Todo viene de Dios
Es ya un don de la sabiduría conocer que todo viene de Dios.
De ahí que, teniendo la gracia de conocer que todo viene y no puede venir más que de Dios, no podamos hacer nada y no nos quede más que abrirnos a Dios en la oración. La vida religiosa nace de la oración. Es cierto que la misma oración supone la gracia, pero esta última aparece, en primer lugar, ante la conciencia de la miseria, de la impotencia absoluta, a fin de que podamos orar. Por consiguiente, el hombre debe vivir con la sabiduría para poseer todo bien, para tener capacidad de trabajar, ejercitar la virtud y contemplar a Dios; debe saber también que, antes que nada, se le impone la oración. Al principio, la oración es una exigencia fundamental e insustituible, porque todo depende de Dios, pero Dios no interviene si no se le invoca. La oración está en el origen de todos los bienes espirituales.
Es ésta también una de las verdades más formalmente afirmadas, más solemnemente establecidas por el libro inspirado. El hombre no vive una relación personal con Dios más que en tanto lo invoca y lo espera. Ahora bien, el hombre no puede orar si no siente que le falta algo, si no siente que le falta Dios en lo alto de la sabiduría, en su unión y convivencia con ella.
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D. Barsotti,
Meditazioni sul libro delta sapienza,
Brescia 51992, p. 135
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