Dadles vosotros de comer…
“Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos…
(Me acuerdo muy bien de El.
A todas horas.
Me acuerdo de El, buscándolo;
sintiéndome buscado por sus ojos gloriosamente humanos).
“En él, nuestras penas…”
(La soledad innata, donde crezco
como un tallo de menta.
El complejo indecible que me envuelve
las raíces del alma más profundas,
abiertas sólo a Dios, como al océano…
La durísima cruz de esta esperanza
donde cuelgo seguro y desgarrado.
La infinita ternura que me abrasa
como un viejo rescoldo
de montañas nativas.
La impaciencia sin citas y sin puertos…
“En El, nuestra Paz…”
(La Paz pedida siempre.
La Paz nunca lograda.
La extraña Paz divina que me lleva
como un barco crujiente y jubiloso.
La Paz que doy, sangrándome de ella,
como una densa leche).
«¡En El, la Esperanza, y en El la Salvación!”
(...Y entretanto celebro su Memoria,
a noche abierta, cada día…).
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Pedro Casaldáliga
Clamor elemental
Editorial Sígueme, Salamanca 1971
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Jesús, al enterarse de lo sucedido, se retiró de allí en una barca a un lugar tranquilo para estar a solas. La gente se dio cuenta y lo siguió a pie desde los pueblos.
Cuando Jesús desembarcó y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que traían.
Al anochecer sus discípulos se acercaron a decirle:
– El lugar está despoblado y es ya tarde; despide a la gente para que vayan a las aldeas y se compren comida.
Pero Jesús les dijo:
– No necesitan marcharse; dadles vosotros de comer.
Le dijeron:
– No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.
El les dijo:
–Traédmelos aquí.
Y después de mandar que la gente se sentase en la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos y éstos a la gente.
Comieron todos hasta hartarse, y recogieron doce canastos llenos de los trozos sobrantes. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
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Mateo 14,13-21
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[El autor, un médico alemán, recuerda la experiencia vivida en las minas de Vorkuto, un campo de concentración soviético, el número 9/IO].
Cada mañana, hacia los cuatro, se celebraba la santa misa y se distribuía la comunión. Del grupo que estaba orando, se apartó un minero, vestido como los demás, con un mono, y se acercó al altar improvisado (a unos doscientos metros bajo tierra). Era el sacerdote. Después, de la muchedumbre salió otro: el ayudante. Sobre el altar improvisado, un minúsculo cáliz y un misal pequeño. El ayudante sacó del bolsillo del mono una campanilla minúscula. El cáliz de plata medía unos siete centímetros de alto y cuatro de ancho y había sido hecho por los mismos mineros. Durante la santa misa, muchos se acercaron poro recibir lo comunión. Las hostias venían de Lituania. Los comunistas, que no subían de qué se trataba, les llamaban “pan lituano”. El vino llegaba con enormes dificultades al campo de concentración de Crimea. Durante lo Pascua, más de cuatrocientos pudieron comulgar. A los mineros les entregaban, según lo acordado, una cajetilla de tabaco y, debajo de la primera fila de cigarrillos, les colocaban el Santísimo envuelto en un trocito de cándido lino. La hostia consagrada se partía y era distribuida entre cuatro personas, más o menos.
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cf J. Scholmer,
Die Toten kehren ziiruck (Los muertos regresan),
Berlin 1954.
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