Como si de un rito sagrado se tratase, todas las tardes, a las 20:00 hs., me asomo a la ventana de casa para aplaudir a todo el personal sanitario que, una vez más en esta crisis, está mostrando toda su calidad humana y profesional. Y allí escucho aplausos que proceden de todas las direcciones. Aplausos que despiertan y movilizan en mí una corriente emocionada de comunión, solidaridad, confianza en el ser humano, gozo y gratitud.
Se comprueba en toda crisis: junto con el dolor y el miedo, la frustración y la rabia, el enfado y la impotencia, en las crisis afloran oleadas de solidaridad en favor de las personas más vulnerables. Emerge lo mejor de la condición humana: la capacidad de empatía y la práctica de la compasión.
Tal capacidad está siempre ahí, pero con frecuencia adormecida porque nuestros intereses giran todavía demasiado en torno a nuestro pequeño mundo. En una crisis, al sentirnos removidos, parecen activarse dos detonadores que, al converger, nos mueven hacia los demás: por un lado, la experiencia de vulnerabilidad y, por otro, la capacidad de amar.
La consciencia de la propia vulnerabilidad, sacándonos con fuerza de nuestra zona de confort y de las defensas tras las que nos habíamos acorazado, nos acerca a nuestra propia verdad de seres sumamente frágiles y necesitados. Y al caer el pedestal al que nos habíamos encaramado para, precisamente, huir de la propia vulnerabilidad, nos humaniza.
De ese modo, el encuentro experiencial con la propia vulnerabilidad juega en una doble dirección: por una parte, nos hace encontrarnos con la vulnerabilidad ajena y vibrar ante ella –hemos entrado en el territorio común de la “vulnerabilidad compartida”–; por otra, al acercarnos a nuestra verdad, descubrimos que, además de muy vulnerables, somos amor que busca expresarse.
Y aquí se nos regala un descubrimiento que parece desconcertante: el reconocimiento y la aceptación de la propia vulnerabilidad constituye, no solo la puerta de la auténtica compasión y solidaridad, sino también nuestra mayor fortaleza. Hemos abandonado nuestras “fortalezas fabricadas” –todas ellas ilusorias, tal como se pone de manifiesto en tiempos de crisis e incertidumbres– y hemos aprendido que nuestra única fortaleza solo puede ser aquella que se apoya en el reconocimiento y la aceptación de toda nuestra verdad, sin ocultarnos nuestros miedos y sin maquillar nuestras carencias. Entonces brilla aquella sorprendente paradoja paulina: “Cuando me siento débil [cuando reconozco y acepto mi vulnerabilidad], entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,10).
No es extraño, por ello, que la compasión, la cercanía cálida, la ayuda servicial, el amor alegre, la servicialidad desinteresada, se den con tanta frecuencia como intensidad entre las personas –médicos/as, enfermeros/as, auxiliares, celadores/as, limpiadores/as– que conviven tan de cerca con la vulnerabilidad y la palpan a cada paso de su tarea.
De esa constatación me brotan cuatro palabras que resumen mi vivencia hacia todas y cada una de esas personas: gratitud, aprendizaje, cuidado e invitación.
¡Gracias! Por todo el bien que estáis haciendo en los momentos más difíciles de la vida de una persona. Gracias porque vivís el mayor regalo que se puede hacer a un ser humano: ser presencia de calidad para él. Cuando aparentemente no podemos, por diferentes motivos, hacer nada por alguien, hay algo siempre a nuestro alcance y, curiosamente, es lo más importante: estar ahí para él.
¡Gracias! también porque estáis mostrando lo mejor del ser humano –ese es mi aprendizaje–, lo que en realidad somos todos y todas, aunque a veces lo mantengamos oculto o incluso lo ignoremos: somos, en otra bella paradoja –todo lo profundo es paradójico– vulnerabilidad y amor a la vez. Vulnerabilidad y amor que, cuando se encuentran, cuando se viven juntos, constituyen nuestra mayor fortaleza y se convierten en manantial vibrante de compasión y solidaridad.
¡Gracias! también porque sois vulnerables y no escondéis vuestra vulnerabilidad. Pero eso requiere que viváis un cuidado exquisito hacia vosotros y vosotras mismas. Somos siempre vulnerables pero, en momentos de riesgo –esfuerzo prolongado, cansancio, agotamiento, amenazas para la salud, estrés psicológico, saturación, impotencia…–, se acentúa extremadamente la consciencia de nuestra fragilidad y aparece el temor a rompernos. Por eso es imprescindible vivir el cuidado hacia sí mismo/a. Un cuidado hecho de amor incondicional hacia sí, de autoacogida, de autocomprensión, del descanso reparador que sea posible, de relaciones vitalizantes, de oxigenar nuestra sensibilidad, de humor, de tiempos de silencio y meditación…
Y la invitación humilde: no dejéis que pase desapercibida a vuestros ojos toda la riqueza humana que estáis derrochando. Apreciad el caudal de humanidad que fluye y se moviliza a través vuestro en beneficio de las personas más vulnerables: reconocedlo, saboreadlo, integradlo… Ser conscientes de lo que somos y de lo mejor que brota en nosotros constituye un potente factor de transformación personal y social.
Por todo ello, por vuestro servicio, vuestra sonrisa, vuestro gesto, vuestra presencia…, ¡gracias! Y gracias también por vuestro cansancio, vuestra pena, vuestra frustración, vuestro enfado, vuestro miedo, vuestros “bajones”… Todo ello forma parte de nuestra condición, con todo ello aprendemos a acogernos. Por eso, nos resulta fácil ver en vosotros y en vosotras –todo el “personal sanitario”, en el sentido más extenso de la palabra– como un “espejo” que estáis reflejando lo que somos todos y todas.
¡¡¡Gracias por tanto!!!
Y recibid nuestro aplauso diario: quiere ser expresión de la gratitud y mensaje de ánimo para vuestra tarea.
Postdata 1.
Más allá de la gratitud, no puedo ofreceros mucho. Pero si deseáis escribir por correo electrónico en algún momento –me dirijo a las personas que trabajáis en la sanidad–, no dudéis en hacerlo. En todo lo que me sea posible, ahí estaré.
Postdata 2.
La gratitud es inclusiva. Y alcanza especialmente a profesionales y trabajadores de todos los ámbitos que siguen desarrollando su actividad, ahora con mayores dificultades y más esfuerzo. Gracias por vuestra entrega.
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
Espiritualidad
Personal sanitario, Salud, Vulnerabilidad
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