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La presencia de Cristo en una comunidad confiere: paz, alegría y aliento vital

Domingo, 19 de abril de 2020

010-主耶稣向门徒显现-远景-20160129Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. El primer día de la semana.

Evocando el Génesis, la creación, San Juan sitúa esta escena en el primer día de la semana. Es decir, el día de la resurrección, el día de la nueva creación. Ha comenzado la vida definitiva.

Sin embargo, los discípulos (la comunidad cristiana / la iglesia) estaban encerrados, enquistados y con miedo.

Cuando Cristo no está presente en nuestra vidas o en la vida eclesial vivimos cerrados mental y cristianamente y con miedo a todo.

         En estos momentos de sufrimiento por la pandemia, vivimos físicamente encerrados por motivos sanitarios. Que ese confinamiento no nos cause miedo ni angustia. Estamos en el amanecer de una nueva creación de una nueva vida en esta tierra, en este tiempo y en la eternidad del “más allá”.

  1. La resurrección impregna la vida de paz, alegría y espíritu

         La resurrección del Señor “no la vieron físicamente”[1], lo que vieron fueron los “resultados”, los efectos, las consecuencias de la resurrección.

         Pocas huellas y poco testimonio de resurrección daba aquella comunidad eclesial: aquellos “Diez” (“Doce”) (faltaban Judas y Tomás), y, sobre todo, faltaba Cristo. Por eso estaban -vivían-encerrados, con las puertas cerradas y con miedo, enquistados, tristes, sin paz.

         La presencia de Cristo en nuestras vidas, en una comunidad cristiana, en la Iglesia, confiere: paz, alegría y aliento vital (ganas de vivir).

         Cuando Cristo está presente en nosotros experimentamos una profunda paz-serenidad, una inmensa alegría-gozo y su espíritu nos infunde vitalidad.

         San Juan de nuevo vuelve al Génesis. Dios, para terminar la creación exhaló su aliento sobre el barro humano y así llegó, llegamos- a ser seres vivientes, (Gn 2,7).

         La creación termina en vida, en ganas de vivir.

Superamos la debilidad del barro humano, la materialidad corpórea con el espíritu-aliento vital.

         Los decaimientos humanos, las depresiones, la misma pandemia que estamos padeciendo, tienen un buen antídoto en el espíritu que nos confiere ganas de vivir.

  1. Tomás no estaba en el grupo.

         Las grandes cuestiones de la vida son comunitarias: la familia, el pueblo, la cultura, el idioma, la fe, los valores son cuestiones comunitarias.

Tomás no estaba en el grupo. Por eso no llega a la fe.

Es muy difícil vivir fuera del grupo, de la familia, del pueblo, de la propia cultura, de la comunidad cristiana.

Tomás vuelve a un grupo que “ha visto al Señor”, es decir un grupo que vive en paz, en alegría e ilusión. Si Tomás vuelve a la comunidad es porque le han dado testimonio de que han visto al Señor y, por otra parte, en ese grupo se puede vivir y convivir en la paz y alegría del Señor. Nadie vuelve a Egipto o a Auswitch.

         ¿Por qué se ha marchado tanta gente?

         ¿Por qué, como Tomás, se ha marchado tanta gente del grupo,  de la Iglesia? Es un simplismo fanático decir a lo tonto que la gente se ha ido del Evangelio porque es atea, increyente, infiel o pecadora, consumista, etc.

         ¿Y si la iglesia fuese un remanso de paz, de sosiego, de convivencia, de contento, de vida? ¿Quién no quiere vivir en paz y alegría?

  1. Pascua 2020:

Las circunstancias que estamos viviendo en la Pascua de estos años duras y extrañas. Haremos mucho bien si volvemos al Resucitado y  damos testimonio de la vida: hemos visto al Señor, de manera que transmitamos un poco de calma, de serenidad, de aliento vital.

         Cuando un cristiano, como Tomás, dice: ¡Señor mío y Dios mío! no está resolviendo el teorema de Pitágoras teológico, sino que cuando decimos, como Tomás,  ¡Señor mío y Dios mío! es porque estamos en paz, esperanzados, con gozo en la familia, en el pueblo, en la parroquia, en el trabajo, en el Señor.

         Como Tomás podemos decir con esperanza  en nuestro interior:

¡Señor mío y Dios mío!

[1] Es una tesis ya clásica entre muchos biblistas, afirma Armand Puig, decano de la Facultad de Teología de Barcelona.

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