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Dom.18,8.20. Los panes y los panes. Para multiplicar los panes: Un camino de enseñanza y curación (Mt 14, 13-21)

Domingo, 2 de agosto de 2020

Panes y pecesDel blog de Xabier Pikaza:

Principio y camino de la Iglesia

Retomo el motivo de de ayer (proyecto y tarea de Caritas) con el evangelio de este domingo (multiplicación de los panes y peces, Mt 14,13-21). La clave no es el aumento físico de panes y peces, sino la solidaridad y comunión , que se establece  por la educación y sanación:

Evangelio de Marcos (6, 34‒44): enseñar y alimentar”. Sólo a través de una nueva enseñanza, de una más alta “educación humana” se puede multiplicar y compartir los alimentos.

El evangelio de Mateo (14, 13‒21): curar y dar de comer. La multiplicación de los panes sólo es posible si hay una “curación previa”.  Si no se cura el corazón y la vida no se pueden compartir los alimentos.

El texto

Mt 14 13 Al oírlo (que Juan había sido ajusticiado), Jesús se retiró de allí en privado, en una barca, a un lugar solitario. Y las muchedumbres, al oírlo, le siguieron a pie, desde las ciudades.

(1) Curar:  14 Y al desembarcar, vio una gran muchedumbre, y sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que había.

(2, alimentar) 15 Entrada la tarde se le acercaron los discípulos diciendo: El lugar es desierto, y la hora es ya avanzada. Despide, pues, a la muchedumbre, para que vayan a las aldeas y compren comida para ellos. 16 Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad marcharse; dadles vosotros de comer. 17 Pero ellos le dijeron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. 18 Pero él dijo: Traédmelos acá. 19 Y mandando a la gente que se reclinara sobre la hierba, tomando los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a las muchedumbres. 20 Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. 21 Y los que habían comido eran unos cinco mil varones, sin contar mujeres y niños[1].

       Este relato, desarrollado extensamente por Marcos (Mc 6, 30-44), incluye algunas abreviaciones y cambios que quiero indicar, destacando varios rasgos característicos de Mateo, un evangelio judío que es al mismo tiempo universal (abierto a todos los pueblos), pues nos sitúa en el espacio original de la existencia humana que es la salud y la comida:

‒ Curar y dar de comer(14, 13). Jesús huye, quiere resguardarse de Herodes, pero la gente le sigue (como había seguido al Bautista). En esa situación, busca un lugar deshabitado (una zona de desierto), sólo ellos. Pero la gente viene a buscarle, abandonando las ciudades, donde podían obtener comida. Pues bien, Jesús ve a la muchedumbre, y siente compasión, lo mismo que en Mt 9, 36, donde se dice que las gentes vagaban perdidas y enfermas, como ovejas sin pastor, cosa que aquí ya no se afirma (aunque se supone). Según el evangelio de Mateo, los dos gestos principales de Jesús son curar y alimentar[2]. En este contexto los evangelios acogen la ayuda de, pero la expresan de formas diferentes.

(a) Mc 6, 34 pone de relieve la educación y la comida. Enseñar y dar de comer, estos son los gestos principales del Mesías: Jesús empezó a enseñarles muchas cosas, para darles después de comer.

(b) Mt 14, 14 destaca la curación y la comida: Primero está la curación, la salud; la verdadera enseñanza es que los hombres y mujeres puedan vivir sanos, superar la enfermedades. Lo primero es eso que pudiéramos llamar el compromiso sanitario, luego viene la comida.

‒ De la salud al pan, la multiplicación(14, 15-21). Lógicamente, después de las curaciones viene la “alimentación” pues el hambre es un tipo de enfermedad (quizá la primera de todas). Alimentar es “curar” en el sentido originario, para que los hombres y mujeres más debilitados tomen fuerzas (=puedan vivir), sin ser dominados por la mayor aflicción que es la falta de comida, especialmente en situaciones de inseguridad económica y enfrentamiento social, como había indicado ya el relato original del paraíso (Gen 2-3), donde Dios quiere ante todo que los hombres y mujeres coman y vivan[3].

Dadles de comer vosotros

  Frente a la propuesta de los discípulos que quieren despachar a la gente, a fin de que los ricos puedan comprar (de manera que los que pueden compren para comer y los demás sigan con hambre), Jesús instaura otro sistema (dadles vosotros de comer), pasando así del modelo de la compra-venta al de la comunión. Ciertamente, los discípulos plantean el tema en plano económico (sólo tenemos cinco panes y dos peces: 14, 17); pero Jesús les responde subiendo de plano y diciendo “traedlos aquí” (los panes y los peces), haciendo que se sienten todos (sin preguntar de dónde viene de cada uno), sobre la yerba del campo[4].

Esta alimentación es, con las curaciones de Mt 11, 2-5, la acción más significativa de Jesús, su gesto sacramental por excelencia, expresión de su compromiso a favor de los pobres (que son evangelizados ante todo a través de la comida: 11, 5). En este contexto se entrelazan, partiendo de la muerte del Bautista, y en contra de la política de Herodes, la necesidad de la muchedumbre (enferma, hambrienta) y la estrategia compasiva de Jesús ( tuvo misericordia de ellos, 14, 14). En vez de ocultarse, por miedo a compartir la suerte del Bautista, él ha respondido al otro lado del mar, de manera más provocadora, curando a los enfermos de la muchedumbre que le busca.

Bendecir a Dios, dar de comer (14, 19).

Tras curar a los enfermos, Jesús alimenta a los hambrientos con los panes y peces de fraternidad mesiánica, iniciando así el momento central de su tarea, al servicio de los pobres (14, 19-20). Frente al Bautista, que no comía ni bebía (11, 18), Jesús responde bendiciendo al cielo/Dios por la comida, partiendo los panes y los peces que así ofrece a sus discípulos, para que ellos los repartan al pueblo. En contra del Diablo que intentaba dominar a los hombres con pan (4, 1-4), Jesús regala el pan y lo comparte como signo de bendición divina y abundancia humana.

 ‒ Panes discutidos. Ese mismo banquete (ofrecido a los expulsados) suscita gran rechazo de parte muchos, como sabe Jesús cuando dice que la Reina del Sur y los habitantes de Nínive se alzarán contra esta generación (cf. Mt 12, 41s), porque ellos, sin ser israelitas, aceptaron a Salomón y a Jonás, mientras que ahora los galileos no acogen su Reino. En esa línea se había situado la acusación de Jesús contra las poblaciones de Corozain, Betsaida y Cafarnaúm por no haber aceptado su mensaje (Mt 11, 21-24), mientras que las ciudades paganas de Tiro y Sidón lo habrían acogido, de haberlo escuchado.

El mismo programa y camino del pan de Jesús, que es para todos, suscita el rechazo de los privilegiados que quieren un pan exclusivo, sólo para ellos, pan separado, de puros y ricos, mientras los otros pasan hambre. En esa línea, perseguido por Herodes, él ha sacado a sus discípulos del espacio social resguardado de los poderosos, para iniciar con los pobres un camino de pan universal y compartido, desde fuera de la sociedad establecida (en un campo desierto…)[5].

Mesías de panes y peces. Según el relato del maná (Éxodo), Dios ofrecía por Moisés, su pan de cielo en el camino del desierto. Ahora Jesús se encuentra con la muchedumbre en la misma situación (14, 15: en un lugar desierto), y ofrece comida a los que tienen hambre, precisando así el centro y sentido de su mensaje mesiánico: (a) Por un lado, bendiceal Dios del pan compartido, en la tierra de todos, entendida como templo universal, lugar de culto supremo para el conjunto de la humanidad. (b) Por otro lado dice a sus discípulos que alimenten a la muchedumbre (14, 16: dadles vosotros mismos de comer, trazando así el camino de la iglesia.

De esa manera establece el “código” nuevo de la comunidad mesiánica, centrado en los panes y peces, sobre el campo universal, para todos los que vienen, frente a un tipo de judaísmo rabínico que sigue recordando con nostalgia los signos/sacramentos del templo y sus prácticas de pureza, propias de privilegiados. Ésta es comida sagrada (don de Dios), siendo, al mismo tiempo, “pan nuestro de cada día” (cf. oración de Jesús; 6, 11). Frente a la desconfianza de los discípulos, que empiezan diciendo que sólo tienen siete panes y dos peces (¡dieta mediterránea!), el relato termina hablando de una gran cantidad de sobras: Doce canastos llenos, que simbolizan la riqueza de Israel, de manera que puede suponerse que los que vienen y comen son judíos marginales, pero no en cuanto opuestos a los gentiles, sino como signo de toda la humanidad.

       Esos doce canastos (¡todo Israel!) no son posesión o capital, un tesoro utilizado para dominar a los demás, sino signo y principio de gratuidad compartida. No son comida para algunos, sino pan para todos, un Israel que se abre y regala lo que tiene sobre el campo extenso de la vida. Jesús había comenzado a realizar un gesto de retirada, queriendo alejarse del peligro de Herodes; pero ese mismo gesto le ha llevado a encontrarse con la muchedumbre de los necesitados[6].

ANEJO. LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES EN LOS EVANGELIOS

Primera multiplicación, comida y abundancia (Mc 6)

  Como acabo de indicar, el proyecto Zaqueo no es imposible, sino todo lo contrario, es lo más posible de todo, si es que los hombres y mujeres se dejan cambiar en la línea de una economía de la abundancia, que no destruye lo que hay (condenando a la pobreza a unos y otros), sino que multiplica lo que hay, como indican los relatos de las multiplicaciones. Éste es el primero. Una muchedumbre ha seguido a Jesús al descampado…

   Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle: El lugar está despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los campos y aldeas del entorno y compren algo de comer. Y respondiéndoles les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos le contestaron: ¿cómo podremos comprar nosotros pan, por valor de doscientos denarios, para darles de comer? Él les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron, le dijeron: Cinco panes y dos peces.

              Y les mandó que se reclinaran todos por grupos de comida sobre la hierba verde, y se sentaron en corros de cien y de cincuenta. Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces para todos.  Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos de pan y de sobras del pescado. Los que comieron los panes eran cinco mil hombres (cf. Mc 6, 35-44)         Este relato marca al paso de una comunión de doctrina a la comunión del pan.Los discípulos no han opuesto ninguna objeción cuando Jesús habla “de balde” a todos (sin pedirles nada), pero se extrañan y responden cuando él les pide que alimenten a la muchedumbre con sus propios panes y peces. Esos discípulos piensan que podemos y debemos ser hermanos en doctrina, a nivel de teorías. Pero Jesús les pide   que ofrezcan y compartan aquello que han traído y que ellos guardan para cubrir sus necesidades. No es que se opongan, pero empiezan pensando que no tienen (que no hay) panes suficientes para todos:

  1. A diferencia de sus discípulos, Jesús sabe y dice que, al repartirse, los panes (¡no el dinero separado de los panes a modo de capital!) no se acaban, sino que se multiplican. Éste es el “jubileo” cristiano de la abundancia: no se trata simplemente de volver a repartir las tierras, cada 49 años, para que cada uno posea y cultive la suya con independencia (como pedía Lev 25), sino de compartir fraternamente todo. Esta es la comida “de cada día”, con pan y peces, es decir, con los alimentos normales de la gente del entorno. Jesús no empieza centrando su mensaje en un rito selectivo, propio de los purificados (como hacen esenios y fariseos), sino que ofrece su comida a los que vienen, sobre el campo abierto, ámbito de encuentro para todos los seres humanos.
  2. Los discípulos no tienen “dinero suficiente” (doscientos denarios…), pero tienen y pueden (deben) compartir un tesoro mucho más importante:  el pan y los peces de la comida concreta, en grupos de conversación, de encuentro humano, de alabanza. Ciertamente, este pasaje recoge y relata un recuerdo de la historia de los discípulos de Jesús, que comparten lo que tienen con todos los que han ido a su encuentro, en gesto generoso de abundancia, de palabra y comida fraterna. Pero, al mismo tiempo, este recuerdo ha sido recreado desde la experiencia pascual de la Iglesia, en un contexto de multiplicación de vida.
  3. Comida para todos los que vienen, en el campo abierto…Éste es un problema ante el que nos encontramos de pronto, de lleno, nosotros los “ciudadanos” de una ciudad rica (Europa, USA etc.), penando que nuestra comida no alcanza, que no podemos abrir la valla o derribar el muro, para que vengan y entre todos los mendicantes de la tierra, hispanos o subsaharianos, del próximo o lejano oriente… Tenemos miedo, no queremos perder nuestra comida para nosotros y para ellos. En esa línea, los discípulos empiezan poniéndose al nivel de Mammón (Mt 6, 24) y se declara incapaces de alimentar a tanta gente: haría falta muchísimo dinero…
  4. Por eso, quieren despedir a los “intrusos”:¡que se vayan, que compren quienes puedan! Ellos, los representantes de una iglesia que se identifica pronto con el mundo pretenden resolver el tema de la humanidad (el hambre) acudiendo a la lógica del capital y salario: todo se vende, todo puede comprarse con dinero. Pues bien, en contra de eso, Jesús les conduce al lugar de la gratuidad: Dadles vosotros… ¿cuántos panes tenéis?... (Mc 6, 37-38). De esa forma supera el talión económico (ojo por ojo, pan por dinero), introduciendo en la iglesia el principio de la donación y gratuidad activa (dar). El problema de la humanidad antigua y moderna no es la carencia (falta de producción), sino el reparto y comunión de bienes y vida. Los hombres actuales (principio del siglo XXI) hemos aprendido a producir: la tierra ofrece bienes para todos. Pero no sabemos y/o no queremos compartir: seguimos encerrando en los bienes que tenemos, cada uno, cada grupo; no sabemos, no queremos multiplicarlos al servicio de todos los humanos.
  5. Una comida laical (civil) y religiosa. Es laical,en sentido originario: alimento del laos o pueblo formado por los necesitados que acuden buscando palabra y pan. Todo resulta natural en ella: no hacen falta sacerdotes superiores, ni ceremonias de pureza, ni templos ni ritos cultuales, a no ser que digamos que el rito es la misma vida, la comunicación humana, a nivel de palabra y mesa, de comida. Por eso, los relatos de multiplicaciones, superando la barrera de la diferencia de clase o pueblo especial, nos conducen a un lugar y donde pueden encontrarse todos, judíos y gentiles, cristianos y no cristianos, creyentes religiosos o simples hambrientos de pan y palabra, sobre el ancho campo de la vida.
  6. Religiones y ritos nacionales separan a los hombres, ideologías y políticas sacrales les distinguen, conforme a las diversas escuelas y templos donde acuden para cultivar sus distinciones. Pues bien, Jesús les reúne o, más bien, les acoge en el ancho campo, sin preguntarles por su origen y creencia, para ofrecerles la palabra de la vida, el pan y peces que a todos sirve de alimento. Pero, al mismo tiempo, siendo totalmente “civil” (laical), esta es una comida sacral, porque en ella se puede bendecira Dios, dándole gracias por el don de la vida y la comunión alimenticia. Normalmente, los hombres han buscado y elevado oraciones en los grandes momentos: fiestas sagradas, templos… Pues bien, Jesús ha orado fuera del templo, en el campo abierto, convertido en lugar de encuentro y mesa, iniciando un rito básico de comunión universal con cinco panes y dos peces: “Mirando al Cielo, bendijo y partió lo panes y los dio a los discípulos para que los repartieran…” (Mc 6, 41).
  7. Esta comida es la Iglesia (la humanidad reconciliada)Al escoger este signo del pan multiplicado (con los peces) Jesús ha querido situarse y situarnos al principio de la historia, en un lugar de paso y encuentro universal, al descampado (cf. Mc 6, 32), en territorio de todos, sin ser exclusivo de nadie, sobre la hierba verde (6, 39) que es signo de primavera y nuevo nacimiento. Por eso, su comida es mesiánica, es decir, universal y se realiza en  el campo de Galilea, lugar abierto a (y signo de) todas las naciones, no en el templo especial del judaísmo (Jerusalén). Ciertamente, sobre esta comida mesiánica (=cristiana) pueden proyectarse imágenes y rasgos de fiestas religiosas especiales. Pero Jesús ha hecho algo mucho más sencillo y profundo: ha querido situarnos en la base y fuente de la fiesta de la vida, del pan y los peces compartidos, bendiciendo a Dios, en fraternidad.

 Otras religiones o grupos sociales han cultivado diversos ritos de sacralidad nacional, con un orden de templo, y comidas y fiestas especiales. Pues bien, los discípulos de Jesús sólo consideran esencial este rito real de la comida compartida: no necesitan días especiales para reunirse y celebrar, ni templos santos exclusivos, ni cultos separados para descubrir la grandeza de Dios. A ellos les bastan unos peces y unos panes, para compartirlos, en comunión abierta todos los pueblos de la tierra. Lógicamente, si llevan consigo ese signo del pan mesiánico, sin mala levadura de imposición política (Herodes) o pureza ritualista (fariseos), ellos podrán embarcarse sobre el mar de la historia, sin miedo a perderse, como sabe Mc 8, 14-21.

            De esta forma emerge la abundancia: hay panes y peces para todos. La tradición bíblica había elaborado la leyenda del maná, para indicar la bendición y providencia de Dios sobre el pueblo, en el desierto. Pues bien, ese maná se expresa ahora por los panes y peces que la comunidad de Jesús pone al servicio de los humanos. No hace falta maná externo, milagros de panes que caen del cielo. El auténtico maná es experiencia gozosa y abundante de panes y peces compartidos.

Segunda multiplicación. Un camino abierto (M 8)

  La anterior (Mc 6,30-44), presentaba la multiplicación como banquete final ofrecido por Dios a Israel, el pueblo de las doce tribus, aunque abierto a todas las naciones. Ésta insiste en lo mismo, pero recogiendo otros aspectos importantes. Por eso, los evangelios de Marcos y Mateo (cf. 15, 32‒39) han sentido la necesidad de repetir, desde esta perspectiva, el tema de las comidas de Jesús, para poner de relieve la trascendencia y apertura universal de su proyecto:

Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no hubiera comida, Jesús llamó a los discípulos y les dijo: Tengo compasión de esta gente: llevan tres días conmigo y no tienen que comer. Y si los despido en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos.  Sus discípulos le replicaron: ¿Quién podrá saciar aquí a todos estos con panes en el desierto? Y les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: Siete.  Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo.

              Tomó luego los siete panes, dio gracias (eukharistêsas), los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Y los repartieron a la gente. Tenían además unos pocos pececillos. Y habiéndolos bendecido (eulogêsas) mandó que repartieran también estos.  Comieron hasta saciarse y llenaron con las sobras siete cestos. Eran unos cuatro mil (Mc 8, 1-9).

  La escena recoge elementos anteriores, interpretándolos de un modo distinto, desde la perspectiva de los pueblos paganos del entorno de Galilea, en perspectiva de compasión. Jesús ha recibido y cuidado a muchos hombres y mujeres que han venido a escuchar su palabra. Ahora, pasado un tiempo (tres días), debe despedirles, pero no pueden ir hambrientos. pues algunos han venido de lejos (quizá de tierra pagana: apo makrothen: 8, 3). Es tiempo de comida compartida.

  1. Escasez. Frente al deseo de Jesús, ha destacado Mc 8, 4 laincredulidad de los discípulos: no entendieron la enseñanza y signo de Mc 6, 30-44. Siguen sin entender. Los primeros discípulos sintieron la dificultad de ofrecer comunión (palabra y pan compartido) a miles y millones de hambrientos. Ahora no aducen falta de dinero (Cf. Mc 6, 37), sino escasez de comida (cf. Núm 11, 12-15: ¿Quién saciará a todos estos…?
  2. Abundancia.Frente al realismo miedoso de los discípulos, Jesús destaca la abundancia que se genera y pone en marcha allí donde los dones de la vida se regalan. No quiere dar una lección a los de fuera (¡que aprendan, que cambien…!), sino animar a sus discípulos, para que ellos empiecen dando lo que es suyo. No pregunta ¿cuántos panes tienen? sino ¿cuántos tenéis? (8, 5). Esta es la lección más difícil de vida cristiana, la verdadera transubstanciación: Que la Iglesia regale sus panes, que comparta con todos su comida. En este contexto, allí donde sus discípulos no sólo dan lo propio (panes y peces), sino que se vuelven servidores del banquete que ellos mismos ofrecen, se inicia y culmina la iglesia como expresión de gratuidad (eucaristía).
  3. Miedo. En el fondo de esta multiplicación resuena la historia de Moisés en el Éxodo, cuando dice a Dios: “Este pueblo cuenta 600.000 varones ¿y dices que les darás carne para un mes entero? Aunque se mataran para ellos rebaños de ovejas y bueyes, ¿bastaría acaso? Aunque se juntaran los peces del mar ¿habría suficientes?” (Moisés en Num 11, 21-22; cf. Mc 8, 4). También los discípulos de Jesús: piensan que no habrá suficiente. En contra de eso, él promete abundancia generosa, asumiendo el gesto de Dios que alimenta a todos en el desierto (cf. Ex 16, Num 11).

           Hoy vivimos en una cultura de abundancia miedosa. Cuanto más tenemos más tememos perderlo (que no sea suficiente). Sobra pan, derrochamos comida. Pero no sabemos o queremos compartir. Nuestro problema no es la escasez de bienes, sino la falta de voluntad para compartirlos, en plano integral. Por eso es importante la indicación del fin del texto: sobraron siete cestos… (Mc 8, 8). En la multiplicación anterior sobraban doce (6, 43), uno por cada discípulo de Jesús o por cada tribu de Israel. Ahora sobren siete, evocando el conjunto de la humanidad, los siete días de la creación (Gen 1).

Éste pasaje nos permite comprender el sentido de las comidas de Jesús. Es fácil organizar comidas ajenas, diciendo a los demás que sean generosos. Más difícil resulta ofrecer en el banquete aquello que somos y tenemos (panes y peces), volviéndonos así servidores de los otros. En el entorno cultural pagano, quien daba de comer se hacía honrar como patrono. Por el contrario, en línea de Iglesia, aquellos que alimentan a los otros se vuelven servidores.

Marcos ha situado esta segunda multiplicación de Jesús en tierra pagana (cf. Decápolis: Mc 7,31), pues él (su Iglesia) debe saciar (khortasai) no sólo a los hijos israelitas (cf. Mc 6,42; 7,27), sino a todos los que vienen (cf. Mc 8,8), por medio de la iglesia. Ésta es la verdadera liturgia, el rito fundante de la iglesia, como muestran las dos palabras fundamentales de la “celebración” cristiana de la vida, que son eucaristía (acción de gracias) y eulogía (bendición).

La vida entera aparece así como una acción de gracias (eucaristía), que se expresa en la generosidad de los bienes compartidos y en la gracia de la comunión: Comer juntos, dialogando en amor (aprendiendo y compartiendo). La vida entera es, al mismo, una bendición, un don, un regalo ofrecido y compartido. La bendición significa abundancia, generosidad. En esa línea, la Iglesia de Jesús ha de entenderse como institución de generosidad sacral y social.

Ciertamente, la Iglesia celebra una eucaristía más sacral, que se reserva en principio a los creyentes, que recuerdan la muerte de Jesús, como pan compartido, en la liturgia de la Cena (de la misa). Pero en un sentido extenso (recordando y compartiendo el camino de Jesús) todas las comidas son eucaristía, acción de gracias y bendición, en gesto abierto a todos los hombres y mujeres.

En esa línea, debemos recordar que este relato de la segunda multiplicación (Mc 8, 1‒10), lo mismo que el anterior (Mc 6, 30-46), acaba con una despedida. Jesús no reúne y alimenta a la muchedumbre para servirse luego de ella y construir un reino estable, con un templo, una administración y un ejército, como quieren hacer, según Jn 6, 14-15, aquellos que han compartido su comida de un modo egoísta. Al contrario, a los que han comido con él, Jesús les envía nuevamente al mundo (a los lugares de origen), como fermento de evangelio, es decir, de buena nueva de humanidad reunida en torno al pan y los peces (el pan y el vino) de la eucaristía.

Los cristianos no deben formar comunidades cerradas, en torno a unas comidas ritualizadas en sentido celota (como reino nacional) o esenio (como los separados de Qumrán). Al conario, ellos se reúnen, en nombre del Jesús pascual, a campo abierto, en gran número, compartiendo panes y peces, para iniciar un proyecto y camino de comunión de mesa.

No forman sólo pequeñas comunidades establecidas en las casas (cf. Mc 2, 1-12; 2, 13-18; 3, 20-35; 4,10-12), sino grups de cuatro mil o cinco mil adultos, seguidores de Jesús. No necesitan edificios propios, no crean grupos de vida que se clausura en sí misma, sino que siguen habitando en sus aldeas y/o pueblos, pero se reúnen a veces por un tiempo (tres días…), para compartir la palabra y comer juntos, volviendo después a sus casas.

Me parece aventurado precisar con más detalle cómo fueron aquellas asambleas de multiplicación, animadas por los enviados de Jesús, aunque ella formaban, posiblemente, el aspecto más visible de las iglesias galileas, que vinculan experiencia pascual y eucarística. Es muy posible que en ellas la presencia y acción de Jesús esté representada por los panes y los peces de las comidas celebradas en su nombre.  Ciertamente, la eucaristía oficial (sacral) de la iglesia será la de la Cena del Señor. Pero como saben los evangelios, incluso Juan, sin aquella primera de los Panes y Peces (de vida concreta, de encuentro con todos los humanos), la Eucaristía de la última cena perdería su sentido.

[1] Sobre la multiplicación, cf: J. Dupont, Jésus aux origines de la christologie, Duculot, Gemblous 1975, 303-329; M. Fowler, Loaves and Fishes.The Function of the Feeding Stories in the Gospel of Mark, Scholars, Chico CA 1981; I. La Potterie, Le sens primitif de la multiplication des pains, en H. Patsch, Abendmahlsterminologie außerhalb der Einsetzungsberichte, Echter, Würzburg 1983; E. Tourón del Pie, Comer con Jesús. Su significación escatológica y eucarística: RET 55 (1995) 285-329, 429-486; J. M. van CanghLa multiplicationdes pains et l’eucharistie, Cerf, París 1975.

[2] De esa forma se vinculan dos gestos: (a) Huida prudente, escapándose de Herodes que quiere matarle. (b) Respuesta de la muchedumbre que le busca, rompiendo (superando) el cerco de Herodes, y provocando la misericordia de Jesús. El Reino de Dios se expresa aquí en dos signos: curar y alimentar. Jesús no enseña, a diferencia de lo que sucede en Marcos (6, 34), sino que cura y alimenta. Éstos son sus signos, ésta es su tarea: Cura a los enfermos para que puedan comer, compartiendo el pan; anuncia el Reino en un mundo donde se extiende el hambre y la opresión. Por eso, tras haber dicho que el hombre no sólo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4; cf. Lc 4, 4), ha debido traducir su palabra en forma de pan, que él ofrece y comparte con muchos campesinos galileos, en contra del rey Antipas, que no da de comer, sino que empobrece a la gente. Por eso, la llegada del Reino debía expresarse en forma de comida ¡bienaventurados los hambrientos! ¡los hambrientos serán saciados!. En ese contexto se dice que Jesús tiene misericordia de los hombres y mujeres y le cura, con splangnisthomai que aparecía ya en 9, 36, evocando el movimiento interior de compasión, en la línea del amor entrañable, como en el hebreo rehem. Completando esa palabra, Mateo utiliza también eleos, con sus derribados, que hemos visto en 9, 13 y 12, 7, y veremos en 23, 23, en el sentido de justicia misericordiosa (cf. también 5, 7; 6, 2- 4; 9, 27; 15, 32; 20, 30-31). Cf. X. Pikaza y J. A. Pagola, Amor entrañable. Las obras de misericordia, Verbo Divino, Estella 2016.

[3] La comida separaba no sólo a ricos y pobres, sino a puros de impuros, a judíos de gentiles, impidiendo una comunión universal. Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere y promueve una comida que vincule a todos, y de esa forma se introduce en el centro real de la conflictividad humana, en un tiempo de hambre y de fuertes divisiones sociales y sacrales. Su mensaje y camino de Reino es mensaje y camino de pan (multiplicaciones, Última Cena).

[4] El evangelio nos sitúa así ante un relato de humanidad, no de grupo separado, vinculando a todos ante los panes y los peces, por encima de las leyes alimenticias de separación. Conforme a la Escritura de Israel, Dios había prometido desde antiguo su comida a todos, pero de forma preferente a los buenos judíos (elegidos). Pues bien, siguiendo la inspiración y experiencia del Bautista (cf. 21, 32), Jesús ha descubierto que los invitados preferentes han rechazado la llamada: no han venido, ni quieren que otros vengan, y responde extendiendo la invitación a los “cojos, mancos, ciegos”, a los expulsados por razones sociales y/o religiosas. Precisamente ellos, artesanos, oprimidos y negados del sistema social (prescindibles), son privilegiados de Dios (Mt 22, 1-14; cf. Ev. Tom 64).

[5] En esa línea, un texto del Q (Lc 13, 28) afirma que vendrán para el banquete gentes de todas las naciones (norte y sur, levante y poniente), mientras los hijos del Reino (israelitas, elegidos) quedan excluidos (Mt 8, 11-12). Ese banquete ha comenzado ahora, en un lugar donde todos puedan vincularse, abriendo un conflicto con aquellos que quieren asegurar sus panes materiales y espirituales, sociales y religiosos a costa de los otros.

[6] La clave del “milagro” no es un aumento físico de panes y peces, sino la solidaridad y comunión humana. Más que de multiplicación material, debemos hablar de alimentación mesiánica, en un contexto por ahora más israelita (Mt 14, 13-21; cf. Mc 6, 31-46;), y que luego será más gentil, desbordando las fronteras del judaísmo (Mt 15, 32-39; cf. Mc 8, 1-12). Estas multiplicaciones/alimentaciones evocan la fraternidad que surge y se despliega allí donde hombres y mujeres son capaces de dar y compartir lo que tienen, desde la pobreza, anunciando así la llegada del Reino. La conversión de las piedras en pan, que el Diablo promete a Jesús, habría sido un prodigio satánico de magia (cf. Mc 4, 1-4 par), no un milagro de Reino, que consiste en la comunicación de la vida con (desde) los pobres, en fraternidad mesiánica.

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