Comentarios desactivados en Aceptar y amar sin descanso
Lo que cuenta es soportar al otro en todas las facetas de su carácter, incluso las difíciles y desagradables, y callar sus errores y pecados -también los que ha cometido contra nosotros-; aceptar y amar sin descanso: todo esto se acerca al perdón.
Quien adopta una postura similar en las relaciones con los otros, con su padre, su amigo, su mujer, su marido, también en las relaciones con extraños, con todos los que encuentra, sabe bien lo difícil que es. A veces se verá impulsado a decir: “No, ya no puedo más, no logro soportarlo; estoy al límite de mi paciencia; esto no puede seguir así: ‘Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano si peca contra mí?’. ¿Cuánto tiempo tendré que soportar su dureza contra mí, que me ofenda y hiera; sus faltas de atención y delicadeza; que continúe haciéndome mal? Señor, ¿cuántas veces?’.
Esto deberá acabar, alguna vez tendremos que llamar al error por su nombre; no, no es posible que siempre se pisotee mi derecho. ‘¿Hasta siete veces?'” […].
Es un verdadero tormento preguntarme: “¿Cómo me las arreglaré con este individuo, cómo podré soportarlo? ¿Dónde comienza mi derecho en mis relaciones con él?”. Ya está: hagamos como Pedro, vayamos a Jesús, vayamos a plantearle siempre esa pregunta.
Si acudimos a otro o nos preguntamos a nosotros mismos, quedaremos desasistidos o la ayuda recibida será fatal. Jesús sí nos puede ayudar. Pero sorprendentemente: “No te digo hasta siete veces -responde a Pedro-, sino hasta setenta veces siete”; y sabe muy bien que es la única manera de ayudarle.
*
Dietrich Bonhoeffer, Memoria e fedeltá,
Magnano 1995, 96-98, passim
Comentarios desactivados en Carta a María Magdalena en la mañana de resurrección: “Como tú, María de Magdala, querría ser portadora de la buena noticia de la Resurrección”
“Que fácil es hacerte presente hoy en tantas médicos, enfermeras, auxiliares, limpiadoras de hospitales, cuidadoras de ancianos… mujeres”
“Las y los que en estos días conviven con el sufrimiento, la muerte, el dolor, tal vez la decepción…¿Se sentirán nombradas con el amor infinito de Dios Padre-Madre?”
“Estos días muchas personas han sido para mí Magdalenas que han sostenido mi esperanza, mi fe en que la muerte no tiene la última palabra. Tengo escritos sus NOMBRES en mi corazón”
| Teresa Casillas
“Viene la Magdalena, por el sendero,
hay una tumba abierta y un jardinero.
Alguien dice su nombre, la Magdalena
Siente que se terminan todas sus penas”
Es Domingo por la mañana en Jerusalén. Todos acababan de celebrar la fiesta grande de la Pascua. Podríamos decir que estaban de “resaca”. ¿Qué hacías tú allí, María Magdalena, en el sepulcro? Ocuparte de un amigo necesitado… Tan necesitado que estaba muerto. Fuiste a arreglar su cuerpo sin vida, a arreglar su tumba. El texto describe algunas de tus preocupaciones: ¿quién nos quitará la piedra de la puerta? ¿podremos solas? ¿seremos suficientemente fuertes para moverla? Pero yo también imagino otras: ¿como embellecer el lugar donde yace mi amigo? El mejor perfume para su cuerpo, para llenar este lugar de muerte con aromas de Vida, de alegría, de plenitud. Las mejores flores para la entrada del sepulcro, para que la primavera que llega se haga presente en este lugar y lo llene de belleza, para que sepa lo que lo amaste y le recuerde que la esperanza todavía brilla en tu corazón.
Cuidar de la vida, y también de la muerte… Tarea de mujeres en tu tiempo y hoy. Por eso la VIDA te encontró a ti la primera. Por eso se te anunció a ti, y no a otro, que la Muerte no tiene la única palabra. Porque estabas allí a primera hora de la mañana, para cuidar con ternura. Que fácil es hacerte presente hoy en tantas médicos, enfermeras, auxiliares, limpiadoras de hospitales, cuidadoras de ancianos… mujeres, y también hombres, que entregan su ternura y su solidaridad para CUIDAR, para REGAR la vida que a veces se apaga en estos tiempos difíciles. En ellas y ellos se está haciendo presente Jesús, anunciando que la vida no termina, que la muerte no es la vencedora.
Allí, al sepulcro, llegaron, según nos cuenta la Palabra de hoy, Pedro y Juan avisados por ti. Llegaron corriendo. No sé si los que recogieron el hecho entendieron bien el mensaje de Jesús, cuando la última cena se puso al servicio, lavando los pies y eliminando toda jerarquía. En el texto del Evangelio gastan un poco de letra describiendo quién corría más de prisa, quién se quedó en la puerta, quien tuvo el valor de entrar… ¿Será eso lo importante? No lo sé Magdalena… La tentación de lo visible sigue acechándonos en medio de estos tiempos de “semillas que germinan en lo secreto de la tierra”.
El texto dice que Pedro y Juan creyeron y volvieron a su casa. Tú te entretuviste un rato llorando la pena. El dolor por la incertidumbre, la ausencia del Amigo, la perplejidad… Y entonces, allí se presentó, VIVO, esperándote, NOMBRÁNDOTE. Te reconociste y lo reconociste cuando te llamó por tu nombre: MARÍA. La VIDA que se hace presente en lo que somos cada una y cada uno. No en el ideal que soñamos ser, ni en el “debería”, sino en lo más íntimo y esencial de lo que SOMOS. Otra vez se me viene a la cabeza la multitud de personas que hoy cuidan la vida titilante en camas de hospitales, en centros de acogida, en casas solitarias… Las y los que en estos días conviven con el sufrimiento, la muerte, el dolor, tal vez la decepción…¿Se sentirán nombradas con el amor infinito de Dios Padre-Madre? Eso pienso cuando aplaudo a las 8 cada tarde: digo los nombres a mis amigas y amigos más cercanos y lejanos y los pongo en el abrazo del Dios Vivo. Ojalá te experimenten sitiándose enviadas, llamadas, sostenidas.
Porque, sigo leyendo y ahí estás, María Magdalena, en salida: Jesús te invita a “no retenerlo”, a comunicarlo, a compartirlo, a anunciar la alegría de que la muerte no ha tenido la última palabra. La Esperanza no desfallece porque Jesús sigue presente en medio de la comunidad. Y ahí vas, ¡a contarlo! María Magdalena, portadora de la Buena Noticia. Estos días muchas personas han sido para mí Magdalenas que han sostenido mi esperanza, mi fe en que la muerte no tiene la última palabra. Tengo escritos sus NOMBRES en mi corazón. Solo por poner algunos ejemplos:
Una amiga, testimonio vivo de resistencia, lucha y alegría, me manda sus audios de canciones cantadas por ella misma
Otra amiga me manda un audio sobre la distancia y el amor, con inspiradoras frases de Simone Weil y Etty Hillesum
Unas monjas han abierto la intimidad de su comunidad y han sido polo de paz, de liberación y de encuentro con la Ruah
Mi comunidad cristiana, cuya amistad, cercanía y fraternidad experimento como presencia misteriosamente cercana en momentos de dolor
El dolor compartido, tan universal, me une con hermanos y amigos de Latinoamérica de forma que jamás había imaginado
La belleza que se hace presente en el silencio de un Madrid vacío de personas, en el que la vida bulle dentro de las casas y una fina lluvia empapa la tierra
Los nombres de cada vecina y vecino mirándonos con afecto en los aplausos de las ocho
Las personas que nos recuerdan a través de redes de solidaridad que siempre hay alguien más vulnerables a quien dar una mano
La presencia misteriosa de los que nos han dejado
Incluso el miedo de algunas personas que desconfían y vigilan a sus propios vecinos erigiéndose en policías, me hace pensar y me invita a cultivar la confianza
Las personas que nos sensibilizan invitándonos a preguntarnos ¿en qué mundo queremos vivir cuando pase el virus?
Estos días he tenido tristezas, como muchos. Miedos, como casi todos. Estos días me ha preocupado la soledad de familiares, el agotamiento de amigas y amigos sanitarios, la desigualdad con la que se enfrentan a los retos educativos niños y jóvenes sin colegio en tantos lugares del mundo, la falta de trabajo y comida de muchas personas que viven al día, la situación ya antes tan dolorosa de personas en campos de refugiados y en asentamientos, en cárceles y centros de internamiento, la situación de quienes tienen que vivir el confinamiento en una chabola sin agua y ni comunicación.
Mi dolor ha ido dando paso al deseo urgente de un MUNDO MEJOR. Esta Pascua que estamos viviendo es una invitación a cuidar la VIDA. A cambiar las prioridades y ser más hermanas y hermanos entre todos los seres humanos y con nuestra casa común. Como tú, María de Magdalá, quisiera salir corriendo a ser portadora de la gran noticia de que LA VIDA HA VENCIDO A LA MUERTE. Quisiera ser portadora de ánimo, solidaridad, acogida, esperanza, sanación, … PORTADORA DE RESURRECCIÓN.
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