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Dios nos libre de quien crea que su patria última es donde ha nacido

Domingo, 16 de agosto de 2020

38E2BA14-1BB1-4A55-8E72-51DD8CEBDEA2Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Jesús judío: la encarnación se abre a todos.

Mateo en el evangelio en el relato de la mujer cananea nos presenta un Jesús muy judío (Judea), pero que supera el judaísmo y toda visión étnica y racial del ser humano.

Extrañamente Jesús se retira al territorio extranjero de Tiro y Sidón (actual Líbano).

Jesús se muestra judío. En alguna persona (pueblo) había de encarnarse la salvación: en Jesús, un judío del siglo I.

Al mismo tiempo, es difícil encontrar otro texto como éste en el que esa historia concreta se quiebra y cambia de rumbo. Mateo lo ha conseguido con una de mujer sencilla, extranjera: siro-fenicia, pero creyente: ¡qué grande este tu fe!

Mateo escribe a cristianos de origen judío y les ofrece esta (y otras) catequesis de modo que pasen del particularismo étnico, incluso racial, al universalismo.

Esta mujer, que no es miembro del Pueblo de Dios, encarna el ideal de lo que debe ser un miembro del Pueblo de Dios.

Dos breves -pero importantes- conclusiones:

  1. La simplicidad (con matices fanáticos) con que se utilizan algunos términos tales como Pueblo de Dios e Iglesia, porque ni están todos los que son ni son todos los que están. Ni todos los creyentes (como la mujer siro fenicia) están en la Iglesia, ni todos los que están en la Iglesia son creyentes. Pasaba ayer y pasa hoy.
  2. San Pablo fue quien, años después, daría forma teológica a estas cosas y formuló una antropología y eclesiología no racista: Ya no hay judío ni griego, pues toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada, (Rm 10, 12). “Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús, sois hijos de Dios… Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. Todos sois uno en Cristo Jesús”, (Gál 26, 28).

El cristiano, es universal por esencia. Bonhoeffer clamaba y rompió con la iglesia oficial del Reich porque no se puede preguntar si uno es judío (o alemán, vasco o español) al entrar en la Iglesia.

¿Somos católicos en serio: es decir, universales? ¿Tal vez nos creemos superiores por ser de una etnia, de una tradición? No sé si alguna vez fue cierto lo de la España católica o euskaldun fededun, hoy, desde luego, no lo es.

  1. Los perros y los amos

Los perros eran los no judíos. Pero entonces -y hoy- esta expresión funciona como insulto.

Incluso la misma mujer siro-fenicia da por válido el presupuesto cuando le dice a Jesús: También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

En tiempos no lejanos hemos conocido insultar a personas con expresiones como “maquetos, coreanos, manchurianos, mongoles, etc”, hoy despreciamos y decimos: “sudacas, moros, machupichus, etc.”

La escena del evangelio de hoy se desarrolla, dentro de las más puras coordenadas de la religiosidad étnica.[1] Pero Jesús va a dar una superación de lo racial de lo étnico.

¿Quiénes son los perros y quiénes los amos? Más aún: ¿tiene sentido seguir hablando de perros y de amos desde el cristianismo?

        Jesús no desprecia a nadie, no se impone por la fuerza del supuesto prestigio de la raza, de la ley, de la tradición, etc.

        Lo más importante del ser humano no es su etnia, su pertenencia a una raza, su pasaporte, etc. Dios nos libre de quien su “dios” es su patria, su nacionalidad.

  1. Mujer, qué grande es tu fe.

Esta afirmación rompe los esquemas religiosos hasta entonces vigentes en el Pueblo de Dios.

Desde Jesús ya no tiene sentido hablar de Pueblo de Dios, de Iglesia en un sentido limitado a la raza o nación; ya no hay perros ni amos, judíos ni griegos, siervos ni libres, hombres ni  mujeres (cfr. Romanos 10,12 y Gálatas 3, 28).

Nacionalidad, condición social y sexo quedan eliminados como factores determinantes de pertenencia al Pueblo de Dios.

Que una mujer sea protagonista de este relato es un hecho significativo. Si alguien no tenía voz en el interior del Pueblo de Dios, eran precisamente las mujeres. Eligiendo a una mujer primero, extranjera después, y cananea por último. Mateo acaba con todos los esquemas religiosos hasta entonces vigentes.

Desde Jesús lo que determina la pertenencia al Pueblo de Dios es la fe en Jesús, la adhesión a su persona. No olvidemos nunca que, en el contexto de Mateo, esta fe significa la relativización de la Ley y de la Tradición, importantes y necesarias, pero nunca prioritarias ni con valor de absolutos.

  1. Jesús sana

        Jesús cura, perdona, sana, alivia, acompaña a todo el mundo sea de la nación que sea, sin hacer acepción de personas, (Rom 2,11). A Jesús le da lo mismo que seamos leprosos, endemoniados, medio locos, paralíticos, hombres o mujeres, samaritanos y samaritanas, centurión romano, cananeos, cobradores de impuestos, o que estemos muertos moral o físicamente. Jesús cura, salva.

        Las naciones, los estados y las Iglesias tienen fronteras, pero la salvación de Jesús no tiene límites.

Salid a los cruces de los caminos e invitad a todos los que encontréis, buenos y malos. (Mt 22).

        Como la hija de aquella mujer pagana y atea, confiemos en el Señor

y en ese momento quedaremos curados.

[1] San Pablo cambió esta cuestión tan radicalmente que ya no usará la palabra etnia para el pueblo como Iglesia, comenzará a hablar de laos: laico: pueblo. La iglesia no se constituye por la “etnia”, sino por el laos: laico: pueblo. La iglesia no se constituye por razas étnicas, sino por laicos. (La cuestión del clericalismo es otro triste cantar).

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