Domingo V del Tiempo Ordinario. 9 febrero, 2020
“Alumbre así vuestra luz a las gentes
para que vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
Imagínate por un momento que eres una artista famosa en el campo que quieras: poesía, escultura, pintura, cine, fotografía, moda, canto…
Tienes que imaginarte que eres una renombrada artista. Famosa, conocida, valorada. De esas que se han abierto camino poco a poco y con dificultades. Con un talento que no siempre se ha sabido reconocer.
¿Estás en situación? ¡Bien! Ahora ya eres famosa y reconocida, lo que significa que tu talento ha sido probado y educado. Te encuentras en lo mejor de tu carrera profesional y acabas de realizar tu gran obra. Todo gran artista tiene una gran obra que lo define.
Estás delante de tu escultura, tu película o tu novela acabada. Sabes que es la mejor. La cumbre del trabajo de toda tu vida.
Pues ahora redobla tu capacidad de imaginar e imagínate (si puedes) que decides no firmar tu obra maestra. No corras, piénsalo despacio.
Piensa en qué podría moverte por dentro a hacer algo así. Para ayudarte a tu reflexión puedes pensar en aquellas obras conocidas de autoras anónimas. Tantos libros y canciones antiguas…
Quizá alguna vez ha caído en tus manos algo hermoso, tan hermoso que has querido saber quién lo ha hecho y cuando te has puesto a investigar no has podido dar con el autor/autora. ¿Quién es capaz de hacer algo bonito y no firmarlo? ¿Qué puede buscar quien hace algo así?
Podemos pensar que a veces sale algo de nosotras tan bueno y bonito que descubrimos que en ello hay algo más que nuestra impronta personal, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo.
Imagínate ahora algo más sencillo y cotidiano: un buen guiso, un jardín bonito, una casa limpia y ordenada, un cliente bien atendido, o una buena gestión…Una cosa sencillita que te ha salido tan bien que hasta tú misma te has quedado sorprendida y se te escapa una sonrisa acompañada de un gracias.
Pues algo así parece que nos invita a hacer el evangelio de hoy, a dejar que nuestras obras (grandes o pequeñas) alumbren, den luz, pero una luz, un calor, que quienes las reciban (e incluso nosotras mismas) lo que les salga sea dar gracias a Dios. O lo que es lo mismo: “den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
Oración
“Alumbre así vuestra luz a las gentes para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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