lugar en que se pasa del bautismo de agua (para perdón de los pecados) al bautismo del Más Fuerte, por medio del Espíritu, Marcos está suponiendo una teología que pudiéramos llamar paulina, de oposición entre las obras (con el bautismo de Juan) y la gracia del Espíritu, que es propia de Jesús.
[13] En el fondo de su gesto hallamos el signo de Josué (el paso del Jordán), la señal de que las aguas han de abrirse, cuando Dios quiera, para que el pueblo pase a la tierra prometida (Jos 5). Éste es el signo que el evangelio de Juan ha vinculado al movimiento de las aguas de la piscina probática, un movimiento que no llega a cumplirse, pero que Jesús “sustituye” (cumple) con su palabra más alta (cf. Jn 5, 1-15). Sólo Dios o su delegado mesiánico (uno Más Fuerte) puede “abrir el agua”, haciendo que crucemos de la orilla del desierto (camino de los viejos israelitas) a la tierra prometida. Pues bien, Jesús supondrá que Dios ya ha llegado, de manera que él pasará el Jordán y comenzará a realizar los signos del Reino en Galilea.
Juan no ha sido el único que se ha situado junto al río, esperando el juicio de Dios y la entrada en la tierra. Unos años más tarde, hacia el 44-45 d. C., según F. Josefo, se situó también junto al río “un impostor”, es decir, un profeta apocalíptico: “Siendo Fado procurador de Judea, un impostor de nombre Teudas persuadió a un gran número de personas que, llevando consigo sus bienes, lo siguieran hasta el río Jordán. Afirmaba que era profeta y que a su mando se abrirían las aguas del río y el tránsito les resultaría fácil. Con estas palabras engañó a muchos. Pero Fado no permitió que se llevara a cabo esta insensatez; envió una tropa de a caballo que los atacó de improvisto, mató a muchos y a otros muchos hizo prisioneros. Teudas fue también capturado y, habiéndole cortado la cabeza, la llevaron a Jerusalén” (F. Josefo, Ant XX, 97-98. Traducción en F. Josefo, Antigüedades bíblicas, Akal, Madrid 2002, 1218 y en R. Penna, Ambiente Histórico-cultural de los orígenes del Cristianismo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994, 33. Cf. Hech 5, 35-36).
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