Ezequiel (610 – 569 a. C.)
Ezequiel es el profeta de las visiones espectaculares y apocalípticas, que han inspirado la cábala judía. Comienza el libro narrando su vocación en una gran manifestación de Dios, llevado en una especie de carro, por cuatro vivientes como seres humanos, cada uno con cuatro rostros y brazos con alas, que caminaban en todas direcciones entre vientos huracanados, y relámpagos… (c 1-3). Esta imagen tan incongruente nos quiere transmitir la majestad (santidad, trascendencia) de Dios al que no se le puede pedir cuentas por la destrucción de Jerusalén. Y quizás nos venga bien ahora a los cristianos, que nos hemos acostumbrado a ver a Dios en el niño de Belén y le hablamos con amistosa familiaridad. Padre sí, pero misterio también.
Ezequiel nació en Judea en una familia sacerdotal pero sufrió muy joven la primera deportación a Babilonia en el 597, y allí experimentó su vocación profética en el 593, que ejerció hasta su muerte. Sus escritos sufrieron añadidos y modificaciones por parte de la escuela sacerdotal hasta el s.III.
En su profecía se distinguen dos etapas, antes y después de la destrucción del Templo. En la primera (c. 1-21) se enfrenta a la falsa esperanza de los deportados en un inminente regreso y anuncia la destrucción de Jerusalén. En la segunda etapa, denuncia la culpabilidad de los príncipes, sacerdotes, profetas y terratenientes en esta catástrofe, pero transmite la esperanza en la restauración, la unión del reino del Norte y del Sur, una nueva Alianza con Dios, y la construcción de un nuevo Templo al que dedica los capítulos 40-47 con detalle de las medidas del altar, de las vestiduras, y de cada habitáculo, pared o puerta.
Su teología se aparta de la creencia tradicional de que Dios estaba vinculado al Templo de modo que éste era indestructible. Ezequiel reivindica la universalidad de Dios, “la movilidad cósmica del Señor representada por el carro que transporta su gloria en todas direcciones” (BTI) y su independencia que dirige la historia. No ha sido derrotado por Nabucodonosor sino que ha sido él mismo quien ha abandonado Jerusalén y ha traído al invasor como castigo por las infidelidades de su pueblo.
Ezequiel ejerció gran influencia en “el nacimiento del judaísmo” potenciando su aislamiento mediante las el cumplimiento del sábado, la alimentación kosher, y la circuncisión. Otro aspecto importante es la retribución individual frente a la creencia popular expresada en el refrán “los padres comieron los agraces y los hijos padecen la dentera. / por mi vida os juro, oráculo del Señor, / que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel… el que peca es el que morirá… os juzgaré a cada uno según su proceder” (c. 18,132).
Su expresión en prosa es repetitiva y tediosa, sus textos poéticos son de gran plasticidad, con imágenes y visiones patéticas como la resurrección de los huesos por obra del aliento creativo de Dios (37) (texto que posteriormente han interpretado los “espirituales negros”). Su expresión histriónica se vale de acciones simbólicas, mimos y danzas, que lo configuran como un juglar de Dios.
Isaías II (c. 40-55)
No conocemos al autor de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, y por eso se le denomina el segundo Isaías o deuteroisaías. Este profeta ejerció en los últimos años del exilio (550-540 a. C.). Proclamó el retorno del exilio y la reconstrucción de Jerusalén, “el segundo éxodo”, impulsado por Ciro, rey Persia, ungido por Dios para la liberación del pueblo hebreo (45,1-8).
Su teología se basa en la soberanía universal del Dios único y creador del mundo (44,24-28); pero es especialmente importante por su descripción del Siervo Sufriente (42,1-9; 49,1-7; 50,4-9; 52,13 a 53,12). Estos cuatro cantos sobre el Siervo sufriente sirvieron a las primeras comunidades cristianas para superar el escándalo que producía para un judío reconocer como Mesías a un Jesús crucificado.
Ningún cristiano había presenciado de cerca la Pasión de Jesús, pero los evangelistas utilizaron estos cantos y el salmo 22 (21) para describirla: “ofrecí mi espalda a los que me apaleaban / las mejillas a los que mesaban mi barba; / no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.” (Isaías 50,6).
Estos cantos hablan de la actitud del Siervo que no rehúye los sufrimientos que Dios le envía como expiación por los pecados del pueblo: “por los pecados de mi pueblo lo hirieron /… El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento / y entregar su vida como expiación…” (53,8-10). Esta descripción del Siervo Sufriente inicialmente se refería al pueblo de Israel: “Tú, Israel, pueblo mío, Jacob, mi elegido, (…)Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado” (41,8-9), pero luego parece concretarse en un personaje o en una parte del pueblo. Las comunidades cristianas lo reconocieron como una profecía sobre la Pasión de Jesús. Así lo reconoce Lucas en el relato de los discípulos de Emaús: “Jesús, entonces, les dijo: ¡Qué lentos sois para creer lo que a anunciaron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,25-27).
El tema de la expiación (que Dios necesite un mártir para perdonar los pecados del pueblo) es especialmente importante porque la teología cristiana, comenzando por Pablo y los relatos de la Última Cena lo han tomado como tema central: “Cristo murió por nuestros pecados, según las escrituras” (1Cor 15,3b); Mateo en la institución de la eucaristía dice explícitamente “es mi sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,27); 1Cor 11,24; Mc 14,24; Lc 22,20 emplean una expresión más general “por vosotros” o “por muchos” sin mencionar los pecados. La Iglesia ha mantenido “para el perdón de los pecados” incluso en la modificación del canon en 2017; y muchos cristianos se han convertido y mantienen su fe “porque Jesús ha muerto por mis pecados”.
La idea de la muerte expiatoria de Jesús es cada vez es más rechazada o reinterpretada por muchos teólogos. Una fe adulta explica el sufrimiento de Jesús y de todo ser humano que sufre con paciencia la injusticia, porque sabe que una reacción de venganza provoca enfrentamientos y guerras, y una espiral de represión y más duros enfrentamientos. Esta espiral de odio sólo se corta con amor y alguna forma de no violencia activa, como nos mostró Gandhi y actualmente tantos líderes nativos sudamericanos que defienden sus tierras contra la explotación de los poderosos. Esta experiencia humana de superar con amor la espiral del odio, es la que el segundo Isaías experimentó al anunciar la vuelta del exilio, y la proyectó en “el Siervo sufriente” en términos de “expiación” y “holocaustos”, que era la práctica habitual en las religiones del entorno.
Jesús encarnó la actitud del Siervo sufriente, pero no como expiación por mis pecados cometidos en el silo XXI, sino como defensa no violenta, y hasta sus últimas consecuencias, de una sociedad política y religiosa más justa. Ésta sería hoy la actitud del Siervo sufriente.
El estilo de Isaías II es emotivo y apasionado, considerado por muchos como el mejor poeta de Israel; sus imágenes son muy expresivas y los evangelistas y san Pablo hicieron amplio uso de estas imágenes: “En el desierto preparadle un camino al Señor; “Como un pastor… toma en brazos los corderos” (Isaías 40,1-11). “Y no podían creer por lo que dijo también Isaías: les ha cegado los ojos y les ha embotado la mente para que sus ojos no vean ni su mente discurra” (Jn 12,39-40; Isaías 9,6). “Mirad a mi siervo…. Al que prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu… la caña cascada no la quebrará…) (Isaías 42,1-7; Mt 12,15-21).
Isaías III
Tampoco sabemos nada de este autor o autores de los capítulos 56-66 del libro de Isaías, pero es bastante posterior entre el siglo VI-V y profetiza en los primeros tiempos de la restauración. El libro de Isaías sufrió nuevos retoques y no quedó cerrado hasta el siglo III.
Sus temas son semejantes a los de otros profetas: denuncia las injusticias, la falsa religiosidad y la idolatría “guarda el derecho, practica la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria” (56,1). El texto más destacado es el que leyó y se aplicó Jesús como su programa al iniciar su vida pública “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a dar la buena noticia a los que sufren… para proclamar el año de gracia del Señor” (Isaías 61,1, Lc 4,18) aunque con la significativa omisión del final del texto de Isaías “y el día del desquite de nuestro Dios”.
Otros textos importantes son la apertura a los extranjeros y a los eunucos (56,3-8), el falso ayuno (58,1-12), la invocación a Dios como Padre (63,15-19), la nueva creación (65,17-25), y, en tiempos de la restauración del Templo de Jerusalén, su proclamación del templo de la naturaleza: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies:¿qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso? (66,1-2) que mencionará el protomártir Esteban ante los jueces (Hechos 6,49-50).
Ageo
Ageo es un profeta del postexilio. El Decreto de Ciro (538), rey de Persia, permite e impulsa al pueblo a volver de Babilonia a Palestina. Comienza la reconstrucción de Jerusalén, pero Ageo ve que no han aprendido la lección, y denuncia las mismas injusticias sociales. Centra su predicación y su profecía (años 520-515) en la transformación del pueblo, la reconstrucción del Templo, y la promesa de la independencia y la gloria de Jerusalén. Reprocha a los potentados que construyen sus palacios y se olvidan del Templo (1,1-6,). El libro fue escrito por algún discípulo que recogió las profecías de Ageo.
Zacarías I
Se conoce como Zacarías I al profeta del siglo VI a. C. autor de los capítulo 1-8 del libro de Zacarías. Este profeta prolonga la profecía de Ageo sobre la reconstrucción del Templo y la esperanza mesiánica, que Zacarías proyecta en términos escatológicos. Su estilo se caracteriza por las ocho visiones nocturnas, de estilo apocalíptico y de difícil interpretación: caballos, cuernos, recipiente de la maldad del que sale una mujer (!) carros, corona. Se refiere a Dios, igual que Ageo, como “el Señor del universo” (4,6), y dedica un oráculo al falso ayuno (c. 7).
Joel
Profeta postexílico del siglo V o IV a. C que, en el azote de una plaga de langostas, vio el anuncio el día de Yahvé como un día “grandioso y temible” (c. 1-3) y llamó al arrepentimiento y a la oración en el Templo. El Señor “que es misericordioso y compasivo” perdonará a su pueblo y lo compensará por aquellos años de calamidad y oprobio: “todo el que invoque al Señor quedará alcanzará la salvación”, aunque parece que este “todo” se refiere a “un resto de liberados… a quienes ha escogido el Señor”. Los exégetas hablan del “nacionalismo exacerbado” de Joel en contraste con el universalismo del libro de Jonás
Este “día del Señor” no es lo que nosotros entendemos como el Juicio final sino un punto y aparte en la Historia, porque “Después de estos sucesos derramaré mi espíritu sobre todo ser humano, y vuestros hijos e hijas profetizarán…”. Lucas se inspiró en este texto al describir la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hechos 2,4-21).
Malaquías
Profeta del siglo V a. C. citado en los evangelios por su promesa de la venida de Elías para preparar al pueblo a recibir al Mesías: “Mirad yo envío un mensajero a prepararme el camino…y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible, reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Malaquías 3,1 y 23; Mc 1,1-2; Mt 11,14; 17,11-12; 27,49, Lc 1,17).
Su profecía se desarrolla cuando el Templo ya había sido reconstruido y trata los problemas cotidianos del culto, ofrendas, tributos, y condena las injusticias sociales “contra los que defraudan al jornalero en su salario” y los matrimonios mixtos, en sintonía con la reforma de Esdras y Nehemías.
Su estilo sigue un procedimiento dialéctico, Dios acusa al pueblo, éste le presenta objeciones, Dios justifica su acusación y propone su mensaje.
De este modo se plantea, como Job, el problema de la prosperidad de los malvados: “Decís: No vale la pena servir a Dios… los malvados prosperan, tientan a Dios impunemente” (3,13-15) y responde con la justicia que ejercerá el Señor en su venida en el último día.
Pueden verse en sus profecías una superación del nacionalismos y algunos atisbos universalistas, como propone Spong, pero más bien parecen acicates para estimular a su pueblo: “dice el Señor de los ejércitos: De levante a poniente es grande mi fama en las naciones y en todo lugar me ofrecen sacrificios y ofrendas puras… Vosotros, en cambio, la profanáis….” ” (1,11-14); “¿No tenemos todos un solo padre? ¿no nos creó un mismo Dios?“ pero la continuación parece reducir ese “todos” a las tribus hebreas. “¿Por qué uno traiciona a su hermano…Judá traiciona, en Jerusalén se cometen abominaciones…” (2,10-12).
Zacarías II
Conocemos como Zacarías II al profeta que escribió en el siglo IV a. C., ya en el período helenístico, los capítulos 9-14 del libro de Zacarías. En ellos retoma los temas del juicio a las naciones, y la restauración de Jerusalén, y el de los malos pastores, pero se caracteriza por su visión apocalíptica de la Historia, con una lucha entre Judá y los gentiles, y el triunfo final de Dios. “el Señor será rey de todo el mundo”. Todas las tribus y todos los pueblos subirán cada año a Jerusalén “a rendir homenaje al Rey, al Señor de los ejércitos” con los consiguientes castigos a los que no suban a Jerusalén (!) (c. 14).
Los evangelistas describen la entrada de Jesús en Jerusalén el domingo de ramos en referencia a la profecía de Zacarías: “Alégrate, ciudad de Sion, aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso y humilde, cabalgando un asno, y una cría de borrica” (Zacarías 9,9). La expulsión de los mercaderes también puede aludir al final de la profecía de Zacarías: “Y aquel día ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos” (Zac. 14,21).
Es fácil suponer que los evangelistas aprovecharon estas descripciones de los profetas para ampliar una anécdota sencilla de la vida de Jesús. Quizás el mismo Jesús, que conocía estas dichos de los profetas, quiso destacarlos porque encajaban en su programa del Reinado de Dios. Pero esto nos lleva más lejos, ¿Por qué Zacarías, que acaba de decir que el Señor “hundirá en el mar“ el poderío de Tiro, imagina ahora que el Mesías entrará como Rey en Jerusalén con tanta sencillez montado en un borriquillo. La experiencia religiosa permanente en la Biblia es que Dios manifiesta su poder a través de la debilidad humana. Y esta experiencia es de Zacarías, de Marcos, o de Jesús, aunque nosotros seguimos esperando que llegue con todo su poder.
Baruc
El libro de Baruc es una recopilación de escritos realizada probablemente hacia el 150 a. C y atribuida a Baruc secretario de Jeremías (siglo VI). Está ambientada en Babilonia durante el exilio y dirigida a los que han quedado en Jerusalén, la primera parte en prosa es una oración penitencia, la segunda es un poema de reflexión sobre la sabiduría, y la tercera un poema de consolación y restauración.
Jonás
Jonás es un profeta atípico. Escribe entre los siglos IV-III antes de Cristo, final de la profecía y auge de los libros sapienciales; no escribe oráculos contra su pueblo ni contra otros pueblos; no quiere cumplir el mensaje que Dios le encarga; no se expresa mediante la poesía sino mediante un cuento corto en tono humorista y con final inesperado, una parábola en acción de la que él mismo es el protagonista. Más que profeta podría considerársele como un sabio que, como Job, se rebela contra la teología de su época (y de la nuestra). No hay que interpretarlo como narración histórica ni quedarse en la imagen de la ballena, que tanto ha impresionado a los pintores desde las catacumbas, y que sirvió a los evangelistas como imagen de la resurrección de Jesús al tercer día.
Dios lo envía a Nínive, ciudad pagana, corrupta, y opresora de Israel, para que proclame un castigo; Jonás huye y se embarca en dirección contraria, la tempestad va a hundir el barco, reconoce que es por su culpa, y dice que lo tiren al mar, se lo traga una ballena, suplica al Señor, y a los tres días lo deposita en la playa. El Señor lo envía de nuevo a Nínive, proclama la destrucción de la ciudad, el pueblo se arrepiente, el Señor los perdona, Jonás se enfada y discute amigablemente con el Señor porque si no quería ir era porque “yo sabía que tú eres un Dios benévolo y compasivo lento para enojarte y lleno de amor, y te retractas del castigo”. Termina con una parábola en acción sobre la misericordia.
Es un libro que hay que leer porque es una obra maestra y porque desafía el nacionalismo exclusivista de la reforma de Esdras y Nehemías, y ofrece un mensaje de la misericordia universal de Dios.
Fuente Fe Adulta
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