Domingo XXVII. 4 octubre, 2020
“Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.”
Hoy celebramos la Buena Noticia de un Dios inmensamente paciente, capaz de enviarnos a su hijo, es decir, capaz de enviarnos lo más valioso que tiene. Y no nos lo envía cuando somos buenos, sino aun sabiendo que no sabremos ni acogerlo ni respetarlo.
La Buena Noticia, lo veíamos también la semana pasada, es que Dios no se da por vencido. A pesar de la cizaña, la semilla de la humanidad es buena y Él sabe que al final, todo saldrá bien. La luz vencerá la oscuridad.
Lo que mueve los hilos de la Historia de la Salvación son el amor, la generosidad, el puro derroche. Dios no pone condiciones, pone amor. Jesús no nace como resultado de la buena conducta del pueblo. Y aunque el pueblo lo espera, llega de la manera más inesperada, en el lugar indicado, pero sin ser reconocido a simple vista.
Así son las cosas de Dios: imprevistas. Y nosotras, pobres criaturas, no acabamos de saber reconocerlo y aun menos sabemos acogerlo. Nos pasa muchas veces como a estos labradores que cuando leemos la parábola nos parecen tan horribles y nos sale una respuesta como la de quienes le oyeron la parábola a Jesús: “Hará morir de mala muerte a esos malvados…”
Pero no fue así, nunca es así con Dios Trinidad, su paciencia es infinita, como lo es también su bondad y su amor por cada una de nosotras, por eso nos da lo más valioso que tiene, se nos da él mismo sin medida y espera, nos da todo el tiempo que necesitamos para aprender a acoger, a amar… Nos conoce y sabe que estamos hechas de amor infinito.
Oración
Gracias, Trinidad Santa, por tu eterna confianza. Por renovarla cada mañana, muy a pesar de nuestras guerras, envidias, codicias y larga lista de debilidades. Gracias porque nos recuerdas que nuestra verdadera esencia no es todo eso. Gracias por esa semilla divina que puede crecer y desarrollarse precisamente, en el estiércol de nuestra condición humana.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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