El 25 de agosto de 1900 fallecía, tras once años de deterioro mental, en la ciudad alemana de Weimar, del Estado de Turingia, lugar de residencia de grandes genios como Goehte, Schiller, Herder, Liszt, Bach, Klee, etc., Friedrich Nietzsche, la figura más significativa de la filosofía contemporánea y, sin duda, la más influyente en las tendencias del pensamiento del silo XX. El filósofo francés Paul Ricoeur lo incluye como uno de los tres “filósofos de la sospecha” junto con Karl Marx y Sigmund Freud.
Esta efemérides, vivida en medio de las peculiares vacaciones víricas, me ha permitido redescubrir algunas de las principales dimensiones de su rica personalidad filosófica e intelectual: el filólogo heterodoxo convertido en detective del lenguaje, el profundo conocedor y re-creador de la cultura griega, el desenmascarador del nihilismo ínsito en la cultura moderna, el crítico de la modernidad, el profeta de la muerte de Dios, el pensador políticamente incorrecto, el iconoclasta que puso en cuestión lo que hasta entonces era tenido por sagrado, bueno, recto y verdadero, el que busca la transvaloración de todos los valores. Fernando Savater lo ha definido, creo que certeramente, como “la figura en que se fragua la crisis anti-hegeliana, es decir, anti-sistémica, anti-racional, anti-estatal y anti-monoteísta”.
La condena del cristianismo
Hay un tema central en su vida y su obra que no puede pasarse por alto en este ciento veinte aniversario de su muerte: el cristianismo. Nietzsche ha sido uno de los filósofos modernos que más ha reflexionado sobre él, y quizá, de manera más iconoclasta, como se pone de manifiesto en su emblemática obra El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (Alianza Editorial, Madrid, 1992, 15ª ed., introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual), donde podemos leer el siguiente juicio sumarísimo: “Yo condeno el cristianismo, yo levanto contra la Iglesia cristiana la más terrible de todas las acusaciones que jamás acusador alguno ha tenido en su boca. Ella es para mí la más grande de todas las corrupciones imaginables… Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única grande intimísima corrupción, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante venenoso, sigiloso, subterráneo, pequeño -yo lo llamo la única inmortal mancha deshonrosa de la humanidad…”.
Este juicio ha quedado grabado en el imaginario colectivo de creyentes y no creyentes. Los primeros lo han utilizado para anatematizar al filósofo de la muerte de Dios; los segundos, para reafirmarse en sus actitudes críticas hacia la religión cristiana. La ortodoxia cristiana se ha encargado de difundirlo -a veces sacándolo de contexto- para cargarse de razón en la presentación de Nietzsche como el símbolo de un mundo sin Dios y uno de los más encarnizados enemigos del cristianismo de todos los tiempos.
Sin negar la radicalidad de su toma de postura frente al cristianismo, yo creo que es más matizada y compleja de lo que una lectura plana de Nietzsche puede hacernos creer. Intentaré contextualizarla.
Desenmascaramiento de la cultura occidental
La crítica nietzschiana del cristianismo se enmarca en el desenmascaramiento que hace de la tradición occidental configurada por tres factores: la lógica socrática, el platonismo y el propio cristianismo, al que define como “platonismo para el pueblo”. Los tres convergen, a su juicio, en la negación del instinto de la vida. Coincido a este respecto con Eugen Fink, uno de los principales especialistas de Nieztsche, en que, para Nietzsche, el cristianismo es “sólo la manifestación más poderosa en la historia universal de un extravío de los instintos sufrido por el hombre europeo”. Extravío que consiste en haber desvalorizado el verdadero mundo, el terreno, y haber inventado un trans-mundo ideal, el celeste.
El cristianismo, ajeno a la realidad y enemigo de la razón
El cristianismo es ajeno a la realidad, asevera Nietzsche. Sus causas son puramente imaginarias: el alma, el espíritu. Sus efectos también: gracia, pecado, castigo, redención, perdón de los pecados. Opera con una psicología imaginaria: arrepentimiento, remordimiento de conciencia. La teología por la que se rige acusa el mismo defecto, ya que habla de juicio final, de la vida eterna, del reino de los cielos. Los seres a los que se refiere son también imaginarios: Dios, espíritus, almas. El cristianismo es, en suma, “una forma de enemistad mortal, hasta ahora no superada, con la realidad”, leemos en El Anticristo.
El cristianismo se muestra contrario a la razón y a la duda. Es otra de sus críticas, que debe situarse en el marco de la crítica general a las morales de la renuncia. El cristiano se zambulle en la fe y renuncia a la razón. Nada en la fe “como en el más claro e inequívoco elemento” y ahoga la razón en las olas de la credulidad. La duda, el simple mirar a tierra firme, ya es pecado. Incluso la propia fundamentación de la fe y la reflexión sobre su origen se consideran pecaminosos. Los dogmas quedan así inmunizados a toda crítica.
La religión del resentimiento
El cristianismo es, en fin, la religión del resentimiento y de la compasión. Nietzsche considera la compasión como un afecto enfermizo, un instinto depresivo, débil y contagioso, que genera melancolía, obstaculiza las leyes naturales de la evolución y propaga el sufrimiento en el mundo. Precisamente el exceso de compasión constituye una de las causas de la muerte de Dios, como se muestra en el diálogo de Zaratustra con el último papa, ya jubilado. “Sabes cómo murió (Dios)?” “¿Es verdad… que fue la compasión la que le estranguló?”, pregunta Zaratustra. A lo que el papa jubilado, tras narrar la evolución de Dios, responde: “Un día se asfixió con su excesiva compasión“.
Jesús, el “buen mensajero” y Pablo, el “disangelista”
La crítica más severa recae sobre Pablo de Tarso, a quien llama “disangelista” -en contraposición al “buen mensajero” que fue Jesús-. Nietzsche considera a Pablo el verdadero fundador, el inventor, del cristianismo, sobre el sacerdote, de quien dice que es “la especie más viscosa de hombre”, cuya misión es enseñar la contra-naturaleza, y sobre la teología, “la forma más difundida de falsedad”.
De la crítica salva a Jesús de Nazaret -aunque sólo en parte como enseguida vamos a ver-, a quien define como un “espíritu libre”, que no se atiene a leyes, ni a dogmas; un rebelde que se levanta contra la Iglesia judía, los sacerdotes, los teólogos y la jerarquía de la aquella sociedad; un “santo anarquista”, que incita a los excluidos a rebelarse contra la clase dirigente; un “criminal político”: por eso fue crucificado; un “gran simbolista”, que sólo toma por verdades las realidades interiores, concibe lo natural y lo histórico como ocasión de parábola, y el reino de Dios como un estado del corazón; un “buen mensajero”, que murió conforme vivió y de acuerdo con lo que enseñó. Pero, a renglón seguido, lo llama “idiota”, en el sentido de persona ilusa, ingenua, carente de sentido de la realidad, que se ha quedado en la edad de la pubertad y no ha desarrollado los instintos varoniles.
Del choque “cuerpo a cuerpo” al diálogo con Nietzsche
La actitud más frecuente de un sector de la teología ante Nietzsche ha sido el cuerpo a cuerpo, la condena total de su filosofía, el rechazo de sus críticas hacia el cristianismo, calificándolas de panfletarias e inconsistentes y acusando al filósofo del mismo resentimiento que él atribuye al cristianismo. Según los teólogos empeñados en salvaguardar la ortodoxia, la muerte de Dios anunciada por Nietzsche hunde a la humanidad en la barbarie y la oscuridad, y lleva derechamente a la muerte del ser humano.
Yo creo que hay que renunciar al cuerpo a cuerpo con Nietzsche y optar por el diálogo sincero y exigente. En ese diálogo debe concederse una parte no pequeña de razón al filósofo, sobre todo en su crítica a algunos modelos del cristianismo todavía vigentes hoy: el cristianismo idealista, que establece una separación entre la trascendencia inteligible y la inmanencia sensible y apela apresuradamente a los valores; el cristianismo caracterizado por el desprecio del cuerpo, la negación del yo, el fomento de los instintos de muerte y la represión del instinto de vida; el cristianismo fideísta sin fundamento en la razón; el cristianismo racionalista estrecho, que renuncia a la narración, la parábola y el símbolo.
Sin embargo, tengo que disentir de Nieztsche en aspectos fundamentales de su teoría del cristianismo. No puedo compartir su crítica de la com-pasión. Ésta es, para mí, una dimensión fundamental del ser humano y la opción ética del Dios del éxodo y de los profetas de Israel/Palestina y de Jesús de Nazaret. En ambos casos se trata de una praxis tendente a aliviar el sufrimiento humano y a solidarizarse con las personas que viven en situaciones infrahumanas. Y esto nada tiene de debilidad o resentimiento, de negación de la vida o de renuncia al placer, sino todo lo contrario: es fuerza de liberación de los oprimidos, camino de solidaridad con las víctimas y defensa de la vida de los que sufren y mueren antes de tiempo.
En el caso de Pablo, es verdad que no sigue la radicalidad del mensaje y de la vida de Jesús de Nazaret e inicia el proceso de espiritualización del cristianismo. Pero no lo inventa. Lo que hace es liberarlo del estrecho marco judío, abrirlo al contexto cultural helenista, darle una orientación universalista y poner el acento en la libertad y la liberación que aporta Jesús:
“Para que seamos libres nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud… Ya no hay distinción entre judío y gentil, entre esclavo y libre, entre varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo” (Carta de Pablo de Tarso a los Gálatas 5,1.3.28).
Finalmente, tengo serias dificultades para aceptar el calificativo de “idiota”, en sentido de ingenuo, aplicado a Jesús. El profeta galileo no es ningún utópico ingenuo. Tiene conciencia clara de la realidad y sentido crítico de la historia. Y eso le lleva a entrar en conflicto con los poderes religiosos, políticos y económicos, con la sociedad patriarcal y con Dios mismo, y a proponer una alternativa humanista de religión y de sociedad.
Espero que esta breve aproximación dialéctica a Nietzsche contribuya a huir de los estereotipos, prejuicios y deformaciones con que no pocos pensadores cristianos se han acercado al filósofo alemán para condenarlo de forma gruesa, reconocer el acierto de no pocas de sus críticas al cristianismo y distanciarse de sus valoraciones iconoclastas de la ética liberadora de Jesús de Nazaret.
Para profundizar en la actitud de Nietzsche ante el cristianismo y ante la figura de Jesús de Nazaret remito a mi libro Imágenes de Jesús (Trotta, Madrid). En él analizo la imagen muy sugerente y poco conocida de Nietzsche sobre Jesús.
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