Fuera de la salvación no hay iglesia
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Algunas notas para la homilía sobre las tempestades de la barca de Pedro
- texto eclesial.
Las tres veces que aparece en los evangelios el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36) son relatos eclesiales, de vivo colorido eclesial, de dificultades en la Iglesia naciente y de todo momento histórico de la Iglesia.
- o La barca es la Iglesia, el arca de Noé, donde se salva el ser humano de los naufragios de la vida
- o Las tempestades son los problemas, los hundimientos, las crisis, las rupturas tanto personales como eclesiásticas.
- o Podemos evocar nuestras propias galernas y los ciclones y rupturas eclesiales.
- o Nunca faltan tempestades políticas, insitucionales…
- o No olvidemos la propia división y ausencia de sintonía (comunión) en nuestra propia diócesis. Las aguas de nuestra Iglesia local de San Sebastián bajan agitadas revueltas y turbias. Ello no es bueno, pero no nos ha de extrañar. Si algunos cardenales, obispos y curas se enfrentan al papa, si las dudas asaltaron a la iglesia naciente, no nos extrañemos de los choques y enfrentamientos diocesanos.
v 22: les mandó que subieran a la barca.
Jesús invita a los suyos a “embarcarse” en la Iglesia como “lugar” de salvación, sanante. Es una de las características del papa Francisco: ¡cómo me gustaría que la Iglesia fuese un hospital donde se curan las heridas de la vida!
¿Realmente la Iglesia en que vivimos es un hogar amable, salvífico en el que se cura y no se hurga cada vez más en las heridas?
La Iglesia es la barca, el arca de Noé donde se salvó la humanidad y, en cierto sentido, el universo.
Hemos llegado a un momento en el que, mejor que repetir aquello de que: “fuera de la Iglesia no hay salvación”, nos hará bien pensar que “fuera de la salvación no hay iglesia”.
v 24 la barca estaba lejos.
El mar siempre es un caos, el mar es abismo, el peligro, una fuerza irrefrenable (recordemos los temporales que azotan nuestros mares y costas).
La barca estaba lejos de la seguridad de tierra, estaba también lejos de Cristo, en medio del abismo.
La Iglesia, como todos nosotros, está siempre, ha de estar en medio del mundo, del abismo de los temporales. Una Iglesia que esté siempre en el puerto es la esterilidad institucionalizada.
Nos toca sufrir y orar para que estos nuevos tiempos eclesiales se abran, que no sigamos enquistados en nuestro fortín y salgamos realmente a la periferia con mente y corazón abiertos.
v 25. de noche, Jesús se acercó.
Estos textos están escritos en el seno de unas comunidades que habían experimentado ya al Señor resucitado. No se trata de una tormenta oceanográfica en el lago, sino que con una cierta majestuosidad, Xto resucitado domina el abismo, la muerte, el caos. ¡Ánimo soy yo, no tengáis miedo!
Cuatro veces aparece la expresión: “caminar sobre las aguas” (vv 25.26.28.29). También nosotros somos engullidos por el abismo. La vida es caminar entre muchos vendavales y aguas abismales.
Si Cristo está en la barca o está con nosotros, no nos hundimos. La Iglesia saldrá a flote si le dejamos sitio a Cristo no a una línea ideológico-eclesiástica ultraconservadora y fanática. El único imprescindible en la barca es Cristo. Todo y todos los demás somos pobres gentes con más pretensiones de poder que de salvación.
La Iglesia es una barca, un hospital donde se curan heridas, una iglesia sanante.
Nos hará bien en las galernas y en las noches de la Iglesia mirar a Cristo, mirar al Reino de Cristo.
v 25. animo, soy yo, no tengáis miedo.
Muchas veces aparece esta expresión que manifiesta la actitud de Jesús: no tengáis miedo, no temas pequeño rebaño, confiad…
Por muchos motivos podemos sentir miedo. Esta pandemia está impregnando de miedo e incertidumbre la sociedad. ¡Cuántas personas confinadas en casa, hospitalizadas, en la uci, tienen miedo!
Cuando el miedo está tan extendido en la barca de Pedro: sea por amenazas morales, canónicas, sea por totalitarismos eclesiásticos, a lo mejor es que estamos lejos del Señor que nos dice: ánimo, soy yo, no temáis.
El “soy yo” evoca el Éxodo: Yo soy el que soy y recuerda toda la cristología del Evangelio de Juan: YO SOY el pan, la vid, el camino, la verdad, la vida… Que “el que es” se nos acerque, nos hace bien.
La confianza en el Señor nos confiere coraje y la osadía, la audacia para confiar en lo que los temporales parecen destrozar.
vv 28-29 mándame ir a ti… – ven… – y se echó al agua…
Pedro, confiando en Cristo se lanza al abismo, al mar, al agua. En el fondo es un bautismo.
Dejemos otras cuestiones litúrgicas muy discutibles, pero nos bautizamos realmente cuando uno se lanza confiadamente (fe) al mar de la vida, a los problemas y tempestades.
Podemos también dudar. Somos humanos como Pedro: sálvame.
Confiando en el Señor, caminamos con serenidad por las aguas turbulentas de la vida.
v 31 jesús le tendió la mano, lo agarró.
Jesús tiende siempre la mano, no deja nunca a nadie en la estacada.
Tanto en las borrascas personales, sociales, sanitarias como en las eclesiásticas, no perdamos la fe: ¡hombres de poca fe! Confiemos: ¡Señor sálvame!
También hoy, aunque estemos en una noche eclesiástica diocesana, confiemos: Cristo nos tiende su mano. No perdamos la fe.
vv 32-33 subieron a la barca – eres hijo de dios.
Subieron a la barca, a la Iglesia y allí vivieron con gozo y confesaron su fe: Verdaderamente eres Hijo de Dios.
Donde Cristo está presente, hay salvación, serenidad y ahí se puede vivir la confianza, la fe en Él.
Soy yo, no tengáis miedo
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