Entre sabios, entendidos y “enterados”, mejor sencillos, cansados y agobiados
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
- Te doy gracias, Padre.
En muchos momentos Jesús da gracias a Dios, bendice al Padre. En el texto de hoy, Jesús manifiesta la intimidad de amor con el Padre. Jesús y Dios Padre viven una relación profunda de amor. Te doy gracias Padre…
Se trata del amor de Dios Padre con Jesús. El amor de Dios Padre, el Padre es el centro del cristianismo. Jesús, da gracias, le bendice.
El centro de muchos modos de vivir la religión y el cristianismo no es el Padre, ni Jesús, ni el amor, sino la ley, lo que hemos de cumplir, lo que Dios exige para tenerle aplacado. Se ha predicado el infierno como si fuese un arma que Dios utiliza para tener al pueblo “a raya”.
Siempre causa pena, pero más en estos tiempos de pandemia, que las palabras que emanan de no pocos jerarcas, sean palabras y decretos puramente de “orden público”: ahora, que estamos en pandemia, queda abolido el precepto dominical, cuando nos curemos, volveremos al pecado mortal para quien no lo cumpla.
Dios es Padre. Es el eje del cristianismo.
- Padre de los sencillos, no de sabios y entendidos.
En este caso Jesús da gracias a Dios porque ha revelado lo que es la vida, las cuestiones decisivas de la vida a la gente sencilla, a los pequeños.
Los sabios y entendidos, (los “enterados”) tienen un tono de prepotencia y altanería. Hay gente que cree saberlo todo, entienden de todo, mandan en todo: lo mismo da en política, que en economía, en las intrigas eclesiásticas (que no eclesiales) o en la vida cotidiana. Hay mucho “enterado” con complejo de superioridad. Son los que no saben. Puede que tengan poder, dinero, ciencia, cargos, pero solamente tienen eso: dinero y poder, pero no sabiduría.
La sencillez no es una desgracia, ni una cuestión de ser pobres. La sencillez es un modo de ser y vivir humildemente, y abiertos a la sabiduría que no está en la chulería y presunción.
Son los sencillos, los pequeños los que tienen esa sabiduría silenciosa propia del pobre y del humilde. Es una sabia ignorancia. Son sencillos los que tienen la mirada limpia y el corazón y las intenciones honradas y saben escuchar.
- 03. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré.
En la vida vamos sufriendo cansancios y canseras propios de la condición humana, así como también desfallecimientos inherentes a nuestra condición personal e histórica.
La vida pasa y no terminamos de alcanzar las cotas soñadas y deseadas. Y eso cansa. La historia de nuestra conversión es la historia de nuestro fracaso. La frustración, la profunda cansera pueden hacer mella en nosotros. Probablemente ser adulto es amontonar desilusiones y cansancios, pero mantener firme y libremente la esperanza. (Uno es adulto cuando ya no se hace ilusiones en la vida, pero mantiene la esperanza). Nuestra vida se gasta en tristezas, que dice el salmo 31.
Sociológica y culturalmente estamos también en un momento de cansancio. Tras la altivez de la Ilustración (el siglo de las luces), la postmodernidad no acierta a encontrar la luz: no sabemos por dónde tirar ni salir. Los problemas se hacen crónicos, la noche cultural es espesa
La pandemia es causa también de tedio y cansancios de monotonías. Ante esta situación de enfermedad muchos políticos y obispos nos cansan y decepcionan.
- De qué nos libera Jesús
El ser humano se ve agobiado por el yugo de la religión. Nos pesa, nos agobia radicalmente la finitud, el pecado, el absurdo y sin.sentido, la muerte. Jesús no se refiere a que nos vaya a librar de la carga del trabajo, de la finitud humana, de la muerte. Tampoco Jesús “ha fundado una religión más suave” y de más fácil cumplimiento. Jesús no creó “unas rebajas cristianas de verano”.
Cristo nos libera del yugo, que el “esquema religioso” nos carga.
La carga de la que Jesús nos quiere liberar es la carga de la religión, es decir, del yugo de la ley, impuesto en su tiempo al pueblo por los maestros religiosos, por los hombres sabios y entendidos.[1]
Jesucristo nos quiere liberar de la esclavitud de la religión., porque también nosotros vivimos y gemimos bajo la ley, bajo una ley que es religión y bajo una religión que es ley.
Estamos bajo la angustia y el miedo. La ley de la religión es el esfuerzo del ser humano por librarse de las angustias y miedos a la nada, al absurdo, el pecado y la muerte[2]: el ser humano pretende librarse de sus angustias recurriendo a la religión, pero no terminamos de librarnos.
La ley de la religión es el gran esfuerzo del hombre por domeñar su angustia, su desasosiego y su desespero, para taponar el boquete que hay en sí mismo y alcanzar la inmortalidad, la espiritualidad y la perfección. Y así es como bajo la ley religiosa el hombre trabaja y se fatiga tanto de pensamiento como de obra.
La ley religiosa exige que el hombre acepte unas ideas y unos dogmas, que crea en ciertas doctrinas y tradiciones, cuya aceptación le garantiza su salvación de la angustia del desespero y de la muerte. Entonces el hombre procura aceptar todas esas cosas, aunque tal vez se le hayan hecho extrañas y dudosas. Bajo la exigencia religiosa, trabaja y se fatiga para creer cosas en las que ya no puede creer. Finalmente, intenta huir de la ley de la religión.[3]
La tentación es huir de la religión. Pero tampoco se puede vivir permanentemente en “descampado” o en el vacío. . Por eso el hombre retorna continuamente al “yugo de la religión”. Así surge “una especie de fanatismo que se complace en la auto.tortura e intenta imponerlo a los demás, a sus hijos o alumnos”.[4]
Algo de esto ocurre también con las prácticas religiosas: nos exigen actividades rituales, no podemos dejar u olvidar prácticas religiosas, que nos producen una cierta satisfacción. Tal vez nos rebelamos contra tales ritos, incluso los abandonamos temporal o “definitivamente”. Pero tampoco el puro desprecio escéptico es realizador y volvemos a las prácticas de modo fanático y mágico.
Es el puritanismo perfeccionista. Y para los puritanos Jesús es un mero “maestro o guía espiritual” de la ley religiosa. Pero eso es deformar a Cristo y reducirlo a ser el fundador de una religión y, por tanto, el portador de una nueva y más refinada ley.
Jesús nos libera del yugo de la religión. El yugo de Cristo es liberador y está en medio de nosotros: en nuestra tragedia personal e histórica. Ese yugo liberador aparece en nuestra ardua lucha.
De repente nos sentimos inmersos en una paz que es superior a la razón, es decir, que mana allende nuestro esfuerzo práctico para realizar el bien.[5]
Jesús no es el creador de una religión, sino el vencedor de toda religión.[6] Jesús nos libera de toda religión: en Jesús dominamos el desasosiego de la existencia. Jesús es el Nuevo Ser, que no nos impone ninguna religión. Los maestros religiosos nos llaman a nuevas o antiguas religiones. El cristianismo nos llama al Nuevo Ser. En Jesús, el Nuevo Ser, la Verdad y el Bien nos han asido. Jesús nos llama.
(Los ministros y maestros del cristianismo) no os llamamos al cristianismo, sino más bien al Nuevo Ser, del cual el cristianismo debe ser testigo y nada más, sin confundirse jamás con ese Nuevo Ser. Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias convicciones y vuestras dudas particulares. Si alguna vez Le seguís, olvidad toda la moral cristiana, vuestros logros y vuestras dudas particulares. Nada se os pide -ninguna idea de Dios, ninguna bondad especial propia, ni que seáis religiosos, ni que seáis cristianos, ni siquiera que seáis sabios, ni que os atengáis a una moral. Lo que se os pide es tan sólo que os abráis a lo que se os da y que queráis aceptarlo: el Nuevo Ser, el ser de amor, de justicia y de verdad que se manifiesta en Aquel cuyo yugo es llevadero y cuya carga es ligera.[7]
- Venid a mí.
Lo fundamental es el encuentro con Xto –con Dios-. Quien o cuando hacemos la experiencia de levantar la mirada hacia el -horizonte absoluto, hacia Xto y vemos la vida y sus cuestiones desde Él, estamos ya serenamente en paz, con nuestra casa sosegada.
Los problemas en la vida seguirán. El mal y el pecado, la enfermedad, las dictaduras de todo tipo seguirán, el sufrimiento, la muerte harán siempre buena carrera y nos harán sufrir, pero no nos angustiarán, no nos agobiarán, porque estamos bien cimentados, los puntos de referencia los tenemos bien puestos. Nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta.
Jesucristo es perdón, redención.
Jesucristo es sentido: Desde el principio existe el Logos.
Jesucristo es Vida: Yo soy la resurrección y la Vida.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré.
[1] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 152.
[2] Cfr TILLICH, P. El coraje de existir, Barcelona, Ed Estela, 1968, 40-61.
[3] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 153.
[4] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 154.
[5] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 157.
[6] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 159. Es sugerente leer los primeros capítulos del evangelio de Juan desde la llamada “Teología de las sustituciones”: Jn 2,1-11: (Bodas de Caná) Sustitición de la Alianza. Jn 2,13-2 (Expulsión de los mercarderes del templo) Sustitución del templo. Jn 2, 23-3,21 (Nicodemo) Sustitución de la ley. Jn 3,22-4,3 Sustitución de los mediadores. Jn 4,4,44 (La samaritana) sustitución del culto. Cfr MATEOS, J. – BARRETO, J. El Evangelio de San Juan, Madrid, Ed Cistiandad, 1982, 137-249.
[7] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 160.
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