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Archivo para agosto, 2020

Dom.18,8.20. Los panes y los panes. Para multiplicar los panes: Un camino de enseñanza y curación (Mt 14, 13-21)

Domingo, 2 de agosto de 2020
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Panes y pecesDel blog de Xabier Pikaza:

Principio y camino de la Iglesia

Retomo el motivo de de ayer (proyecto y tarea de Caritas) con el evangelio de este domingo (multiplicación de los panes y peces, Mt 14,13-21). La clave no es el aumento físico de panes y peces, sino la solidaridad y comunión , que se establece  por la educación y sanación:

Evangelio de Marcos (6, 34‒44): enseñar y alimentar”. Sólo a través de una nueva enseñanza, de una más alta “educación humana” se puede multiplicar y compartir los alimentos.

El evangelio de Mateo (14, 13‒21): curar y dar de comer. La multiplicación de los panes sólo es posible si hay una “curación previa”.  Si no se cura el corazón y la vida no se pueden compartir los alimentos.

El texto

Mt 14 13 Al oírlo (que Juan había sido ajusticiado), Jesús se retiró de allí en privado, en una barca, a un lugar solitario. Y las muchedumbres, al oírlo, le siguieron a pie, desde las ciudades.

(1) Curar:  14 Y al desembarcar, vio una gran muchedumbre, y sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que había.

(2, alimentar) 15 Entrada la tarde se le acercaron los discípulos diciendo: El lugar es desierto, y la hora es ya avanzada. Despide, pues, a la muchedumbre, para que vayan a las aldeas y compren comida para ellos. 16 Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad marcharse; dadles vosotros de comer. 17 Pero ellos le dijeron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. 18 Pero él dijo: Traédmelos acá. 19 Y mandando a la gente que se reclinara sobre la hierba, tomando los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a las muchedumbres. 20 Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. 21 Y los que habían comido eran unos cinco mil varones, sin contar mujeres y niños[1].

       Este relato, desarrollado extensamente por Marcos (Mc 6, 30-44), incluye algunas abreviaciones y cambios que quiero indicar, destacando varios rasgos característicos de Mateo, un evangelio judío que es al mismo tiempo universal (abierto a todos los pueblos), pues nos sitúa en el espacio original de la existencia humana que es la salud y la comida:

‒ Curar y dar de comer(14, 13). Jesús huye, quiere resguardarse de Herodes, pero la gente le sigue (como había seguido al Bautista). En esa situación, busca un lugar deshabitado (una zona de desierto), sólo ellos. Pero la gente viene a buscarle, abandonando las ciudades, donde podían obtener comida. Pues bien, Jesús ve a la muchedumbre, y siente compasión, lo mismo que en Mt 9, 36, donde se dice que las gentes vagaban perdidas y enfermas, como ovejas sin pastor, cosa que aquí ya no se afirma (aunque se supone). Según el evangelio de Mateo, los dos gestos principales de Jesús son curar y alimentar[2]. En este contexto los evangelios acogen la ayuda de, pero la expresan de formas diferentes.

(a) Mc 6, 34 pone de relieve la educación y la comida. Enseñar y dar de comer, estos son los gestos principales del Mesías: Jesús empezó a enseñarles muchas cosas, para darles después de comer.

(b) Mt 14, 14 destaca la curación y la comida: Primero está la curación, la salud; la verdadera enseñanza es que los hombres y mujeres puedan vivir sanos, superar la enfermedades. Lo primero es eso que pudiéramos llamar el compromiso sanitario, luego viene la comida.

‒ De la salud al pan, la multiplicación(14, 15-21). Lógicamente, después de las curaciones viene la “alimentación” pues el hambre es un tipo de enfermedad (quizá la primera de todas). Alimentar es “curar” en el sentido originario, para que los hombres y mujeres más debilitados tomen fuerzas (=puedan vivir), sin ser dominados por la mayor aflicción que es la falta de comida, especialmente en situaciones de inseguridad económica y enfrentamiento social, como había indicado ya el relato original del paraíso (Gen 2-3), donde Dios quiere ante todo que los hombres y mujeres coman y vivan[3].

Dadles de comer vosotros

  Frente a la propuesta de los discípulos que quieren despachar a la gente, a fin de que los ricos puedan comprar (de manera que los que pueden compren para comer y los demás sigan con hambre), Jesús instaura otro sistema (dadles vosotros de comer), pasando así del modelo de la compra-venta al de la comunión. Ciertamente, los discípulos plantean el tema en plano económico (sólo tenemos cinco panes y dos peces: 14, 17); pero Jesús les responde subiendo de plano y diciendo “traedlos aquí” (los panes y los peces), haciendo que se sienten todos (sin preguntar de dónde viene de cada uno), sobre la yerba del campo[4].

Esta alimentación es, con las curaciones de Mt 11, 2-5, la acción más significativa de Jesús, su gesto sacramental por excelencia, expresión de su compromiso a favor de los pobres (que son evangelizados ante todo a través de la comida: 11, 5). En este contexto se entrelazan, partiendo de la muerte del Bautista, y en contra de la política de Herodes, la necesidad de la muchedumbre (enferma, hambrienta) y la estrategia compasiva de Jesús ( tuvo misericordia de ellos, 14, 14). En vez de ocultarse, por miedo a compartir la suerte del Bautista, él ha respondido al otro lado del mar, de manera más provocadora, curando a los enfermos de la muchedumbre que le busca.

Bendecir a Dios, dar de comer (14, 19).

Tras curar a los enfermos, Jesús alimenta a los hambrientos con los panes y peces de fraternidad mesiánica, iniciando así el momento central de su tarea, al servicio de los pobres (14, 19-20). Frente al Bautista, que no comía ni bebía (11, 18), Jesús responde bendiciendo al cielo/Dios por la comida, partiendo los panes y los peces que así ofrece a sus discípulos, para que ellos los repartan al pueblo. En contra del Diablo que intentaba dominar a los hombres con pan (4, 1-4), Jesús regala el pan y lo comparte como signo de bendición divina y abundancia humana.

 ‒ Panes discutidos. Ese mismo banquete (ofrecido a los expulsados) suscita gran rechazo de parte muchos, como sabe Jesús cuando dice que la Reina del Sur y los habitantes de Nínive se alzarán contra esta generación (cf. Mt 12, 41s), porque ellos, sin ser israelitas, aceptaron a Salomón y a Jonás, mientras que ahora los galileos no acogen su Reino. En esa línea se había situado la acusación de Jesús contra las poblaciones de Corozain, Betsaida y Cafarnaúm por no haber aceptado su mensaje (Mt 11, 21-24), mientras que las ciudades paganas de Tiro y Sidón lo habrían acogido, de haberlo escuchado. Leer más…

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Pandemia y eucaristía. Domingo 18. Ciclo A

Domingo, 2 de agosto de 2020
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ancinanos-evitan-misa-kVKG-U110570824143RID-1248x770@El CorreoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Durante estos meses de pandemia, muchas personas se han visto en la imposibilidad de comulgar. Las lecturas de este domingo pueden ayudarles a comprender mejor y valorar más el don de la eucaristía.

Un alimento gratuito frente a otros caros que no sacian (Isaías 55,1-3)

«¿Tiene hambre o sed? Entre y compre sin pagar». «No vaya a la tienda de enfrente; sus productos son caros y no alimentan?». «Entre y coma gratis platos sustanciosos». Ni el supermercado más agresivo haría una propaganda como esta: lo llevaría a la ruina.

¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero:

venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde.

¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?,

¿y el salario en lo que no da hartura?

Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos.

Prestad oído, venid a mí, escuchadme y viviréis.

Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

Este breve pasaje del libro de Isaías, contraponiendo un alimento espléndido y gratuito a otro caro e insustancial, nos ayuda a pensar en nuestras dos fuentes de alimentación: la física y la espiritual, la comida ordinaria (que cuesta y solo sacia unas horas) y la eucaristía (gratuita y que alimenta hasta la vida eterna). ¿Valoramos adecuadamente la segunda? ¿La hemos echado de menos durante estos meses?

Jesús alimenta gratuitamente a su comunidad (Mateo 14,13-21)

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

― Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. 

Jesús les replicó:

― No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le replicaron:

― Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Les dijo:

― Traédmelos.

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. 

Problemas de la interpretación puramente histórica

Podríamos entender el relato como el recuerdo de un hecho histórico que demostraría el poder de Jesús y la bondad de Jesús: no solo cura a los enfermos sino que se preocupa también por las necesidades materiales de la gente. Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena.

Se trata de una multitud enorme, quizá diez o quince mil personas, si incluimos mujeres y niños, como indica expresamente Mateo. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona.

La propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar a tanta gente.

Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce camareros (a unas mil personas por cabeza) plantea grandes problemas.

¿Cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para coger nuevos trozos cada vez que se acaban?

¿Por qué no dice nada Mateo del reparto de los peces? ¿Es que éstos no se multiplican?

Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo?

¿Cómo es posible que nadie se extrañe de lo sucedido?

Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo inventado por el evangelista para transmitir una enseñanza?

Problema de la interpretación racionalista y moralizante

En el siglo XIX, por influjo especialmente de la Vida de Jesús de Renan, se difundió la tendencia a interpretar los milagros de forma racionalista, de modo que no supusieran una dificultad para la fe. En concreto, lo que ocurrió en la multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus discípulos y a la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron saciados. El relato pretende fomentar la generosidad y la participación de los bienes. Esta opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente científicos, inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción expresa con él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios.

La interpretación simbólica y eucarística

 

A la comunidad de Mateo este episodio no le resultaría extraño. Con su conocimiento del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos pasajes bíblicos.

En primer lugar, la imagen de una gran multitud de hombres, mujeres y niños, en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés.

Hay también otro relato sobre Eliseo que les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:

– Dáselos a la gente, que coman.

El criado replicó:

– ¿Qué hago yo con esto para cien personas?

Eliseo insistió:

– Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.

Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor”

(2 Reyes 4,42-44).

Cualquier lector de Mateo podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo en tiempos antiguos. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

Sin embargo, aquellos lectores antiguos se preguntarían qué sentido tenía ese relato para ellos. Porque su generación no podía beneficiarse del poder y la misericordia de Jesús para saciar su hambre en momentos de necesidad. Y sabían que otros muchos contemporáneos de Jesús habían pasado hambre sin ser testigos de ningún milagro parecido. En el fondo, la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús nuestra hambre, nos sigue ayudando en los momentos de necesidad?

Aquí entra en juego un aspecto esencial del relato: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Es cierto que estos detalles no pueden exagerarse. Por ejemplo, el levantar la vista al cielo y pronunciar la bendición antes de la comida era un gesto normal en cualquier familia piadosa. También era normal recoger las sobras. Sin embargo, Mateo ofrece un detalle importante: omite los peces en el momento de la multiplicación. Algunos autores se niegan a darle valor a este detalle. Pero es interesantísimo. Cuando se come pan y pescado, lo importante es el pescado, no el pan. Carece de sentido omitir la mención del alimento principal. Si se omite, es por una intención premeditada: acentuar la importancia del pan, con su clara referencia a la eucaristía. Porque en ella acontece lo mismo que en la multiplicación de los panes. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: «Tomad y comed… tomad y bebed». Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte.

Un cristiano de hoy debería sacar el mismo mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y manifiesta su poder alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más importante que la multiplicación de los panes y los peces. También podríamos sacar otras enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades materiales de los demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho que tengamos. Así, los benedictinos alemanes han querido recordar la preocupación de Jesús por los necesitados instituyendo en el sitio donde se recuerda la multiplicación de los panes un centro de atención a niños disminuidos físicos. Pero lo esencial del relato es lo que decíamos anteriormente.

Amor a Cristo y amor de Dios en Cristo (Romanos 8,35.37-39)

El evangelio habla de la compasión de Jesús, de su preocupación por nuestras necesidades físicas y materiales. Pablo, que experimentó ese amor, se pregunta si hay algo que pueda impedirle amar a Cristo, negarlo o traicionarlo. Enumera siete posibilidades, incluida la del martirio, y está convencido de que siempre saldrá victorioso gracias a «Aquel que nos ha amado». Porque el amor de Dios, manifestado en Cristo, es tan grande que ninguna realidad o criatura, por sublime y poderosa que parezca, podrá apartarnos de él.

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Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 2 de agosto de 2020
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TO-D-XVIII

“Ellos le replicaron:
-Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.”

(Mt, 13-21)

 

A la mayoría de las personas nunca nos parece suficiente y con esa excusa posponemos los asuntos. “Soy demasiado joven”, “no tengo experiencia”, “a penas tenemos recursos” y bajo ese montón de cenizas se nos apaga el fuego del Espíritu.

Cuando leer o escuchas los inicios de cualquier proyecto solidario, desde la fundación de una nueva orden o congregación hasta una modesta ONG siempre encuentras lo mismo: precariedad, falta de medios, de personal y de conocimientos junto con una gran generosidad y una confianza a prueba de excusas.

A los discípulos les parecía que son cinco panes y dos peces poco o nada podían hacer. “Ellos le replicaron: -Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.” Jesús sabía que lo importante es  comenzar y arriesgar ese poco.

Demasiadas veces nos falta confianza en nuestro poco. Nuestro granito de arena nos parece insignificante y lo guardamos. No nos creemos que nuestra insignificancia pueda colaborar con la transformación del mundo.

Cuando nuestro poco se une al poco de otras personas y todo junto lo mueve la mano de Dios la realidad se transforma.

El mismo evangelio es una Escuela del poco: una mujer joven con su sí, unos pocos discípulos, un poco de fe, dos monedas de poco valor, un poco de levadura, unas semillas pequeñas… cinco panes y dos peces. Y de ese poco insignificante surge la abundancia.

Bien, hoy es un buen día para preguntarnos: ¿qué panes y qué peces nos guardamos celosamente? Y cuando hayamos contestado quizá escuchemos de labios de Jesús: “-Traédmelos”.

Oración

Danos, Trinidad Santa, la audacia de creer en lo insignificante, que seamos personas confiadas que arriesgan su poco para transformar el mundo, la humanidad y nuestro propio corazón. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Lo que te salva no es comer el pan consagrado.

Domingo, 2 de agosto de 2020
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eucaristia+panes+y+pecesMt 14,13-21

Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en despoblado. Es seguro que algo muy parecido, pasó en realidad y probablemente más de una vez. Pero lo que pasó no tiene ninguna importancia, porque se trata de un relato simbólico. Lo importante es lo que nos quieren decir al contarnos esta historia. Las circunstancias de tiempo y lugar son datos teológicos, que nos tienen que acercar, no a un conocimiento discursivo y racional sino a una profunda vivencia religiosa.

Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podíamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás.

No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecho añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.

En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tienen hasta conseguir que nadie quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba.

Con frecuencia, en la Biblia se hace referencia a los tiempos mesiánicos como banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.

Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con esta lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera. No se trata de solucionar el problema desde fuera sino de provocar la generosidad y el compartir.

Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la letra.

El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan”, indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar al pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.

Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se dejan de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta.

Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura espiritual. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera Vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, donde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.

Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y unos peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.

No olvidemos que la eucaristía comenzó como una comida en que todo se compartía. Cada vez que se comparte el pan, se comparte la Vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta no es el pan que se come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir no es saciar la necesidad de otro, sino manifestar la Unidad entre todos.

Meditación

La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si descubro a Dios como don, me daré a todos.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dadles de comer.

Domingo, 2 de agosto de 2020
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pan_manosUna casa de Dios es el estómago vacío del pobre, y quien lo llena, llena también la voluntad de Dios (Friedrich Ruckert)

2 de agosto. DOMINGO XVIII DEL TO

Mt 14, 13-21

Jesús les respondió: No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer

Los discípulos no se acordaban ya, de las obras de misericordia, que Jesús había predicado no hacía mucho en el Montaña de las Bienaventuranzas:

“Dad de comer al hambriento”.

Como tampoco se acordaron de que se había subido a una montaña para que todo el mundo lo escuchara, y el viento, que soplaba entonces fuerte desde los cuatro puntos cardinales, llevaría sus palabras cuanto más lejos mejor.

Este maravilloso compartir, es lo que hemos llamado la multiplicación de los panes en los cuatro evangelios, y en Marcos y Mateo por duplicado.

Dios es el dador por antonomasia, se repite en los Salmos 104, 27, 136, 25, y 145, 15, que ahora da en abundancia por medio de su enviado, siendo la generosidad parte de su reinado.

Jesús, que se ha negado al milagro fácil para satisfacer su hambre en el desierto, porque vive de la Palabra de Dios, re-parte ahora esa palabra al pueblo y recurre al milagro para darles también el pan.

Un simbolismo que está sustentado en la realidad, pues una palabra que no lleve a dar también pan al hambriento, no es Palabra de Dios.

La tradición, apoyada en la fórmula en la fórmula: “tomó los cinco panes…, alzó la vista del cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos”, ha visto en este milagro la anticipación de la Eucaristía.

Un pan que nos congrega en una misma mesa, no puede separarse del pan debido en justicia al pobre y necesitado. Un pan lleva al otro, y ambos hacen de la Eucaristía el alimento de vida eterna, que hace presente entre nosotros, aquí y ahora, el reinado de Dios.

En Mateo 14, 16, Jesús les respondió: No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.

Les dieron, y todavía sobró bastante.

“Antes de dar al pueblo sacerdotes, soledad y maestros, sería oportuno saber si por ventura no se está muriendo de hambre”, decía Tolstoi en una de sus novelas.

Friderich Rückert decía, que  una casa de Dios es el estómago vacío del pobre, y quien lo llena, llena también la voluntad de Dios”

Un poeta y dramaturgo español, Miguel Hernández, nacido en Orihuela, lo cantó en este poema:

JORNALEROS

Jornaleros que habéis cobrado en plomo,
sufrimientos, trabajos y dineros.

Cuerpos de sometido y alto lomo:
jornaleros.

Españoles que España habéis ganado
labrándola entre lluvias y entre soles,
Rabadanes del hambre y del arado:
españoles.

Esta España, que nunca satisfecha
de malograr la flor de la cizaña,
de una cosecha pasa a otra cosecha
esta España

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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De la compasión al banquete del Reino.

Domingo, 2 de agosto de 2020
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multiplicación-de-los-panes1Los vínculos entre Jesús y Juan el Bautista quedan de nuevo patentes en este texto de Mateo (Cfr. Mt 4,12). Al saber que Juan ha muerto Jesús va a reorientar su estrategia misional. Comenzará a evitar las controversias con los líderes judíos para centrarse cada vez más en el grupo de discípulos y discípulas que caminan junto a él.

Sin duda, el hecho de retirarse a un lugar despoblado es una acción que se la dicta la prudencia pues, son públicas las conexiones que hay entre él y Juan. Si el profeta del desierto se había convertido en una amenaza para el poder, el nazareno sabía que podía correr la misma suerte. Pero, por otro lado, el relato muestra como Jesús, fuera de los espacios habitados (ciudades) o de poder (sinagogas), puede encontrarse de una forma más libre e inclusiva con la gente pobre y marginal que necesita consuelo y esperanza.

El texto de hoy sintetiza muy bien cómo Jesús entiende el proyecto del Reino y cómo quiere actuar para que su mensaje sanador y su acción liberadora llegue a quien lo necesita y lo busca. Más allá de buscar explicaciones a un milagro, que pueden ser múltiples, lo importante es acercarse al modo en que Jesús actúa y se compromete con la gente.

Se le conmovieron las entrañas

Con frecuencia queremos descubrir la divinidad de Jesús en los hechos extraordinarios, en las acciones portentosas, pero en realidad lo más extraordinario de Jesús es su corazón, el lugar en donde todo se unifica y donde reside el Amor.  Ahí es donde Jesús siente el dolor humano, ahí es donde conecta con su Abba y se siente hijo, ahí es donde habita la Ruah divina que lo sostiene, lo inspira y conforta.

Por eso cuando Jesús ve a la gente que lo busca, se le conmueven las entrañas (Mt 14, 14), siente en lo hondo de su ser su sufrimiento y actúa sanando, haciendo visible la misericordia entrañable de Dios que lo habita. De este modo ofrece la salvación de Dios, una salvación gratuita y restauradora que devuelve la vida y la esperanza, una salvación que acompaña, escucha y guía (Mt 9, 35-36).

Jesús no tiene prisa aunque se esté haciendo tarde, porque lo que está en juego no son las normas ni los ritos sino la vida de los/as débiles e indefensos/as, de todos/as aquellos/as que no tienen más valedor que Dios.  Lo que él quiere no es admirar a su audiencia sino ofrecerles el amor y el perdón incondicional de Dios que es la razón de su existencia.

El banquete del Reino

Los discípulos, más preocupados por lo inmediato, se inquietan porque están en un descampado y no hay donde comer (Mt 14, 15) y le ruegan al Maestro que le diga a la gente que vaya a procurarse alimento a las aldeas cercanas. Sorprendentemente, Jesús rechaza el realismo de su propuesta y los desafía a hacer posible lo imposible: “dadles vosotros de comer…” (Mt 14,16-18).

El relato narra a continuación una acción portentosa de Jesús: la multiplicación de cinco panes y dos peces de modo que pueden comer cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. Lo importante, sin embargo, no está en explicar con nuestras categorías culturales y científicas lo que en aquel momento pudo ocurrir, sino el significado que el recuerdo de aquel acontecimiento tuvo para los primeros seguidores y seguidoras de Jesús y también puede tener para nosotras/os hoy.

Uno de los grandes signos de la llegada del Reino de Dios fueron para Jesús las comidas compartidas con grupos diversos, especialmente con personas estigmatizadas por diversas razones. En estas comidas se hacía visible la inclusividad, el perdón y la voluntad liberadora que el mensaje de Jesús traía en nombre de Dios. Una comida en un descampado con gente diversa pero hambrienta de esperanza y salud evocaba una vez más el sueño de Dios para la humanidad.

La imagen del banquete como expresión de la plenitud y alegría que se experimenta en el encuentro salvador de Dios se recoge con claridad en el texto de Is 25, 6-8 en el que se destaca no solo la excelencia de la comida sino la inclusión de todos/as en él y, sobre todo, que Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, el oprobio y la muerte.  Este sueño sostiene la fe de Israel (Dt 27,7) pero también lo urge a ser, él también, anfitrión en la mesa de la vida, a incluir y compartir con el pobre y el extranjero (Dt 14, 28-29).

En este contexto, se puede entender el significado de aquella comida que Jesús improvisó en un lugar descampado con gente que seguramente no se caracterizase por ocupar los lugares de poder, un significado relevante no solo para quienes la disfrutaron sino también para quienes después la recordaron y la preservaron en los textos evangélicos.

En esta comida se destaca, por un lado, la abundancia (se llenaron doce cestas con las sobras) y la inclusión (se señala que había varones, mujeres y niños) algo que fácilmente podría evocar el banquete mesiánico descrito por Isaías, y por otro, la acción de gracias y el gesto de partir el pan vincula esta comida con la memoria de la Cena del Señor. Esta doble vinculación hace de este texto un relato paradigmático que sigue invitándonos hoy a no separar las creencias y ritos del compromiso real con quien necesita consuelo, con quien carece de lo necesario para vivir o quien es estigmatizado.

Para la comunidad de Mateo, como para nosotras/os hoy, ver a Jesús conmovido ante el dolor humano, ágil para actuar y audaz para abrir espacios alternativos de fraternidad/sororidad en torno a la mesa, es una invitación a continuar su presencia salvadora. La pregunta de este modo no es cómo pudo dar de comer a tanta gente, sino qué llamadas nos hace como discípulos/as suyos/as para actuar de la misma manera.

 

Carme Soto Varela

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Espiritualidad y compromiso

Domingo, 2 de agosto de 2020
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FraternidadDomingo XVIII del Tiempo Ordinario

2 agosto 2020

Mt 14, 13-21

Solo una espiritualidad comprometida –la propia expresión es en realidad una tautología– es espiritualidad. El compromiso, inseparable de la espiritualidad, constituye su test de veracidad. Porque es precisamente en la acción donde se verifica la verdad de lo comprendido. Por lo que, de manera realista, la espiritualidad nos confrontará con la vida cotidiana por medio de cuestionamientos: en lo concreto, ¿a qué me siento movido?, ¿qué quiere vivir a través de mí?, ¿cómo se concreta?, ¿con quiénes?, ¿con qué prioridades?, ¿con qué medios?… Y todo ello, no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que es amor: consciencia de unidad y certeza de no-separación.

    Por eso, junto con aquellas cuestiones, la espiritualidad plantea otra pregunta decisiva: ¿de dónde nace el compromiso? Porque puede surgir de lugares bien diferentes, que condicionarán tanto la forma de vivirlo como los resultados.

       Tuve que aprender por propia experiencia que incluso el compromiso más noblemente intencionado puede nacer de lugares no siempre adecuados: necesidad de reconocimiento y de aprobación, compensación de culpas inconscientes, moralismo voluntarista, baja tolerancia a la frustración que impide aceptar la realidad tal cual es…

       Entrelazados con ellas, me parece descubrir otros dos factores que suelen contaminar la limpieza del compromiso, particularmente en Occidente y en el ámbito religioso, incluso en personas “entregadas”, que actúan con la más noble intención y la mejor voluntad. Me refiero a la idea del mesianismo judeocristiano y a la culpa católica. Ambos elementos han formado parte del imaginario colectivo durante siglos y, a pesar del proceso de secularización y del creciente laicismo, siguen vigentes –aun de manera inconsciente– y condicionan actitudes y comportamientos.

          El “mesianismo” induce a la exigencia de tener que “salvar” el mundo. La culpa, que no permite estar bien mientras otros estén mal, exige un compromiso que “repare” esa situación. No es difícil advertir la facilidad con que el ego puede apropiarse de esa doble idea para fortalecer su “identidad”: un ego salvador y reparador se siente muy consistente.

      Se comprende que el ego, con frecuencia, se apropie del compromiso y lo contamine. Y que, en consecuencia –y tal vez como el signo más evidente de la apropiación–, se pueda dar un sentimiento de “superioridad moral” –no se olvide que el ego vive también de la comparación–, desde el que se juzga y descalifica a quienes son considerados como “no comprometidos”.

        Es indudable que, junto a esas motivaciones, pueden darse otras más “limpias”, como las creencias que insisten en la fraternidad o la fe en un Dios padre de todos. Ambas han sido fuente de compromiso compasivo y solidario, vivido con limpieza y entrega.

      Pero, más allá de las creencias, en la espiritualidad no-dual el compromiso nace de la comprensión de lo que somos: siendo diferentes, compartimos la misma identidad; por lo que, cuando sé mirar en profundidad, veo que todo otro es no-otro de mí.

   Desde esa misma comprensión se advierte que el compromiso genuino se caracteriza por dos rasgos básicos: la entrega y la desapropiación. Se ancla en la certeza vivencial de que los otros son yo y desde ahí se entrega, en una actitud de docilidad a lo que hay que vivir en cada momento.

    Mariá Corbí lo ha expresado con acierto: “La no-dualidad arrastra inevitablemente al interés y servicio a toda criatura; lleva a interesarse por la marcha de la sociedad, de la cultura, del medio y de todo ser viviente y no viviente. La no-dualidad es unidad y la unidad es amor. El verdadero amor no es el sentimiento romántico, ni tiene ninguna conexión con la necesidad. El amor verdadero solo florece en la más completa gratuidad. Quien comprende su verdadera realidad entenderá y sentirá que la realidad del mundo de sus interpretaciones, de sus modelaciones no es otra que la realidad de «eso absoluto». Vivirá en profundidad que el mundo de nuestra dimensión relativa y el de nuestra dimensión absoluta no es una realidad con dos pisos, sino una única realidad que nuestra condición de vivientes necesitados que hablan precisa difractar para poder sobrevivir y cambiar cuando sea necesario o conveniente”[1].

     Decía que el compromiso nace de la comprensión. De hecho, la comprensión es la fuente más honda de la fraternidad. ¿Cómo no sentir como hermanos y hermanas a aquellos con quienes compartimos el mismo centro, es decir, la misma identidad? ¿Cómo no vivir la fraternidad cuando hemos comprendido que somos uno?

¿Desde dónde y cómo vivo el compromiso hacia los otros y hacia la tierra?

————————————————————————————-
[1] http://cetr.net/razones-para-el-cultivo-intensivo-de-la-gran-cualidad-humana/?lang=es

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Salmo III

Sábado, 1 de agosto de 2020
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Del blog Nova Bella:

gian-paolo-barbieri-30

Mi carne tiene ansia de ti,

como tierra reseca,

agostada,

sin agua.

*

Salmo 62

***

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Uniformidad o pluralidad

Sábado, 1 de agosto de 2020
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unnamedPedro Zabala
Logroño.

ECLESALIA, 24/07/20.- Uno de los miedos más comunes es a lo que consideramos diferente. ¿Cuál es el patrón común que sirve para definir lo normal? ¿Existe? ¿Quién o quiénes se irrogan el derecho para señalar cuál sea?

¿No es más cierto que todos somos únicos? Hay aspectos de nuestra ser, de nuestra conducta, que coinciden con los de los demás. Y otros que nos diferencian. ¿Habremos de renunciar a estos últimos para aceptar la uniformidad del rebaño? Y si yo no lo toleraría, ¿con qué razón puedo tratar de exigirlo a los otros?

Si todos somos en algunos aspectos diferentes, ¿no es más lógico que quienes lo sean en más o menos, minoría o mayoría, no tienen que gozar de la misma consideración que el resto de la sociedad?

A esto suele llamarse tolerancia. ¿Pero tolerar no entraña de algún modo como una condescendencia desde una posición de superioridad? ¿No debe hablarse, más bien de respeto, derivado de la común dignidad sagrada que poseemos todas las personas?

¿Cómo comportarnos con los intolerantes? ¿Tratarlos como ellos tratan a los demás? ¿No debemos respetar sus Derechos Fundamentales a la par que impedir que vulneren los de los demás con su intolerancia? ¿No debe estar en el Código Penal tanto los actos directos de intolerancia como la incitación a la misma?

La tentación de todo poder es implantar la uniformidad y ahogar cualquier posible disidencia. De ahí, la necesidad de unos límites claros al ejercicio del poder. Los Derechos Fundamentales consagrados en la Constitución son el marco adecuado y un poder judicial independiente que asegure el cumplimiento de los mismos frente a las abusos tanto del poder ejecutivo y del legislativo.

Pero esa tendencia hacia la uniformidad se da también en cada uno de nosotros.  Nos negamos a admitir que en nuestro interior se dan diferencias significativas. Somos seres complejos, no simples. Esta diversidad no reconocida, ¿no nace de nuestra ego-estima? El ego, esa visión ilusa de nuestra personalidad que nos hemos forjado, es incompatible tanto con el humor como con el amor. Vive soñándonos en una  escala superior a nuestros semejantes. Tendemos a creernos mejores que los otros. A sentirnos monopolizadores de la verdad frente al error en los que se asientan los otros.

No debemos ignorar que la ego-estima se da también a nivel grupal. Nuestro grupo -étnico, lingüístico, ideológico cultural, religioso, de identidad u orientación sexual, económico…- se cree el mejor, el superior, el llamado a dirigir la sociedad, a imponer sus valores, aunque pueda ser condescendiente con los desgraciados de los peldaños inferiores.

La autoestima, el amor auténtico a uno mismo o al grupo en que se vive, es bien distinto. Es capaz de reírse de sí mismo, de hacer autocrítica, de convivir con sus contradicciones e imperfecciones, aunque trate de superarlas. Se sabe complejo, busca la verdad, tanteando a través de sus dudas. Se niega a juzgar a los otros a los que mira con la ternura que no se niega a sí mismo.

La persona auténtica intenta conjugar la lealtad a sus convicciones con el diálogo sincero. No intenta con-vencer, sino avanzar en la verdad, aprendiendo de la parte de verdad que contienen los asertos de quienes discrepan de su postura.

En los Evangelios se relata una parábola en la que Jesús habla de un  campo donde junto a semilla buena que sembró el dueño, brotó cizaña que había introducido su enemigo. Los criados le pidieron permiso para arrancarla. Pero él lo aplazó hasta el momento de la siega.

¿Cuántas veces no somos impacientes y queremos erradicar ya lo que consideramos nocivo? ¿No hemos aprendido las lecciones de tantas veces que posturas y doctrinas que se consideraban dañinas, resultaron beneficiosas? ¿Por qué hemos de pretender ser jueces apresurados?

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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