”Jesús ayuna cuarenta días y es tentado”. Domingo 01 de marzo de 2020. Domingo 1º de Cuaresma, ciclo A.
Leído en Koinonia:
Gn 2,7-9; 3,1-7: Creación y pecado de los primeros padres
Salmo responsorial 50: Misericordia, Señor: hemos pecado
Rom 5,12-19: Si creció el pecado, más abundante fue la gracia
Mt 4,1-11: Jesús ayuna cuarenta días y es tentado
Los comentarios bíblico-litúrgicos para ayudar a la elaboración de las homilías dominicales de este típico “domingo de las tentaciones”, el primero de cuaresma, suelen presentar en esta ocasión un sencillo paralelismo antagónico: la primera tentación fue la que se le presentó a Eva, que acabó en el pecado; pero ha habido otra tentación, la que sufrió Jesús en el desierto, que acabó en victoria, de la que podemos tomar ejemplo. En esta línea es muy fácil encontrar comentarios en la red. Por eso mismo quisiéramos nosotros hacer esta vez una aportación diferente, en sentido crítico. Obviamente, este aspecto no será apropiado en cualquier caso para convertirlo sin más en una homilía… pero creemos que tampoco sería bueno que una homilía olvide este aspecto crítico. En todo caso, cada agente de pastoral sabrá lo que su comunidad necesita, y sabrá encontrarlo en otros puntos de servicio bíblico-litúrgico de la red.
La primera lectura de este domingo reúne, resumidamente, dos importantes relatos bíblicos: el de la creación y el del pecado original. Son muy significativos, muy importantes, y hoy día, también muy problemáticos.
Es importante hacer recordar a los oyentes que estos textos, y todos los que forman el grupo de los once primeros capítulos del Génesis, que se refieren a los inicios de la «historia de la Salvación», han sido entendidos desde siempre de un modo literal. Todas las generaciones que nos precedieron en la fe los entendieron así. Seguramente que nuestros padres -y ciertamente nuestros abuelos- nunca pensaron otra cosa, y muchos cristianos mayores también lo piensan hoy día. Desde tiempo inmemorial, estos textos han fungido para muchísimas generaciones, como una fuente capital de su comprensión del mundo y de la historia. Las “coordenadas generales” que estos mitos trazan (Dios arriba, naturaleza abajo, un acto divino de creación que pone en marcha el cosmos, una creación del ser humano distinta a la creación de todos los demás seres, Dios que prohíbe comer el fruto del árbol, la desobediencia del ser humano que se convierte en el «pecado original» que transformará la suerte de toda la humanidad posterior –¡y del cosmos!–, el protagonismo principal de la mujer en este pecado, el enfado de Dios, su consecuente ruptura de relaciones con la Humanidad por haber comido ésta el fruto prohibido…), han sido para toda esa humanidad judeocristiana de los tres mil últimos años, el “paradigma” desde el que han entendido tanto el mundo, como a Dios, como a sí mismos, es decir, la realidad global. Estamos ante unos mitos religiosos ante los que hay que descalzarse, como quien pisa tierra sagrada.
Hace apenas cien años, en 1906, la Pontificia Comisión Bíblica –respaldada obviamente por la Inquisición romana, la actual Congregación para la Doctrina de la Fe, que todavía no se llamaba Santo Oficio–, reafirmaba solemnemente, y bajo pena de excomunión a quien no lo aceptara, que el contenido de los once primeros capítulos del Génesis es histórico, no mitológico.
Es importante recordar a los oyentes que hoy no creemos que estos relatos haya que entenderlos así, literalmente. Es decir: que hoy sabemos que la Biblia no puede decirnos cómo fue el origen del cosmos, ni el del ser humano. Que la Biblia no contiene mensajes de física, ni de química, ni de biología evolutiva, ni de geofísica o astrofísica… que nos informen sobre todos esos campos. Y que por tanto se puede ser cristiano y aceptar lo que la ciencia nos dice hoy, incluidas las opiniones contrarias a tantas afirmaciones y supuestos incluidos en estos relatos bíblicos.
Es importante hacer caer en la cuenta de que esta nueva manera de entender los textos bíblicos no fue fruto de un descubrimiento fácil e ingenuo, sino una intuición laboriosamente trabajada por los biblistas y teólogos, que durante varios siglos han tenido que enfrentarse a la oposición y a la condena de las autoridades de sus respectivas Iglesias. Todavía hoy, en tiempo de Benedicto XVI, el biblista argentino Ariel Álvarez Valdés, doctor en teología bíblica por la universidad de Salamanca, fue públicamente adversado y perseguido por la Secretaría de Estado del Vaticano por no sostener de la historicidad de Adán y Eva y su pretendido pecado original (véase su propio testimonio en Youtube [http://www.youtube.com/watch?v=2Ys3kcwjbSY&list=PL84001F9AB27C6E32].
Todo cristiano medianamente culto puede tener su opinión sobre el origen del mundo, igual que puede tener sus opiniones en medicina, en astronomía o en psicología, libremente, sin coacción, y sin que haya ninguna opinión «oficial» de la Iglesia en esos campos que pudiera ser «obligatoria». Los relatos bíblicos están en otro plano, un plano simbólico, que no afecta al campo autónomo de la ciencia. Esto es al menos lo que solemos decir hoy día, después del Vaticano II, pero sería más correcto reconocer que aquellos relatos no fueron concebidos, como decimos, meramente en un plano simbólico; para nuestros ancestros religiosos-y-culturales, esos relatos eran históricos, y con esa historia inventada, sin ningún fundamento científico, trataban de encontrar respuestas a problemas humanos y existenciales de muy diverso género (el mal, la felicidad, la vida, nuestro origen, nuestro fuuro…). Es ahora, sólo ahora, cuando nosotros, al ver que sus creencias expresadas en esos mitos estaba profundamente equivocadas –como hoy sabemos por la ciencia– sostenemos que esos mitos sólo podemos interpretarlos de un modo puramente simbólico. Nuestros antepasados –hasta nosotros mismos hace 50 años entre los católicos– los hemos considerado obligadamente históricos, literales, contados directamente por la misma boca reveladora de Dios.
Hay que dar claramente al público cristiano la buena noticia de que hoy no sostenemos que el símbolo judeo-cristiano del llamado «pecado original» tenga un fundamento histórico. No hay por qué sostenerlo. Más bien resulta prácticamente imposible que lo tenga, por cuanto lo más probable es que no hubo un solo filum biológico evolutivo de surgimiento de nuestra especie, y el poligenismo es hoy la opinión más común de la ciencia. La proclamación que la Iglesia católica hizo del monogenismo en el siglo pasado se debió al espejismo (que todavía sufría) de pensar que el significado del símbolo del pecado original dependía efectivamente de un pecado histórico real que habría cometido una primera pareja de la que descendemos absolutamente todos los hombres y mujeres.
Resulta especialmente importante aclarar que hoy día resulta del todo inverosímil -teológicamente hablando- todo el conjunto simbólico de la tentación y el pecado original: pensar que toda la humanidad esté en una situación de postración espiritual (que sea una massa damnata, una «muchedumbre condenada», como repetía san Agustín) a raíz de un supuesto primer pecado de una inexistente primera pareja, y pensar que debido a ello Dios habría roto sus relaciones con la Humanidad, y que esa ruptura no podría ser superada sino nada menos que con la sangre de la muerte en cruz del Hijo de Dios, tal y como ha sido presentado por la tradición más común y constante del cristianismo, resulta hoy absolutamente inaceptable. Deben por tanto sentirse aliviados todas las personas que se sienten incómodas ante las acostumbradas explicaciones homiléticas al respecto, tan parecidas a las catequesis infantiles que recibimos cuando fuimos niños, y como nosotros, todas las generaciones cristianas durante más de milenio y medio.
Otras varias salvedades y comentarios críticos también muy importantes se podrían hacer entre los temas implicados en esos dos grandes relatos bíblicos que han sido juntados en la primera lectura de este domingo (por ejemplo sobre la «transcendencia» de Dios, que ahí se presenta como obvia, sobre la imagen misma de “theos”, la visión negativa de la realidad que conlleva la creencia en un primer «pecado primordial», la terrible inferiorización y culpabilización de la mujer causada por ese texto…). Ya hemos dicho que no pretendemos que esta lista de advertencias críticas sea el contenido de una homilía, sino simplemente el trasfondo crítico a tener en cuenta a la hora de hablar de las “tentaciones” y del “pecado”, para lo que sin duda se encontrará mucho material en los numerosos portales de servicio bíblico de la red.
Es importante que digamos claramente, e insistamos, en que se puede ser cristiano y ser «persona de hoy» en las propias opiniones científicas. Y que hay otras formas de hablar del la realidad del mal y del pecado, que la de tomar como referencia unos mitos religiosos elaborados hace dos milenios y medio.
Finalizamos diciendo que ya que tantas veces hemos insistido en el pecado original y en sus fatales consecuencias para toda la humanidad, sería bueno compensar esa actitud refiriéndonos a lo que hoy intuye la teología de frontera: que, más bien, lo original no fue un pecado, sino una bendición… Puede ayudar el libro de FOX, Mathew, “Original Blessing”, Bear & Company 1983; traducido como: La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI, Obelisco, Barcelona 2002, 410 pp
El evangelio de hoy (la escena de las tentaciones de Jesús) es dramatizado en el capítulo 9 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «Bajo el sol del desierto». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1100009
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap09b.mp3
Para la revisión de vida
– Comienza uno de los llamados «tiempos fuertes» del año litúrgico. No precisamente un tiempo «light», ni siquiera un tiempo ordinario. ¿Qué voy a hacer para que esta Cuaresma no se me pase sin darme cuenta, sino viviéndola a fondo? La Cuaresma es una «cuenta regresiva» de 40 días hasta la Pascua… El objetivo al que apuntamos desde el principio de la Cuaresma es la Pascua misma…
Para la reunión de grupo
– El objetivo del relato del pecado de Adán y Eva no es contar un pecado concreto, por muy importante que pudiera ser; el texto es un «mito» bíblico para algo más profundo: «explicar» la presencia del mal en el mundo. ¿Por qué hay mal? ¿Por qué el dolor? ¿Por qué la muerte?… De eso es de lo que el relato bíblico está hablando, a su manera «mítica». ¿Podemos expresar nosotros su mensaje de una forma más “racional” o “teológica”? O sea: ¿cuál es el mensaje teológico del mito del pecado original?
– Con el relato de las tentaciones de Jesús ocurre algo parecido: no es la crónica o el reportaje periodístico de algo que le pasó a Jesús, sino una composición simbólica que quiere darnos un mensaje teológico. Es claro que no conocemos ningún fundamento histórico para ese relato; muy probablemente, nadie lo tuvo, ni siquiera quienes lo redactaron. El texto es, obviamente, una composición literaria con intenciones teológicas. Las tres tentaciones que se dice que sufre Jesús corresponden a tres grandes dimensiones de la respuesta de fe del pueblo de Israel (de ahí el paralelismo que establece con el Primer [o Antiguo] Testamento) y de todo ser humano. ¿Cuáles son esas grandes dimensiones? ¿Estamos de acuerdo con esa teología? Veinte siglos más tarde, ¿lo expresaríamos nosotros igualmente o con alguna variante añadida?
– El teólogo Mathew Fox insiste en que el verdadero principio de nuestra historia no es un pecado original, sino una «bendición original»… Comentar.
Para la oración de los fieles
– Para que la Iglesia confíe siempre y por encima de todo en la Palabra de Dios y en su fuerza liberadora. Roguemos al Señor…
– Para que hagamos caso a las voces que nos llaman a buscar una sociedad más justa y un ser humano más fraterno. Roguemos…
– Para que nos reafirmemos cada día en nuestra fe en un Dios de vida y de vivos. Roguemos…
– Para que, frente al individualismo y el egoísmo, nosotros pongamos el valor de la solidaridad entre las personas. Roguemos…
– Para que seamos conscientes de que Dios está siempre a nuestro lado, aunque a veces no lo parezca, en la tentación y en las dificultades. Roguemos…
– Para que la Eucaristía que celebra nuestra comunidad nos anime a ser más consecuentes con nuestra fe y nuestra esperanza. Roguemos…
Oración comunitaria
– Oh Dios que sabes que nuestra vida humana está sometida a tantos influjos, presiones, tentaciones, repulsiones… y también a tantos estímulos, inspiraciones y buenos ejemplos; te pedimos que la atracción y el influjo del bien sea mucho más fuerte en nuestra vida que la tentación y la fuerza del mal, y que el ejemplo modélico de Jesús nos ayude a seguirle por el camino del amor y la entrega de la vida al servicio del bien. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
Señor, tú que animas nuestra fe, consolidas nuestra esperanza y fortaleces nuestro amor, haz que apostemos siempre por el bien, la justicia y la paz, de modo que tu Reino crezca siempre, superando toda tentación de construir este mundo y esta sociedad desde intereses egoístas y antropocéntricos. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
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