30-31 de mayo del 2020 Pentecostés con los once, las mujeres, María y los hermanos de Jesús: Eclosión de vida, ocultamiento de mujeres
Hech 1, 13-14: Vigilia por excelencia, la Gran Noche de espera de creación de los cristianos
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«Subieron a la sala superior donde se alojaban. Eran Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el celota y Judas el de Santiago. Todos estos perseveraban con un mismo interés en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1,13-14).
¡Un lujo, un robo/ocultamiento de mujeres!
Un lujo de mujeres: Ciertamente, están once (Doce menos uno), lo que queda del proyecto fracasado de los Doces de Jesús… Pero todo lo demás son casi sólo mujeres: las mujeres sin más, es decir, las compañeras de Jesús, a las que se añade María, su madre, y un un grupo de hermanos/familiares de Jesús, entre los que puede haber varones (Santiago, Cleofás…), pero entre los que hay sobre todo mujeres. Éste es un campo poco estudiado de la historia primitiva de la Iglesia, en la que intervienen, sobre todo, mujeres de la familia de Jesús.
Un robo de mujeres. Basta fijarse en las “imágenes” canónicas, es decir, oficiales de Pentecostés. Sistemáticamente se han borrado las mujeres “amigas” de Jesús (con Magdalena, Salomé…) y las mujeres de la familia (entre ellas varias marías). Este es un “robo inocente”, es decir, no intencionado… y por eso peor, más delictivo. Es el robo no leer los textos, de respetar los orígenes… En el Pentecostés del libro de los Hechos la mayoría son mujeres… Pero todas han sido borradas, para quedar sólo con Doce Varones (¡olvidando que son once fracasados)… y una mujer de honor en medio.
Muy piadoso el icono de los Doce Obispos con la Madre en el centro… olvidando la función de la Madre de Jesús… con el sentido de los once primeros. Hay mucho camino recorrido, pero mucho que tiene que ser desandado, para retomar la marcha en la buena dirección.
Esta representación oficial de Pentecostés en la Iglesia ha sido un robo de mujeres. Ha servido para exaltar a Once varones santos (todos los clérigos de la iglesia posterior), con una mujer única, que es muy-muy importante, pero que no es la única, ni está cumpliendo aquí (en estos iconos de los doce con ella) su verdadera función evangélica.
El 95% de las representaciones de Pentecostés ponen a 11/12 varones que se han “apoderado” del Espíritu de Jesús, con una mujer en medio (que es la Madre, muy importante como signo, pero sin autoridad real). Haced un esfuerzo, buscad en google: Pentecostés, imágenes o iconos. Tendréis que sudar para encontrar un pentecostés de mujeres (1):
Quién es quién en Pentecostés de Hechos
Primero están los once varones, cuyos nombres se citan expresamente (cf. también Lc 6,14-16, pero con judas).Son un grupo importante, pero no son los “Doce para siempre”. Ellos garantizan la continuidad entre la vida-mensaje de Jesús y el comienzo de la Iglesia. Pero no están todos… Son once, número siempre imperfecto… El Espíritu Santo no viene sobre el “colegio apostólico”, porque el colegio se ha roto en la muerte de Jesús y todos los esfuerzos por recrearlo han sido vanos. Son importantísimos, son esenciales….
Pero son el grupo fracasado de Jesús, y sólo desde ese fracaso pueden volver a empezar… Hecho los pone al principio, pero no son el principio del principio de la Iglesia, donde aparecen con igual o más importancia las mujeres de la cruz, de la tumba vacía y de la pascua. Los iconos de Pentecostés les ponen sin embargo sólo a ellos, con la madre. Menos mal que hay algunos clásicos como El Greco que meten alguna mujer más junto a la Madre.
Junto a los once están las mujeres. El texto (syn gynaixin) resulta indeterminado y podría referirse a diferentes tipos de personas (por ejemplo a las esposas de los apóstoles). Pero es evidente que en el fondo de Lc-Hch ellas son, al menos, las mujeres que acompañaron a Jesús desde el principio: María Magdalena, Juana, la mujer del funcionario Cuza, Susana y muchas otras (cf Lc 8,3). Han servido a Jesús, le han visto morir (Lc 23,49); son testigos de su entierro (Lc 23,55-56) y, sobre todo, testifican el misterio de su tumba abierta (Lc 23,56-24,11)14.
Sin su presencia en la primera comunidad la Iglesia hubiera perdido un elemento fundante de la historia y plenitud del Cristo. Todo nos lleva a pensar que el Pentecostés de la Iglesia empezó con ellas. Ellas fueron las primeras que recibieron el Espíritu de Jesús, en un lugar familiar, llamado el “cenáculo”, que es algo así como el lugar donde ellas recrean la comunidad de Jesús… Sin estas mujeres no había habido Pentecostés. Éste es su lugar, el Cenáculo de la Iglesia, la Cámara del Espíritu Santo, según la tradición:
Están, al mismo tiempo, los hermanos/as de Jesúsque forman un grupo bien determinado, como en 1 Cor 9,5 (tois adelphois autou). Pertenecen a la familia del Señor, interpretada en un sentido extenso, como entonces se entendía en el oriente 15: Ellos ofrecen el testimonio de la humanidad de Jesús, de su familia, tan insignificante, perdida y poco culta, en Nazaret de Galilea (cf. Mc 6,1-6). Han sido en un principio adversarios de Jesús y han rechazado su camino mesiánico (cf. Mc 3,20-21.31-35; Jn 7,3.5.10). Pues bien, en un momento determinado, quizá a partir de la experiencia pascual de Santiago (cf. 1 Cor 15,7), que aparece como portavoz , estos familiares han aceptado a Jesús (cf. 1 Cor 9,5; Gál 1,19), formando con los once y mujeres amigas el principio de la nueva Iglesia.
Lo más sorprendente de estos hermanos/as de Jesús de los que nos habla con toda precisión Mc 3 y M 6, están representados básicamente por mujeres. En contra de la visión que ofrece Pablo de los “hermanos-varones” de Jesús, el evangelio de Marcos (con los otros tres) ofrece una auténtica saga de las hermanas/familiares de Jesús. Ellas forman con las mujeres/amigas el principio de Pentecostés.
Ellos aportan la prueba de los orígenes de Jesús, el recuerdo de su familia concreta entre los hombres. Un Jesús sin hermanos, sin crecimiento compartido, sin tradición asumida crítica-mente no sería verdaderamente humano.
En medio, entre las mujeres y los hermanos de Jesús, está su madre, a la que se llama con su nombre, María. Literariamente (si el kai, es decir “y” que le une a las mujeres ) se podría suponer que ella está integrada en el grupo de mujeres. Habría, según esto, tres grandes componentes de la Iglesia: apóstoles, mujeres y parientes. Sin embargo, es mucho más probable que ese kai (y) que le vincula a mujeres-parientes sea disyuntivo, de modo que ella forme grupo aparte. María tiene su propia personalidad, aporta una experiencia irrepetible y diferente en el conjunto de la Iglesia17. Así lo suponemos en las notas que ahora siguen.
Qué hace cada grupo
Para entender lo que implica el surgimiento de esta primera comunidad donde se encuentra María como miembro distinguido, es conveniente que tracemos, al menos de manera hipotética, el transcurso de los hechos que van de la pascua a Pentecostés
Los once, impactados por el juicio-cruz, se han dispersado, volviendo a Galilea, donde el mismo Jesús vuelve a su encuentro (cf. Mc 16,7; Mt 28,7.10). Parece seguro que en esta conversión pascual ha intervenido poderosamente Simón (cf. Lc 22,32; 24,34; 1 Cor 15,5), que ahora confirma su nombre de Cefas-Pedro, fundamento de la Iglesia 19. Evidentemente, la experiencia pascual les lleva a Jerusalén, donde esperan la revelación definitiva de Jesús, Mesías de Israel, Hijo de Hombre escatológico. Pero ea conversión de Simón está vinculada de manera radical a las mujeres amigas de Jesús, según Mc 16, 1-8. Sin ellas no habría podido haber Pentecostés en la Iglesia.
Las mujeres han quedado desde el principio en Jerusalén, donde han encontrado el sepulcro abierto. No sabemos cómo han seguido actuando después. ¿Han corrido a Galilea para comunicar su experiencia a los apóstoles? (cf. Mc 16,7; Mt 28,10). No podemos precisarlo. Lo cierto es que han hecho lo que han hecho: Unas mujeres nos han sobresaltado, dicen los de Emmaús (Lc 23). Sin este sobresalto de las mujeres no habría existido Pentecostés. Lo cierto es que las hallamos luego en Jerusalén, formando la primera Iglesia, con los apóstoles.
Estas mujeres forman el sobresalto fundante de la Iglesia…, ellas han sido y siguen siendo Pentecostés… por más que una y otra vez, pintores de cuadros y jerarcas varones de la Iglesia las hayan expulsado fuera del lugar oficial del Espíritu Santo… Sin ellas no puede hablarse hoy de Pentecostés de la Iglesia
Sobre la integración de los parientes/hermanos de Jesús sabemos poco, quizá porque estudiamos poco las cosas profundas. Podemos suponer que ellos hicieron un fuerte por Jesús, un duelo transformado en experiencia pascual de resurrección y de Pentecostés. Según la costumbre judía, la madre y hermanos se habrían reunido una semana y luego un mes en llanto riguroso y luto por Jesús, el muerto. En un momento determinado, quizá por el testimonio de las mujeres, quizá por eclosión interior, su llanto se hizo fiesta, la ausencia de Jesús se volvió Pentecostés(2).
Este Pentecostés de los “hermanos/hermanas” de Jesús fracaso en un sentido… Triunfaron los pagano-cristianos, con Pablo. Quedó asfixiada la Iglesia judeo-cristiana de los hermanos/hermanas de Jesús, “cogidos” como entre un pinza, entre los cristianos gentiles y los judíos rabínicos… Estos hermanos/hermanas de Jesús tienen que ofrecernos todavía su versión de Pentecostés, para que la iglesia renazca de verdad.
María, la madre. En este espacio pascual, que ha de entenderse como nuevo nacimiento, encontramos a María. Ella, que había recorrido un largo camino de fidelidad fundado en la presencia maternal y engendradora del Espíritu (cf. Lc 1,26-38), debe caminar de nuevo, muriendo con Jesús y renaciendo en el conjunto de la Iglesia. Pues bien, ahora no se encuentra sola, no tiene una palabra propia, aislada, irrepetible (como en Lc 1,38). Su palabra se ha vuelto universal y su experiencia es experiencia de todos los creyentes que, en torno a ella, esperan la plenitud de Jesús resucitado.
¿Qué hacen los diversos miembros Iglesia reunidos? Quizá al principio lloraban por el hijo, hermano, amigo asesinado. Pero el llanto se convierte en gozo (cf. Jn 20.11-18), el dolor en nuevo nacimiento (cf. Jn 16,19-21). Enriquecidos por la nueva presencia de Jesús, sus fieles se han juntado porque esperan ya el fin de este mundo. El mismo Señor había anunciado la llegada de su Reino
Unión y oración
¿Esperaban la llegada del Reino de Dios? Así lo supone la pregunta del “día” de la Ascensión: «¿Es este el tiempo en que vas a establecer el reino de Israel?» (Hch 1,6). Jn 20,19 nos dice que los fieles de Jesús se hallaban reunidos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En una actitud semejante, de gozo desbordado y de temor, parecen encontrarse los grupos de que trata Hch 1,13-14. Dos son las palabras que describen su experiencia: unanimidad y plegaria. 23
Los fieles se mantenían unánimes (homothymadon), en gesto que recuerda y anticipa la actitud posterior de la Iglesia ya constituida (Hch 2,44-47; 4,32-35). Pues bien, en nuestro caso, la nueva comunión no es todavía consecuencia del Espíritu, que debe revelarse. La comunión deriva de Jesús y es principio de manifestación definitiva de su Espíritu. Hasta ahora los diversos grupos se encontraban separados: apóstoles, hermanos, mujeres… La misma madre de Jesús había hecho su camino aislada. De ahora en adelante todos ellos forman como un cuerpo, van constituyendo y realizando esa nueva personalidad comunitaria que es la misma verdad personal del Espíritu de Dios que se explicita sobre el mundo.
Los fieles se mantienen en plegaria, se reúnen para orar (en proseukhé).El texto posterior dice que «estaban sentados» (Hch 2,2), quizá en actitud litúrgica de celebración del pentecostés judío. Ciertamente, su plegaria se halla abierta hacia el futuro de Jesús a quien esperan como el gran libertador, que ha de venir a transformar su vida antigua, inaugurando el Reino sobre el mundo.
Desde esa perspectiva entienden y celebran la vieja y nueva fiesta de su pueblo. Ahora, al fondo de su gesto de esperanza y de recuerdo, han descubierto un elemento nuevo: experimentan el Espíritu del Cristo que les hace vivir desde ahora en el misterio de la nueva comunión eclesial, abriéndoles al mismo tiempo, en gesto misionero, hacia los hombres.
De aquí se deducen dos grandes consecuencias: la comunión del Espíritu, que ellos viven como grupo de creyentes, viene a abrirse hacia los hombres y mujeres de Israel (y, después, a todo el mundo); la esperanza del futuro se traduce en gesto misionero del presente, en un camino que está determinado por la comunión intraeclesial y la palabra que irá abriéndose a todos los pueblos de la tierra.
Pues bien, en esa matriz de nacimiento de la Iglesia hallamos a María, abierta con los otros grupos de creyentes al misterio del Espíritu de Cristo… No María entre los once apóstoles/obispos, como le ha visto la tradición oficial de la Iglesia, con su iconografía, sino María con las mujeres amigas de Jesús y con las mujeres hermanas de familia de Jesús.. Ciertamente, no podemos entender los datos de Hch 1-2 de una manera historicista… Pero aquí se nos está diciendo algo sobre el origen y futuro de la iglesia, en un pentecostés que no es sólo de mujeres, pero que es especialmente de mujeres, según el texto de Hch 1,13-14.
Pero al fondo de ellos encontramos el camino verdadero de la Iglesia. En un primer momento la experiencia pascual ha unificado a los discípulos del Cristo, haciéndoles vivir en comunión la presencia plena del Espíritu. En un segundo momento ese mismo Espíritu les abre, haciendo así que ofrezcan su experiencia y comunión a los judíos, samaritanos y, luego, a los gentiles (cf. Hch 1,8). Precisamente en el lugar de ese nuevo nacimiento, que supone la manifestación final de Dios sobre la tierra, hallamos a María. Ella ha culminado su camino de fe, introduciéndose como mujer carismática en el cuerpo de una Iglesia donde ofrece su experiencia y riqueza de misterio.
La aportación de María, en este Vigilia del Espíritu
Ella ha realizado y culminado su camino individual de creyente, «avanzando en la peregrinación de la fe» que la mantiene unida a Jesús y transparente ante la gracia de su Espíritu (cf. Vaticano II, Sobre la Iglesia, 58). De esa forma es figura y modelo para todos los creyentes. La fragilidad de su vida de sierva humillada ha venido a convertirse en espacio de presencia y manifestación de la grandeza de Dios sobre la tierra. Ha combatido el buen combate, ha mantenido la fe; por eso puede presentarse como persona culminada, transparencia del Espíritu de Dios sobre la tierra (cf. 2 Tes 4,6).
Ese camino de la fe no la ha llevado a la muerte sino a la Iglesia donde, en unión con los otros caminantes (apóstoles, mujeres, parientes) viene a presentarse como la primera carismáticaEl Espíritu, que antes era fuerza de Dios en su gesto de maternidad mesiánica y maduración individual, viene a presentarse ahora como principio de vida compartida, matriz y sentido del nuevo nacimiento universal de los creyentes. Están allí todos (pantes de Hch 21,1), los apóstoles (cf. 1,26), los 120 hermanos (cf. 1,15), es decir, los tres grupos de que hablaba nuestro texto de Hch 1,14-15 27. Entre ellos, como primer testigo del camino de Jesús y como hermana primera, culminada, de la Iglesia está María. La palabra de Dios, que empezó a resonar el día de la anunciación, la hizo morir al mundo viejo de su casa israelita y de sus padres, familiares, de la tierra. Lo ha dejado todo por Jesús y Jesús la ha hecho nacer de nuevo en el centro de su Iglesia, dándole así el ciento por uno de aquello que había perdido (cf. Mc 10,29-31).
Sólo ella puede ofrecer al conjunto de la Iglesia el testimonio viviente de la plena humanidad de Jesús. Por eso, su palabra y su presencia resulta necesaria para el nacimiento de la Iglesia donde todos comparten ya la misma vida del Espíritu.
Santa María de Pentecostés
María es, de esa forma, el tipo y signo de todos los creyentes, que deben recorrer el camino que ella ha recorrido. Así, podemos afirmar que los momentos de la fe son ya momentos de la vida y misterio de María.
1) Es ella, en persona.Asumiendo en su persona todo el camino de Israel, María ha respondido a la palabra de Dios, ofreciendo su vida como espacio de manifestación del Espíritu (Lc 1,35.38). Situándose ante el Cristo ya nacido, María ha tenido que recorrer un proceso de conversión que no la lleva del pecado a la gracia sino de la gracia inicial (plena como inicial) a la gracia consumada que implica su muerte al mundo antiguo y su nuevo nacimiento por la pascua.
2. Es ella con los apóstoles, los enviados primeros de Jesús, que vuelven del fracaso (tras haber huido). Son once, no doce… Tienen que empezar de un modo nuevo. Sólo después (Hch 2) elegirán un número 12 (Matías…),pero nunca será igual… Más tarde vendrá Pablo, el número 13… Pero todo será distinto. en el principio hay once fracasados que esperan el Espíritu,pero están con un grupo de mujeres, vienen algunos parientes de Jesús… Y está María, la madre, signo de la identidad y continuidad de la obra de Dios, del Espíritu de Pentecostés. Pienso que este dato, en su misma facticidad histórica, resulta extraordinariamente significativo para aquellos que aprenden a leer en el misterio. María se presenta aquí como persona abierta en tres aspectos.
4) Está abierta a los parientes, de tal forma que ellos pueden recuperar su historia antigua, recreada por Jesús después de pascua. No niega su origen, no borra sus principios.El mismo Jesús la capacita para comprender y vivir de un modo nuevo su herencia israelita. María se halla abierta a los apóstoles en su doble función de testigos de Jesús y de varones: como a testigos les escucha, como a varones les ama en nuevo amor de fraternidad y comunión universal.
5).Finalmente, María se halla abierta a las mujeresen su doble función de servidoras-testigos de Jesús y de mujeres: como a servidoras de Jesús ha de acogerlas, recibiendo el testimonio que ellas siguen dando de la tumba vacía y de la pascua; como a mujeres las ama, dentro de una comunidad donde se viene a superar la división antigua que escindía y enfrentaba a varones y mujeres, siervos y libres, judíos y gentiles (cf. Gál 3,28). Pero con esto entramos en un tema (de distinción de masculino y femenino) que debemos tratar más adelante
El camino de María, entre Anunciación y Pentecostés.
Al menos en esquema debemos precisar el sentido del Espíritu en la obra total de Lucas, en el comienzo de la Iglesia, en la vida de María, la Madre:
1) En primer lugar, el Espíritu es poder de Dios que dirige la historia hacia Jesús. Esta línea se condensa en Lc 1,35: el Espíritu de Dios llena a María, de manera que ella pueda ser la madre, engendradora humana, del Hijo de Dios.
2) El Espíritu es poder divino de Jesús, como se muestra ya desde el relato del bautismo (cf. Lc 3,21-22). Ciertamente, Jesús mismo es persona, el Hijo eterno de Dios en forma humana; pero el fundamento y sentido de su acción liberadora es el Espíritu que actúa a través de su palabra y de su obra (cf. Lc 4,1-18; Hch 10,38).
3) Finalmente, el Espíritu es presencia y actuación de Jesús resucitado que lo ofrece desde el cielo a los creyentes (cf. Lc 24,49; Hch 1,5; 2,32-33). 28
Conforme muestra el esquema anterior, es evidente que Jesús mismo es el hombre del Espíritu, «pneumatóforo» por excelencia: del Espirito nace, con Espíritu actúa y Espíritu ofrece tras la pascua a sus creyentes, que pueden convertirse también en «pneumatóforos». Pues bien, el primero de esos creyentes, portadores del Espíritu es María. Ella aparece, de un modo privilegiado e irrepetible, en el primero y tercer momento del esquema. En el primero, María es representante de la historia, signo y concreción de toda la humanidad que busca al Cristo.
En este plano, siendo expresión y portavoz de todos, ella debe actuar como puente de vida y esperanza, entre la Anunciación u Pentecostés. Ella es la única que está a los dos lados de la historia humas:
a. María recibe el Espíritu en la concepción y nacimiento de Jesús, en el camino que va de Dios y de Israel al nacimiento de Cristo. Recibe el Espíritu para hacer el camino de Jesús, para acompañarle de forma personal...
b. María recibe el Espíritu de Jesús en el comienzo de la Iglesia, pero ya no está sola, está con los once, con las mujeres, con los parientes…
Situando a María en estos dos momentos de su esquema pneumatológico, Lucas ha mostrado que existe una marcada semejanza estructural entre el origen de Jesús (Lc 1,26-38) y el nacimiento de la Iglesia (Hch 1,13-14; 2,1s). En el primer caso el Espíritu actúa únicamente sobre María, en camino de transformación personal-individual que la convierte en madre del mesías. En el segundo caso actúa sobre María y sobre todo el resto de los fieles, en camino de transformación personal-comunitaria que les hace ser Iglesia, es decir, comunidad escatológica del Cristo en el camino de la historia.
María es quien aúna en su persona ambos momentos, realizando un camino de fidelidad materna y entrega cristiana al servicio de toda la Iglesia. Nadie la ha podido sustituir en su ca-mino; todos debemos aceptarla en la memoria y realidad creyente, como transmisora de la bienaventuranza de Dios sobre la tierra (cf. Lc 1,42). En ese aspecto, la fe de todos los cristianos conserva una clara dimensión mariana: como fundamento y base de nuestra comunión eclesial, tenemos que apoyarnos en el gesto de María; sólo si aceptamos como propia su palabra de fidelidad comprometida (Lc 1,38) podemos luego acompañarla en el misterio compartido de la Iglesia. En otras palabras, la entrega y presencia del Espíritu al principio de la anunciación (Lc 1,35) se conserva y plenifica en el conjunto de la Iglesia a través de la experiencia siempre actual de pentecostés (Hch 2). A partir de aquí podemos esbozar unas sencillas conclusiones.
Conclusiones
Hch 1,14 sirve para recuperar eclesialmente el camino de María. Ella no es recuerdo del pasado, como uno de los viejos patriarcas de Israel que sólo vive para nosotros a través del cumplimiento de Jesús. Ella ha penetrado por pentecostés en el misterio de la Iglesia, apareciendo para siempre como la primera cristiana de la historia.
Desde Hch 1,14 comprendemos la palabra «me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48). El gesto de María permanece dentro de la Iglesia como signo de bienaventuranza: su pasado pertenece al futuro de los hombres que buscan con ella la bienaventuranza de Dios, esto es, el reino de la plenitud y justicia verdadera.
Por Hch 1,14 descubrimos a María como plenitud de un camino realizado. Hasta entonces ella compartió la búsqueda y dolor de todos los creyentes de la historia. Vivió en inquietud de fe (cf. Le 2,35.48), no pudo anticipar el gozo de la pascua. Pero ahora, culminada su experiencia, se presenta ante nosotros como vida ya cumplida, madurez ya realizada.
Por Hch 1,14 sabemos que María ha descubierto, al fin, el pleno carácter comunitario del Espíritu. Tuvo que salir de la familia de Israel por Jesús (cf. cap. 5); ahora, después que su Hijo ha muerto, ha descubierto en el Jesús resucitado la plena comunión de los hermanos. Por eso surge como hermana de todos, dentro de la Iglesia. Después ya no aparece en el camino de la historia. Cuando Lucas escribe, ella ha muerto, pero sigue viviendo no solamente en Dios (¡en Asunción celeste!) sino también en la memoria y vida de los fieles que participan de su mismo Espíritu y cantan su mismo canto de alabanza (Lc 1,46-55).
NOTAS
1. Algunos consideran la presencia de María en el comienzo de la Iglesia como un dato sin valor histórico. Así ha dicho M. Goguel: «no hay ningún indicio válido que nos permita suponer que María ha formado nunca parte de la Iglesia» (La Naissance du Christianisme, Paris 1955, 141). Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que hay no solamente indicios sino también certezas fundantes que nos llevan a descubrir la presencia de María en la Iglesia primitiva. Sólo así se explica no sólo Hch 1,14 sino también Jn 19,25-27 que nos habla de María como miembro de la comunidad del discípulo amado. Sólo así se explica la existencia de una intensa veneración mariana que encontramos en el fondo de Lc 1,48 y en todo el evangelio de la infancia.
La simple afirmación de la presencia de María en el comienzo pascual y pentecostal de la Iglesia suscita una serie de certezas que son determinantes para comprender el sentido de su vida y el sentido de todo el cristianismo primitivo. María nos conduce del encuentro individual con Dios, que se explicita en Lc 1,26-38, al encuentro comunitario de Hch 1,14. Así universaliza el valor de su experiencia y expande, en ámbito de unión fraterna, la misma realidad de su persona. Por la pascua de Jesús, ella ha renacido dentro de la Iglesia o, mejor dicho, ha renacido como Iglesia, en unión con sus hermanos. De esa forma ha culminado la presencia del Espíritu en su vida: podía parecer en Lc 1,35 que el Espíritu se daba sólo a su persona, de una forma individual, aislada y ya perfecta. Pues bien, ahora descubrimos que aquello fue un primer momento en el camino; por el don pentecostal de Jesús, el Espíritu de María se convierte en Espíritu de todos, como misterio de amor que unifica a la comunidad de los creyentes.
Pero con esto podemos volver hacia los textos. Hch 1,14 nos ofrece una lista fundacional de los miembros primitivos de la Iglesia. Ellos forman el ejemplo, concreción y signo de todos los creyentes posteriores. Cada uno de los grupos tiene su propio sentido, una razón de ser y una función que cumplir dentro de la primitiva comunidad.
(2) Los diversos personajes. Sobre la lista de apóstoles en Hch 1,13, con los cambios de orden respecto a Lc 6,14-16, cf. E. Jacquier, Les Actes des Apótres, Paris 1926, 24-29; cf. también E. Haenchen, Apostelgeschichte, Göttingen 1961, 20; J. Roloff, Apostolat-Verkündigung-Kirche, Gütersloh 1965, 196-199; J. de Goitia, La fuerza del Espíritu, Bilbao 1974, 97-98. Sobre las mujeres en la tumba, L. Schenke, Le tombeau vide et 1’annonce de la Résurrection, Paris 1970. Sobre los hermanos de Jesús sigue siendo básico J. Blinzer, Die Brüder und Schwestern Jesu, Stuttgart 1967; A. Meyer y W. Bauer, The Relatives of Jesus, en E. Hennecke, NT apocrypha I, London 1973; 418-432; H. Conzelmann, Geschichte des Urchristentums,Göttingen 1971, 28, 137-138. H. von Campenhausen, Der Ablauf der Osterereignisse und das leer Grab, Heidelberg 1966; H. Grass, Ostergeschehn und Osterberichte, Göttingen 1964.; O. Cullmann, Petros, TWNT 6, 99-112.E. Schweizer, Los comienzos de la Iglesia, en La Iglesia primitiva. Medio ambiente, organización y culto, Salamanca 1974, 20-21; L. Goppelt, Die apostolische und nachapostolische Zeit, Göttingen 1966, 14.))
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