Leído en Lupa Protestante:
En la mística, los suspiros y el arrebato designan el comienzo y final del camino que lleva de la dolorosa separación del mundo a la unión feliz [con Dios]. Para Lutero, ‘los sollozos y el éxtasis’ son conceptos de la experiencia para designar la simultaneidad de la paz y la miseria: la paz esta penetrada por la cruel realidad del poder del diablo —«simul gemitus et raptus»[1]
Agradezco la invitación para estar aquí, ésta noche, en el Centre Edith Stein y compartiros una reflexión sobre Lutero y la espiritualidad, en el marco de los 500 años del inicio de la Reforma protestante en Wittenberg.
Mi exposición tendrá tres partes: primero, una breve ubicación de Lutero en el cristianismo occidental y en la modernidad; en una segunda parte veremos la cuestión de la mística y su relación con la fe en Lutero; finalmente veremos cómo para Lutero la fe es una experiencia que se quiebra ante la alteridad del Dios crucificado.
Lutero, el cristianismo occidental y el mundo moderno
Hablaremos de la fe protestante o evangélica, que comenzó con Lutero, pero primero hemos de ubicarlo como un acontecimiento que modificó profundamente el cristianismo occidental y que está indisolublemente ligado a la gran transformación de la sociedad, es decir a la aparición del mundo moderno. La importancia de esa fe evangélica que irrumpe con Lutero no es poca, y como ejemplo os recuerdo una conocida cita de Karl Marx, en su Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, publicado en París en 1844, donde dice que:
Lutero ha vencido la servidumbre fundada en la devoción, porque ha colocado en su puesto a la servidumbre fundada sobre la convicción. Ha infringido la fe en la autoridad, porque ha restaurado la autoridad de la fe. Ha transformado los clérigos en laicos, porque ha convertido los laicos en clérigos. Ha liberado al hombre de la religiosidad externa, porque ha recluido la religiosidad en la intimidad del hombre. Ha emancipado al cuerpo de las cadenas porque ha encadenado al sentimiento.[2]
Este comentario de Marx, de curiosa perspicacia con respecto a la obra de la Reforma, no es sorprendente si consideramos que muchos filósofos determinantes en la Modernidad fueron de filiación protestante y en no pocos de ellos Lutero es una figura esencial para comprender su pensamiento[3].
En trazos muy gruesos[4], la Reforma protestante modificó el cristianismo occidental en varios aspectos determinantes, que incluso llegan hasta hoy:
1) con la Reforma el cristianismo se diversificó, se hizo más plural (de manera análoga a los cristianismos de los primeros siglos), y al lado de la iglesia jerárquica aparece otra iglesia de tipo asambleario–comunitario– fraterno, una especie de “iglesia sin padre” que más bien es constitutivamente fraterna.
2) El cristianismo se confesionalizó y la adhesión a tales confesiones se hizo vinculante, de manera que ciertas doctrinas o posiciones doctrinales nos han separado y contrapuesto unos contra otros. Solamente con el caminar ecuménico, de inicios del siglo 20 (Edimburgo, 1910) se dio inicio a un largo esfuerzo para contrarrestar esas separaciones de la confesionalización.
3) Con la Reforma tuvo lugar una nueva comprensión y práctica de la fe cristiana, ligadas con otros cambios profundos de la sociedad: a) así, el acento dejó de estar en el más allá (la salvación) y recayó en la vocación (dada por supuesta la salvación); b) el culto principal dejó de limitarse al día domingo, y se desplazó a los días de la semana, y aquellas actividades que hacemos en el trabajo, en casa, en la familia, serán el verdadero lugar de culto a Dios; c) el cristianismo se hizo laico y el clérigo dejó de ser el protagonista de la fe cristiana, para que lo fuera el creyente simple, quién tiene la Biblia y puede leerla en su lengua (por eso la educación del pueblo fue promovida desde los Reformadores[5]) será el protagonista; d) la posición de la iglesia en la sociedad cambió, pues toda la realidad terrenal dejó de considerarse algo separado o ajeno a Dios y, por tanto, ya no era necesario estar bajo la iglesia para estar bajo Dios, es decir que la iglesia ya no tuvo más el monopolio de Dios y no pudo exigir estar bajo su autoridad para muchas cuestiones de la vida terrena.
El cristianismo occidental se modificó radicalmente, pero también toda la sociedad se transformó en ese proceso histórico irreversible que llamamos la Modernidad. Actualmente sigue debatiéndose sobre los efectos de la Reforma en esos cambios tan profundos de la vida moderna. Como ejemplo de ello, señalo un par de casos: Max Weber, en su famoso ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo, estableció una hipótesis sobre la relación entre la ética del trabajo protestante y la mentalidad económica capitalista, y en dicho ensayo hizo un cuidadoso análisis del concepto de “vocación”–“profesión” (Beruf) en Lutero[6]. Otro ejemplo, el filósofo canadiense Charles Taylor[7]escribió un grueso ensayo que analiza la secularización en Occidente: ese proceso en el cual Dios fue desplazado de todos los ámbitos de la vida moderna. Taylor Lo expresa con este afirmación: hace 500 años, en Europa, era casi imposible que una persona no fuera creyente, y en cambio hoy en día la creencia es una mera opción entre otras, y además es una opción muy problemática. El autor considera que en ese proceso de secularización fue determinante la influencia de la Reforma protestante.
Martín Lutero y Felipe Melanchthon al pie de la Cruz
La mística y la experiencia de fe en Lutero
Pero ahora quisiera que nos enfoquemos en la experiencia espiritual de la fe, tal como la hallamos Lutero y veremos su relación con la mística. De entrada, podemos tener dos tipos de dificultades al hablar de espiritualidad y mística:
La primera dificultad se deriva de los contextos diferentes entre cristianos católicos y cristianos protestantes. Me explico con un ejemplo: hace poco, me decía un amigo jesuita, profesor de teología y gran experto en Lutero, que –para los católicos es muy difícil entender a Lutero –me dijo– pues Lutero siempre habla con paradojas y no encaja en la lógica escolástica. Tal vez esto sea cierto, porque para el creyente católico no es poco el peso de la Tradición en la manera de creer y de enfrentarse a los desafíos de las inquietudes espirituales. Esto me lo confirmó la lectura del teólogo Paul F. Knitter, en su libro Sin Buda no podría ser cristiano[8]comenta que la tradición del Magisterio de su iglesia ha tenido un peso que le hacía difícil creer en las doctrinas de la fe cristiana. Knitter explica que cuando era estudiante de teología en la Universidad Gregoriana de Roma, lo examinaban de manera oral y el llevaba bajo el brazo el Denzinger [las doctrinas oficiales de los concilios y Papas] y la Biblia y después explica cómo su experiencia como budista le ha liberado de ese peso. Pero para un cristiano protestante es algo impensable que su fe esté marcada por esos dos libros, la Biblia yel Denzinger. Eso me hace sospechar que realmente estamos colocados en posiciones diferentes cuando queremos expresar nuestra espiritualidad con relación a lo que creemos como cristianos, y lo comento por aquello de las partículas exclusivas de Lutero y la Reforma: sola fide, sola gratia, sola Scriptura, solus Christus. Para los protestantes esto es el todo y allí se juega la totalidad de la fe y la espiritualidad cristiana.
La segunda dificultad está en el término mística, que llega a ser equívoco por el uso y abuso que se hace del mismo[9]. Pero además del término en sí, cuando hablamos de la mística nos hallamos en un ámbito de la espiritualidad que está atravesado por todos los caminos de la vanidad. El ámbito de la espiritualidad es también el ámbito de las ilusiones y, lo digo como psicoanalista, el término ilusión nos remite al campo de lo imaginario, de lo equívoco y de las falsas ilusiones, donde se acrecientan las pasiones y vivimos la certeza de nuestras visiones como si fueran algo más real que lo real.
Aquí tendríamos que hacer un paréntesis para recordar que nuestra época es el tiempo del gnosticismo, o del “retorno de la gnosis”, como lo llama Lluís Duch cuando habla del exilio de Dios en el tiempo actual[10]. Desde el tiempo de la Ilustración ha tenido lugar la crítica de la religión que también se ha constituido como un juicio a Dios. Y este juicio a Dios se ha dado junto al incremento del individualismo (donde el “yo” es principio y fundamento de todo) de tal manera que la espiritualidad de nuestro tiempo puede prescindir de Dios y centrarse en el individuo:
Se trata de descubrir en sí mismo un destello fulgurante y convincente de la divinidad, que se halla sumergido, errante y confuso, en las profundidades más recónditas de su propio ser […] En el fondo, toda gnosis es una exaltación del yo contra el tú y el nosotros.[11]
Quizás lo que tenemos, en las búsquedas actuales del misticismo, sean más bien variaciones del gnosticismo: así, por ejemplo, la crítica de Nietzsche hacia el Dios que muere en la cruz, en su obraEl Anticristo, es una variación del gnosticismo, ya que su crítica opera por el método de la inversión y sueña con el superhombre[12]; también es una variación del gnosticismo la dificultad contemporánea para dar razón de un Dios personal que se encarna en Jesucristo y nos redime. Pero dejemos hasta aquí el paréntesis; volvamos a la mística y la experiencia de fe en Lutero.
Para nuestro caso, las investigaciones[13]muestran que Lutero ciertamente conoció y simpatizó con una importante corriente de la “mística monástica”, conocida como la “teología alemana”. Su maestro Johann von Staupitz era un seguidor de los místicos alemanes Juan Taulero, el maestro Eckhart y Enrique Suso. En este movimiento de simpatías místicas eran importantes autores como Buenaventura o Bernardo de Claraval, a quienes Lutero conoció. Staupitz, maestro de Lutero, fue un auténtico impulsor de una teología espiritual que quería una genuina interiorización de la penitencia y que enfatizó la importancia de contemplar la humanidad sufriente de Cristo.
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