Domingo 1 Adviento, ciclo B. Mc 13, 33-37 (29.XI 2020) La vida es Adviento: Somos Adviento de Dios y de la Humanidad nueva
Adviento no es un tiempo al lado de otros (navidad, pascua, pentecostés…), sino todo el tiempo de vida de Dios y los hombres:
1) En un sentido hay dos advientos. (a) Un adviento de Dios que viene a (en) la carne de hombres, y así podemos llamarle el que viene (Viniente). (b) Un adviento de los hombres que son viniendo en (y de) Dios, humanidad caminante.
2) Pero, en otro sentido, no hay dos sino un Adviento (conforme al dogma de Calcedonia), pues Dios es Adviento (viene) en los hombres, y los hombres son Adviento, viniendo y siendo (=para ser) en Dios, en camino y promesa de reconciliación y paz perdudable (shalom)
Así quiero comentarlo en este primer domingo (candela o luz) de Adviento 2020, del ciclo B. Presentaré primero el texto del evangelio de Marcos (13, 33-37). Desarrollaré después el tema, para quienes quieran y puedan seguir, de un modo más “filosófico” y social, poniendo de relieve la posibilidad o riesgo de que los hombres destruyan su Adviento, que el Adviento de Dios.
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ADVIENTO DE EVANGELIO, VIDA EN VELA (MC 13, 28-37).
La lectura del domingo es sólo la parte final (Mc 13, 33-37) pero quiero situarla en su contexto para entender la mejor:
(a. Parábola de la higuera) 28 Aprended la parábola de la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.
(b. Declaración: ni el Hijo lo sabe) 30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.
(c. Vigilancia) 33 ¡Cuidado! Estad alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento. 34 Sucederá lo mismo que con aquel que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que velase. 35 Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: ¡Velad!
Parábola de la higuera (13, 28-29). Jesús ha declarado el fin de un tipo de higuera vieja (Mc 11, 12-26). Pero ahora, ante la Abominación de la Desolación (el riesgo de ruptura universal, la lucha de todos contra todos), él vuelve a presentar el signo de la higuera: Es este de riesgo, amenazados por grandes persecuciones y derrumbamientos sin remedio, los creyentes vuelven al signo de la higuera, que no es ya una señal del templo estéril, sino expresión y signo de un tiempo de esperanza, el Adviento de Dios. Es tiempo de primavera, anticipo y adelanto de la cosecha definitiva, como indican sus ramas de la higuera, que se ablandan, de forma que por ellas se expanda la blanca y fuerte savia de la vida, y brotan de nuevo las hojas, pues va a llegar pronto la cosecha. ¿Cuándo? Muy pronto. Faltan sólo unos meses, el tiempo en que madure la cosecha dulce de los higos.
Declaración: Ni el Hijo lo sabe (13, 30-32). El signo de la higuera dice dos cosas que son inseparables. (a) Por un lado asegura que todas estas cosas han de suceder en esta generación (13, 30), conforme a una palabra que se puede atribuir al Jesús histórico (en la línea de 9, 1, donde se dice algo semejante), aunque el Jesús de Marcos se dirige ya a los lectores/oyentes del evangelio: ahora, cuando se proclama esta palabra, sucederán estas cosas, en el tiempo que tardan en madurar los hijos de la higuera. (b) Por otro afirma que del día y hora nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo, al que vimos dar la vida en la parábola de los viñadores (12, 6) y que aquí aparece en sentido absoluto, sino sólo el Padre, presentado también como absoluto (13, 32). Esto significa que los fieles deben evitar todo cálculo de tiempo, vivir en vigilancia, en manos del Padre.
Jesús ha preparado ya todas las cosas del tiempo final, desde el principio de su camino hacia Jerusalén (9, 1), y ha confiado su “secreto” a los cuatro pescadores del principio (1, 16-20; 13, 3), a quienes ahora ha convertido en testigos de la última cosecha de la higuera nueva, cuyas hojas y frutos han empezado a despuntar. El tiempo de Dios es Camino. Dios viene porque es Dios; pero, al mismo tiempo, viene porque se ha encarnado en la vida de los hombres que son (somos) Adviento de Dios.
Vigilancia (13, 33-37). Vivir alerta en Dios, estamos en vela de nacimiento de Dios, en la noche que precede a la aurora de la salvación. Como siervos vigilantes debemos mantenernos en el tiempo de tiniebla de este mundo, llenos de esperanza. Esta imagen de la noche que precede al día, y de los siervos que esperan al Kyrios proviene de la apocalíptica judía. Pero los cristianos saben que la salvación está ya realizada en Jesús y que el Señor a quien esperan es el mismo que ha muerto por ellos. Eso hace que cambie su actitud: no son simples criados sometidos al capricho de un amo imprevisible; son amigos, compañeros de alguien que les ha precedido en el camino de la entrega generosa de la vida.
Aquí se centra el mensaje de Mc 13. Ha sido un paréntesis: Marcos ha descorrido el telón y por un momento ha mostrado lo que está del otro lado de su muerte, en el fondo de la entrega de Jesús, y lo ha hecho frente al templo de Jerusalén, que aquí aparece como higuera seca, condenada a la ruina. Allí habían preguntado los cuatro pescadores primeros (1, 16-20),convertidos en testigos y garantes finales de la historia (cf. 13, 3-4). Allí ha respondido Jesús (13, 5-36), hablando de la nueva higuera, que lleva en sus ramas y en sus hojas la promesa de la gran cosecha.
Es posible que al fondo de esta revelación escatológica especial, dirigida en el momento conclusivo de la historia a los pescadores del principio, haya una especie de camino abierto al evangelio secreto, la búsqueda de sabidurías especiales de iniciados, en la línea que han elaborado más tarde algunos textos gnósticos. Pero estos cuatro dialogantes de Jesús son receptores y guías de toda la iglesia; su mensaje no es palabra oculta, propia sólo de iniciados. Es mensaje y palabra que Marcos transmite a todos los cristianos: ¡Lo que a vosotros digo, se lo digo a todos: vigilad! Los cristianos, personificados en estos testigos del principio y final. No están a oscuras. Conocen los signos decisivos (13, 28-31), pueden mantenerse en vigilancia.
Estamos en los días finales (no pasará esta generación: 13,30), pero al mismo tiempo descubrimos que el adviento de Dios nos trasciende, y así tenemos que dejarlo en manos de Dios (sólo el Padre conoce la hora: 13,32). Sobre ese fondo puede y debe repetirse la palabra “vigilad”, como último sentido y exigencia del mensaje escatológico (13,37). Limitado y sujeto a la muerte es el mundo, como ha recordado Jesús cuando nos habla de caída del sol y terremotos. Violento y destructivo es el mismo ser humano que introduce el miedo de la guerra universal sobre el tortuoso camino de este cosmos. Pues bien, superando ese riesgo de fragilidad y muerte, los discípulos de Jesús podrán anunciar el evangelio, como una vela o vigilia de Dios.
A todos sus discípulos (especialmente a los cuatro de 13, 2: Pedro y Andrés, Juan y Santiago) ha dejado Jesús la tarea de vigilar y servir como criados (douloi) de la casa y porteros (thyrôroi) del edificio de la iglesia (13, 34-35). Jesús les había llamado como pescadores para reunir a los peces humanos en la gran pesca del reino (1, 16-20). Ahora les hace vigilantes, encargados de velar por la comunidad de los que creen, en gesto de servicio pastoral. Ellos saben que el evangelio ha de anunciarse a todos los pueblos (13, 10) y que Jesús ha de volver como Hijo del humano:
¿Cuándo? No lo saben ellos, ni los ángeles, ni tampoco el Hijo (cf. 1, 11; 9, 7) ¡Sólo el Padre! Será cuando él lo quiera (13, 32). De esta forma ratifica Marcos la experiencia radical de la transcendencia de Dios, marcada en los lugares clave de su texto (cf. 8, 33; 10, 18.40). Al servicio de Dios ha realizado Jesús su tarea. No puede usurpar sus funciones. No hay un tiempo limitado de venida de Dios. El Adviento es “siempre”, hasta que culmine Dios y sea todo en todos por Cristo (1 Cor 15, 28)
¿Dónde? Tampoco lo dice. Pero es claro que Marcos rechaza un tipo idea judeocristiana de la venida y cumplimiento mesiánico en el templo. Jesús ha pedido a los discípulos que huyan de la ciudad que no esperen allí la victoria del mesías (cf. 13, 14). Jerusalén ha matado a Jesús y sólo tiene un sepulcro vacío. El Adviento de Dios se realiza en todo el mundo, en los cuatro ángulos o “vientos” de la tierra, en el cosmos entero.
REFLEXIÓN. PODEMOS DESTRUIR EL ADVIENTO DE DIOS
Dios, “prueba” (apuesta) de Adviento
– Riesgo de Adviento es Dios; se ha arriesgado a venir, a ser en la vida de los hombres, dejándoles en libertad de amor; por eso puede fracasar su intento de vida.
– Riesgo de Adviento somos los hombres… Podemos fracasar, destruir la vida, matarnos… Somos en Dios el gran riesgo, apuesta de vida en un riesgo de muerte.
Dios es para muchos un riesgo de poder, un principio de esclavitud: A unos fortalece para que así puedan dominar a los demás, y a otros adormece, para que acepten su opresión (e incluso su muerte), a fin de merecer de esa manera el cielo, en compensaría por su sufrimiento. Pues bien, en contra de eso, el Dios de judíos y cristianos es aquel que viene como promesa de paz (shalom) y de reconciliación final de la historia; Dios prueba su verdad en los hombres, viniendo en ellos como Adviento.
La “prueba” de Dios se sitúa, según eso, en el mismo camino de la historia, en la línea citada de la «apuesta» a favor de la vida. La razón ilustrada ha descubierto el mal, pero es incapaz de resolverlo, pues se encuentra hundida en coordenadas de violencia que no puede trascender por sí misma: O nos abrimos a un nivel de gratuidad, expresada en un Dios de perdón y libertad, o terminamos matándonos todos. Ésta es una prueba práctica de Dios, una prueba social (no religiosa, en el sentido convencional del término), una apuesta a favor de la vida, tal como se expresa en la voz de los asesinados[1].
Antiguo Testamento y judaísmo: los testigos del Adviento
Situarnos en tiempo de Adviento es “volver” al judaísmo, empezar por el Antiguo Testamento. Por eso quiero citar como testigos de Adviento a tres grandes pensadores judíos (Adorno, Horkheimer, Levinas), a quienes añado un cristiano (Metz).
‒ Th Adorno (1903-1969) y M. Horkheimer (1895-1973), anhelo del totalmente Otro.Fueron judíos alemanes y testigos de la crisis de la modernidad, bajo la opresión nazi, de la que pudieron liberarse, a diferencia de W. Benjamin (1892-1940), que se quitó la vida en la frontera franco-española.Tras emigrar a Estados Unidos, captaron y criticaron también los riesgos de la nueva cultura de opresión que surgía también en línea marxista (dictadura del partido) o capitalista (dictadura del mercado). Así escribieron su preciosa y desgarrada Dialéctica de la Ilustración (1944),destacando los límites y riesgos de una modernidad que acaba cerrándose en un círculo de opresión y muerte.
Ellos supieron que la gran Ilustración (con su Dios racional) había fracasado, sin crear un orden justo. Rechazando al dios del sistema, se abrieron, al menos implícitamente, al Dios verdadero de la libertad, asumiendo la voz de las víctimas, conforme a la mejor tradición del judaísmo mesiánico y apocalíptico: El sufrimiento de los inocentes llega a los oídos de un Dios de libertad, que debe existir, pues de lo contrario nada tendría sentido. Dios es Adviento, el que viene instaurando la justicia, rechazando la opresión, rehabilitando a los inocentes. Éste sólo puede ser el Dios-Adviento de los profetas y los salmos de Israel.
‒ E. Levinas (1905-1995), el rostro del huérfano y la viuda. También judío, se opuso a la visión occidental (moderna) de un Dios vinculado al sistema cósmico y social (Totalidad), en una línea que ha culminado en Hegel. A su juicio, los pueblos de la tierra han creado dioses y diosas de tipo idolátrico, para imponer su verdad, como indicaban los antiguos mitos religiosos (con los baales y asheras del entorno israelita) y de un modo especial los sistemas político-filosóficos de la modernidad (razón ilustrada, idealismo hegeliano, comunismo, capitalismo).
La Biblia Hebrea rechazó ya los intentos de divinizar una razón opresora, sacrificial (que vive matando a sus víctimas), y su propuesta debe iluminarnos todavía para rechazar los mitos y sistemas filosófico-sociales de occidente, que viven de su mentira, sacralizando el poder, para someter a hombres y pueblos, especialmente a los débiles, bajo un Todo dictatorial (de tipo socio-religioso). El verdadero Dios no es totalidad ya hecha desde siempre y para siempre, justificando lo que hay, sino el Infinito que Viene, el Adviento de la Vida que se manifiesta en el rostro del huérfano y la viuda, el extranjero y pobre. Éste Dios de Levinas y del judaísmo en su conjunto sólo puede ser Adviento de esperanza y futuro de la historia.
‒ J. B. Metz (1928-2019), memoria del Crucificado. Enfrentándose a un tipo de razón ilustrada, Metz ha destacado la singularidad del Dios cristiano (judío), que acoge la memoria de los que han sido expulsados del sistema dominante, por imperativo del mismo sistema o por prepotencia de los fuertes. A su juicio, una razón que se dice neutral (y no lo es) resulta insuficiente. La verdadera razón no puede ser indiferente ante la lucha de la historia, ni justificar el sistema (con su opresión), sino penetrar en la raíz de la injusticia y sufrimiento de los hombres, en la línea del Dios judío que «resucita a los que han muerto», en especial a los asesinados (cf. Rom 3, 17).
Dios no apoya a los vencedores, sino a los vencidos y excluidos, no para ofrecerles sólo una compensación futura, sino para iniciar con (para) ellos la gran transformación de la justicia. Si la justicia es justa y la razón racional, ella ha de fundarse en el Dios de la gracia, que da vida y que eleva (justifica) a los asesinados. Metz se sitúa así en la línea de Kant, pero no apela a Dios desde el imperativo moral del buen ciudadano, sino desde el dolor y muerte de los crucificados, y su apelación ha de entenderse como un grito de protesta contra la razón del sistema[2].
Significativamente, esos autores (tres judíos, un cristiano) expresan la existencia y esperan la llegada del Dios Adviento, el Dios plenamente judío dentro del cristianismo.
Dios Adviento. Apuesta por la vida a pesar del riesgo de muerte de los hombres.
No se trata de celebrar el adviento de un Dios aislado de los hombres, sino el Adviento de Dios en la existencia de los hombres. La “demostración” del Dios-Adviento en la vida de los hombres: Que pudiendo matarse (matando unos a otros o suicidándose todos) opten por la vida. Adviento es la “prueba” o signo de la vida en medio del triple riesgo de muere de los hombres.
‒ Primera tarea del Adviento: superar la bomba de la guerra universal (La tarea de Isaías 2,2-4: De las espadas forjarán arados…).En otro tiempo, la violencia parecía limitada y parcial (pues unos grupos sociales estaban separados de los otros), de manera que resultaba difícil (casi imposible) que todos los hombres pudieran destruirse. Ahora podemos hacerlo, pues formamos un único mundo, con un potencial de destrucción casi ilimitado (bomba atómica). Han sido necesarios muchos milenios para nuestro surgimiento; pero somos capaces de matarnos en pocas horas o días, si algunos (dueños de la bomba), lo deciden, y si otros (todos) nos vemos envueltos en una espiral de violencia creciente, excitada por el miedo multiplicado y la venganza reactiva. Dios nos ha creado; pero nosotros podemos rechazar su obra y matarnos, en una especie de muerte global.
En este momento, sólo podemos sobrevivir si lo queremos (nos queremos) y si pactamos en justicia y amor (si dialogamos, nos respetamos), superando el riesgo de la pura opresión político-militar, cultual y económica, es decir, si buscamos formas de administración «humana» al servicio de la humanidad, oponiéndonos al terrorismo de los poderes globales y a la posible respuesta reactiva de grupos marginados. En esa línea debemos ponernos al servicio de los excluidos, y con ellos al servicio de la vida de todos. El hecho de que optemos por la vida (defendiendo a las víctimas) y lo hagamos en libertad es signo de que el fondo creemos en Dios, pues en él vivimos (Hch 17, 28) y de que Dios cree en los hombres, empezando por los expulsados de la vida. Vivir así, en este contexto de muerte, es ya Adviento, signo y prueba de la existencia de Dios (Mt 25, 31-46).
‒ Segunda tarea del Adviento: Nacer para la vida (la mujer ha concebido, dará a luz un Niño para la vida, Isaías 7, 14). El viejo rey de Israel quería que nacieran niños para la guerra; parte de la humanidad actual quiere niños para la opresión (genéticamente modelos para gloria del sistema…). Adviento significa que la humanidad engendre niños para la vida, es decir, para la libertad y el amor, una humanidad de Adviento, simbolizada en la doncella/virgen de Isaías.
Ciertamente, la ayuda de la ciencia genética es buena, de manera que podría comenzar en nuestro tiempo una etapa fecunda de paternidad/maternidad responsable y consciente, para que así pudiéramos engendrar a los hijos (hombres) del futuro con más garantías de amor. Pero un tipo de ciencia instrumental, manejada por élites de poder sin conciencia, podría fabricar humanoides en serie, un tipo de híbridos humanos, no ya parcialmente condicionados, sino manejados, dirigidos, controlados desde fuera, como instrumentos al servicio de sus amos.
Si rompiéramos la cadena gratuita de transmisión de la vida (que se expresa por el amor de padres a hijos), fabricando humanoides sin vinculación personal (sin libertad asumida y compartida), nos negaríamos a nosotros mismos y destruiríamos nuestra historia (¡en Dios nos movemos! Hch 17, 28), poniendo en riesgo nuestra identidad como signo y presencia de Dios. Una vida que no fuera transmitida de forma personal, directa, a través de unos padres, dejaría de ser humana, en el sentido actual. Sería vida sin libertad, de humanoides convertidos en máquinas al servicio del sistema dominante.
Podría surgir quizá una especie distinta de vivientes post-humanos, pero si no tuvieron libertad, si fueran producidos, no creados por amor de otras personas, no serán humanos, hijos de Dios. No se trata de negar la ciencia (los avances de la biología y la genética), sino de ponerla al servicio de la transmisión humana de la vida, en amor y libertad, es decir, de un modo gratuito, empezando por los más pobres. Transmitir la vida, desde el signo de la mujer de Is 7, 14; acoger y proteger la vida que nace, eso es Adviento.
‒ Tercer riesgo y tarea de Adviento: Superar la angustia o cansancio vital.Hasta ahora hemos vivido porque nos gustaba hacerlo, a pesar de todos los riesgos, porque en el fondo de la aventura humana (engendrar y convivir) habíamos hallado un estímulo, un placer, vinculado al mismo Dios, a quien llamábamos creador de vida. Habíamos avanzado (caminado) sobre el mundo por gozo y deseo, porque la vida era un don y una aventura, un regalo sorprendente que agradecíamos a Dios.
De esa forma hemos podido superar muchas crisis y amenazas a lo largo de una historia inmensamente conflictiva. Pero muchos sienten ya que no merece la pena, que esta vida no es regalo sino carga, que es tragedia y riesgo no gozo, de manera que se niegan a engendrar nuevos seres humanos, promoviendo así un tercer tipo de suicidio, por falta de deseo y por cansancio de una vida que parece sin base ni futuro ni sentido sobre el mundo.
El problema no es ya la Voluntad de Poder, sino su ausencia, la quiebra o falla de una Voluntad de Ser, que se ha ido agotando a lo largo de siglos. Puede quebrarse en nosotros el deseo de vivir y transmitir la vida, de manera que nos matemos (es decir, terminemos negándonos a vivir), unos en medio de grandes riquezas materiales (asfixia interna), otros por falta de medios (asfixia externa), pues sin gozo y deseo de vida resulta imposible la subsistencia de la especie humana, como si Dios dejara de alegrarse en nosotros y de expandir la vida (es decir, de darse a sí mismo, pues en él existimos, como dice Hch 17, 28).
Significativamente, este cansancio parece más acentuado en los estamentos ricos (privilegiados) de la sociedad, que pueden incluso jugar filosóficamente con la angustia, y presentarse como protectores del patrimonio de una vida que está manipulada, mientras los pobres y excluidos, sin grandes filosofías, desean vivir optando por la vida como tal, en su totalidad, a pesar de las dificultades. En sus manos está posiblemente el futuro de la especie humana. Adviento es vivir en esperanza, porque viene Dios, porque somos humanidad naciente de Dios.
Conclusión. Las tres candelas de Adviento. La cuarta es Jesús. Estos tres riesgos marcan nuestra forma de vida, de manera que ya no basta con decir que hay Dios en general, sino que la fe en él nos permite (y exige) superar esos riesgos, como indicaré en orden inverso.
(1) Primera candela, querer vivir dando gracias. Si vivimos, a pesar del cansancio y angustia de muchos, es que en el fondo creemos en Dios somos Adviento
(2) Segunda candela, transmitir vida en amor. Si queremos transmitir la vida de un modo personal (de padres a hijos), ciertamente con ayuda de la ciencia, pero sin dejarnos manipular por ella, es que creemos en Dios que es Adviento, que quiere nacer y nace en la vida de los hombres.
(3) Tercera candela, superar la bomba. Si vivimos y confiamos en el futuro, a pesar del riesgo de la bomba o de la guerra universal, es porque creemos en Dios (porque creen en él especialmente los más pobres) como puerta de futuro, camino de resurrección sobre la muerte, somos Adviento.
(4) Cuarta candela… Dios es Adviento, nace Jesús.
Notas
[1] La modernidad ha creado formas admirables de producción a las que no podemos ni queremos renunciar (ciencia, progreso técnico, racionalidad administrativa); pero ella corre el riesgo avanzar e imponerse con violencia, divinizando un tipo de Sistema opresores. En ese contexto debemos evocar el sufrimiento de los asesinados, elevando desde ellos la pregunta por Dios.
[2] J. B. Metz, La fe en la historia y en la sociedad,Madrid 1979; Por una cultura de la memoria,Barcelona 1999.
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