Resucitó
Marcos, Mateo, Lucas (por partida doble) y Juan, nos ofrecen unos relatos de la Resurrección tan diferentes, que resulta imposible hacerlos casar entre sí. Para explicarlo, los especialistas afirman que no están relatando hechos, sino expresando su fe en que el crucificado vive, y que vive exaltado a la diestra de Abbá. Y lo expresan a su estilo, es decir, a través de unos textos llenos de imágenes preciosas, que reflejan una experiencia profunda que cambia la vida de quienes la viven y la historia de la humanidad. En la cruz muere su fe en el mesías libertador de Israel, y resucita una fe renovada, plena, en ese hombre lleno del Espíritu, viva imagen de su padre Abbá.
Pero todo empieza el domingo anterior con su entrada en Jerusalén. Jesús de Nazaret tiene la osadía de subir a Jerusalén a predicar la Buena Noticia del Reino en el mismo corazón del judaísmo y en plena celebración de la Pascua, y esta osadía le cuesta la vida. El jueves por la noche, los levitas lo prenden en Getsemaní y los sumos sacerdotes lo declaran blasfemo en casa de Anás. El viernes por la mañana, el sanedrín ratifica su sentencia, y los romanos lo condenan a muerte y lo crucifican hacia el mediodía. Sus amigos galileos permanecen encerrados por miedo a los judíos, y solo las mujeres se atreven a acompañarle en su agonía.
Han conocido a Jesús en Galilea, han quedado fascinados por él y lo han dejado todo por seguirle. Creen firmemente que es el que “había de venir”, pero ha muerto, y su fe ha sufrido un golpe brutal. Se preguntan con quién está Dios: ¿Con su maestro que cuelga destrozado de un madero, o con los sacerdotes que le han vencido?… Le han visto tantas veces salir airoso de sus enfrentamientos con escribas y fariseos, que no conciben que puede fracasar, y al verle crucificado, quedan apabullados y aterrados.
Probablemente salen de Jerusalén confundidos con la multitud de gente que regresa a su tierra tras celebrar la Pascua, y probablemente, también, se reincorporan a sus trabajos al llegar a Galilea. Su íntimo amigo, Juan, los sitúa pescando en Genesaret un tiempo después de la muerte de Jesús. Han creído mal, esa fe ha quedado hecha añicos en la cruz, y ya solo les queda retomar sus vidas. Pero Dios tiene otros planes, y cuando parece no haber ya lugar para la esperanza, algo sucede en lo más íntimo de su ser que les lleva a renovar su fe de forma distinta y arrolladora.
¿Qué ha ocurrido?… ¿Qué experiencia extraordinaria ha sido capaz de provocar un cambio tan radical en sus vidas?… Porque unas semanas más tarde de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las autoridades judías y desmoralizados por la muerte de su maestro, aquellos hombres se presentan de nuevo en el Templo –en el mismo lugar en que predicaba Jesús–, afirmando, y empeñando su vida en ello, que lo han visto vivo después de su muerte y que han recibido de él una misión.
«Varones israelitas, escuchad estas palabras —es Pedro quien les habla—: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres sin Ley. Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de ello».
Aquellos galileos cobardes y apocados que poco tiempo atrás habían huido de noche, irrumpen entonces con tal fuerza, que en su primera catequesis logran tres mil seguidores. A Jesús, después de un año de predicación, le habían seguido a Jerusalén ciento cincuenta… Entonces quizás recordasen las palabras que les dirigió el día que entraron triunfalmente en ella: «Es preciso que el grano de trigo caiga a tierra y muera para que dé fruto».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Fuente Fe Adulta
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