Epístola de Pablo a Isidro.
26 de abril. DOMINGO III DE PASCUA
Lc 24, 18-19
Y dijo: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto
Estimado Isidro en el Señor:
Naciste en el Magerit, cuando su territorio formaba parte de la taifa del Toledo del área dominada por el Al-Andalus, según cuentan las crónicas del tiempo y en las que se relata tu vida de juventud: una mezcla de los modelos de santidad islámica y cristiana.
Te pasaste la vida arando mientras yo recorría caminos por tierra y por mar, aunque ambos sembrábamos semillas evangélicas semejantes.
Y mientras tú rezabas , los ángeles del cielo hacían horas extraordinarias que nadie les pagaba, cuando yo, en cambio, tenía que trabajar en pieles, en casa de Lidia, vendedora de telas de púrpura y originaria de Tiatira, ¿pues acaso no dije yo en Tesalónica que el que no trabaja que no coma?
Te escribo esta Carta en abril, que es época de sementera, aunque ya me han informado de que tus fiestas son en mayo. Y te la escribo de mi puño y corazón, para que todos vean y recuerden el ejemplo laboral que tú y yo les dimos, pues hay mucho desmemoriado y ciego por esos mundos de Dios.
La zona en la que vivías, Isidro Labrador, era militarmente inestable, e hizo que tu familia se trasladase a Torrelaguna, lugar de refugio, donde conociste a la que sería tu esposa, María de la Cabeza.
Tomás de Bretón compuso para ti la zarzuela La verbena de la Paloma, en la que Julián le canta a Susana:
¿Dónde vas con mantón de manila?
¿Dónde vas con vestido chiné?
Y a la que esta le responde con estilo de manola:
A lucirme y a ver la verbena,
y a meterme en la cama después.
Todo esto no es tampoco un invento mío, Isidro, me lo dijeron también las crónicas, y es posible que sea cierto.
En Los Hechos de los Apóstoles 4, 32, me dijo Pedro lo que contó sobre la comunidad de bienes:
“La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. No llamaban a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común”.
Y otro tanto hacías tú, Isidro, con tus vecinos, una de las razones por las que te hicieron santo.
¿Acaso no dijo el Señor: “Dad y se os dará”?
Javier de Granado, un poeta boliviano, describe tu manera de realizar sus diarios quehaceres en un poema. Javier disfrutaba enormemente con los sabores que le ofrecía el campo, el contacto con la naturaleza y la vida campestre: su padre tenía una hacienda en Cochabamba, una bella ciudad rodeada de campos de cultivo, en la que los criados araban la tierra y sembraban semillas.
EL VALLE
Embozado en su poncho de alborada,
la lluvia de oro el sembrador apura,
y el cielo escarcha la pupila oscura
del buey que yergue su cerviz lunada.
Bajo el radiante luminar caldeada,
de agua clara, la tierra se satura,
y la mano del viento en la llanura,
riza de sol la glauca marejada.
Cuaja el otoño las espigas de oro,
y las mocitas en alada ronda
vuelcan su risa en manantial sonoro.
Se curva el indio y en su mano acuna
de un haz de mieses la cabeza blonda,
que siega la guadaña de la luna.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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