¿Estamos condenados a ser una sinfonía incompleta?
Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:
Primer Domingo de Adviento (ciclo B)
29. Noviembre.2020
- Tiempos difíciles de desesperanza.
Vivimos tiempos difíciles, ¿y cuándo no?: Los habituales problemas y crisis de siempre: millones de personas que viven sin nada: el hambre en el mundo, las catástrofes originadas por la naturaleza, el sangrante problema de las pateras, los millones de parados, etc. La situación eclesiástica en la que vivimos muchas diócesis es fuente de una gran desilusión en muchos cristianos, en muchos de nosotros, es causa de una gran decepción y cansera. Quizás algunas decepciones, viejos fracasos y asignaturas pendientes borbotean en nuestra existencia.
A todos esos motivos de desesperanza, cuando no de desesperación, este año el Adviento se nos presenta impregnado por la pandemia que asola la tierra, la humanidad.
Vivimos un “clima” de incertidumbre, de cierto miedo y de una difusa angustia, de alguna soledad profunda que puede dañar nuestra psicología y nuestra vida.
Es un terreno muy abonado para la desesperanza.
- Ocultamiento de las grandes cuestiones.
La mayor parte de las conversaciones que tenemos hoy en día giran en torno a la pandemia: discusiones políticas, el lavado de manos, mascarillas, confinamientos, vacunas, etc. Y es natural que sea así. Es natural, pero no es lo definitivo.
Si seguimos el momento cultural científico que nos viene desde la Ilustración del siglo XVIII, lo mejor que podemos hacer es yugular las grandes cuestiones de la vida y, en consecuencia, anular el pensamiento sobre ellas.
Parece como si estuviera prohibido, vetado que afloraran, que brotaran y afloraran las grandes cuestiones de la vida. Sin embargo las cuestiones decisivas escapan al mundo político y al pensamiento científico. La dimensión transcendente del ser humano, llámese espíritu, alma, etc. el sentido de la vida, la muerte, la ética, el futuro absoluto, etc. escapan a la vida política y a la vida científica.
Ante ciertos problemas, ante la vida misma el hombre primitivo está mejor dotado y preparado que el intelectual o científico de bata blanca de los parques tecnológicos y laboratorios médicos. La diferencia entre el hombre primitivo y el hombre científico moderno – postmoderno no radica en que uno tenga más y mejores conocimientos, sino en la actitud ante la vida. El hombre, la sociedad de mentalidad científica piensa que no hay nada que no pueda ser conocido o dominado por la razón, por la ciencia mediante el cálculo. Pero esto no es así. La ciencia no es capaz de resolver la cuestión del sentido de la vida, de la muerte, etc.
- Divertíos (dormid) mientras podáis o, mejor: velad, vivid despiertos.
Porque la ciencia y el momento cultural actual no pueden resolver estas cosas, es por lo que la solución que se busca a estas grandes cuestiones es la diversión, el adormecer y narcotizar la vida.
Sin embargo lo propio del ser humano, y del creyente, es vivir despiertos, lúcidos, ¡velad!
Hay quien piensa que esta es una visión demasiado pesimista. Pero la vida no se reduce a pesimismos y optimismos. Es un infantilismo edulcorar la vida de “contentos rápidos” o sedantes. La frustración y la desilusión, la desesperanza no se remedia con el “sueño”, dormidos. Vivir dormidos es vivir sin “tono vital”.
Jesús en el evangelio nos llama a vivir en esperanza: Velad, vigilad. No tengáis miedo, pero vivid lúcida y serenamente.
Hay momentos en los que no hay lugar al más mínimo resquicio para el optimismo, pero ahí precisamente es donde comienza la esperanza. Cuando una persona ha muerto, en un funeral no hay motivo alguno para el optimismo, pero es el momento de la esperanza.
Esperar es una actitud real y radical en la vida.
Por otra parte, sabemos por experiencia que el ser humano no es capaz de hacerse feliz a sí mismo. Por más que lo intentamos, no logramos culminar nuestra existencia. Ahí nace la esperanza en Dios. Dios es nuestra plenitud.
La esperanza futura es la felicidad del presente.
El ser humano por nacimiento vive esperanzadamente. La esperanza es la relación de confianza que establezco con el futuro. Esperamos un futuro mejor del que actualmente somos y tenemos, sobre todo aguardamos un futuro absoluto y pleno. Cuando no se confía en el futuro comienzan a abrirse brechas a la desesperanza, si no a la desesperación, lo cual comienza a ser más que problemático.
Al comenzar el adviento despertemos y avivemos la esperanza. Miremos hacia el horizonte absoluto.
- ¿Estamos condenados a ser una sinfonía incompleta?
La suma de desilusiones nos puede impregnar el alma de la sensación de que “no tenemos remedio”. “Nuestro fracaso está asegurado”.
El adviento es un humilde recuerdo de que nuestra historia personal y comunitaria no se agota en sí misma, sino que termina en Dios. Nuestra mirada está en Dios.
nosotros somos la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano, (Isaías).
De la suma de desesperanzas se puede concluir que hemos de seguir esperando hasta el futuro absoluto
- La esperanza es la más frágil de las dimensiones humanas
La esperanza es débil, la virtud más humilde. La esperanza, como el grano de trigo, son humildes, sencillos, pero llenos de vida.
Porque la esperanza es débil la podemos perder con alguna facilidad. Por ello hemos de cultivar la esperanza con vitalidad. De esto saben mucho los depresivos, los psiquiatras, los maestros de espiritualidad, posiblemente todos nosotros.
Nostalgia viene del griego: nostos: vuelta, regreso y algos – algia: dolor. Es la entraña misma del adviento: un dolor infinito hasta que el Señor vuelva.
Ven pronto, Señor.
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