Celso Alcaina: “Jesús no instauró un determinado rito en la Última Cena”
“Dejó a sus seguidores un proyecto de vida en igualdad, justicia, libertad y amor”
“Toledo y su Corpus Christi, Lugo y su Sacramento, las Adoraciones Nocturnas, los Congresos Eucarísticos Internacionales, miles de presbíteros sin excluir altos jerarcas que ‘dicen’ Misa y, finalmente, los crédulos cristianos que aceptan y defienden la presencia real de Jesús en la Eucaristía. A estos se unirán los que en torno al templo han constituido sus negocios: restaurantes, tiendas textiles y otras”
“No sólo les metemos en sus cabecitas un absurdo integral y un trágala porque lo digo yo. Les obligamos, además, a pasar previamente por el confesionario, suscitando en ellos, inocentes, el sentimiento de culpa”
“Los cristianos primitivos eran conocidos por su estilo de vida, por cómo se comportaban con los demás y no por congregarse en templos”
“Entre los siglo IX y XV, los teólogos especulan sobre la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Surge el término ‘transustanciación’: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Jesús”
| Celso Alcaina
Comprenderé el desagrado de personas e instituciones al leer este artículo. Intolerable, dirán. Toledo y su Corpus Christi, Lugo y su Sacramento, las Adoraciones Nocturnas, los Congresos Eucarísticos Internacionales, miles de presbíteros sin excluir altos jerarcas que “dicen” Misa y, finalmente, los crédulos cristianos que aceptan y defienden la presencia real de Jesús en la Eucaristía. A estos se unirán los que en torno al templo han constituido sus negocios: restaurantes, tiendas textiles y otras.
El que esto escribe se cree con derecho y obligación de desenmascarar una práctica secular que ha de ser calificada como falsa. Me avalan mis títulos académicos, mi actividad en el Vaticano, el estudio y la reflexión de medio siglo.
“El día más feliz de mi vida”. Es la frase que padres y educadores ponen en boca de sus inocentes niños el día de su primera comunión. Les hacen creer que el cuerpo de Jesús entra en su estómago cuando comen un pedacito de pan, la hostia, que el cura les entrega. Que beben sangre de Jesús al tomar unas gotas de vino. Habéis leído bien. El cuerpo vivo de Jesús de Nazaret, todo su cuerpo. La sangre borboteante de Jesús. No, no puede ser. Eso no puede ser. Es absurdo.
Los responsables eclesiásticos, incluidos Concilios y Papado, disfrazan esa tomadura de pelo con la palabra “mística”. Es decir, misteriosa, incomprensible, sin posible explicación. Lo mismo que la Trinidad, que la divinidad de Jesús o que el pecado original. Lo crees porque lo digo yo, aunque sea irracional y absurdo.
Limitándonos a los niños, cabe invocar la expresión “abuso de menores”. No sólo les metemos en sus cabecitas un absurdo integral y un trágala porque lo digo yo. Les obligamos, además, a pasar previamente por el confesionario, suscitando en ellos, inocentes, el sentimiento de culpa, de pecado. Y, lo más sorprendente y repugnante. Ese lavado de cerebro se protrae, incuestionado perezosamente, a la adolescencia y adultez. Incrustado durante toda la vida de los cristianos.
No haría falta recurrir a la historia del Cristianismo para ratificar el fraude que entraña la “transustanciación” o conversión del pan y vino en cuerpo y sangre. Siendo un absurdo, toda mente humana podría y debería rechazarla. Ello, independientemente de los pretendidos fundamentos históricos o bíblicos. Pero es que la historia y el movimiento cristiano avalan cuanto aquí denunciamos.
En el siglo I de nuestra era, años 50 – 100, los pocos seguidores de Jesús solían reunirse para conmemorar la vida de su Cristo. Lo hacían en casas particulares: cenas fraternales y solidarias. Todavía vivían apóstoles y discípulos directos de Jesús. Reproducían la última cena jesuánica. Ya entonces se observaron disfunciones. Excesos en el beber, segregación de los pobres. De las casas particulares se pasó a lugares comunes, embriones de las iglesias. A partir del siglo II, en sinagogas o centros comunitarios, las cenas declinaron y desaparecieron. Las reuniones se limitaban a oraciones, cánticos, homilías.
Todo cambió o se aceleró a partir del año 313. El emperador Constantino dio carta de naturaleza al Cristianismo, albergó en sus basílicas a los cristianos, se impuso el latín como lengua común y mandó construir iglesias tan espaciosas como necesario para dar cabida al creciente número de creyentes..
Del siglo IV al VIII, la Eucaristía (acción de gracias) sufre un importante cambio de significado. En base al dogma de la divinidad de Jesús proclamado en Nicea, se pasa a considerarla sacrificio como valor central, lo que provoca temor, distanciamiento y nula disposición a comulgar.
Entre los siglo IX y XV, los teólogos especulan sobre la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Surge el término “transustanciación”: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Jesús. La Misa es la reproducción del “sacrificio”, el que Jesús culminó en la cruz. Se celebra en el “altar”, como los antiguos sacrificios judíos. Los sacerdotes son los funcionarios sagrados encargados de realizar ese sacrificio. Son los líderes de las comunidades que ya no dejarán de llamarse “sacerdotes”. Los fieles acuden pasivamente a esa Misa y se limitan a adorar al Señor en esa Eucaristía. Pero no comulgan, acaso por reverente temor. En el siglo XIII, el Concilio Lateranense IV tuvo que disponer y obligar a comulgar una vez al año por Pascua Florida…
A partir de ese siglo, surgen multitud de devociones y manifestaciones eucarísticas. Elevación del cáliz y de la hostia, exposición del Santísimo, fiesta del Corpus Christi, congresos eucarísticos, etc.
Aclarar que la cultura judía prohibía consumir sangre de cualquier animal, más aún si era sangre humana. Por el contrario, otros ritos paganos daban sentido al “comer el cuerpo y la sangre de sus dioses”. Durante un milenio, a nadie se le ocurrió hablar de la “transustanciación” o presencia real de Jesús en el pan y vino. La Eucaristía, el recuerdo de la última cena, se limitaba a recordar y vivir el estilo de vida de Jesús. Los cristianos primitivos eran conocidos por su estilo de vida, por cómo se comportaban con los demás y no por congregarse en templos.
Jesús no pudo dejar en herencia bienes temporales. No los poseía. Tampoco instauró un determinado rito en la Última Cena. Dejó a sus seguidores un proyecto de vida en igualdad, justicia, libertad y amor. Por ese “Reino de Dios” luchó hasta entrar en conflicto con las autoridades políticas y religiosas. El resultado, la crucifixión.
Fuente Religión Digital
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