José María Castillo: “Los seres humanos no necesitamos un ‘Dios curandero’, ni nos hace falta un ‘Jesús milagrero’”
De su blog Teología sin Censura:
“¿Qué nos vienen a decir esos 67 relatos de curaciones y remedios que Jesús aportaba a la sociedad humana?”
“A partir del “Dios humanizado” (que es Jesús), nos enteramos de lo que ese Dios nos quiere decir sobre el ser humano, sobre la vida humana, sobre la sociedad humana”
Es un hecho que los dos problemas más preocupantes, que nos ha planteado el coronavirus, son el problema de la salud y el problema de la economía. De los dos, habla todo el mundo. Porque nos enfrentan a dos cuestiones básicas y decisivas en la vida de los individuos y de la sociedad.
¿Tiene el cristianismo algo que decir sobre estos dos problemas tan determinantes en la vida de los individuos y de la sociedad? Sin duda alguna, tiene que decir. Y mucho, por supuesto. El Papa Francisco se refiere a estos dos asuntos constantemente. Y antes que el Papa, quien con más insistencia y fuerza se enfrentó a estos dos problemas fue Jesús el Señor. El Evangelio, la Buena Noticia de Dios al mundo, nos dejó constancia abundante de este doble problema: la salud y la economía. Y ambos, muy relacionados entre sí. Pero, por claridad y orden, hablaré aquí, en primer lugar, de la salud; después, de la economía.
Quienes leen los evangelios saben que, en esos cuatro libros, se relatan con frecuencia episodios de curaciones milagrosas de enfermos. Exactamente, los relatos que, en los cuatro evangelios se refieren al problema de la salud son 67. La mayoría de estos relatos se refieren a hechos concretos. En otros casos (no muchos), se trata de “sumarios”, en los que se dice genéricamente que Jesús curaba a enfermos, lisiados, personas endemoniadas (o sea, que padecían enfermedades del cuerpo o de la mente. Cf. O. Böcher, TRE VIII, 279-286).
Así pues, y sin duda alguna, se puede afirmar que la primera y más destacada preocupación de Jesús fue el problema de la salud humana. Como es lógico, esto quiere decir que Jesús, el “Dios encarnado” y por tanto el “Dios humanizado”, vio claramente que el primer problema, que tiene que resolver la humanidad, es el problema de la salud. Y fue a eso, a lo que más, ante todo, se dedicó Jesús, si nos atenemos a más de 60 relatos evangélicos.
Esto quiere decir – entre otras cosas y como parece lo más lógico – que las curaciones prodigiosas, que relatan los evangelios, no son sencillamente “milagros”, mediante los cuales Jesús demostraba que él era Dios (cf. John P. Meier, Un judío marginal, vol. II/2, 598-602). No es eso. El problema, que plantean y resuelven los hechos prodigiosos de Jesús, es otra cosa. Y nos dice otra cosa.
Un Dios humanizado
Me explico. No se trata de que, a partir de los milagros, queda demostrado que Jesús es Dios y así conocemos a Dios. No. Se trata, al contrario, de que, a partir del “Dios humanizado” (que es Jesús), nos enteramos de lo que ese Dios nos quiere decir sobre el ser humano, sobre la vida humana, sobre la sociedad humana.
O sea, en los milagros y mediante los milagros, lo que importa y lo decisivo no es conocer la “historicidad” de esos hechos (si sucedieron o no sucedieron), sino enterarnos de la “significatividad”, que tales hechos tienen para nosotros. Por tanto, la pregunta clave, que tenemos que hacernos al leer esos relatos extraños y hasta desconcertantes, es ésta: ¿qué nos vienen a decir esos 67 relatos de curaciones y remedios que Jesús aportaba a la sociedad humana?
La respuesta, si no estamos ciegos, es clara y elocuente: lo primero y lo más importante, que Jesús nos enseñó (mediante las “obras” que realizaba) fue esto: ante todo, la salud humana, aliviar el sufrimiento de los que padecen, remediar el dolor de los lisiados, hacer la vida más feliz y más llevadera. Los seres humanos no necesitamos un “Dios curandero”. Ni nos hace falta un “Jesús milagrero”.
Lo que ante todo define a un ser humano, que cree en Jesús y toma en serio el Evangelio, es la persona honrada y buena que, ante todo, centra su vida en aliviar el sufrimiento de los demás y hacer más feliz la existencia humana.
Por esto da pena leer tantos y tantos comentarios eruditos, que llenan bibliotecas del saber, que matizan al detalle problemas que no resuelven nada. Pero son ya demasiados los sabios que saben lo indecible. Cuando en realidad no resuelven nada importante y serio en la vida. ¿Para eso Dios “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos“? (Flp 2, 6-7). El Papa Francisco nos habla de una “Iglesia en salida”. Ya es hora de que en el Evangelio busquemos y encontremos esa “salida”. La Iglesia que sale de sus propios intereses y da respuesta a tantas preguntas que nos angustian.
En una reflexión posterior trataré el tema de “Jesús y la economía”.
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