Dios no juzga el mundo, sino que lo invita a acoger su salvación.
El texto de hoy se encuentra al final del diálogo de Jesús con Nicodemo que leído en su totalidad presenta una de las claves fundamentales que permite entender en toda su hondura el texto que hoy comentamos. Esta clave se podría formular diciendo que creer en Dios, en el Dios que anunció Jesús y desde el que se vivió en todo su ser, no es una cuestión de esfuerzo ni de grandes reflexiones, es abrirse a un encuentro transformador que redimensiona toda la vida.
Tanto amó Dios al mundo… Nos resulta a veces difícil de entender que en Dios solo hay amor y que, por tanto, solo quiere amarnos, acompañarnos, apoyar nuestra felicidad. En estos meses de pandemia desde multitud de foros nos han invitado a rezar, pero pocas veces nos han invitado a sentirnos abrazados por el amor incondicional de Dios para afrontar estos momentos inciertos. Pocas veces nos han ayudado a mirar a Jesús y contemplarlo afrontando el mal con fe y esperanza, sin culpar a nadie, y menos a Dios, del dolor humano.
Jesús entregó su vida para que nadie quedase fuera del abrazo de su Padre-Madre. Jesús afrontó el fracaso de la cruz, no porque Dios buscase un “chivo expiatorio” para recuperar la confianza en la humanidad y empezar de nuevo, sino que se dejó vencer en la cruz porque la violencia cierra las puertas al amor, a la bondad, a la confianza y solo de esa manera Dios podía seguir ofreciendo la Vida a todas/os y cada una/o de las/os que habitamos este mundo.
Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo... Tenemos la tentación de pensar que Dios juzga con nuestros propios criterios, que cada uno recibe lo que siembra, que quien obra mal finalmente será castigado…Pero Dios no es así, y Jesús lo dejó muy claro con sus palabras, pero también con su praxis. Él no juzgó a las personas, sino sus actos. Él no condenó a sus enemigos, sino que los acogió con entrañas maternas, se sentó con ellos a la mesa, los miró a los ojos, los buscó para liberarlos del mal.
A Jesús lo juzgaron por eso, por no juzgar, por no separar a los buenos de los malos, por no castigar, por no justificar el lanzamiento de la piedra condenatoria. Como a sus contemporáneos, nos cuesta entender que el amor verdadero lleva siempre de la mano el perdón y que Dios nunca va a satisfacer nuestros deseos de venganza, de reparación sino es perdonándonos a nosotras/os y a nuestros enemigos/as.
El que cree en él no será juzgado…El evangelio de Juan es sin duda un texto complejo y no siempre fácil de entender en toda su hondura por su lenguaje y por muchas de sus construcciones teológicas, sin embargo, es clara la llamada que continuamente hace a sus lectores/as a tomar postura ante la persona y el mensaje de Jesús. Es una llamada que no se puede dejar para mañana, sino que hay que responder aquí y ahora. Por eso, creer para este evangelio no es asentir a una serie de verdades sagradas, sino decidirse por Jesús y acoger su salvación.
Jesús no obligó a nadie a convertirse a ningún credo, ni condicionó su acción sanadora y salvadora a ritos u ofrendas. Él invitó sencillamente a confiar, a escuchar y a hacer camino junto a él. De hecho, Nicodemo se admira de las enseñanzas y signos que hace Jesús y por eso sabe que Dios está con él (Jn 3, 2), pero Jesús lo invita a algo más, lo invita a nacer de nuevo, lo invita a creer (Jn 3, 3). Por eso desde ahí se entiende que quien cree no será juzgado (Jn 3, 18).
Creer del modo que nos propone este evangelio en coherencia con lo recibido del Maestro, solo es posible si reconfiguramos nuestras creencias, nuestras falsas ideas sobre Dios y sobre los seres humanos y nuestra conducta a la luz de la propuesta de Jesús. Solo así es posible acoger la salvación y entender a Jesús. Y para eso hay que nacer de nuevo, volverse a sorprender con la vida, abrirse a recibir el dinamismo de la santa Ruah.
El texto de hoy nos ofrece una nueva oportunidad para hacernos la pregunta de cómo creo, cómo experimento la salvación que el Dios amor anunciado, vivido y entregado por Jesús me ofrece. No hay juicio pero sí, la urgencia de una toma de postura, de una decisión que libere nuestros miedos, nuestras falsas seguridades, nuestro egoísmo y sane la angustia y el dolor que muchas veces nos aflige.
En este momento en que necesitamos afrontar el golpe con el que la pandemia nos ha herido a cada una/o y a toda la humanidad en su conjunto, creer que Dios es más grande que cualquier mal, experimentar que no estamos solos/as en la incertidumbre, sentir que es posible sentirnos salvados/as y así ser oferta de salvación para otros/as podría hacernos decir como Nicodemo: ¿Cómo puede ser esto? (Jn 3, 9). Puede ser si hacemos con Jesús el camino, puede ser si con realismo nos abrimos a la esperanza, puede ser si dejamos que la santa Ruah habite nuestro corazón como brisa suave que conforta y alienta, puede ser si nos sentimos parte de la humanidad herida y nos decidimos a recuperar la salvación que Dios pone en nuestro corazón y la compartimos con otros/as en el cotidiano camino de nuestra historia.
Y así, podrá ser que nuestro testimonio creyente forme parte del esfuerzo de tantos por hacer posible una nueva humanidad y una nueva historia.
Carme Soto Varela
Fuente Fe Adulta
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