Del blog de Xabier Pikaza:
La primera lectura del domingo (1 Reyes 19, 9-13) dice que Elías, profeta fracasado del fuego y la ira, subió hasta la cueva del Monte de Dios, llamado Horeb, esperando su respuesta:
Y vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y rompe las peñas… pero el Señor no estaba en el huracán. Vino después un terremoto; pero el Señor no estaba allí tampoco. Vino un gran incendio, pero el Señor no era incendio. Pero Dos le dijo:¡Sal de la cueva! Y Elías salió y sintió brisa suave y, al sentirla, descubrió que Dios estaba en el aliento amoroso de la vida.
Esta fue la conversión de Elías, saliendo de la cueva de la “ira de Dios”, que era su ira (fuego, terremoto, huracán)… En esa línea sitúa el evangelio la conversión de Jesús, nuevo Elías, que supera la ira de Dios para abrirnos el camino de su brisa creadora de paz. Ante esa brisa más fuerte que todos los huracanes, incendios y terremotos nos sitúa la liturgia de este domingo, que dice a la Iglesia (nos dice): ¡Sal de tu cueva!.
1. Elías, una tradición antigua.
En tiempos de la gran apostasía de Israel se alzó Elías, con el fuego de Dios y con su espada, para matar a todos los falsos profetas. De es forma llamó a Dios desde su cueva, apelando al terremoto, al huracán y al fuego , queriendo exterminar con violencia a los enemigos de la verdad.
Pero fracasó, no pudo matar a todos… y por eso subió a la cueva de Dios y le invocó como terremoto, incendio y huracán… Pero del Dios verdadero de Horeb no estaba en la cuevas… y le dijo: ¡Sal! Y Elías salió, y descubrió a Dios en la brisa creadora de la vida.
La historia comenzó sobre el Monte Carmelo, donde Elias preparó el sacrificio de Dios, para matar a todos los contrarios. Llamó a Dios, y creyó que Dios venía con el fuego y con el rayo:
«Elías dijo: respóndeme, oh Yahvé; respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Yahvé, eres Dios… Entonces cayó fuego de Yahvé, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja. Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron: ¡Yahvé es Dios! ¡Yahvé es Dios! Entonces Elías les dijo: ¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno de ellos! Los prendieron, y Elías los hizo descender al arroyo de Quisón, y allí los degolló (1 Rey 18, 37-40).
Pero después de haber matado a los malos profetas, las cosas seguían como antes… Y por eso Elías decidió presentarse ante Dios, en el monte Horeb, como nuevo Moisés, buscándole también allí como huracán, terremoto y fuego.
El camino era duro, cuarenta días de desierto, sin pan ni agua, y en medio de la marcha se sintió cansando e invocó a la muerte: «¡Basta ya, oh Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! Se recostó bajo una retama y se durmió (para morir)» (1 Rey 19, 4-5). Pero Dios no respondió a la llamada de la muerte: no quiso acogerle en medio de la marcha y del cansancio, sino que le ofreció comida (pan y agua) para que siguiera en su camino. Así siguió caminando hacia la montaña de Dios, cuarenta días y cuarenta noches.
«Allí se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí que vino a él la palabra de Yahvé, que le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He sentido un vivo celo por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Rey 19, 9-10).
Elías quiere justificarse: ha venido ante Dios para pedirle cuentas y ahora está allí los dos, frente a frente: Elías, el hombre del fuego de Dios (cf. 1 Rey 18, 38-39; 2 Rey 1, 10.12) y el Dios que parece haberse olvidado de su fuego. Pero entonces Dios le manda que ponga en pie, que salga de la cueva y que vea, que sienta, que discierna:
«Un grande y poderoso huracán destrozaba las montañas y rompía las peñas delante de Yahvé, pero no Yahvé no estaba en el huracán. Después del viento vino un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa apacible y delicada. Y sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Rey 19, 11-13).
En un primer momento se ha manifestado el Dios de Elías, que se expresa en los signos de ira y destrucción que él habría imaginado: este es el Dios del huracán, de terremoto y del fuego. Pues bien, éste no era el Dios verdadero, el que ha guiado a los israelitas lo largo de la historia. El verdadero Dos está en la brisa suave, después que han pasado los signos de la teofanía destructora, del volcán y del incendio, del huracán y el terremoto del Horeb.
Y de esa forma, saliendo de la cueva, Elías descubre al Dios del viento suave, de la brisa de amor, del agua de la vida. Éste es el Dios que le dice a Elías que vuelva, que empiece de nuevo:
«Ve, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria. También ungirás como rey de Israel a Jehú hijo de Nimsí; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-Mejola, como profeta en tu lugar… Pues me he reservado en Israel a siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal, ni le han besado con sus labios» (1 Rey 19, 15-18).
Allí donde Elías pensaba que todo se hallaba terminado, tiene que volver para empezar de nuevo, poniendo en marcha nuevos caminos de historia en los reinos de Siria y de Israel que estaban enfrentados. Elías, profeta viejo y cansado, en diálogo con Dios sobre el monte del Horeb, vendrá a ser nuevamente mensajero de Dios en medio de la historia.
El Dios de Elías debía revelarse a través de los signos de la ira y destrucción que él habría imaginado (como hará más tarde Juan Bautista: cf. Mt 3, 7-12). Pero el nuevo Elías de la Montaña sagrada descubrirá que el verdadero Dios, que ha guiado a los israelitas a lo largo de la historia, es brisa suave de amor creador. Si esta presencia del Dios de Elías la historia de Israel sería incomprensible.
Este Elías convertido se volverá profeta verdadero, sanador de niños, protector de viudas, hombre de paz sobre la tierra. La Biblia nos hace pasar de esa manera del primer Elías, profeta del juicio y del fuego (como destacará la tradición de Juan Bautista: cf. Mt 3, 9-12), al Elías amigo y sanador carismático, que resucita al hijo de una viuda extranjera. Su discípulo Eliseo, curará de “lepra” a Naamán, general sirio, enemigo oficial de los israelitas (cf. 2 Rey 5).
2. Jesús, un profeta como Elías… La conversión de Jesús
Jesús y Elías están relacionados con el Norte de Israel. También Jesús empezó siendocomo Elías un hombre celoso por la identidad de Dios (Yahvé, el Señor, es el único…), y se fue a bautizar con Juan, el profeta del huracán, del hacha y del fuego de Dios en el Jordán:
Juan Bautista, “al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. .. Ya viene el más fuere que yo, él os destruirá con el huracán de Dios y con el fuego de su incendio… 12 Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga» (Mt 3, 7-12)
Jesús fue donde Juan Bautista…, esperando la llegada del Dios del fuego de la ira, del huracán y el terremoto, con el hacha en la mano, para destruir a todos los perversos… Pero cuando se bautizó en el aliento de ese Dios y salió del agua del Jordán descubrió que Dios era la brisa suave de una paloma aleando, y la voz de un Padre-amigo que le decía: Tú eres mi Hijo…(Mt 3, 16-17)
Ésta fue la conversión de Jesús, el paso del Dios de la cueva (huracán, terremoto, hacha destructora) al Dios de la brisa de amor y de vida.
Es muy posible que el mismo Jesús, al principio de su actividad, estuviera buscando al primer Elías, vinculado al sacrificio del Carmelo y al fuego de Dios, lo mismo que como Juan Bautista). Pero después, en la gran experiencia de su bautismo, Jesús descubrió al verdadero Dios, como Elías en el Monte Horeb, d como brisa suave (espíritu de vida), en las aguas del Jordán.
Había querido conocer al Dios del Juicio, junto a Juan Bautista (profeta del fuego, del huracán y del agua destructora), pero encontró y escuchó al Dios de la palabra suave (de la brisa y del Espíritu), que le llamaba “Hijo” y le enviaba a realizar una obra de liberación amorosa, de paz de paloma, de brisa de amor. Este sería el tema de fondo de. Mc 1, 10-12 y par (cf. Mt 3, 1-2; Lc 3, 1-9).
Así podríamos hablar de una “conversión” de Jesús, que pasa del primer Elías al segundo, del Elías del fuego de Dios en el Carmelo, al Elías de la brisa suave del Horeb, saliendo de la cueva, para empezar en Galilea su tarea de profeta carismático, al servicio de la llegada del reino de Dpos, que se expresa en la curación de los enfermos. Jesús no habría abandonado el signo de Elías, sino que lo habría reinterpretado (como supone su respuesta a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, en Mt 11, 2-4).
En este contexto se sitúa la decisión de Jesús, que vuelve a Galilea y busca a unos discípulos par ponerse al servicio de los pobres, anunciándoles el Reino y sanando sus enfermedades. Las curaciones de Jesús han surgido de su contacto con los enfermos, pero ellas se inspiran en las historias de Elías y Eliseo, profetas carismáticos, sanadores de enfermos.
3. Jesús y Elías. Un signo abierto
No sabemos si Jesús había desplegado previamente capacidades sanadoras (antes de haber ido donde Juan Bautista), aunque podemos suponer que no, pues, de lo contrario, no se entendería bien su estancia ante el Jordán, en la línea del primer Elías. Todo nos permite suponer que Jesús descubrió y desarrolló su poder de sanación tras el bautismo y en este contexto se entiende su nueva relación con Elías. También Juan había asumido, al parecer, ciertos rasgos de Elías, pero sobre todo en línea de juicio (sin milagros). En contra de eso, Jesús pondrá de relieve los aspectos sanadores Elías y Eliseo, profetas del Norte de Israel, cuyas tradiciones estaban relacionadas con Galilea y sus alrededores (como indica la historia de la sunamita, en 2 Rey 4, 8-37, y la de la viuda de Sarepta, en 1 Rey 17, 9-25).
Juan Bautista se sitúa más en la línea de un Elías juez, profeta del agua y del fuego, portador de la ira de Dios en el Carmelo (cf. 1 Rey 18). En esa perspectiva, los cristianos dirán que Juan, precursor de Jesús, se identificaba con Elías, con no sólo por su forma de vestir (Mc 1, 6 cf. 2 Rey 1, 8), sino por su manera de anunciar el juicio, añadiendo así que Elías ya había venido y se había mostrado por Juan, precediendo a Jesús, para preparar su camino (cf. Mc 9, 13; ésta es la lectura cristiana de Mc 1, 7-8 par; cf. también Lc 1, 76).
Jesús Galileo se relaciona más con Elías sanador, y así aparece no sólo en la “resurrección” del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-16), ciudad cercana a Sunem (donde Eliseo había resucitado al hijo único de la sunamita), sino en la línea del texto programático de Lc 4, 24-28, donde Jesús compara sus milagros con los de Elías/Eliseo y viene a presentarse de esa forma como nuevo Elías: alguien que es capaz de encender una esperanza de Reino o nueva humanidad, por sus curaciones.
En esa segunda perspectiva han de entenderse dos pasajes muy significativos de la tradición cristiana. (a) La transfiguración (Mc 9, 2-9), donde. Elías se aparece a Jesús, al lado de Moisés, para ofrecerle su testimonio y para acompañarse en su camino profético de Reino. (b) La cruz (Mc 15, 35-36), donde Jesús murió dando un grito muy fuerte, de forma que algunos pensaron que llamaba a Elías. Pero el evangelista supone que Jesús no pudo llamar a Elías, sino a Dios, diciendo: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Lógicamente, la iglesia ha pensado que Jesús murió llamando a Dios, pero ha podido seguir pensando que en el fondo él repetía el mismo gesto de Elías que subió al Horeb para preguntarle a Dios: ¿Por qué me has desamparado? (cf. 1 Rey 18, 10; Mc 15, 34). Tanto Elías como Jesús han llamado a Dios desde su “fracaso”; tanto a Elías como a Jesús ha respondido Dios, de formas convergentes. A Elías le dice que anuncie su presencia en Siria y en todo el oriente. A Jesús le dice que suba a Jesús, curando, abriendo un camino de vida por encima de la muerte.
De la conversión de Jesús, nuevo Elías de brisa fuerte de Dios, vive la iglesia. Sin una conversión fuerte, sin salir de su cueva de miedo y violencia sagrada (apelando al hacha, al terremoto, al huracán…) la iglesia no será camino y promesa del Dios de Jesús sobre la tierra. Por eso, la palabra clave, sigue siendo: Sal de tu cueva.
Biblia, Espiritualidad
19º Domingo del Tiempo Ordinario, Caminar sobre las aguas, Ciclo A, Dios, Evangelio, Jesús, Tiempo Ordinario
Comentarios recientes