Epístola al Reino animal y vegetal.
Mi deseo es quedarme así siempre: viviendo con tranquilidad en un pequeño rincón de la naturaleza (Claudio Monet)
15 de marzo. DOMINGO III DE CUARESMA
Jn 4, 5-42
Jesús les dijo: Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis
¿Se alimentaba Jesús como las aves del cielo y se vestía de blanco como los lirios del campo? Los que le conocían me dijeron que todo eso era cierto, y yo, queridos Reinos animal y vegetal, me limito a ser telediario de la Historia.
“El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos (…) además del árbol de la vida” (Génesis 1, 26)
Con relación a la existencia, el hombre ha defendido sus derechos, escudándose en el primer relato de la creación: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza para que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y los reptiles del suelo”.
Pero, en cambio, hemos desconocido el segundo relato: “El señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el Parque del Edén para que lo cuidara y cultivara”.
Debería inspirar, como dicen Gonzalo Haya y Vicente Haya en el libro Encuentros con el Jesús arameo, a que el hombre ejerciera como hermano, y los signos de los tiempos nos están mostrando a través de las ciencias biológicas, que entre los animales y los hombres existe mayor continuidad de la que creíamos.
Y yo me atrevería a ir más lejos afirmando que somos Hijos de las estrellas, como se titula el libro de la chilena María Teresa Ruiz: es decir, de la materia primigenia.
Ignacio de Loyola quería que sus ejercitantes vieran “cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos, dando el ser en las plantas vegetando, en los animales sensando, en lo hombres dando a entender”.
Y ya Jesús, que no podía ser menos hablando acerca de esta materia, nos exhortó diciendo: “Mirad las aves del cielo, no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros, pero vuestro Padre celestial los alimenta (…), observad los lirios del campo cómo crecen, no se fatigan ni hilan; pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria, se vistió como uno de ellos” (Lc 12, 27).
El pintor Claudio Monet, que pintaba cuadros como el de Las amapolas, decía con sus pinceles: “Mi deseo es quedarme así siempre: viviendo con tranquilidad en un pequeño rincón de la naturaleza”.
Un pensamiento el suyo, verde y rojo, en el que pocos no se sentarían, para pasarse tardes enteras contemplándolo, acompañados de las aves del cielo, de los lirios del campo, y de Salomón, vestido con toda su gloria.
Los animales, los árboles y las plantas son símbolos de la Naturaleza, así como el agua y el aire son símbolos naturales que forman el ambiente y que estamos destruyendo, olvidándonos del mandato genesíaco de cuidarlo.
El poeta canario Luis Alfonso Ramos, se preocupa por esto en su poema
LA NATURALEZA
El mar es azul pues es el gran reflejo del cielo,
la vida se vive aquí en este planeta llamado tierra y con,
el cantar de las aves expresa una sincera alegría
y un astro ilumina con gozo y felicidad cada día.
La lluvia cae como símbolo de pureza que existe,
desafortunadamente son pocos hoy en día
los que respetan la naturaleza.
Pero lo que sí es cierto es que nosotros vivimos gracias a ella,
necesitamos de ella, aunque no lo sabemos,
pues lo único que hacemos es maltratarla.
Cada noche me duermo escuchando un sonido,
un sonido que me dice
que tengo la naturaleza cerca, tan cerca
que respiro el aroma de una flor sencilla.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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