“Memoria de una conversa”, por Dolores Aleixandre
De su blog Un grano de mostaza:
Aquellos desatinos litúrgicos del post concilio
Pertenezco a la generación que vivió los primeros cambios del Vaticano II y que comenzaron por la liturgia: había que sacudirse las sandalias tanto polvo de rituales arcanos y vestimentas extrañas; había que desterrar también costumbres anquilosadas y nos pusimos a ello con entusiasmo: queríamos acercar la Eucaristía al Pueblo de Dios para que volviera a ser Pan roto y compartido que circulaba en la comunidad de hermanos y hermanas. No siempre supimos hacerlo con tino. Recuerdo celebraciones sin altar, sin mantel, sin ornamentos, sin velas, sin flores: todos alrededor de una mesa con un plato y un vaso de la cocina, pan y vino normales y en alguna ocasión, hasta cenicero para que el celebrante pudiera fumar sin problemas. La “conversación homilética” devoraba casi todo el tiempo, no se usaba libro alguno y el ritual se iba improvisando. Con el paso del tiempo yo iba notando un malestar difuso, como si mi sentido estético se resintiera, pero era impensable una vuelta atrás: cualquier propuesta en ese sentido sería tachada de conservadurismo.
Pero a final de los 70 fui en Pascua a Taizé y ese fue mi “camino de Damasco” porque allí “recuperé los sentidos”. Viví con asombro la importancia que daban a los iconos, al orden, a la luz y las flores, al color, la música y el incienso. Me sumergí en otro ámbito al que había dejado de dar importancia y tomé conciencia de cuánto me ayudaba todo aquello que yo daba por irrecuperable a la hora de celebrar y rezar. Mis sentidos estaban hambrientos y se dieron un banquete, estaban atrofiados y despertaron.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, las cosas han vuelto a su cauce. ¿A su verdadero cauce? Cuánto nos queda aún para que todo nuestro ser, sentidos incluidos, “entre en el gozo del Señor”…
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