Después de la confesión del Nacimiento, Muerte y Pascua de Jesús, no ha existido en el Cristianismo una historia más conocida y celebrada que la del Nacimiento, Muerte/Entierro y Ascensión de su madre María.
Ella fue enterrada junto al torrente Cedrón, al comienzo del valle de Josafat, y allí se conserva su memoria más antigua, vinculada a la iglesia pobre de los pobres judeo-cristianos. Más tarde, con el triunfo de los pagano-cristianos, y el establecimiento de la iglesia imperial (313 d.C.), los nuevos cristianos “pensaron” que María había subido al cielo desde el Monte Sion, en el Alto Jerusalén, junto al Cenáculo y crearon las bellísimas narraciones de la Asunción, que han pervivido hasta hoy en la memoria de la iglesia.
Ésta es una historia de fe (muerte y entierro, ascensión y reino). No todas las iglesias interpretan del mismo modo estos “datos, pero ellos constituyen un elemento clave de la historia del cristianismo. Quien no los conoce ignora una página esencial de la confesión cristiana y de la cultura de occidente. Buena fiesta y buen recuerdo a todos, este día de la muerte y gloria de María.
13.08.2020 | X.Pikaza
La fiesta y dogma de la Asunción de Santa María, Madre de Jesús, está muy vinculada a la tradición de Jerusalén, como lo muestran los monumentos arqueológico y los apócrifos asuncionistas que no son apócrifos por falsos, sino porque no han sido recogidos en la Biblia canónica de las iglesias.
María en la Biblia
Todo nos hace pensar que era de Nazaret de Galilea y que, al principio no formó parte externa del movimiento de Jesús, como indican el evangelio de Marcos y el de Juan. Pero tras la Crucifixión de su Hijo, a quien, según Jn 19, 25‒27 (y quizá Mc 15, 40‒41) acompañó junto a la cruz, ella formó parte importante de su Iglesia.
- La tradición de Hch 1, 14 supone que ella formaba parte de la Iglesia de los “parientes de Jesús” (de Santiago), cuya “historia” conocemos por Pablo y por Hechos de los Apóstoles. Más aún, ella actuó en ese grupo como “gebira”, Señora, madre del Señor (cf. Lc 1, 42), como he puesto de relieve en Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 1015 (voz Gebira). En esa línea, el evangelio de Lucas como el de Mateo dan testimonio de la importancia de María en esa Iglesia.
- La tradición de Jn 19, 25‒27 insiste en que, habiendo formado parte de la comunidad de los “hermanos” de Jesús (cf. Jn 2, 12), María se integró en “casa” (iglesia) del discípulo amado. Eso parece indicar que entre la iglesia judeo‒cristiana de la circuncisión (vinculada a los parientes de Jesús) y la del discípulo amado, del evangelio de Juan existieron profundas relaciones profundas. Por el contrario, la tradición helenista, retomada por Pablo, no sabe nada de María, aunque conoce a los “hermanos” de Jesús, de los que se dice que eran “apóstoles” y estaban casados (cf. 1 Cor 9, 5; 15, 7).
- Más que el “final” (muerte/dormición, resurrección/asunción) de María a la Iglesia primitiva le ha importado su “principio”, es decir, su relación con el nacimiento de Jesús. En ese sentido se sitúan las genealogías de Mt 1, 1‒17 y de Lc 3, 23‒38, que he estudiado en Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2013). Pero ellas no van en la línea de María, sino en la de José “desposado con María, de la que nació Jesús. De todas formas, en esa línea, tanto Mt 1‒2 como Lc 1‒2 hablan de un nacimiento más alto de Jesús por obra/presencia del Espíritu de Dios en María (superando la línea genealógica de José).
- En esa línea, la Iglesia se ha ocupado pronto del origen y función activa de María en el nacimiento de Jesús, y de esa forma ha “recibido” (desde el II‒III d.C) el Protoevangelio, atribuido a Santiago (hermano del Señor), uno libro clave en la historia y devoción mariana de la Iglesia. Este evangelio combina y recrea tradiciones de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2), en perspectiva judeocristiana, con datos de tipo teológico‒devocional más que histórico. Defiende no sólo el nacimiento virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo, sino la virginidad perpetua de María (hija de Joaquín y de Ana), declarando que los “hermanos” de Jesús serían hijos de José, ya viudo y padre al casarse con María. Es un evangelio de tono piadoso con tendencia judeo‒cristiana doceta, y ha influido mucho en la devoción popular y en las fiestas marianas de la Iglesia. Presenta a María como expresión de la Santidad de Dios y la vincula no sólo con el Templo de Jerusalén, sino con la tradición sacerdotal y davídica del judaísmo, viendo en ella la culminación del Antiguo Testamento.
Muerte/dormitio, tumba de María
- No conservamos ningún texto primitivo que interprete la muerte/dormitio (en griego kóimêsis) de María en forma pascual, es decir, como expresión de entrega personal en manos de Dios, como Jesús su Hijo, cuya “cruz” ella habría asumido. De todas formas, los evangelios transmiten dos datos muy significativos. (a) Y una espada atravesará tu alma (cf. Lc 2, 34‒35). Esta palabra supone que María ha compartido la suerte “pascual” de Jesús, pues la espada de la revelación salvadora de Dios ha atravesado su alma. Ésta es una palabra simbólico‒teológica, pero Lucas no podría haberla transmitido a no ser que supiera que María había compartido la “buena muerte” de Jesús. (b) Y él (el discípulo amado) la recibió en su casa (eis ta idia, entre sus cosas, Jn 19,27). Esta palabra vincula a la Madre de Jesús con la Iglesia o comunidad del discípulo amado (que ha tenido conexiones con la comunidad de los hermanos de Jesús, cf. Hch 1, 13‒14) y no se podría haberse transmitido a no ser que el autor del 4º Evangelio supiera que la Madre de Jesús había muerto ya (como supone que ha muerto el Discípulo Amado, Jn 21, 22‒23).
- La tradición primitiva de las iglesias “helenistas” (hasta el IV d.C.) no conserva referencias sobre la muerte de María, y esto puede explicarse por el hecho de que el testimonio de la muerte de María ha sido conservado y transmitido por la iglesia judeo‒cristiana de la circuncisión, de la que conservamos pocos testimonios. Este es un dato que hoy se puede interpretar mejor, gracias a los estudios arqueológicos y teológicos del Estudio Bíblico Franciscano de Jerusalén, y en especial del Padre C.B. Bagatti 1905‒1990. Cf. New discoveries at the tomb of Virgin Mary in Gethsemane, Franciscan Press, Jerusalén 1975; Alle origini della Chiesa 1: Le comunità giudeo-cristiane. Libreria Editrice Vaticana, 1982; La chiesa primitiva apocrifa nel II secolo, San Paolo, Milano 1982. En ese contexto han de ponerse de relieve los siguientes datos:
- La tradición de la dormitio/kóimêsis (tumba pascual) de María está vinculada a una iglesia‒santuario de la parte alta del Valle de Josafat, junto a Getsemaní, uno de los lugares simbólicos más importantes de Jerusalén y de toda cristiandad (hacia el principio del torrente Cedrón, donde se realizaría el Juicio Final). Los seguidores de Jesús no pudieran escoger el lugar de su tumba (junto al Calvario), pero pudieron escoger y escogieron el de su Madre (y el de dos personas que, por imaginar algo, podrían ser María Magdalena y el Discípulo amado, que le acompañaron bajo la cruz). Sea como fuere desde el siglo II d.C. hay memoria de que la Madre de Jesús había sido enterrada allí.
- Ese lugar (con el culto consiguiente a la memoria de María) fue propio de la comunidad judeo‒cristiana, que se mantenía en parte separada de la pagano‒cristiana (más vinculada a de Pablo), que no tuvo interés por la Madre de Jesús. No sabemos lo que en II‒III se veneró en ese lugar. Ignoramos si había una sola tumba o tres tumbas, con sus cadáveres respectivos. O si el cuerpo de María había desaparecido y sólo se conservaba y veneraba el hueco donde había sido puesto. Lo cierto es que, por el estudio que en los últimos años ha podido realizarse in situ, tras una riada (año 1972), que dejó al aire los cimientos del edificio, con la tumba se ha podido determinar aquel espacio fue un lugar esencial para el culto mariano de la iglesia judeo‒cristiana. Fue ahí, al comienzo del valle de Josafat, en vinculación directa con la tradición del juicio‒final y la resurrección de los muertos, donde se recordó a María y se incubó la tradición del “ascenso” de María a los cielos. Aquel es, a mi juicio, con la “casa” de Nazaret el lugar más sagrado de la memoria mariana de la Iglesia.
- Las cosas cambiaron radicalmente en el siglo IV, tras el edicto de Milan (313), con la proclamación del cristianismo helenista como religión oficial del Imperio Romano (380). Fue un tiempo de gozo y triunfo para el cristianismo imperial, que pudo extenderse por todos los dominios de Roma, con ayuda de la administración política (especialmente tras el 380). Pero ese triunfo del cristianismo político de Roma fue una desgracia para muchas comunidades judeo‒cristianas (o simplemente judías) que se vieron amenazadas e incluso perseguidos.
- En ese momento, ya desde el 313 comenzó una actividad febril de “recuperación” e imposición del cristianismo en el oriente y especialmente en Palestina. Entonces comienza la construcción de las grandes basílicas de Jerusalén y de su entorno, del Calvario y de Belén, del Monte de los Olivos (Eleona) y de la colina llamada del Monte Sión (en la zona alta de la ciudad, al otro lado del Monte de los Olivos (no en el antiguo Monte Sion, junto al templo de Jerusalén).
- No parece que se empalmara bien con la iglesia judeo‒cristiana de la circuncisión, de forma que hubo como un corte en la visión de María. De varias partes llegan entonces preguntas sobre su tumba y sobre sus restos o reliquias. Al principio, las respuestas fueron siempre las mismas: Los cristianos triunfantes de la Iglesia imperial no conocían el sepulcro de la Madre de Jesús, no tenían su cuerpo, ni sabían dónde se veneraba su memoria (vinculada a los judeo‒cristianos de la iglesia casi enterrada, como catacumba en el Valle del Cedrón (aunque entones el suelo estaba mucho más bajo que en el momento actual).
Éste es, a mi juicio, el gran secreto (quizá el mayor secreto) de la Mariología. La iglesia triunfante de los emperadores no reconoció la importancia de los humildes grupos judeo‒cristianos, que seguían viviendo en forma semi‒clandestina, conservando, casi en secreto, la memoria de la Madre de Jesús, en el lugar donde fue sepultada. Para aquellos judeo‒cristianos la conversión del cristianismo greco‒romano en religión oficial del imperio fue (¡y sigue siendo hasta el día de hoy!) una mala noticia.
La nueva tradición mariana, de tipo más helenista, que desembocará en la declaración de María como Madre de Dios o Theotokos (Éfeso 431) ha tenido necesidad de “recrear” la figura de la Madre de Jesús, insistiendo en su carácter “pascual” (casi más bien “celeste”) y significativamente el lugar privilegiado de su “memoria” no será la pequeña iglesia del Cedrán, sino la nueva basílica construida sobre el Monte Sión (en la parte elevada de Jerusalén, junto al Cenáculo). Allí puede presentarse a María como auténtico Sion (Hija de Sión), con el alto carácter sagrado que ello implica. En ese fondo se entienden los relatos asuncionista, que constituyen el texto básico del triunfo pascual (muerte, resurrección, asunción) de María.
Arquetipo básico de los relatos asuncionistas
Precisamente ahora, en el momento del “gran triunfo” del cristianismo oficial (imperio romano‒bizantino), sienten más amenazadas y empiezan a desaparecer las comunidades judeo‒cristianas (de la circuncisión), depositarias de las más antiguas tradiciones marianas que, como indican Jerónimo y otros Padres de la Iglesia, siguieron existiendo hasta el siglo V‒VII d.C. y aún más tarde, siendo al fin en gran parte absorbidas por el Islam).
En ese contexto surgieron los textos asuncionistas, un género literario y una teología que ha seguido copiándose y recreándose en varias lenguas (griego y latín, sirio y etíope etc.), como destacó M. Jugie, La mort et l Assomption de la Sainte Vierge, Vaticano, 1994. Surgió así un “género teológico‒literario”, centrado en la muerte y resurrección/ascensión de María, como recogen M. Erbetta, Apocrifi del NT, 1/2, Vangeli, Marietti Casale M. 1982, 406‒650; A. Santos, Evangelios apócrifos, BAC, Madrid 1956, 607‒700; A. Piñero y G. del Cerro, Actos apócrifos de los apóstoles I‒III, BAC, Madrid 2012.
En ese gran “corpus” de apócrifos de la Asunción, fijados por escrito entre el siglo IV/V y el VIII (aunque se siguen escribiendo y representando textos asuncionistas hasta el siglo XV/XVI), hay bastante continuidad. Entre los textos más antiguos podemos citar los relatos del Ps. Juan, del Ps. Melitón, de Juan de Tesalónica y del Ps. José de Arimatea, con la Leyenda Armenia de la Asunción, la Leyenda Árabe, la Leyenda Siríaca… Para una visión básica, cf. B Bagatti, OFM, Ricerche sulle tradizioni della morte della Vergine, Sacra Doctrina, 69–70 (1973), 186–94. Entre los elementos fundantes de esa tradición, que aparecen desde el mismo siglo IV, se encuentran los siguientes:
‒ María recibe la revelación de que va a morir, y obtiene de Jesús la certeza de que resucitará, y así lo transmite a sus acompañantes, que avisan a los doce apóstoles, extendidos por todas las partes del mundo, y ellos vienen para acompañar a la madre de Jesús en su tránsito.
‒ El tránsito de María aparece así como una copia de la muerte/pascua de Jesús, pero con una gran diferencia: Ella morirá acompañada de los Doce Discípulos de su Hijo, que le transmiten el testimonio de gratitud de toda la Iglesia, aunque, como en el caso de Jn 20, puede faltar a la citar por retraso el apóstol Tomás que llegará tarde, aunque a tiempo para dar testimonio de la muerte (domitio, transitus) de la madre de Jesús.
‒ La muerte/asunción de María aparece así como ratificación del ministerio apostólico de los Doce (¡no de los judeo‒cristianos!) y como gran “Concilio constituyente” de la Gran Iglesia universal (no de la Iglesia de la circuncisión). En ese contexto pueden hallarse “tonos de fondo antijudío”, con hostilidad del judaísmo hacia la Gran Iglesia (y de la Gran Iglesia hacia el judaísmo”.
‒ Este un esquema en los iconos de oriente y de los retablos medievales de occidente, que comienzan con la Anunciación‒Nacimiento de María (según el Protoevangelio de Santiago) culminación con su Muerte‒Elevación‒Coronación. De esa manera. la historia de Jesús queda integrada en la gran historia de María, su Madre, empezando en Jerusalén (“encuentro” de Joaquín y Ana en la Puerta Hermosa del Templo) y culminando en Jerusalén “dormitio y elevación”.
Último “apócrifo” asuncionista. El “misteri” de Elx/Elche
Conforme a lo anterior, los apócrifos asuncionistas, con su doctrina general de la Subida de María en cuerpo y alma a los cielos, provienen de las iglesias de oriente, y han sido escritos en griego, siríaco, copto o árabe… Pero después, sobre todo a partir de las cruzadas (siglo XII) se han extendido y representado por el occidente latino. No han sido sólo textos para leer (legenda/leyenda), sino para representar, tanto en las iglesias como en las plazas adyacentes, escenificando el misterio de Dios en María-. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Asunción de la Virgen, Ciclo A, Dios, Evangelio, Jesús, María de Nazaret, Tiempo Ordinario
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