Dom 5 julio 20, 14 tiempo ordinario; Mt 11, 15-20. Atrévete a ser hijo. La ruta del Padre
No nos hemos atrevido en general a ser hijos, ni hemos seguido la ruta del Padre. Legiones de falsos salvadores nos han impuesto rutas de sísifos, piedras inmensas, y lo hemos admitido, y encima les hemos llamado salvadores y señores… Nos han dicho que somos esclavos,que les debemos la vida y lo hemos creído.
En contra de eso, el evangelio es el descubrimiento y recorrido de la ruta del padre, y así lo dice Jesús, este domingo, abriendo para nosotros la ruta del padre y de la madre, la ruta de la vida, para todos, empezando por los más pequeños, por los niños, los miedosos, los enfermos. Este es el tema.
Introducción
Algunos quisieron crear una religión de sísifos, para subir la piedra a pulso hasta el alto de la roca, pero fueron incapaces; la pedro rodaba de nuevo hasta el fondo del valle. Algunos jerarcas cristianos también han querido imponer cargar muy pesadas a los otros, sin tocarlas ellos ni siquiera con los dedos de la mano izquierda (cf. Mt 23, 4). Jesús en cambio dice que su carga es ligera o, mejor dicho, que no es carga, pues él mismo es quien la lleva por nosotros.
No impuso Jesús ninguna carga! Pero nos dijo también: ¡Si podéis, llevar los unos las cagas de los otros, no por obligación, sino por solidaridad. Si vas por ahí y ves a un Sísifo llevando su piedra, desde el tiempo de los griegos hasta ahora, dile que la eche, que ruede hasta el suelo, que no se ocupe de ella. Y si de verdad el no puede dejarla, cógela tú y llévala por él, que así pesa mucho menos.
Por eso, el evangelio de Jesús no está escrito para Sísifos atados sin pausa a su roca, sino niños que llaman a sus padres… y padres que acogen a sus hijos, llevando así la carga de la vida, conociéndose y amándose entre sí. Éste es el mensaje fundamental del evangelio de este domingo (Mt 11, 25-30), que consta de tres partes que voy a comentar: Una Alabanza (1, 25-26), de una revelación paterno-filial (1, 26) y una llamada
Alabanza. 11 25 Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, pues has ocultado esto a sabios y entendidos, y lo has revelado a los pequeños. 26 Sí, Padre, pues que esta ha sido tu voluntad.
Confesión. 11 27 Todo me ha sido entregado por mi Padre: y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.
Llamada. 11 28 Venid a mí todos los agotados y cargados, que yo os daré descanso. 29 Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.
Alabanza (11, 25-26).
Proviene de la tradición pascual de la iglesia, que descubre y confiesa a Jesús, muerto ya y resucitado, como revelador del Padre. Pero, en su tenor original, evoca y actualiza la experiencia histórica de Jesús:
11 25 Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, pues has ocultado esto a sabios y entendidos, y lo has revelado a los pequeños. 26 Sí, Padre, pues que esta ha sido tu voluntad[1].
Frente a los sabios y entendidos, representados por los galileos de 11, 20-24, se sitúan ahora los pequeños (nepioi), que han acogido el evangelio. Así lo descubre Jesús, y da gracias al Padre por ello. Éste ha sido su descubrimiento mesiánico: La revelación de Dios en los pequeños, y no en las orgullosas ciudades de Galilea, ni en los sabios del judaísmo rabínico.
Leído de esa forma, ese pasaje nos sitúa ante un misterio: la manifestación de Dios rompe la dinámica religiosa de sabiduría y grandeza de las ciudades galileas(presumiblemente orgullosas por su conocimiento de la Escritura y por su forma de entender el judaísmo). En contra de ellas, eleva Jesús, por gracia de Dios, a los pequeños que escuchan su Palabra. Frente al círculo cerrado de los sabios y entendidos que se buscan a sí mismos y se creen suficientes, ratifica el Dios de Jesús el valor de los pequeños, en gesto de admiración exultante, revelándose por ellos como Padre.
En este principio se vinculan la hondura y universalidad, la profundidad y amplitud del evangelio de Mateo, que aparece así como portador de una revelación que no “cabe” en un pueblo de grandes y sabios. Este pasaje destaca así la autoridad de Dios Padre, a quien Jesús reconoce y alaba por su acción salvadora, en la línea del Éxodo, desvelando así su Nombre originario (cf. Ex 3, 14): Kyrios/Yahvé (¡Soy el que Soy!) del cielo y de la tierra, liberador sacral de los hebreos, siendo, al mismo tiempo, Padre que acoge y eleva a los pequeños. Éstas palabras (¡pues has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos…!) deben situarse en la historia de las comunidades cristianas de Galilea, que, en un momento de conflicto, entre el 40 y 70 dC, tendieron a desligarse del movimiento de Jesús, de forma que no pudo haber una “galilea cristiana”.
La manifestación del Dios de Jesús rompe la dinámica de sabiduría encarnada en las ciudades galileas, presumiblemente orgullosas por su conocimiento de las Escrituras, explicadas por los maestros fariseos que empezaban a misionar en la zona, oponiéndose a los discípulos de Jesús. Pues bien, frente a los “grandes fariseos” que operan en esas ciudades, rejudaizando Galilea de un modo rabínico, eleva Jesús a los pequeños que escuchan su Palabra, mostrando así que el Kyrios/Yahvé de la tradición judía es el Padre y defensor de los pobres, por encima de una sabiduría entendida como privilegio de una Ley propia de sabios y entendidos.
El Dios grande (justificación del orden establecido) no necesita ser Padre (en el sentido de Jesús), porque es más bien Señor, Justo Juez, responsable de un orden y justicia de talión, dando a cada uno lo suyo (de acuerdo a lo que sabe y tiene). Por el contrario, el Dios de los pequeños tiene que ser y es Padre. Fundándose en el Dios de su seguridad nacional y legal, los galileos han rechazado a Jesús, pero él alaba a Dios Padre a través de los pobres, a quienes recibe en amor, ofreciéndoles su más alto conocimiento[2].
Revelación paterno-filial (11, 27).
Ese Dios de los pequeños se define ahora como Padre de Jesús, a quien se revela en plenitud. No estamos ya ante Moisés, un hombre de gran importancia, pero que recibe y ofrece una Ley que no se identifica con él. A diferencia de eso, la verdad de Dios se identifica con el mismo Jesús, como indica esta parábola más honda del mutuo conocimiento entre Padre e Hijo. Jesús no es sabio en la línea de los maestros de las ciudades galileas, ni es prudente en la línea de los expertos rabinos, sino que es y actúa como Hijo de Dios y Revelador del Padre, manifestándose de un modo total a (y en) los pequeños.
En esa línea, el conocimiento que Jesús tiene y transmite se identifica con su ser de Hijo. No es el resultado de un estudio especial (como el de los nuevos sabios galileos), ni una comprensión mas minuciosa de la Ley, sino una experiencia de filiación, que él puede y quiere compartir con todos aquellos que le escuchan y acompañan, empezando por los pequeños. Ésta es su transformación, la más sencilla (¡volver al principio de la vida!), la más fuerte de todas.
Eso significa que no existe una Ley particular para sabios y entendidos, una verdad de prepotentes, sino la Ley de amor universal en el Hijo. La verdad de Dios se revela y despliega en ese Hijo Jesús, para todos los hombres y mujeres, la verdad del Dios que es Padre y de los hombres/mujeres que son hijos, la realidad de los seres humanos que son desde Dios hermanos. No hay una norma separada de la vida, sino la misma vida humana en plenitud, en apertura a los pequeños, de manera que Jesús viene a presentarse como la Ley hecha vida en su vida, y así podemos llamarle apocalipsis o revelación plena de Dios.
Desde este fondo puede y debe reinterpretarse Mt 5, 17-20 (la ley se cumple en Jesús-Hijo) y 28, 18 (se me ha dado todo poder…), en una línea que ha desarrollado Jn 1, 18 (a Dios nadie le ha visto jamás, pero su Hijo…), Jn 10, 15 (como el Padre me conoce y yo conozco al Padre) y todo Jn 17 (unidad del Padre con el Hijo). Leído así, este pasaje del Q, que Mateo ha situado en el centro de la controversia de Jesús con los galileos, es signo y compendio universal de su evangelio:
11 27 Todo me ha sido entregado por mi Padre: y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.
De esa forma, la revelación de Dios a los pobres se condensa y culmina en la experiencia filial de Jesús, a quien este pasaje presenta simplemente como el Hijo (o` ui`o.j), unido con el Padre, que le conoce y comparte con él su plenitud (su realidad salvadora). Jesús no es maestro o transmisor de una Ley externa (propia de un pueblo separado), sino testigo y presencia de Dios Padre, ofreciendo su experiencia a todos los hombres. Por eso, hablando de Dios, Jesús habla de sí mismo, como supone esta parábola biográfica del mutuo conocimiento (diálogo de vida) del Padre y el Hijo[3].
La verdad y persona de Jesús pertenece al Padre y viceversa. Ambos existen al darse, esto es, conociendo uno al otro y conociéndose en el otro (en ambos casos se repite conoce: evpiginw,skei), de manera que Dios Padre existe en Jesús y Jesús en el Padre. Por eso, Dios es ya plenamente Padre, y Jesús del todo Hijo, compartiendo la vida, uno en el otro y con el otro, según este orden. (a) Al principio está el Padre que entrega a Jesús (con paredo,qh, palabra vinculada al Vedo,qh moi pa/sa, todo se me ha dado: de 28, 18) no sólo aquello que tiene, sino su mismo ser. (b) Pues bien, de manera consecuente, Jesús ofrece o revela todo (su conocimiento de Dios) a quienes él desea, es decir, a todos aquellos que lo acepten (cf. 28, 16- 20)[4]
Jesús podría haber utilizado otro lenguaje, afectivo o doctrinal, con símbolos de amante y amado/a, madre e hija, maestro y discípulo… cada uno con sus riesgos y ventajas. Pero ha preferido la parábola del Padre, entendido como aquel que concede su propio ser al Hijo al “conocerle”, siendo respondido por el Hijo, que también conoce al Padre. El texto no dice que Jesús sea ese Hijo, pero es claro que lo está presuponiendo, por todo lo que precede y lo que sigue, según el evangelio. La revelación de Dios a los pobres se despliega así en (se identifica con) la vida y obra de Jesús, el Hijo, a quien el Padre conoce y ofrece todo lo que tiene (su realidad salvadora)[5].
Llamada. La gran voz de Dios en Jesús (11, 28-30
El Padre regala (entrega) al Hijo todo que tiene, se da a sí mismo. Por su parte, Jesús entrega al Padre lo que él es, ofreciéndolo (ofreciéndose) en ese mismo movimiento a los restantes hombres, como indica el final de este pasaje. Pues bien, como Hijo del Padre, habiendo recibido y compartido su conocimiento, siendo plenitud encarnada (humana) de Dios, Jesús puede ofrecerlo todo (ofrecerse en plenitud) y así se entrega a los hombres en honda palabra de llamada.
Dios puede presentarse así como el más cercano, el Dios entrañable de Ex 34, 6-7, Dios de la experiencia originaria de la Biblia, que camina con los suyos desde el Sinaí, mostrándoles su gloria para acompañarles a lo largo del camino (cf. Ex 33, 12-17). Éste es el Dios de los “salmos místicos”, que enriquece y aquieta el corazón de los creyentes (del 62 al 91, del 36 al 107), el Dios que se revela en el Cantar de los Cantares, como inquietud y descanso de amor, el Dios de Jesús, Jesús mismo que habla en su nombre (Dios en persona) y así llama/convoca a los hombres cansados, como hacía el Dios Sabiduría (Sabiduría amiga) en la tradición israelita (Proverbios, Eclesiástico, Sabiduría).
Ése era el Dios más cercano de la Biblia, Dios Padre en forma de Mujer (Madre-Amiga), que sale al encuentro de los hombres, para acompañarles y habitar en ellos, con ellos como fondo divino de su vida, como dirá la tradición de Juan, cuando presente a Jesús, alzado en el templo, el gran día de la fiesta de las aguas, llamando a todos y diciendo: “Quien tenga sed que venga, y que baba quien crea (confíe) en mí…” (Jn 7, 37-38).
Pues bien, ahora, el que llama e invita a su descanso a los cansados de la Ley y de la carga de la vida, desde el lugar de conflicto entre judíos rabínicos, judeo-cristianos y seguidores del evangelio, es el mismo Jesús de Mateo que toma la palabra y habla, en nombre de (como) Dios entre los hombres. Es la Sabiduría de Dios (su presencia total), siendo un hombre concreto que asume y despliega la gran tarea de la humanidad, judío galileo, abriendo un camino que lleva a la muerte pascual en Jerusalén, diciendo:
11 28 Venid a mí todos los agotados y cargados, que yo os daré descanso. 29 Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera[6].
Esta palabra sorprendente, la más alta posible, es una voz muy humana, propia del Jesús de la historia (que va a entregar pronto su vida, por fidelidad al Reino, siendo ajusticiado por los hombres, en Jerusalén), siendo palabra eterna del Dios que viene a revelarse dentro de la historia. Jesús, revelador del Padre, invita aquí de un modo especial a un tipo de judíos que se sienten agobiados y aplastados por el peso de la Ley, como sabe la tradición rabínica, pero, a través de ellos, invita a todos los que escuchan su voz, sin limitación alguna, en clave universal, humana, dirigiéndoles su llamada de transformación, descanso y plenitud.
Éste es ya un texto propio de Mateo, que no aparece en Q (ni en Marcos, ni en Lucas), un texto específicamente suyo, que define y presenta al mismo Dios como culminación y sentido de la Ley, que se revela y llama a los hombres por medio de Jesús de un modo personal. El mismo Jesús aparece así llamando en lugar de la Ley, como Sabiduría de Dios (Dios-Sabiduría, Amor personal); no como exegeta (rabino) de escuela, que la interpreta, sino como el Dios hecho humano, Hijo de Dio, aquel a quien siempre hemos buscado y que ahora nos llama de un modo amoroso, como fuente de humanización (plenitud) y descanso, Sabiduría amorosa, hecha persona, que nos ofrece su vida y nos invita a vivir en su regazo[7].
Como he venido mostrando, el Jesús de Mateo puede aceptar y acepta la Ley (cf. 5, 17-19), pero vinculada a los profetas y entendida como Sabiduría (cf. 11, 13. 19), y de esa forma Ella (la Sophia de Dios, simbólicamente evocada en forma de mujer), viene a revelarse por él, llamando a cada uno de aquellos que la quieren, buscando el sentido y amor de su vida (cf. Eclo 6, 24ss; 24, 19; 51, 23ss). Mateo acepta así la Ley, en un plano más hondo; no la niega, sino que la interpreta y eleva, desde Jesús, Hijo de Dios, que su Sabiduría personal, su Ley hecha vida. No necesita discutir cada una de sus normas en un nivel escolar, ni rechazar la experiencia judía de siglos, sino recrearla desde y con Jesús.
Lo que 11, 25-27 presentaba en clave apocalíptica (de revelación) aparece ahora (11, 28-30) en un plano sapiencial, de llamada y encuentro personal. Ya algunos textos judíos habían vinculado la Ley y Sabiduría de Dios con la Revelación apocalíptica. Pero sólo ahora, Mateo ha podido ratificar esa identificación, desde la experiencia personal de Jesús, que convoca así, de un modo especial a muchos que vivían aplastados bajo el yugo de una Ley que aparecía imponerse desde fuera. Pues bien, la Ley de Dios es ahora su propia vida. Por eso, él, Jesús, no habla ya como un simple exegeta, que la entiende desde fuera, sino como revelador del Padre, principio de vida y descanso, de encuentro personal y comunión entre los hombres, a los que ofrece el “yugo suave” de su filiación divina, como principio de comunión universal[8].
Excurso 1. Jesús, llamada de Dios. Un evangelio sapiencial
La revelación de 11, 25-30, y en especial la llamada de Jesús como Dios Sabiduría (11, 28-30), constituye el centro teológico de Mateo, una palabra decisiva de la experiencia religiosa universal. Por eso quiero situarla en su contexto más cercano (textos de Prov y Eclo), para así precisar su sentido.
(a) La mujer/sabiduría de Prob 8 revela el rostro femenino de Dios en un contexto de fuerte dramatismo, en un camino de búsqueda afectiva y conocimiento profundo (estético/religioso).
(b) La nación/sabiduríade Eclo 24 insiste más su aspecto social, de manera que la sabiduría aparece encarnada en el pueblo (Israel) y en la ciudad (Jerusalén), con sus instituciones culturales, sociales y religiosas.
El texto de los Proverbios(Prov) consta de dos partes: una introducción teológica del siglo V-III aC (Prov 1-9), con una enseñanza unitaria sobre el sentido de la vida humana, y una antología de refranes o dichos sapienciales en parte muy antiguos (Prov 10-31). La novedad de la primera parte está en el hecho de que en ella Dios aparece como Dama Sabiduría, Maestra que enseña al joven y le instruye en el camino de la maduración religiosa y afectiva(Prov 8). Ciertamente, Dios se sigue revelando como Ley que traza y organiza toda realidad; pero, en su sentido más profundo, él aparece más bien como Hochma, Sophia (hm’äk.x’, sofi,a) que dirige de forma amorosa la vida de los hombres. Así dice en el momento culminante de su discurso:
A vosotros llamo… Recibid mi instrucción y no plata, una ciencia mejor que el oro puro (Prov 8, 4. 10). Yahvé me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas… (8, 22-24). Dichoso el hombre que me escucha, velando en mi portal cada día, guardando las jambas de mi puerta. Quien me alcanza alcanzará mi vida, y gozará el favor de Yahvé (8, 34-35)[9].
La Sabiduría forma parte del misterio de Dios, como dice el texto. (a) Yahvé me estableció, con qanani, en el sentido de hacer que existiera, de darme firmeza, y de esa manera “fui formada”, como revelación y presencia original de su realidad con rostro de mujer; por eso soy su Sabiduría. (b) Antes de los océanos fue engendrada (=holaltti, en pasivo divino): Dios mismo me ha “engendrado”, en claro simbolismo maternal, en el principio de los tiempos. Todo lo que existe sobre el mundo es derivado: sólo en un momento posterior han surgido los océanos y montes, los abismos de la tierra y los poderes de la bóveda celeste… (c) Dichoso el hombre que me escucha… Así culmina el texto (8, 34-35), como gran invitación de la sabiduría, que quiere que los hombres penetres en su conocimiento interior, personal, por connaturalidad. Así presenta este pasaje la voz de la mujer/sabiduría que llama a los hombres y mujeres, porque les ama, porque es feliz con ellos y pretende así hacerles felices.
Esta mujer-sabiduría es la verdad de Dios, el fundamento y plenitud del hombre, el auténtico paraíso, Dios hecho “edén” para los humanos. Difícilmente podría haberse hallado una imagen más honda, más bella en la que el mismo Diosse define como mujer/sabiduría/esposa que llama a los seres humanos (a todos, por encima de una ley particular), invitándoles a compartir gozo y belleza, viviendo en plenitud. En ese contexto se sitúa la invitación de Jesús cuando dice a los hombres que vengan, dirigiéndose a todos los cargados y agotados por la vida (Mt 11, 28). Jesús aparece y habla de esa forma como Dios Sabiduría que se expresa (revela) en su peersona, retomando la inspiración sapiencial (universal) de la Escritura israelita, como Hijo de Dios, siendo un hombre concreto, cuya historia está contando el evangelio de Mateo.
La nación sabiduría.El Eclesiástico o Ben Siraj (Eclo, Sir) recoge y amplía esos motivos de Proverbios, pero en una línea más cercana a la gran controversia del judeo-cristianismo de Mateo. Deja así en un segundo plano el trasfondo esponsal y femenino, e insiste en el hecho de que el Dios/Sabiduría se revela en la estructura nacional israelita, de tal forma que podemos hablar de una cuasi-encarnación de Dios en su ciudad y pueblo (Jerusalén y judaísmo). Lógicamente, la verdad del Dios/Pueblo se expresa por la Ley de Moisés que el autor de este libro (Ben Siraj) estudia y presenta de forma apasionada. Éstas son las novedades y elementos del himno (Eclo 24), escrito hacia el 180 aC, que cito y estudio aquí de un modo general:
La Sabiduría (Sophia) se alaba a sí misma… Yo salí de la boca del Altísimo y como niebla (=homikhle) cubrí la tierra; yo habité en el cielo poniendo mi trono sobre columna de nubes (Eclo 24, 1.4). En el principio, antes de los siglos, me creó, y por los siglos, nunca casaré. En la Santa Morada, en su presencia, ofrecí culto, y así fue establecida en Sión, en la ciudad amada (escogida) me hizo descansar, y en Jerusalén reside mi poder (24, 9-11). Como vid hermosa retoñé, mis flores y frutos son bellos y abundantes. Venid a mí los que me amáis y saciaos de mis frutos… El que come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no se avergonzará y el que me pone en práctica no pecará. Todo esto es el Libro de la Alianza del Dios Altísimo, la ley que no mandó Moisés como heredad para las comunidades (synagôgais) de Jacob (24. 17-23)[10].
Desde el principio sorprende el énfasis del yo (egô) que emplea la Sabiduría hablando de sí misma (24,3. 4), en la línea de Prov 8, 12.14. 17, que también había utilizado la primera persona (‘ani), en gesto de presentación enfática. Esta Sabiduría del Eclesiástico sigue siendo “presencia” o revelación de Dios, aunque el autor de este libro procura evitar los términos ambiguos o menos conformes con la teología oficial israelita, como es el de haber sido “engendrada” por Dios. Aquí se dice que ella ha sido “creada”, ha brotado de la boca del Altísimo, teniendo, por tanto, carácter de palabra.
Esta Sabiduría es la presencia sacral de Dios que mora en el templo (cf 1 Rey 8,10-11). Ciertamente, habita en el cielo (24,4) y fundamenta (da sentido y consistencia) a todo lo que existe sobre el mundo; pero, a diferencia de Prov 8, 22-31, este pasaje no insiste en la presencia y acción cósmica de Dios, sino en su revelación israelita. Antes no había culminado su acción, Dios seguía buscando y no había encontrado lugar para expresarse. Sólo al centrarse en Israel, su pueblo, con su Templo y su Ley, se manifiesta y actúa plenamente.
‒ Israel (24, 8b-9). La Sabiduría de Dios halla descanso, se manifiesta y expresa, en Jacob/Israel, apelando para ello a una terminología (reposar, habitar, heredar…) que evoca la experiencia fundante del Deuteronomio. La misma nación viene a presentarse así como realidad “teófora”, portadora de Dios. La revelación en Israel responde al plan eterno de Dios y así debe durar por siempre. Este pasaje nos sitúa de esa foma en el principio de la teología rabínica que apelará a los valores fundantes de Israel, en línea de escatología realizada. Dios ha culminado su obra al revelarse en su pueblo. Éste es el punto central de la discusión de los judeo-cristianos de Mateo frente a los judíos rabínicos, que seguirán tomando al pueblo como revelación definitiva de Dios, mientras los cristianos afirman que el Dios Ley-Sabiduría universal se ha revelado plenamente en Cristo..
‒ Ciudad y templo (24,10-11). Los valores del pueblo se concentran en el templo o Santa Morada de Sión y la ciudad escogida amada (êgapemenê), viniendo a aparecer así como lugares de la revelación (descanso) de Dios: el santuario, el culto religioso. Lo que Prob 8 había presentado como identidad femenina de Dios (mujer amada, maestra) que sostiene y pacifica al ser humano, se traduce ahora como identidad nacional, de manera que podemos hablar de una cuasi-encarnación de la Sabiduría desvelada en el templo/ciudad de Jerusalén, con sus instituciones concretas. El eterno Dios se expresa en Sión, su muy amada; allí encuentra su placer y su descanso (con el término clave de kate,pausen, katepausen, 24, 8.11): Descansa Dios, descansa el pueblo, en un tipo de sábado de intensa liturgia nacional.
‒Libro de la Ley (Eclo 24, 17-23). La Sabiduría de Dios se compara con un árbol, en especial con la Viña y el Vino, pero en el sentido más profundo ella termina apareciendo como Libro, la Ley eterna del pueblo de Israel. En esa línea, siguiendo el argumento de Prov 8, la misma Ley hecha “libro” ofrece su alimento, diciendo a los fieles: Venid a mí los que me amáis y saciaos de mis frutos (genêmatôn: 24,19). Como mujer querida llama, como árbol rebosante ofrece sus dones: dulzura de miel, comida sabrosa, gozo, santidad (24,20-22). Pero, una vez que ha terminado ese discurso de llamada, en primera persona (venid a mí, prose,lqete pro,j me, en la línea de lo que dirá Jesús en Mt 11, 28: deu/te pro,j me), el redactor del libro cambia de lenguaje, reinterpreta lo anterior y dice: Todo esto es el libro de la alianza de Dios… (tau/ta pa,nta bi,bloj diaqh,khj qeou/: Eclo 24,23). El Dios cristiano se encarna (revela) en Jesús, su Hijo. El Dios del Eclesiástico se manifiesta (se revela, y casi se encarna) en el libro de la Ley.
Aquí se sitúa el tema de la mayor vinculación (y la mayor distancia) entre el judaísmo rabínico, representado por el Eclesiástico y el Evangelio de Mateo. El Eclesiástico desarrolla el tema de la Sabiduría de Dios que se manifiesta y habla, pero diciendo que ella se revela (en una línea de casi-encarnación), en el pueblo de Israel, con su templo-ciudad y, en especial, con su Libro. Ésta es la clave: El Dios del pueblo-ciudad-templo se concreta en el Libro, que se define ya como Ley (no,moj) de Moisés. Estos son los rasgos principales de la nueva interpretación que definirá de ahora en adelante la visión del judaísmo. Ciertamente, el templo y la ciudad podrán destruirse (como sucedió el 70 dC); pero mientras se mantenga la Ley (Libro) y exista el Pueblo tendrá sentido y deberá mantenerse el judaísmo.
La novedad de Mateo. Ben Sira, autor del Eclesiástico, ha fijado la verdad de Dios en el libro de la Ley/Sabiduría y en el pueblo de Israel, instituyendo su riqueza y distinción entre los pueblos, en la línea del rabinismo posterior. A partir de aquí se advertirá la novedad del judaísmo cristiano, que interpreta a Jesús como Sabiduría encarnada. Ciertamente, el Jesús de Mateo puede asumir y asume los valores de la tradición sapiencial israelita, tanto de Proverbios como de Eclesiástico, pero los entiende y aplica de un modo distinto, como ratifica Mt 11, 28-30 y como seguirá mostrando el resto del evangelio. Tres son sus novedades fundamentales.
‒ El “yo” de la Sabiduría de Dios que se revela a los israelitas se identifica para Mateo con el yo de Jesús, que habla a sus discípulos y a todos los hombres. Ésta es la clave, la línea divisoria. La Sabiduría Eterna de Dios aparece encarnada en la vida del hombre Jesús, en su destino concreto de mensajero del Reino, en su gesto de ayuda a los pobres, en su muerte y en su pascua. Mateo ha querido escribir y ha escrito así la “vida” de la Sabiduría de Dios, que se llama Jesús hombre, “hijo de Dios”, con todo su poder (cf. 11, 25-27; 28, 18).
‒ Conforme a la experiencia de Jesús (y al sentido de Prov 8 y Eclo 24) la Ley de Dios se identifica con su Sabiduría, que ha tenido y tiene un alcance universal, desbordando los límites concretos de la institución israelita (su libro, templo, ciudad y pueblo). Este descubrimiento de la Sabiduría que está en el fondo de la Ley (y que en un sentido la desborda) constituye la novedad del Cristianismo, que aquí aparece en ciernes (lo mismo que en el evangelio de Juan), pero que será desarrollada, con todos sus valores y sus riesgos, en la teología posterior, empleando para ello, en gran parte, elementos de la especulación judeo-alejandrina sobre la Ley y la Sabiduría (de Clemente de Alejandría y Orígenes a Atanasio y Cirilo). Pues bien, esa Sabiduría de Dios es el mismo Jesucristo, en su vida, en su muerte y en su pascua. Por eso Mateo no escribe un tratado especulativo sobre la sabiduría de Dios, sino una “vida” de Jesús Sabiduría divina.
‒ A partir de aquí, el evangelio de Jesús se entiende como experiencia de vinculación concreta con de los creyentes con un hombre (Jesús) que es revelación plena de Dios.Éste es el argumento central de este pasaje, que podemos tomar como clave hermenéutica del evangelio de Mateo, que es radicalmente israelita, pero superando una interpretación nacionalista y “legalista” de Israel, tal como ha sido propuesta por Ben Siraj (Eclesiástico) y por el rabinismo posterior, que sigue de un modo consecuente en esa línea. La tradición cristiana ha “canonizado” el Eclesiástico, en contra de la tradición rabínica, que no lo ha incluido en su Biblia Hebrea, quizá por pensar que su especulación sapiencial, con una Sabiduría cuasi-divina, iba en contra de la sobriedad israelita y de la trascendencia de Dios; de esa forma, la teología cristiana ha podido elaborar su “especulaciones” sobre el carácter divino de Jesús-Sabiduría, pero ha rechazado (superado) su fijación nacional israelita y ha recordado siempre que esa Sabiduría de Dios es el mismo Hombre Jesucristo.
Desde ese fondo puede entenderse mejor el mensaje de Mt 11, 28-30, como ampliación e interpretación del pasaje anterior (10, 25-27). El mismo Jesús-Hijo, unido en conocimiento de amor con el Padre, es la Sabiduría de Dios y así puede llamar a todos los hombres (empezando por los judíos), invitándoles a seguirle, a estar con él, compartiendo su camino. Éstas son las palabras clave del pasaje que han de interpretarse desde el conjunto del evangelio, en un trasfondo de judeo-cristianismo que se abre a todos los pueblos:
‒ Venid a mí, compartid mi vida (deute pros me: 11, 28a). En Prov y Eclo llamaba la Sabiduría de Dios, en un contexto de “mística teológica”, esto es, de inmersión del hombre en Dios. Ahora llama Jesús a los hombres, no solamente a que le sigan, como en la vocación de los discípulos (4, 18: deute opiso mou, seguidme, yo os haré pescadores de hombres), sino a que se identifiquen con él. Aquí no les pide que le sigan, sino que vengan a él, que compartan su vida. Ésta es la más honda mística mesiánica que Pablo ha desarrollado de un modo consecuente, cuando habla de estar/vivir en Cristo, y Juan al hablar de “permanecer en Cristo”. Ésta es la mística central, original, del cristianismo: Venir donde Jesús, estar con él.
‒ Todos los agotados y cargados, sin limitaciones. Agotados son los kopiw/ntej, de kopiaô, los que están sometidos a grandes trabajos, tanto físicos como sociales, los que están corporalmente cansados, los que agotados mentalmente, los tristes, tanto los judíos como los gentiles. En este contexto podemos pensar en los habitantes del entorno de la iglesia de Antioquía, donde Mateo redacta su evangelio, en duras condiciones de opresión, de agotamiento. Junto a ellos están los “cargados” (pefortisme,noi), condenados a llevar grandes cargas, sea de tipo socio-religioso (como algunos judíos), sea de tipo social y personal. El evangelio de Mateo se extiende entre personas que viven en el margen de la sociedad…
‒ Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí. Del “yugo” de la Ley se ocupa la Misná, en sentido positivo. De la carga que escribas y fariseos imponen sobre otros, sin tocarla ellos mismos con los dedos tratará Jesús en Mt 23, 4. Pues bien, este Jesús no quiere imponer cargas pesadas a los otros, sino todo lo contrario, “él llevó nuestras enfermedades, cargó nuestros dolores…” (Mt 8, 17). Así aparece como aquel que nos libera de un tipo ley opresora… Tomar el yugo de Jesús significa compartir su suerte, caminar con él, aprendiendo, como discípulos suyos. Ésta es la escuela de Jesús, éste es su aprendizaje, para que podamos ser en él, como él. Ésta es la palabra final del evangelio, cuando Jesús diga a sus discípulos que extiendan su discipulado a todas las naciones (con maqhteu,sate, haced discípulos, que aprendan de mí, como habéis aprendido vosotros).
‒ Una enseñanza que lleva al descanso. Por dos veces repite Jesús la idea del: Yo os daré (11, 28) y vosotros hallaréis el descanso (anapausis: 11, 30), una palabra que la tradición había vinculado con el sábado, tiempo de reposo de Dios, promesa definitiva de pacificación, plenitud mesiánica. La vida del hombre sobre el mundo ha sido y sigue siendo dura; por eso es necesario el respiro final, un tiempo de tranquilidad, un reposo. Estas palabras, entendidas en toda su radicalidad, nos sitúan en el centro místico del evangelio de Mateo, interpretando a Jesús como “sabiduría de Dios”, Dios mismo hecho Vida en la vida de los hombres, como irá mostrando todo el resto del evangelio[11].
NOTAS
[1] La revelación del Padre está vinculada a la persona (acción y palabra) de Jesús. Precisamente allí donde los sabios y prudentes (grandes) y en especial los de Galilea le rechazan, Jesús descubre y destaca la revelación de Dios a los pequeños. Desde ese fondo, él aparece como intérprete y encarnación de la Ley universal, que ofrece a todos, desde los pequeños, como auténtico rabino que conoce la voluntad de Dios, revelando su hondura y salvación para los pobres (cf. 12, 7). Ésta es una experiencia filial: En el lugar de Dios viene a situarse el Padre; en el lugar de la Ley aparece el Hijo (Jesús). Cf. O. Cullmann, La oraciónen el Nuevo Testamento. Sígueme, Salamanca 2000; J. Jeremias, Teología del NT I, Sígueme, Salamanca 1985; Abba. El mensaje central del NT, Sígueme, Salamanca 1981; W. Marchel, Abba, Père! La prière du Christ et des chrétiens, AB 19, Roma 1971; J. Schlosser, El Dios de Jesús.Estudio Exegético, BEB 82, Sígueme, Salamanca 1995; H. Schürmann, Padre Nuestro, Sec. Trinitario, Salamanca 1982.
[2] Cf. R. Hamerton-Kelly, Theology and Patriarchy in theteaching of Jesus, Fortress, Philadelphia 1979; Vidal, Tres proyectos 177-215.
[3] Jesús comienza hablando de sí mismo en primera persona y se refiere luego al Hijo en tercera (lo mismo que en 28, 16-20). No actúa todavía como Hijo (no dice: Soy el Hijo), sino como mesías pascual, que se identifica implícitamente con el Hijo, en lenguaje de parábola. He desarrollado el tema en Trinidad. Itinerario de Dios a los hombres, Sígueme, Salamanca 2015; cf. M. Hengel, Hijo de Dios, Sígueme, Salamanca 1974.
[4] Mateo se sitúa cerca de textos joánicos fundamentales: Jn 1, 18 (a Dios nadie le ha visto jamás…) y 10, 15 (como el Padre me conoce y yo conozco al Padre). Sin embargo, él no ha desarrollado temáticamente esta vinculación entre Jesús y el Padre en lenguaje de revelación apocalíptica o sapiencial, sino que la introduce en la biografía de Jesús. Desde ese fondo, podemos afirmar que este pasaje es la clave hermenéutica del evangelio, al servicio del “conocimiento del Padre”, que Jesús ofrece a quienes quiere. Mateo ha identificado así la apocalíptica con la revelación del Padre; cf. D. A. Hagner, Apocalyptic Motifs in the Gospel of Matthew: H. in Bib.Theol7 (1985) 53-82.
[5] Jesús no es maestro o transmisor de una Ley externa, sino que ha recibido todo el ser de Dios (su Padre) y al decirlo se dice sí mismo, siendo Hijo. Hay otros lenguajes de amor, pero en la línea de la tradición israelita y de la historia de Jesús, interpretada ya por Q, Mateo ha privilegiado la parábola del Padre y el Hijo, vinculados ambos en una historia de plena donación (originación) mutua y encuentro. Ellos existen dándose mutuamente, conociéndose y siendo cada uno en sí al ser en el otro. Dios se define así como Padre y Jesús como Hijo en su misma historia humana. El principio de todo conocimiento y realidad es este amor mutuo, fundado en Dios Padre y expresado en su comunión con el Hijo. La revelación de Dios a los pobres se despliega así como experiencia radical de filiación, que Jesús da y comparte con los pobres: Se da a sí mismo, dándoles todo lo que tiene (lo que es), de manera que su vida es desde el mismo principio una vida compartida, desde Dios y en Dios, sin separación de grupos o de religiones.
[6] Mt 11, 25-29 nos sitúa cerca de Jn 1, 18 (a Dios nadie le ha visto jamás…) y de Jn 10, 15 (como el Padre me conoce y yo conozco al Padre), pero no ha desarrollado temáticamente esta vinculación entre Jesús y el Padre en lenguaje de revelación apocalíptica o sapiencial separada, sino que la introduce en la biografía de Jesús. Para una introducción al tema, cf. R. Bauckham, God Crucified, Paternoster, Carlisle 1998; R. Haight, Jesus, Símbolo de Dios, Trotta, Madrid 2007; M. J. Harris, Jesus as God, Baker, G. Rapids 1992; M. D. Jonge, God’s Final Envoy, Eerdmans, G. Rapids 1998.
[7] Estas palabras van más allá de lo que puede decir el judaísmo rabínico, pero siguen en su línea. En ese contexto podemos citar un pasaje de la Misna: “Rabí Nejonías, hijo de Aqaná, decía: al que acepta sobre sí el yugo de la Torah se le ha de eximir del yugo del reino y del yugo de lo terreno…” (cf. Abot 3, 5). En ese contexto, Mt 23, 4 habla del peso que escribas y fariseos cargan sobre los judíos y Hech 15, 10 insiste en el peso/yugo que la Ley ha impuesto sobre los judíos.Pues bien, conforme a este pasaje de Mt 11, 28-30, en el lugar del yugo de la Torah viene a situarse el “yugo de Jesús”, es decir, su misma vida como presencia de Dios, fundamento y sentido de la vida humana.
[8] Dios no aparece como Señor, Padre de los espíritus y/o astros (cf. Hebr 12, 9; Sant 1, 17), de un modo general, sino como Padre del Mesías Jesucristo, Sabiduría encarnada. Jesús aparece, por su parte, como encarnación personal de la Ley, comunión de vida, para todos los pueblos de la tierra, pues la Ley puede separar a judíos de gentiles, mientras la Sabiduría les vincula. Éste es el giro espistemológico de Mateo, que identifica las realidades salvadoras de Israel (Sabiduría, Ley, Hijo del hombre) con Jesús, a quien identifica on la Sabiduría de Dios, que había sido personificada ya en algunos textos de Prov, Eclo y Sab, como he mostrado en Dios judío, 241-259. Cf. M. D. Johnson, Reflections on a Wisdom Approach to Matthew’s Christoly: CBQ 36 (1974) 44-74; G. Schimanowski, Weisheit und Messias, WUNT 17, Tübingen 1985, 38-61; P. W. Skehan, Structures inPoems on Wisdom: Proverbs 8 and Sirach 24, CBQ 41(1979) 365-379; G. von Rad, La Sabiduría deIsrael, FAX, Madrid 1973, 208-216; B. Witherington, Jesus the Sage. The Pilgrimage of Wisdom, Fortress, Minneapolis 1994.
[9] Además de comentarios, cf. M. Gilbert, Le discours de la Sagesse en Prov 8, en La Sagesse de l’AT(BETL 51), Louvain 1979, 202-218; P. Heinisch, Die Persönliche Weisheit des AT in religionsgesch. Beleuchtung, Tartu, Münster 1923; M. Küchler, Frühjüdische Weisheitstraditionen, OBO 26, Freiburg Shw. 1979; B. Lang (ed.), Frau Weisheit. Deutung einer biblischen Gestalt, Lips, Düsseldorf 1975; B. L. Mack, Logos und Sophia, Vandenhoeck, Göttingen 1973, 34-62.
[10] Además de comentarios, cf. M. Gilbert, L’Éloge de laSagesse (Sir 24):RTL 5 (1974) 326-384; M. Hengel, Judaism end Hellenism I, SCM, London 1974, 157-162; D. Martín, Sabiduría y Ley en Jesús Ben Sira: RelCult 25 (1979) 567-574; G. Schimanowski, Weisheit und Messias, WUNT 17, Tübingen 1985, 38-61; G. T. Shepphard, Wisdom and Torah, en G. A. Tuttle (ed.), Biblicaland Near Eatern Studies, Eerdmans, Grand Rapids MI 1978. 166-176; P. W. Skehan, Structures inPoems on Wisdom: Proverbs 8 and Sirach 24, CBQ 41(1979) 365-379.
[11] Esta es la promesa que el Jesús de Mateo dirige a los que le siguen y escuchan su palabra. Ciertamente, el evangelio tiene aspectos fuertes de compromiso, al servicio del Reino de Dios, pero no puede concebirse como expresión de un esfuerzo fatigoso, sino como un don que libera al hombre de la preocupación agobiante de la vida (6, 25-34), porque el mismo Jesús ha cargado con las enfermedades y dolencias de los hombres, abriendo un camino de Reino donde los privilegiados son los pobres, los expulsados y oprimidos de la sociedad, como seguiré indicando
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