Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 15 noviembre, 2020
“… el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.”
El otro día tuve una interesante (también sorprendente) conversación telefónica. Había llamado a una empresa para hacer un pedido. Cuando la persona que estaba al otro lado del teléfono me dijo: “Mira, yo no soy monja, pero a mí me gusta decir que soy cristina, por qué voy a callarme. ¡Si tenemos una religión que es un chollo! Podemos beber vino, podemos comer de todo. Lo único que se nos pide es que no hagamos daño a nuestro vecino.”
¡Correcto! El seguimiento de Jesús es un chollo, pero la mayoría de los cristianos lo metemos en el pañuelo y lo enterramos.
Nos han dado un Don, un talento, un regalo y en lugar de disfrutarlo lo escondemos bajo tierra. Me llama la atención la vergüenza que da manifestarse como cristiano. Mucha gente casi parece pedir perdón cuando dice que es cristiana. Es como si fuera algo íntimo y privado. Lo que debería darnos vergüenza no es ser cristianas sino no ser consecuentes con nuestro seguimiento, eso sí que debería sonrojarnos.
Hay otro fenómeno actual que también es sorprendente. En este mundo globalizado en el que vivimos nos hacemos enseguida solidarios de lo que nos queda más o menos cerca ya sea geográfica, cultural o ideológicamente. Por ejemplo, cuando ha habido algún triste atentado de cierta envergadura empiezan a circular frases como: “Todos somos …”. Apoyamos a quienes han sufrido una violencia injusta y eso está bien. Pero… hay un matiz que oscurece la buena intención y es que parece que nuestra capacidad de solidarizarnos solo alcanza hasta aquellos con quienes nos “identificamos”. Si hay un atentado en un país europeo nos movilizamos, si es en África o en un país musulmán…
Con todo, lo más llamativo es que no nos sentimos solidarios con las personas que son perseguidas por ser cristianas. Dudo que haya mucha gente dispuesta a hacer circular frases como: “todos somos cristianos” cuando se atenta contra la vida de muchas personas en Siria, Irán, Irak, Egipto, Afganistán…
No, no ponemos en juego nuestro talento. Ni arriesgamos nuestra imagen o nuestra reputación. No nos manifestamos abiertamente cristianos y es por una sencilla razón: nos da vergüenza. Ser cristiano en occidente no está de moda. La imagen que se tiene del cristianismo es tan chata, tan reducida y ridícula que hay que reconocer que un poco de vergüenza sí que da. Pero si deseamos que esa imagen cambie solo hay un camino: abrir el hoyo, desenterrar el talento, ponerlo a la vista y descubrir su valor.
Oración
Trinidad Santa, danos la audacia necesaria para decir abiertamente que creer en Ti es creer en una vida digna para todas las personas, para la creación entera. Amén.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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