Del blog de Xabier Pikaza:
Termina hoy el ciclo litúrgico 2020, presidido por el retablo del juicio final (Mt 25,31-46), uno de los textos más ricos, esperanzados y peor entendidos de la historia cristiana, que lo ha tomado como carta magna del miedo y la amenaza religiosa (como en la Capilla Sixtina del Vaticano).
Mt 25, 31-46 es la parábola del Dios Pobre, pues los pobres, en sus varios sentidos (hambriento, sedienta, desnudo, extranjero…), aparecen en ella como hijos de Dios, “hermanos de Cristo”, que se identifica con ellos: “Tuve hambre, tuve sed, fui extranjero y desnudo, enfermo y encarcelado”. Esos pobres de Dios son el mismo Dios en persona, aquel en que nos movemos, vivimos y somos.
Mt 25,31-46 es la parábola de la historia humana: Está en el fondo el amor de “bodas” (Mt 25,1-3) y la tensión vital (talentos: Mt 25, 14-30). Pero el sentido y futuro de la historia humana está definido por la solidaridad de Dios, que es en sí siendo en los otros.
Entendido así, este pasaje es la carta magna de los derechos y deberes humanos (no de la amenaza, sino de la riqueza más honda de la vida), tal como la formularé al final de este comentario.
21.11.2020 | X Pikaza
Mt 25, 31-46.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.” Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.”
Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de deber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.” Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”

LECTURA DE CONJUNTO. INTRODUCCIÓN
Este pasaje recoge la ley o bene nueva y la tarea o responsabilidad del judaísmo mesiánico. Algunos de sus rasgos pueden encontrarse no sólo en el AT, sino en otras religiones y culturas Pero en su conjunto es un texto cristiano, vinculado al Sermón de la Montaña, que ha marcado no sólo la teología del cristianismo, sino de toda la cultura de occidente (y del mundo). Mirado en esa clave, Mt 25, 31‒46 es un texto de revelación suprema de Dios, elaborado por la Iglesia desde una perspectiva israelita de pacto que se abra a la experiencia universal de gracia del evangelio[1].
‒ Este pasaje responde al mensaje de Jesús, que había vinculado su Reino con el juicio que ha de aplicarse a todos los hombres, partiendo de la misericordia de Dios, la curación de los enfermos y la salvación de los pecadores. En esa línea, el mismo Jesús o sus seguidores inmediatos han podido afirmar que Dios se identifica con los pequeños y los pobres, con quienes sufre y a quienes ofrece salvación.
‒ Este pasaje responde al mensaje de Mateo, y contiene aspectos (elementos) des “derecho escatológico” (cf. también Lc 12, 8-9; Mc 8, 38), expresado en la figura del Hijo del hombre, que, por un lado, comparte la suerte de los pobres (con quienes se identifica) y, por otro, juzga a los pueblos según la manera que ellos han tenido de tratarles. En esa línea podemos afirmar que ha sido formulado en su sentido actual por una iglesia judeocristiana como la de Mateo[2].
Las seis “obras” de Mt 25, 31-46 (dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al exilado, vestir al desnudo, visitar al enfermo y encarcelado) se encuentran poderosamente influidas por la teología israelita del pacto de Dios con los hombres, tal como ha sido reformulada por Jesús en su anuncio del Reino de Dios, con su forma de servir a los necesitados y con su muerte mesiánica. Éste es un texto paradójico en varios sentidos, pues recoge de forma universal la novedad del mensaje judío y cristiano de Jesús y de la Iglesia primitiva, sin que aparezcan expresamente unos rasgos confesionales exclusivamente cristianos, de manera que puede y debe aplicarse a la humanidad en su conjunto:
‒ Esta palabra proviene de la historia de Israel, y condensa el mensaje central de la Ley y los profetas, pero lo hace desde Jesús, de un modo universal, pues no contiene nada exclusivamente judío, ni en su formulación (no habla del Dios Yahvé, ni del templo, ni de sacerdotes, ni de sacrificios o sacramentos), de manera puede aplicarse y se aplica por igual a todos pueblos, con los mismos derechos y deberes, como si la pertenencia israelita no contara (y no cuenta en ese plano). El juez final aparece como Hijo del Hombres, es decir, como humanidad universal, como eso que pudiéramos llamar el principio divino de la humanidad.
‒ Éste es un texto cristiano y eclesial, y, sin embargo, no contiene ninguna referencia a la Iglesia, ni a Jesús, entendido de un modo particular, pues el juez divino aparece simplemente como Hijo del Hombre, esto es, como principio divino de la humanidad y signo (portador) de las necesidades humanas[3]. Ciertamente, el cristiano puede afirmar que ese juez final es el mismo Jesús de Nazaret, cuya historia está contando el evangelio de Mateo, pero sin que esto se diga expresamente. El texto en sí sólo supone y afirma que el Dios del juicio se identifica con las necesidades humanas (o, mejor dicho, con los necesitados a quienes Jesús ayudó durante el tiempo de su mensaje, de manera que por ayudarles en concreto, por encima de toda ley particular, religiosa o política le mataron).
No existe, que sepamos, ningún texto judío o pagano (egipcio, mesopotamio, chino…) que haya condensado las necesidades humanas de esa forma, mirándolas desde una perspectiva de justicia, pero como expresión del sufrimiento de Dios, que padece en los necesitados. En esa línea, leído desde el conjunto del evangelio, Mt 25, 31‒46 supone que los sufrimientos de los hombres se identifican con el dolor de Jesús, que los ha compartido con (que ha muerto por) ellos. Pero el texto en sí no lo dice, de manera que esas necesidades pueden entenderse de forma universal, sin tener que apelar a Jesús para entenderlas.
Este pasaje no discute la causa radical de esos males, aunque sabe que están vinculados con la injusticia humana (unos hombres no ayudan a otros)… y sabe también que en ellos se expresa de un modo misterioso el mismo ser divino. No razona sobre el origen del hambre o de la cárcel, sino que supone su existencia y busca una forma de solucionarlos, no en clave de imposición legal, sino de llamada a la conversión (transformación) humana, en una línea gratuidad, desde la experiencia del Dios que se hace presente en las necesidades de los hombres, y les pide que sean solidarios unos con los otros, en perspectiva de juicio final[4].

Como vengo diciendo, cerrado sí mismo, este pasaje no es específicamente cristiano (no contiene nada específicamente confesional, propio de la Iglesia), pero los cristiano pueden y deben entenderlo desde la perspectiva de un Jesús, a quien identifican con el Hijo del Hombre que se sentará sobre el trono de su Gloria, recibiendo a todas las naciones e identificándose, al mismo tiempo, con todos hambrientos y sedientos, enfermos y encarcelados, posesos y pecadores a cuyo servicio él había puesto su vida.
En un sentido, desde una esperanza anterior centrada en el libro de Daniel, los cristianos esperan a un Hijo de Hombre (=Hombre universal), Gran Rey-Mesías de Dios, y así le ven, al fin, pero identificándose con los hambrientos‒sedientos, exilados‒desnudos, enfermos‒encarcelados, por quienes ha dado su vida, y con quienes se manifiesta, incluyendo en su “yo” necesitado (y al fin asesinado) la opresión, sufrimiento y muerte de todos los excluidos y sufrientes de la historia[5].
Esta sentencia final de Jesús recoge toda su enseñanza y vida anterior, desde la montaña de Galilea, cando Jesús decía a sus enviados que “enseñaran a todas las naciones a cumplir lo que él les había mandado/encargado” (enteilamên hymin: 28, 20). Éste es su gran “encargo” de Jesús, su comisión definitiva: Que sean todos como él ha sido. Miradas así, estas dos palabras de esús (una del envío/comisión, 28, 16‒20, y otra del juicio/desvelamiento final, 25, 31‒46), vinculadas entre sí, constituyen un (el) elemento central de la teología de la Biblia, ratificada y cumplida por Jesús que aparece, al mismo tiempo, como aquel que está presente en los necesitados y como aquel que pide a todos los hombres que (les) ayuden, colaborando así en la tarea creadora de Dios.
PROFUNDIZACIÓN.TUVE HAMBRE Y ME DISTÉIS DE COMER…
Como he puesto de relieve en Teología de la Biblia, esta “parábola” retoma y recrea el sentido de las dos anteriores de Mr 25,1-30 (del aceite en la noche, de la administración de los talentos)… pero lo hace desde la perspectiva de la necesidad humana: Es bueno tener pan y agua, un grupo social y dignidad, libertad y salud. Pero supone que esas riquezas propias (de tipo social y personal, más que puramente monetario), han de ponerse al servicio de los demás, para dar de comer al que tiene hambre, acoger en casa al que no la tiene etc.
Según este pasaje, aquello que cuenta de verdad no es el dinero (ni la falta de dinero), sino la solidaridad: que hombres y mujeres puedan ayudarse, alimentarse, acogerse, visitarse… Entendido así, desde la raíz de esta parábola, el dinero puede servir como medio para activar la comunión interhumana (dar de comer, acoger y ayudar a los enfermos…), de manera que no sea fin en sí mismo, sino que uno hombres lo empleen para ayudar a los hombres, es decir, a los necesitado (al hambriento, al sediento, al extranjero, al desnudo…). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo A, Cristo Rey, Dios, Evangelio, Festividad de Cristo Rey, Jesús, Tiempo Ordinario
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