Todo otro es no-otro de mí
Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario: CRISTO REY.
22 noviembre 2020
Mt 25, 31-46
Con frecuencia se ha leído este relato como si fuera una especie de “descripción” anticipada de lo que habría de ser el “juicio final”. No es así; se trata de una parábola que busca responder a una cuestión universal: “¿Qué hacer?, ¿cómo acertar en la vida?”.
La respuesta que Jesús ofrece no puede ser más clara. No hay referencia a creencias ni a comportamientos “religiosos”, sino que nombra acciones concretas para cuya comprensión no se requiere ningún razonamiento: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, hospedar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al preso.
En su tajante y radical simplicidad, la parábola deja ver una de las grandes novedades que aporta el mensaje de Jesús: existe un camino para el encuentro con Dios que no pasa por el templo. En la lista no aparece ninguna exigencia “religiosa”; lo que importa es la acción compasiva en favor de quienes más sufren.
Dicho de otro modo, Jesús sitúa la ética por encima de la religión. Lo cual no resulta novedoso, ya que en el mismo evangelio de Mateo, se encuentran aquellas otras palabras: “No todo el que me dice «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). Y ahora queda claro cuál es la “voluntad de Padre”, en la lista de acciones que aparecen en esta parábola.
Además de la sencillez de su mensaje, centrado en la práctica compasiva hacia las personas más necesitadas, hay dos cosas más que llaman la atención. Por un lado, la pregunta de los destinatarios de las palabras: “¿Cuándo te vimos…?”. Unos y otros –tanto los que ayudaron como los que no lo hicieron– no habían sido conscientes de que Jesús estaba en los necesitados; era ellos. Usando nuestro lenguaje, diríamos que tanto los no creyentes como los creyentes no pensaron en absoluto que Dios se encontraba en los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos, presos… Unos y otros parecían tener una “idea” muy distinta del Dios que negaban o en el que decían creer.
La otra cuestión llamativa es la contundencia de las palabras de Jesús cuando afirma: “Lo hicisteis (o no lo hicisteis) conmigo”. No dice: “es como si lo hubierais hecho conmigo”; no. Esa afirmación no nace de un imperativo ético, sino de la comprensión de quien sabe que todos somos uno, que todo otro soy yo. O dicho con otras palabras: todo otro es no-otro de mí.
Esas palabras expresan el núcleo de la no-dualidad: somos diferentes pero somos lo mismo. Y en el caso de Jesús casan de modo admirable con aquellas otras que el autor del cuarto evangelio pone en su boca: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Afirmando, valorando, acogiendo y cuidando las diferencias, somos uno con todo lo que es.
¿Cómo me vivo y me sitúo ante los demás?
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
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