El amor: lo único necesario
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 24/01/20.- “In necessaris unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. Como otras muchas máximas y sentencias, también esta encierra una más que enjundiosa verdad sobre la actitud a mantener respecto a tres realidades muy concretas de la vida. Comenzaré por la del medio. “Libertad en lo dudoso”. Me parecería más que sospechosa la actitud de la persona que pretendiera sentar cátedra sobre algo que no se vislumbra claro, que puede admitir interpretaciones diversas o que tiene relación con una realidad sobre la que se pueden tener puntos de vistas diferentes, cuando ello no entra en contradicción, claro está. Dicha libertad debe ser exigida con más fuerza en el caso de existir la posibilidad de entrometerse en el fuero interno; representado este en la conciencia de la persona. De ahí el también adagio de la Iglesia católica “De internis neque Eclessia judicat”; es decir, “Ni siquiera la Iglesia puede emitir ningún tipo de juicio sobre lo concerniente al interior de las personas”.
Dicho esto, donde creo que puede aparecer de manera más viva la polémica es precisamente en lo que concierne a la primera parte del adagio “Unidad en las cosas necesarias”. Aunque posiblemente esto haya generado siempre polémica, tengo la impresión de que nuestra sociedad “post” es muy proclive a ello. Y no porque se discuta la verdad y la validez de la unidad en lo necesario; sino porque resulta urgente puntualizar cual es precisamente “eso necesario” (esa verdad) sobre lo que no se puede admitir discusión, sino todo lo contrario: aunarnos por encima de todo. Para no hacerlo de manera general, intentaré traer a colación algunas parcelas concretas de la vida.
Si nos atenemos a lo “político”, me preocupa que ciertos sectores de aquí y de allá estén demasiado obsesionados por considerar intocables aspectos tan concretos como las banderas, las fronteras que ellos/as creen que están ahí para que, delimitando su país o su comunidad, aporten una mejor y mayor seguridad. También, si no intocable, sí muy poco o casi nada discutible, el tipo o la forma de gobierno que debe dirigir los destinos de dicho país o comunidad; en la misma línea colocarían el tipo y la forma de relación que debería existir entre países o pueblos diferentes, etc. Todo esto me preocupa, y mucho, cuando para muchas personas se convierte en fundamental y necesario, hasta el extremo que debe pasar por delante de cualquier otra cosa que, incluso, pudiera afectar negativamente al bien individual o de la propia colectividad.
Con todo lo importante que puede ser esto, me preocupa mucho más todo lo que a lo social se refiere. Por ejemplo, quienes creen que es una verdad que no admite ningún tipo de discusión calificar como invasoras y usurpadoras de los bienes que consideran propios y exclusivos, aquellas otras personas que llegan desde un país cualquiera al país de quienes así piensan, aunque vinieran huyendo de los suyos propios por causa de la guerra, la pobreza o la persecución. No lo serían, en cambio, aquellas otras que entrasen por la “puerta grande” debido a ciertas credenciales que trajeran consigo y las avalasen; tales como la cultura, la preparación académica y, sobre todo y fundamental, el dinero y la riqueza que las debiera acompañar. Si preocupante es aquello, no lo es menos el esfuerzo de “muchos”, sobre todo en masculino, por sentar cátedra en lo que concierne a la mujer, al sexo femenino en general, en el sentido de considerarla “más que de segunda categoría” (eso en el caso que se la conceda el derecho de ser tenida como ciudadana). Ya no digamos cuando se la mira y se la ve como objeto preferencial de placer y de deseo. Me son también muy preocupantes los juicios severísimos, sobre los que no admiten ningún tipo de apelación quienes así “piensan” (lo de pensar por llamarlo de alguna manera), condenando de manera implacable a los hombres y mujeres que mantienen una orientación sexual diferente a la suya, esforzándose por argumentar con las vísceras, que no con la razón, que lo biológico, lo fisiológico o lo cromo somático están muy por encima de la capacidad de pensar y de amar. Muy grave también es considerar que se debe atacar a las personas pobres, sencillamente porque la fortuna les ha dado la espalda o porque, vete tú a saber la razón, un día se vieron sin más en la calle y a la más profunda miseria. Por aquello del “suma y sigue”, da mucho miedo también constatar cómo hay demasiada gente aún que tiene muy claro que utilizar, maltratar lo denominaríamos muchas otras personas, el entorno natural para su capricho exclusivo; y ello porque considera, o más bien se quiere auto convencer, que eso de la finitud del Planeta Tierra es una paparrucha de vete tú a saber quién. Por último, aunque sea solamente de pasada, no podemos dejar de lado los falsos absolutos y necesarios existentes en el campo de la religión. Tales como los ritos, las rúbricas, las normas, los preceptos, etc., que tantas veces no dejan lugar a la libertad y a la sinceridad espontánea que pudiera llegar a salir de dentro.
Pues bien; si las banderas, las fronteras, las tales formas concretas de gobierno, ciertos juicios sobre las personas migrantes, sobre las personas con orientación sexual diferente, sobre las personas pobres, sobre la ecología y el medio ambiente y, por supuesto, sobre aspectos demasiado concretos de tal o cual religión, etc., no son tan “absolutos”, por mucho que se empeñen los de arriba, los de abajo, los de aquí o los de más allá, como para que nadie pueda exigir una conformidad o asentimiento a pie juntillas, ¿qué es lo que nos queda, entonces, en lo que todas y todos debiéramos poner “la carne en el asador”?
Pues, nos queda solamente algo que es capaz por sí solo de aunar consensos; y ello por la sublimidad que contiene frente a la relatividad que suponen unos signos, unas ideologías, unas meras opiniones sobre tal o cual tema o realidad, unas prácticas o comportamientos religiosos, etc. Este “algo” no es otro que el “amor”. Cada cual que lo escriba con mayúscula o minúscula, tal y como considere que así debe ser. Aquel amor que es considerado verdadero humano, porque excluye el tener que decir nunca “lo siento” (Love Story). “El amor -que según el apóstol Pablo es- comprensivo, servicial, que no tiene envidia, que disculpa, que lo perdona todo, que no se engríe ni es egoísta” (1Cor 13). Un amor que, incluso, -según el mismo Jesús- debe ser capaz de llegar hasta el final, hasta las últimas consecuencias “Nadie tiene un amor más grande que el que es capaz de dar la vida por sus amigos” (Ju 15,13): “In omnibus caritas”.
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