Dom 15 tiempo ord.: 12 Julio 2020. Mt 13, 3-9 Salió el sembrador a sembrar… (Mt 13, 3). Hace tiempo que ya no salimos…
Ésa es mi impresión y la de muchos.
Salió Jesús a sembrar… y así empezó el evangelio en Galilea, pero nosotros, en la nueva Iglesia de Occidente, parece que hace tiempo no salimos, a pesar de Francisco diga que seamos “iglesia en salida”
Se detuvo la siembra por miedo,por falta de fe, por cansancio… En vez de sembrar hemos preferido guardar el rebaño. Ligeros de equipaje nos mandó Jesús (Mr 10 par); pero hemos tenido muchas cosas que guardar, y así las guardamos, como pastores de rebaños ricos, bien estabulados, no sembradores de campo y aire abierto de evangelio.
Decía el Qohelet 31, 1-8 que hay tiempo de sembrar (plantar) y tiempo de cosechar… Jesús supo que era tiempo de sembrar, así fue sembrando en toda tierra, especialmente entre los cojos-mancos-descartados de su pueblo. Pero nosotros en general hemos dejado de hacerlo. Es tiempo de hacerlo: O sembramos nuevos campos o perdemos el rebaño.Éste es el tema del evangelio del domingo 12.7.20 (15 tiempo ordinario):
Salió a sembrar en toda tierra el Reino… y precisamente por hacerlo como él hizo, sembrando en toda tierra, sin limitarse a mantener según ley oficial su rebaño, por sembrar donde decían que no era lugar ni momento de siembra (entre pobres, excluidos, enfermos, desterrados, impuros…) le mataron, y su vida así sembrada fue semilla de Reino en toda tierra.
Ahora, este año 2020, son muchos los que dicen que llevamos decenio sin haber sembrado. Vivimos de rentas caducadas y de rebusca mezquina (esto es, pequeña), mientras la tierra se angosta sin agua de vida, sin semilla de palabra. Nos hemos especializado en ser pastores de un rebaño de rediles viejos, mientras son pocos los que salen a los campos de la siembra
Dicen que llevamos decenios sin siembra verdadera de evangelio. Tenemos espléndidos guardianes, pastores de rebaños sometidos, de tiempos antiguos. Discutimos sobre restos de cosechas viejos, inmatriculando inmuebles para los turistas, guardando a los muertos, sin pensar ya en lo que decía Jesús: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8, 22).
Es importante enterrar a los muertos, pero los mensajeros del evangelio no están ya para eso, sino par anunciar y promover la vida. El papa Francisco nos dijo que saliéramos al campo, que oliéramos a oveja… Jesús nos dice hoy que tomemos el zurrón de las semillas y sembremos, a fondo abierto, en esperanza de futuro, en toda tierra.
Evangelio del domingo
Quizá no lleguemos a ver la cosecha, pero tenemos que sembrar y sembrar ya “como locos”- No busquemos cosecha para nosotros, no discutamos por dudosos dividendos que se acaban. Salgamos ya a sembrar, cada uno con su zurrón de palabra sobre el hombre, en este otoño-invierno que se agranda. Desde ese fondo podemos escuchar el evangelio de este domingo:
Mt 13 3b Salió el sembrador a sembrar, 4 y, al sembrar, unas semillas cayeron al borde del camino; y vinieron los pájaros y las comieron. 5 Y otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y, como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemaron y por falta de raíz se secaron. 7 Otras, en cambio, cayeron entre zarzas, y crecieron las zarzas y ahogaron la semilla. 8 Pero otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien; otras sesenta; otras treinta. 9 Quien tenga oídos oiga[1].
Comentario (Del evangelio de Mateo )
Jesús nos ha hecho sembradores de Palabra. Éste es nuestro primer oficio en la iglesia. Hay un sembrador principal que es Dios; hay un director de sembradores que es Jesús… Con él estamos todos nosotros, sembradores de evangelio en las nuevas tierras de la vida, el año 2020. Vamos a sembrar, hermanos. Escuchemos lo que dice el evangelio: Vino el Sembrador y su semilla “cae” (cayó: epesen) sobre tierras muy distintas, lo que plantea inmediatamente dos preguntas que quedan sin respuesta (12, 35):
‒ ¿Por qué hay diversas tierras, y algunas son malas para la semilla: el camino, el pedregal, el zarzal? ¿No hizo Dios todas las tierras buenas (Gen 1)? El problema no se resuelve simplemente diciendo que las tierras son los seres humanos que deben hacerse buenos, como en la forma actual de la parábola, sino que debemos preguntar: ¿por qué hizo Dios o permitió que hubiera tierras malas, hombres y mujeres que parecen incapaces de acoger la semilla?
‒ Si el sembrador es Dios ¿por qué actúa de esa forma, como si no conociera su oficio? ¿Por qué ha dejado que parte de su semilla cayera en la tierra dura del camino, en el zarzal o el pedregal? ¿Por qué no ha hecho primero que todos los terrenos (hombres y mujeres) fueran buenos? En esa línea, el texto parece estar suponiendo que Dios (o el mesías sembrador) no conoce bien su oficio, pues malgasta semilla en terrenos al parecer poco aptos. ¿O es que Dios quiere que todos los terrenos sean aptos?
— Esto significa que el mesías de Dios no realiza su obra a solas, desde arriba, de manera que todo dependa solamente de él, pues su acción/palabra está condicionada por otros agentes, es decir, por nosotros, que somos su cuadrilla de sembradores.
— Eso significa que la siembra del Dios-Mesías depende de que nosotros (sus sembradores) salgamos al campo de la vida y sembremos su palabra en toda tierra, de forma creadora. Eso sigue significando que la obra mesiánica se entiende en forma dramática y dialogal, condicionada no sólo para bien, sino también para mal, por la acogida-respuesta de los hombres, conforme a la división de las diversas tierras, que no parece paritaria, sino desigual (pues hay tres tipos de mala tierra, y sólo un tipo de buena):
‒ Camino duro y pájaros (13, 4). Sembrar en el camino, sin que la semilla pueda hundirse en la tierra, es dejarla a merced del viento o de los pájaros. Jesús ha de saberlo, y sabe (en forma de parábola) que los pájaros están ahí, formando una amenaza para la siembra, un riesgo para la obra de Dios. Sobrevuelan sobre el campo; pero sólo son peligrosos allí donde la tierra es dura y no absorbe la semilla, es decir, allí donde es como un camino pisado y repisado.
Éstos son los pájaros de Dios de Mt 6, 25-34 (señal de su providencia generosa), pero mirados desde otra perspectiva, esos pájaros son signo del peligro que corre la semilla cuando no penetra en la hondura de la vida humana, quedando así a merced de esos pájaros, que comen todo lo que encuentran. ¿No se podría decir, en esa línea, que las semillas del camino son bendición para los pájaros, pero no sirven para la cosecha?
‒ Pedregal y sol que quema la semilla (13, 5-6). El sol es necesario para que madure la semilla, como saben bien los agricultores. Sin tierra con agua (¡aquí ausente!) y sin luz-calor de sol no hay cosecha. Pero allí donde la tierra carece de profundidad y no acoge en hondura la semilla, y no permite que las raíces de la planta penetren y se arraiguen, por ser pedregosa, en vez de tener profundidad y ofrecer un “humus” (lugar de alimentación y crecimiento para la semilla), calienta el sol y se convierte en fuego que calcina y quema la planta recién nacida. Dios mismo es semilla, pero si el hombre no tiene profundidad y no le acoge ni Dios puede germinar en su tierra.
‒ Campo de espinas que ahogan la semilla (13,7). Además de los pájaros del aire y del sol ardiente, que quema las pequeñas raíces de las plantas en tierra pedregosa, la siembra puede y en algún sentido debe crecer en un espacio de “competencia biológica”, en un contexto de enfrentamientos vitales donde actúan también otras plantas que estaban ya allí, que (en sentido externo) pueden ser más poderosas que la semilla sembrada. Frente a la planta buena de Dios hay otras, que parecen más adaptadas y más fuertes y pueden ahogarla. También las espinas tienen derecho a crecer, también los cardos, todo tipo de variedades agrarias. Ciertamente, si quiere sobrevivir como especie “inteligente”, el hombre debe quitar espacio a las espinas y cardos, para que brote la buena semilla, pero si destruimos toda la inmensa variedad de especies vegetales que parece inútiles (con pesticidas…) corremos también el riesgo de destruir la vida humana.
‒ Semilla buena en tierra buena (13, 8). Aquí se expresa el “milagro” de la siembra: buena semilla en buena tierra. ¿Tierra buena “de Dios”, es decir, en estado natural, o tierra buena roturada y preparada, limpiada y regada cuidadosamente por los hombres? A pesar de todos los enemigos que pueden actuar y actúan, desde fuera y desde dentro de la tierra, el sembrador se arriesga, y prepara la tierra, y una parte de su semilla cae sobre un lugar adecuado, de manera que su obra resulta positiva, tiene éxito. Aquí también peguntamos: ¿Por qué es buena la tierra, en qué medida es obra suya y en qué medida es resultado del esfuerzo del labrador que la cuida y prepara?
Mirada desde sí misma, esta parábola no puede razonarse, está ahí, como una visión previa, para que aprendamos a pensar, para que respondamos. En ese contexto debemos plantear la función del mesías sembrador y de nosotros sus colaboradores, su cuadrilla de siembra, el año 2020.
Así nos dice Jesús que salgamos a sembrar, este año 2020, en esta tierra que muchos parecen haber abandonado. Podría haber dicho Jesús: Salió el sembrador y una parte de su semilla cayó entre ruinas de campo abandonados, por olvido quizá de los sembradores antiguos…,quizá por cambio de los tiempos.
Ampliación: Nueva enseñanza nueva siembra
Volvamos a leer el texto. Austeramente describe Jesús lo que sucede a la semilla, empleando experiencias normales de la agricultura, de manera que sus oyentes puedan entenderlo. Todo es normal, prosa concreta, sin atisbo de enseñanza exclusivista de corte de reyes o palacio de nobles. Pero escuchada mejor esa parábola y otras resultan sorprendentes, una enseñanza más alta y paradójica, pensada para que la gente piense por sí misma.
Una educación de campo. Esta parábola del sembrador parece sencilla… Muchos mayores tenemos todavía en los ojos la imagen del abuelo en los campos duros de la tierra antiguo. Aquel abuelo nos decía: Un buen sembrador siembra sólo en buena tierra y no desperdicia los granos entre piedras, caminos y zarzas. Jesús, en cambio, parece empeñarse en sembrar sobre suelos que no pueden prepararse, pues no son apropiados para ello (camino, pedregal, zarzal).
Un viejo amigo educador me decía: Esta nueva juventud no es “materia de religión” (no es campo donde pueda sembrarse el evangelio…); y sin embargo seguía buscando, imaginando, sembrando…. Para el futuro, me decía, quizá para sus nietos. Pero tenemos que seguir sembrando, y hacerlo de otra forma, como hizo Jesús, que rompió los métodos pedagógicos de los escribas y sacerdotes de su tiempo:
Es evidente que necesitamos una sabiduría más alta. La parábola expresa la sabiduría de Dios, que dice su palabra por Jesús, sembrando semilla en toda tierra.
El buen científico, hombre de sistema, busca eficacia y calcula, piensa de antemano y escoge la tierra más fértil y adecuada. Nos diría quizá no no tenemos métodos; que hagamos ciencia, si queremos progresar, que dejemos la siembra de evangelio.
Pero nosotros estamos empeñados en sembrar como Jesús… Él sabía que los sembradores de evangelio necesitamos una lógica distinta, propia del Dios sabio, que introduce su semilla/palabra en toda tierra.
Jesús no era sabio de puras razones, sino que iba enseñado (sembrando su palabra, sembrándose a sí mismo) en la universidad de la calle, para que todos pudieran pensar y sentido el color y sentido de las cosas, no porque él las dijera desde arriba (que nos las decía así), sino porque al decir sus palabras se decía a sí mismo. No era un erudito en el sentido normal, repetidor de textos al servicio del sistema.
Jesús aparece en el evangelio como sabio, pero haciendo a todos sabios a su lado, pues ofrece y comparte su palabra con los pobres. No busca imágenes herméticas, ni signos de sabiduría especializada. Al contrario, él mira donde todos miran: hacia el lago de los pescadores, hacia el campo de los sembradores, hacia el monte donde guardan su rebaño los pastores… y dice su palabra de iluminación, de comunión, de promesa.
Jesús enseña a sus oyentes a mirar y ver de otra manera. De esa forma se ha fijado en el padre que reparte la herencia entre sus hijos, en las muchachas que acompañan a la novia, en la mujer que amasa el pan o busca la moneda perdida en las esquinas de la casa. Él ha mirado también a los arrendatarios y obreros, con aquellos que hacen guardia por miedo a los ladrones, de tal manera que en un primer nivel sus parábolas parecen algo de tal forma simple que todos las entienden. Pero luego, al pensar mejor en ellas, descubrimos su extrañeza, de forma que debemos pensarlas y entenderlas por nosotros mismos.
Las parábolas emplean, de esa forma, un lenguaje de choque que los niños pueden entender y acoger mejor que los mayores, los “ignorantes” mejor que los letrados. No son alegorías, de manera que no pueden interpretarse detalle a detalle, sino que han de entenderse en su conjunto, evocando en ellas la imagen central, para destacar después su novedad, que es paradójica, pues rompe el nivel del razonamiento ordinario, la lógica diaria, para introducirnos en el espacio sorprendente de la gracia de Dios que se expresa en la vida humana. No pueden entenderse desde la lógica normal, sino que nos transportan a un nivel de realidad donde saber es sorprenderse, subiendo de plano, para entrar en la vida en Dios, como volveremos a poner de relieve en el capítulo final de este libro.
Jesús no ha contado las parábolas para divertir a los curiosos, como un bufón de corte a quien se le permite decir cosas prohibidas a otros; no ha tejido sus poemas para distraer a los demás, sino para interpelarles, haciendo que ellos mismos se vuelvan creadores, sorprendidos, iluminados, incitados:
‒ Las parábolas sorprenden. Donde todo parecía normal introducen ellas un signo más alto de interrogación. ¿Se puede arrojar la semilla entre las zarzas? ¿Debe el padre recibir al hijo pródigo y darle una nueva herencia después que ha gastado la primera, a detrimento del hijo que ha quedado en casa? ¿Es justo el patrono que paga al jornalero de la hora undécima lo mismo que al primero? ¿Puede el comerciante gastar todo su dinero por comprar la perla, sin pensar en si tendrá después comida?
‒ Las parábolas iluminan, expresan la lógica de Dios que es gratuidad, don abundante de la vida, por encima del talión del mundo. Frente a la ciencia que demuestra las cosas por buen razonamiento, ellas superan y rompen el nivel del razonamiento normal, de las leyes ordinarias, diciendo su palabra en un nivel de gratuidad originaria, creadora. Por eso, ellas no dicen algo que ya había, sino que hacen que exista, haciendo a los hombres capaces de crearlo.
‒Las parábolas incitan, es decir, invitan a comprometerse, de forma que sólo se comprenden allí donde nosotros mismos nos volvemos por ellas creadores, como ha destacado de forma muy fuerte Mc 4, 10-12 par. Generaciones de doctores han pasado ante estas y otras parábolas sin hallar una respuesta, pues quieren saber sin comprometerse, de manera que acaban mirando y no ven. Por el contrario, aquellos que deciden entrar en su dinámica saben que ellas son verdaderas.
No se pueden entender por pura ciencia, si no hay un compromiso personal que nos permita penetrar en ellas. Por eso, todas las hermenéuticas teóricas (propias de intérpretes que quieren ser neutrales) resultan incapaces de hacernos entender su contenido, pues Jesús, como poeta, sólo cuenta su secreto al que se deja interpelar y enriquecer por su palabra, penetrando en ella. Lógicamente, él no ha fundado una escuela de templo, para organizar los ritos de los sacerdotes y realizar mejor los sacrificios. Tampoco ha creado una academia rabínica, para interpretar mejor la Ley y las tradiciones, en la línea de los nuevos especialistas rabínicos, sino que ha sido más bien un sabio mesiánico, contador de parábolas, no para saber más, sino para ser y hacer, es decir, para madurar como seres humanos y ayudarse unos a otros.
‒ Las parábolas son sabias siendo paradójicas: no ofrecen enigmas en el sentido usual de la palabra, ni adivinanzas de iniciados, sino que exponen de forma sencilla, pero sorprendente, el lado más profundo de la realidad, situándonos en aquello que parece conocido (siembra o viña, pesca o tesoro del campo…), para introducirnos desde allí hacia lo desconocido y fundamental, que es la presencia gratuita y creadora de Dios, que invierte y transfigura todo, para abrirnos así un camino de Reino.
‒ Ellas hablan desde el lugar donde gracia de Dios y tarea de la vida se vinculan, haciendo pasar ante nosotros una serie de figuras paradójicas (samaritano, publicano, pródigo, mendigo…), para mostrarnos la extrañeza creadora del Reino. Ellas no pueden entenderse como inversión de la realidad actual (al modo hegeliano marxista), pues esa inversión sigue estando al servicio de un sistema de violencia. Superando ese nivel (tesis y antítesis, poder del sistema), las parábolas nos llevan el lugar de la sabiduría primera, donde se revela Dios y los humanos aprenden a entenderle, en gracia sorprendida.
Esta sabiduría de Jesús, que enseñaba en parábolas, constituye la raíz de toda educación, que no sirve para organizar el mundo de manera triunfal, y así ascender en la escala social, sino para admirar la realidad en su Verdad (por gracia de Dios), descubriendo el gozo central de la Vida y el riesgo (peligro) de aquellos que dicen saber impidiendo que otros sepan y vivan. Jesús eleva su mensaje sobre (contra) la verdad oficial de su entorno (sospecha de ella), no para criticarla con envidia o destruirla con violencia, sino para llevar a sus oyentes al más hondo manantial de su saber, para mirar las cosas y personas desde la ribera de la gratuidad, con los ojos salvadores de Dios.
Precisamente allí donde parece que todo está resuelto, donde sacerdotes y jerarcas elaboran su sistema de seguridades, expulsando a los pobres o pequeños, ha proclamado Jesús su protesta creadora, en favor de ellos. Él no es un erudito al servicio del gran “todo” (la seguridad del sistema, el señorío de los poderosos), sino sabio que habita al interior de la vida de hombres y mujeres, poniéndose siempre al lado de los pobres. Desde ese fondo, sus parábolas son voz de aviso: denuncia para aquellos que buscan seguridades a costa de los otros; anuncio de salvación para los excluidos del sistema.
Notas
[1] En general, cf. J. D. Crossan, The seed parables of Jesus, JBL 92 (1973) 244-266; Ch. Dietzfelbinger, Das Gleichnis vom ausgestreuten Samen, en E. Lohse. (ed.), Der Ruf Jesu und die Antwort der Gemeinde, FS Joachim Jeremias, Vandenhoeck, Göttingen 1970, 80-93; B. Estrada-Barbier, El Sembrador: perspectivas filológico-hermenéuticas de una parábola, Pontificia, Salamanca 1994; P. von Gemünden, Vegetationsmetaphorik im Neuen Testament und seiner Umwelt, NTOA 18, Fribourg/Göttingen 1993; B. Gerhardsson, The Parable of the Sower and its Interpretation, NTS 14 (1968), 165-193; X. Léon-Dufour, La parábola del sembrador, en Estudios de Evangelio, Cristiandad, Madrid 1982; J.
Marcus, The Mystery of the Kingdom of God, SBL.DS 90, Atlanta 1986; U. Mell, Die Zeit der Gottesherrschaft. Zur Allegorie und zum Gleichnis von Markus 4,1-9, BWANT 149, Stuttgart 1998; M.A. Tolbert, Sowing the Gospel. Mark’s World in Literary-Historical Perspective, Minneapolis 1989. Sobre la versión de Mateo: J. Roloff, Jesu Gleichnisse im Matthäusevangelium. Ein Kommentar zu Mt 13,1-52, BThSt 73, Neukirchen-Vluyn 2005; H. J. Scheuer, Hermeneutik der Intransparenz. Die Parabel vom Sämann und den viererlei Äckern (Mt 13,1-23), P. Lang,Bern 2006; D. Wenham, The Interpretation of the Parable of the Sower: NTS20 (1973-1974) 299-319.
[2] Sobre ese simbolismo sagrado, cf. M. Astour, La Triade de Déesses de Fertilité à Ugarit et en Grèce, Ugaritica 6 (1969) 9-23; L. Cencillo, Mito. Semántica y realidad, BAC, Madrid 1970; I. Cornelius, The Many Faces of the Goddess, BO, Freiburg/Schweiz 2004; W. Herrmann, Aštart, MIO 15 (1969) 6-52; J. Morgenstern, Some significant Antecedents of Christianity, Brill,Leiden 1966, 81-96.
[3] Entendido así, lo que parece desinterés de Dios, que crea tierras muy distintas, y del Mesías, que se atreve a sembrar en todas ellas, puede presentarse como signo de un interés más hondo, pues Dios ofrece su palabra a toda tierra, un tema que dentro del evangelio de Mateo puede interpretarse como expresión de universalidad: Dios puede sembrar también y encontrar buena respuesta en tierra de gentiles, de manera que todo colabora al fin al despliegue de su obra, como supone Pablo en Rom 8, 28… Pero el tema de fondo no es aquí la oposición entre judíos y gentiles (entre buenos y malos sin más, como veremos en la parábola de la cizaña: 13, 24-43), sino entre diversos tipos de tierra, que por ahora aparecen de forma simbólica, y pueden aplicarse a todos los seres humanos, dentro y fuera de Israel.
El tema es mi tierra, la siembra de Dios en mi vida. Mirada así, esta parábola puede interpretarse desde dos perspectivas: (a) Una, másemergentista, supone que todo está dado de algún modo en la primera tierra, y que el mesías de Dios actúa como buen partero, en línea mayéutica, para que nosotros descubramos lo está ya dentro de nuestra propia tierra, como ha puesto de relieve A. Torres, Repensar la revelación. Trotta, Madrid 2008. (b) Otra, más creacionista, pone de relieve el poder de la semilla, que no es puramente nuestra, sino del mismo Dios, que se va haciendo semilla/palabra en la historia de la humanidad, y en nuestra propia historia… No todo está en la tierra, pues también es fundamental la palabra que viene de fuera y sorprende, transforma a los hombres. He desarrollado el tema en Antropología.
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