18 octubre 2020. Dom 29 TO. Pagad a César lo que es del César…
En un sentido, el proyecto se oponía al orden imperial de Roma, que mantenía su poder armado sobre fundamentos de dinero. Pero no es una oposición en el mismo nivel (en forma de contradicción entre iguales o semejantes), sino en una oposición en otro plano. No se trata de luchar contra el César y su Dinero (mammon) en un plano imperial, sino de subir de nivel.
En ese contexto se sitúa y ha de entenderse el tema clave sobre el tributo del César, que sus adversarios le plantean para “cazarle” en algún tipo de contradicción y así acusarle ante el pueblo (si defiende el tributo del César) o ante la administración romana (si lo rechaza). Así lo suponen, según el evangelio de Lucas, las autoridades de Jerusalén cuando llevan a Jesús ante Pilato, acusándole de presentarse como pretendiente mesiánico y de impedir el pago de los tributos del César (Lc 23, 2). En ese fondo se sitúa el texto de este domingo.
Texto según Mateo
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 15-21)
Ésta es la pregunta que le plantean a Jesús en Jerusalén, en el momento clave de su revelación mesiánica. El tema es la moneda del tributo, que significativamente él no posee, no por casualidad (como si sele hubiera olvidado tomarla), sino por principio, porque no utiliza ese tipo de monedas. Él ha pedido a sus discípulos que anuncien el Reino sin bolsa de dinero o vestidos de repuesto (cf. Mc 6, 6b-13). He desarrollado el tema en Comentario de Mateo y en Economía y teología.
Introducción
Por eso mismo, Jesús ha dicho al rico que venda lo que tiene, que reparta lo obtenido entre los pobres, para iniciar así un camino donde puedan compartirse casas-campos y relaciones familiares (Mc 10, 17-31). En este contexto se sitúa este relato, que fija las relaciones entre el movimiento de Jesús y el imperio, en el contexto de la tensa situación de Palestina (Israel), que desembocará poco después (tras el 66 d. C.) en una dura guerra contra Roma, que ha de entenderse en clave económica:
‒ Losdefensores del Imperio, tenderán a justificar la economía y política de Roma, pagando unos impuestos que se entienden como un modo de participar en ese Imperio, en comunión con otros pueblos cultos de aquel tiempo. El denario del tributo es para ellos una forma de contribuir al orden externo (mundano) de Dios.
‒ Los enemigos del Imperio, entenderán el tributo como atentado contra la sacralidad israelita. Posiblemente, identifican la familia de Dios con el grupo nacional judío y quieren acuñar moneda propia, avalada con el nombre de Jerusalén. Por eso rechazan al César y su impuesto. Diga Jesús lo que diga, podrán acusarle: si afirma, le llamarán colaboracionista; si niega, insumiso, anti-romano.
Más allá de la ley imperial
En su respuesta, Jesús no defiende la oposición violenta (guerra contra Roma), pero tampoco apoya el orden de Roma, pues a quienes le preguntan (le tientan) les responde que devuelvan el dinero a Roma, es decir, al César. En ese contexto, debemos suponer que él fue contrario al pago del tributo a Roma, no sólo por lo que ello implicaba de colaboración con el orden económico del Imperio, sino porque implicaba un tipo de economía fundada en el dinero. En esa línea, la respuesta de Jesús (¡devolved al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios!) no se puede entender como declaración de guerra contra Roma, pero tampoco como aceptación de su tributo, sino como algo mucho más profundo: una subida de nivel, una llamada a la creación de un tipo de comunión humana en un nivel más alto que el de Roma.
Según este relato , Jesús se sitúa “fuera de ley”, no en contra, sino al margen de ella, buscando las “cosas de Dios” (cf. Mc 8, 33) más allá del dinero y de la espada, pero no en un plano de ideales espiritualistas, sino de relaciones humanas (como indica en otra perspectiva el Sermón de la Montaña: Mt 5-7; Lc 6, 20-46). Las “cosas” de Dios definen la identidad del proyecto cristiano, en un espacio de gratuidad y pan compartido, no de dinero, desbordando el plano del talión, como sabe Mt 5, 21-48: “habéis oído que se ha dicho; yo, en cambio, os digo…”.
‒ ¿Es lícito pagar o no? Fariseos y herodianos quieren situar a Jesús ante la alternativa de pagar o rechazar el pago, pero siempre en un plano monetario, en una sociedad campesina en la que apenas corre el dinero, de forma que, para muchos, no existe casi más moneda que la utilizada para los tributos. Pero Jesús ha roto esa alternativa. No se trata de pagar o no pagar, sino de situarse en una dimensión más alta de revelación de Dios, es decir, de humanidad solidaria, por encima de una economía y política fundada en la posesión de la moneda. Jesús no acepta el tributo ni lo rechaza, sino que hace algo más radical, supera el nivel monetario del dinero (pagar o no pagar a Roma), pidiendo que se devuelva a Roma su dinero (con sus impuestos) para situar el tema en clave de evangelio.
‒ Jesús no tiene moneda, por eso se la pide a sus tentadores. Ellos se la traen, y el la mira, preguntando por la inscripción y la imagen rabadas en ella. (a) Por un lado, Jesús quiere superar el nivel de economía en que parecen situase todo, para colocarse más allá del dinero. (b) Por otra parte, la moneda del tributo (que los “tentadores” muestran a Jesús), tiene valor de curso legal (económico), pero no es profana, en el sentido moderno del término, pues el Cesar cuya imagen esta grababa en ella actúa como autoridad religiosa, es decir, como signo de la divinidad. También la inscripción (que podía ser “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”) tenía carácter sagrado. De esa manera, el tributo de César situaba a los hombre ante un “dios” que actúa por interés de dinero, y eso es lo que Jesús no puede aceptar.
‒ Devolved al César… Jesús no combate con armas contra el César, pero tampoco le obedece (no emplea su dinero), sino que sale fuera del espacio de su dominio, para situarse en un ámbito de vida y convivencia donde ya no sea necesario el tributo del César. Aquellos que le tientan llevan consigo un dinero del César, dispuestos a emplearlo. Pues bien, Jesús les dice que “devuelvan” ese dinero, de modo que no tengan nada que deberle, nada que pagarle. No se trata, por tanto, de luchar en guerra contra el César y su dinero (como pretendían los celotas, para crear después su impuesto), sino de devolverle su dinero, para que haga con él lo que quiera, pues aquello que los cristianos han de construir no se logra con moneda. Jesús no ha caído en la trampa que quieren tenderle (pagar o no pagar), sino que propone otra salida: Devolver la moneda al César, darle lo suyo, salir de su imperio económico.
‒ Y dad a Dios lo que es de Dios… Sólo allí donde al César se le devuelve la moneda (sin entrar en cálculos con él) se puede dar a Dios lo que es de Dios, es decir, todo lo que somos y tenemos de verdad, inaugurando un tipo de vida distinta, en gratuidad, es decir, sin “capital” imperial, sin la violencia política y económica que simboliza el tributo. Esta palabra de Jesús sobre el impuesto ha de entenderse a la luz de todo el evangelio. Cerrada en sí misma, ella podría tomarse como puro enigma, una salida ingeniosa, llena quizá de ironía, pero recibe su sentido a la luz de aquello que Jesús ha dicho y realizado en su búsqueda de casa y comida compartida. Ciertamente, el dinero valdría para comprar y compartir los panes y peces con los necesitados (cf. 6, 37; 10, 17-22; 14, 3-9), pero Jesús no se ha situado en ese nivel de comprar y vender, sino que ha querido y quiere situar su movimiento (como han mostrado los dos temas anterior: del rico que quiere seguirle y de Pedro que dice que lo han dejado todo….) en un plano de gratuidad y vida compartida.
Habían querido tenderle una trampa (pagar el tributo oponiéndose al nacionalismo judío, o no pagarlo, enfrentándose con Roma). Pero Jesús se elevó de nivel, sin caer en la trampa de fariseos y herodianos. No dice “sí” (hay que pagar), ni dice “no” (hay que negarse a pagar), sino algo anterior y mucho más profundo: apodote (devolvedle) al César lo que es del César, a fin de “dar” a Dios lo que es de Dios (es decir, para realizar su obra en el mundo). Por eso, el texto acaba diciendo que se admiraban de él, pero sus acusadores pueden decir y dicen que él ha venido diciendo a la gente que no pague tributos al César, con lo que eso significa en aquel contexto (cf. Lc 23, 2).
Jesús no sataniza al dinero y a su César (contra los celotas), ni lo diviniza, pero lo expulsa en cuanto tal del ámbito mesiánico y, lo que es mucho más grave, él se ha atrevido a proclamar y mostrar con su vida que lo opuesto a Dios es Mammón , el dinero convertido en “dios” supremo de este mundo (cf. Mt 6, 24), por encima del imperio de Roma y del mismo templo de Jerusalén. Parece que su evangelio no se centra en temas o motivos de economía particular, sino en una experiencia y tarea de gratuidad universal, superando el plano del dinero, como parece haber puesto de relieve Mc 10, 17-31. Pero eso no es más que una “apariencia”. En realidad, todo el proyecto de Jesús va en contra del dinero del César, no en un sentido militar (luchar contra las legiones de Roma), sino en un sentido mucho más profundo: Devolver el dinero al Cesar, saliendo así de su campo de dominación, de su espacio vital y comercial.
Ciertamente, el mismo Jesús, que ha derribado por el suelo las monedas del templo (es decir, la estructura sacral del judaísmo interpretada como culto a Dios), no condena y rechaza de esa forma la moneda del César (no la tira por el suelo), pero hace algo mucho más hondo y peligroso: Sitúa esa moneda, con toda la economía imperial, fuera de su movimiento mesiánico. De esa forma, la expulsa de su comunidad, pero sin luchar militarmente contra ella, sino situándose en otro nivel, que es el más peligroso para Roma y para su imperio económico: Jesús sale de su espacio de dominio, queda fuera, no necesita del César[1].
Devolver la moneda al César significa dejar que ande por ahí, dejar que exista el orden de este mundo (como supone Pablo en Rom 13, 1-6), pero sin participar de él, sin emplear su moneda. Se trata, pues, de dejar al César a un lado, sin luchar contra él, pero sin aceptarle. Este pasaje nos sitúa ante un gesto supremo de “insumisión activa”. Jesús está anunciando la llegada de un Reino donde no exista moneda del césar, un Reino en el que los hombres no se dominen unos a los otros por dinero. Éste es el texto base, ésta la aportación suprema del evangelio, que después los cristianos han interpretado y siguen interpretando de diversas maneras.
Interpretaciones
‒ La primera, la propia de Jesús, es la oposición de planos. Jesús ha invitado a devolver el dinero al César, a no utilizar su moneda, a no emplear su economía. De esa manera, sus seguidores han de quedar liberados del peso y la carga de toda economía monetaria, pero llamados a buscar otros tipos de colaboración y comunión económica, sea en la línea del proyecto de Mc 10, 29-31, con el ciento por uno, o en la línea de los sumarios de Hch 2-4).
Estamos pues ante un proyecto que en principio nos hace subir de plano. (a) Los hombres del César podrán seguir manejando el dinero y lo que se hace con dinero (economía, política, ejército…), pero los seguidores de Jesús han de buscar una forma distinta de vivir y organizarse sin ese dinero. (b) Los hombres de Jesús tendrían que concentrarse en las cosas de Dios, viviendo en pura gratuidad (sin dinero imperial, ni formar parte del ejército imperial, ni organizar empresas económicas productivas al modo Roma), iniciando así una alternativa real de vida, como quisieron los cristianos de Mc 10, 29-31. Todo el orden del dinero imperial (que es propio del César y de su tributo) pertenecería a Mammón (orden impositivo e idolátrico); por eso los cristianos deberán abandonarlo como malo en sí e inconvertible.
‒ Pero pronto, la Iglesia (al menos una parte de ella), en la línea de Rom 13, 1-9 ha pactado de hecho con el dinero del César, invitando a los cristianos a pagar los tributos. En esa línea seguimos distinguiendo los dos planos, sabiendo que uno es superior al otro, pero aceptando en algún sentido los dos. (a) Hay un nivel en el que sigue manteniéndose el tributo del imperio, la economía del César, al que pertenece la “guardia” o regulación del orden del dinero, con todo lo que implica en el nivel de la organización externa del mundo. (b) Pero hay un nivel superior, en el que no rige ya le ley del tributo, ni la economía de Roma. Ese es el nivel de las «cosas de Dios»; en ese plano espiritual de gratuidad y comunicación de vida deberían mantenerse los auténticos cristianos.
En esa línea (siguiendo la indicación de Rom 13 y de 1 Pedro) los seguidores de Jesús han de buscar un tipo de economía distinta, en línea de comunión y gratuidad, pero aceptando en un plano distinto la economía de Roma. Por eso, en un nivel, ellos optan por pagar los tributos (aceptando en esa línea la autoridad de Roma), pero en otro nivel han de buscar una economía distinta, en línea de pura gratuidad. Ellos viven, según eso, en dos mundos que no son en modo algunos iguales: Aceptan el orden imperial (en un nivel económico-político), no son guerrilleros para luchar contra Roma. Pero, en otro plano, en su vida personal y comunitaria, como creyentes mesiánicos, ellos buscan y promueven un tipo de economía distinta, en plano de evangelio. Aceptan el orden de Roma, como signo de este tiempo “malo”, pero sólo en un plano superficial. En el fondo buscan y promueven otra economía, otro orden social.
Reinterpretación eclesial
En esa segunda línea, bastante pronto, a partir Rom 13, 1-9 y de textos muy significativos como 1 Clemente, de finales del siglo I d.C., los cristianos tienden a moverse en esos dos planos, no sólo por imposición y por un tiempo, como en el caso anterior, sino por conciencia. (a) En el nivel de las cosas del César ellos podrán manejar el dinero del César, pagar tributos, contribuir a la creación del “Estado”, con sus propios bienes. (b) Las «cosas de Dios» se situarían en un plano distinto y más alto, pero no opuesto al anterior…
Ciertamente, conforme a esa visión, ese nivel superior de las cosas de Dios tiende a perder su carácter económico/político, para entenderse en un sentido puramente espiritual, de oración compartida, de adoración interior, dejando así que las cosas del mundo sigan su rumbo, como si no existiera evangelio. Los cristianos vivirían de esa forma en los dos reinos totalmente separados. Pero, en contra de eso, debemos añadir que que los «proyectos y caminos» de cada uno de esos reinos pueden pueden y deben complementarse, siendo distintos:
− Ciertamente, en principio existe autonomía entre los dos niveles. Jesús pide que devolvamos al César su denario, para superar de esa manera su imposición. Pero no condena sin más ese dinero del impuesto del Imperio, no lo demoniza, ni lo convierte en Mamona. De esa forma deja al César un espacio de vida, de influencia, abriendo así un “racionalidad propia” para la política, en el sentido actual del término. Pero, al mismo tiempo, Jesús abre un espacio propio para las cosas de Dios.
− En esa línea, los que buscan las cosas de Dios, tras “haber devuelto al César las cosas del César”, ofreciéndole así un espacio propio, con su propia autonomía han de procurar que el César administre su “dominio” al servicio de los hombres, de manera que su “dinero” pueda tender a convertirse (cristianizarse), perdiendo su carácter egoísta, para ponerse al servicio de la gratuidad, es decir, del amor mutuo, pero sin perder su autonomía racional (económico-política). En ese contexto, en un momento determinado, los cristianos pueden pensar que ellos deben pagar también su tributo al César.
− En una línea convergente, los hombres del César han de intentar que su dinero se ponga al servicio del bien común y de la justicia, como propone la glosa de Rom 13, 1-7. En un sentido, ellos deben conservar su autonomía, de manera que los «hombres de Dios» no impongan su poder sagrado de un modo dictatorial, sobre el conjunto de los hombres. Por eso, los cristianos han optado por aceptar la ley del César (del Estado, de la Economía), de manera que ellas tengan su propia autonomía, situándose en un plano “racional”, lo mismo que la “filosofía” (el pensamiento griego) al lado del evangelio.
Esta coordinación o complementariedad ha permitido el surgimiento de un orden racional “autónomo”, al lado del evangelio. Este equilibrio, propio del cristianismo, va en contra de otros proyectos de “dominación religiosa total”, como han podido darse a veces en el Islam. Éste nivel doble (de las cosas de Dios y de las cosas del César) abre en principio, un camino muy positivo para los cristianos, pero ha suscitado siempre problemas. Los hombres del César, que manejan el dinero y poder del sistema, en clave de ley, han querido y quieren poner muchas veces las «cosas de Dios» a su servicio, en contra de lo que quiere y dice Jesús (pues el César sería también signo y ministro de Dios en el mundo). Esta ha sido actitud más normal dentro de la sociedad cristiana de la modernidad, ésta es en el fondo la actitud de un capitalismo actual, que no lucha contra la religión como pudieron hacer los sistemas marxistas del siglo XX, pero que la pone (pone todas las religiones y proyectos humanistas) al servicio de su propia dominación económica, bajo un tipo de Mammón; en esa línea, toda opción religiosa (en este caso, el cristianismo) sería una opción puramente privada, que debería mantenerse en el nivel interior de las personas, pero que no puede aplicarse en un plano social, donde el único poder es el dinero, es decir, la Mammón del César[2].
Pues bien, en contra de eso, el cristianismo ha querido mantener y ha mantenido siempre la autonomía de “las cosas de Dios”, dentro de un esquema de dualidad: Mientras dura el tiempo de este mundo existen dos “principios sociales”, distintos pero vinculados: (a) El principio de las coas de Dios… (b) Y el principio de las cosas del Cesar (es decir, de la administración civil de la sociedad). Eso significa que Jesús no ha “triunfado”, es decir, no se ha impuesto en el plano social, como afirma Pablo en Rom 1, 3-4.
Ciertamente, el “poder del César” ha matado a Jesús, pero en su nivel sigue conservando un principio de autonomía, de formas que “las cosas del César” siguen existiendo y teniendo un valor junto a las cosas de Dios. De esa manera, a lo largo de los siglos, en situaciones muy distintas, los cristianos (y en algún sentido también los judíos) se han sentido vinculados a los dos pasajes que acabamos de evocar, teniendo que descubrir en su mismo compromiso práctico la posible diferencia que existe entre la mala moneda de Mammón de Mt 6, 24, que es ya contraria a Dios, y el buen denario del César (que podría ser un impuesto al servicio del orden común de la sociedad).
No es fácil distinguir esos dos dineros en línea de evangelio, y las posturas de la iglesia primitiva (es decir, de los seguidores de Jesús) han sido distintas, sin que una se haya impuesto totalmente a la otra. (a) De un modo consecuente, según Ap 13-14.17-19, la moneda del impuesto sería Mammón antidivino, un signo de prostitución radical, de manera que los sirven al dinero de esa forma, pagando tributo al Cesar se han prostituido al Satán de la Mammón. (b) Sin embargo, los autores de la escuela paulina (incluido 1 Pe) han visto esa moneda del impuesto como un elemento del orden que Dios ha querido para el mundo (como afirma la glosa de Rom 13, 7), en una línea aceptada también por el judaísmo rabínico. El dinero no es pura Mammón (aunque puede volverse Mammón), sino que puede convertirse en un signo de encamación social para los creyentes[3].
Notas
[1] Ap 13-14 habría interpretado la moneda del impuesto como mamona antidivina (cf. Mt 6, 24), aunque quizá habría añadido que es preciso “devolvérsela”, es decir, no mezclarse de ningún modo con ella, en una línea cercana Marcos. Sin embargo, la escuela paulina (incluido 1 Pe) ha tendido a interpretar esa moneda del impuesto como un elemento del orden que Dios ha querido para el mundo, de manera que debería pagarse el tributo (cf. Rom 13, 7), en una línea aceptada también por el judaísmo rabínico. La mayor parte de la Iglesia cristiana se ha situado en esa segunda línea: el dinero no es pura mamona (aunque puede volverse mamona).
[2] He tratado del tema en mi Comentario a Marcos, Verbo Divino, Estella 2012. Sobre la problemáica de fondo de las cuatro interpretaciones, cf. J. C. Eslin, Dieu et le Pouvoir. Théologie et Politique en Occident, Seuil, Paris 1999. El tema de la relación entre el dinero-capital y el Reino de Dios (la plenitud del hombre) está en el centro de la teología más significativa de los últimos decenios, como ha destacado A. González, Teología de la praxis evangélica. Ensayo de una teología fundamental, Sal Terrae, Santander 1997; Reinado de Dios e imperio. Ensayo de teología social, Sal Terrae, Santander 2003; X. Pikaza, Violencia y religión en la historia de occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2005.
[3] Es evidente que la Iglesia primitiva no ha podido dar una respuesta teórica, relacionando en perspectiva económico-política las dos palabras ya citadas (Me 12, 17 y Mt 6, 24). Rom 13 y Ap constituirán los dos polos en tomo a los cuales girará la hermenéutica eclesial de esos pasajes.
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